Rafael Álvarez es un alma libre, le gusta volar alto por la escena, no dejarse dirigir nada más que por el mismo, ya que puede improvisar o crear arte con su verso en cualquier escenario. . Embruja con su carisma, lleva 25 años interpretando un mismo personaje, que no es otro que Lázaro de Tormes. Aquel que le descubrió lo que era ser un juglar del siglo XX. Apostó fuerte con este tipo de teatro y conquistó en todos los escenarios que ha pisado, no sólo nacionalmente sino que el Lazarillo ha cruzado fronteras, el alma de su público.
¿Cuál fue ese destino especial que se habla por el cual se creó esta obra?
Con un destino especial, no sé a qué se refería eso. A lo mejor me refería a que mi vida pegó un cambio en todos los aspectos, profesionalmente y de paso de forma personal también. Ya que enfoque ese trabajo que me abrió un campo n de investigación de los textos y de independencia frente a las estructuras establecidas del mundo teatral, profesional, de producción. De que te llame un director, de coger un texto, un autor, un reparto. Todo eso ya no dependía tanto de todo eso. Cuando hice el Lazarillo y vi que funcionó, me entraron ganas de seguir por ese camino. Después de hacer el Lazarillo durante cuatro años, volver a trabajar con otra gente, con un texto que te proponen y tal, eso para mí era como una cosa pasada. Es como el que estaba en bachillerato y le dicen que vuelva a la primaria. Era deprimente, a todos los niveles. Lo que tenía que hacer era crecer a todos los niveles. El segundo paso fue coger un texto de Alonso de Santos, hacer mi propia versión y dirigirlo. Montarlo a través de la productora Pentación de la que formaba parte, participar de la producción. Así sucesivamente hasta el momento actual.
Con ‘El Lazarillo’ es como empezó con los monólogos y desde entonces no lo ha dejado. ¿No vamos a volver a verlo actuar en cine y televisión?
Sí. Bueno después de hacer ‘El Lazarillo’ y ‘La sombra del Tenorio’, hice ‘El avaro’ que era unas ganas que tenía de trabajar con José Carlos Plazas. Porque José Carlos Plazas es un gran maestro y profesor. Un gran pedagogo del teatro. Es especial. Era una oportunidad de la que no quería privarme en la vida. Al menos una vez. Había trabajado con él de jovencito, así un papelillo, pero no intensamente. Pasé por esa experiencia de hacer ‘El avaro’ con él y fue una experiencia enriquecedora, maravillosa… y ya la viví. A partir de ahí ya no había ningún director con el que quisiera trabajar, especialmente era José Carlos y trabajé con él.
Lleva 25 años interpretando ‘El Lazarillo’, ¿qué le sigue aportando ese personaje?
El Lazarillo tiene una fuerza especial, el propio personaje y la obra. Es una obra que es metafóricamente mística. Es una especialidad mía y una predilección, una tendencia irrefrenable hacía el mundo de los místicos del Siglo de Oro y el entendimiento del fenómeno místico que es una visión del mundo. No solamente una visión relativa a la transcendencia y al orden espiritual de las cosas o religioso. Sino la visión mística, es una visión estética de la vida también. No es una contemplación del mundo como una obra de arte de un artista que se esconde detrás de las formas, detrás de los colores. Que nunca ves al artista, se te escabulle. Es una performance donde el creador está en el objeto creado y al mismo tiempo no está. Eso es lo maravilloso. Los místicos descubren esa mirada, esa visión, esa contemplación y son todos grandes artistas. Todos los místicos son grandes poetas, necesitan del arte para expresar una vivencia que el lenguaje no puede expresarla con facilidad. Se necesita el lenguaje artístico que es un lenguaje más allá del lenguaje. Es una recreación del lenguaje. A través de la imagen, de la música o de la literatura.
El Lazarillo digo que es metafóricamente místico porque expresa la confrontación de un ser humano con la miseria vital, es lo más terrible de la vida, la podredumbre de la vida, la miseria del dolor, la corrupción, la vergüenza, la falta de ética pero también con su propia necesidad de sobrevivir y salir airoso de eso. El hambre del Lazarillo es un hambre que tiene una dimensión física, el hambre del estómago, pero también tiene una dimensión espiritual, que es la necesidad de una dignidad y una realización del ser, de la persona. De su ser existencial. Ese es el hambre metafórica del Lazarillo.
Ha sido una obra muy estudiada desde ese campo, desde ese punto de vista por exoteristas, estudiosos de las obras exotéricas y de la mística. El viaje del Lazarillo es un viaje iniciático, es un viaje en el que un joven se inicia, pasa de la infancia y de la adolescencia a la edad adulta a través de una serie de pruebas que la vida le va poniendo. Ese es un tema de los grandes clásicos del Siglo de Oro y de la literatura griega. El viaje iniciático, es un viaje desde la ciudad de Salamanca a Toledo, en el transcurso de ese viaje hay una serie de sucesos y de amos. Amos que le van llegando a él a medida que su maduración va atrayendo magnéticamente vibraciones diferentes y cuando llega a atraer al escudero, ya es porque él está preparado para la compasión. Es decir, para compadecerse del hambre de los demás y no de la suya propia, sólo exclusivamente. Porque dice: “cuando conocí al escudero los otros tenían algo y me maltrataban y no me daban de comer, pero es que éste es más pobre que yo. Y nadie da lo que no tiene”. Esa es la pobreza extrema y absoluta. Entonces El Lazarillo sale triunfante, airosa de esa confrontación con la vida, pero al mismo tiempo con unos cuernos enormes. Que es que necesita que su mujer entre al trapo en aquellas formas y costumbres de la barragana y todas aquellas cosas del clérigo con la ama de llaves que estaba casada con otro para guardar las apariencias, y él entra al trapo. También hay una visión de la honra. De la típica honra de la época, la honra de Calderón, la honra del Siglo de Oro vista desde el lado del conocimiento que la honra esa realmente no es la honra. Esa es la honra de la sociedad, es una fachada, es una apariencia de hipocresía. Esa honra tan celebrada y tan reverenciada del siglo XVI. Todo eso está ahí en el Lazarillo y más cosas.
El influjo que tiene usted de los místicos tiene que ver con la época que pasó en el Monasterio de Santo Domingo de Silos. ¿Le viene de ahí o ya tenía interés por los místicos antes?
Ya tenía interés por los místicos porque entré en la meditación desde muy joven. Entonces el descubrimiento hinduismo, la filosofía oriental y los medas. El mahabharata, la filosofía subyacente en el Bhágavad-guitá, las escrituras orientales, los upanishads me es familiar porque de joven me atraía todo eso y leía cosas relacionadas con ello. El descubrimiento es cuando me he hecho más mayor y he ido indagando mucho más que hay un punto de conexión entre la mística occidental y la mística oriental. Porque las místicas son caminos para la vivencia de un hecho que es transpersonal, transreligioso, transnacional y que no depende de la cultura. En cada cultura se manifiesta de una forma peculiar, pero depende de una esencia que va más allá de la cultura. Es una esencia antropológica. Un patrimonio del ser humano que se manifiesta en el Islam, en el hinduismo, en el budismo y en las místicas cristiana, por ejemplo en la mística carmelita del siglo XVI que es la más potente, la de Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz.
¿Cree que el público tiene esa visión, a la hora de ver su obra, sobre lo místico que ha contado del Lazarillo o simplemente están enfocados en lo que saben del libro en sí, sin llegar a profundizar?
Eso ya no está en mi mano.
Eso depende del público, verdad. ¿No lo percibe?
Percibo que pasan cosas. Que hay un inconsciente colectivo que recibe. Si tú preparas los caminos, como el agua que va buscando la forma de fluir a través de los canales, si tú preparas los caminos a través del lenguaje, de la puesta en escena. Los caminos del inconsciente receptivo, me dirijo al inconsciente del espectador más que a su mente lógica que capta de forma directa, inmediata el lenguaje. Me voy a otra sensibilidad que es inadvertida aparentemente pero que luego deja un poso. Cuando llegas ahí te das cuenta que te escucha igual un ama de casa, de un pueblo pequeño, esposa de un campesino que un catedrático. Casi mejor el ama de casa porque el catedrático tiene una serie de conocimientos, de erudiciones y de datos que le impiden a veces llegar a esa zona de la sensibilidad. A esos estratos de la sensibilidad.
También utilizo las referencias de la cultura, las luces para que todo lo que digo vaya, como cuando recitas unos versos de Lope o de Quevedo, es imposible seguirlos de manera lógica. Tú no puedes seguir ese lenguaje de manera lógica porque en cuanto quieras entender un verso ya no sigues el siguiente. Si no entiendes el siguiente porque no lo has escuchado mucho menos el tercero, ni el cuarto, ni el quinto. En Lope de Vega eso ya es increíble. Tú sigues ‘El caballero de Olmedo’ de una manera y ese público de aquella época lo debería seguir así, de aquella forma. Como Una ventana abierta de un viento que llega y el viento hace su labor por sí solo. Pero si tú dices: “cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día”. Dices quién se lleva la sombra, quién cerró la puerta, ya no entras, ya perdiste el hilo de los clásicos. Tienes que dejarte abrir para escuchar la música. El milagro musical del que hablaba Valle-Inclán un ta-ta-ta-ta-ta-ta y te va llegando eso con la luz, con un chiste… Cuando ya se satura el entendimiento, la receptividad está un poco bloqueada entonces viene un chiste, te ríes, te olvidas o hablas de una cosa de actualidad. Cuando ya se ha producido una distensión vuelves a lo otro. El manejo de todo eso hace que el público esa hora y media esté ahí, celebrando la fiesta, que es de lo que se trata.
¿Qué tema de actualidad va a tratar en estas funciones que esté relacionado?
La corrupción es algo que está en la atmósfera, es un vicio, es una pulsión que convive con las más nobles aspiraciones del ser humano. Es una mezcla muy del Barroco español de luz y sombra. Es también una idea profunda de toda la filosofía oriental. Que es maya. El mundo es un gran teatro, de donde toma Calderón el tema del gran teatro del mundo y la vida es un sueño, no es real. Esa evanescencia de la vida, esa cosa de como que extraño, parece que es un sueño, se diría que este atardecer es tan bonito que no es real. Eso es lo que a los místicos le lleve a esa búsqueda más allá de. Eso es lo que le lleva a Teresa a huir de su casa con 8 años e irse a vivir una aventura. Es irse al norte de África a enfrentarse con los infieles y recibir un martirio por la gloria de Cristo. Es el Quijote tan sólo que en otra versión. En una versión mística. Es lo mismo, es esa atmósfera. Esa idea de luz y sombra, oscuridad y trascendencia lo mejor y lo peor, es la pulsión corrupción-vida y corrupción-pureza. Es el diálogo de corrupción y pureza, lo veo así metafísicamente porque hay algo innoble en el hacer leña del árbol caído. Todos los que machacan cuando sale lo de Blesa todos los que lo machacan son los que han potenciado la corrupción. Luego es tirar la piedra y esconder la mano. Todo esto era en el Siglo de Oro, eso es la bajeza moral. Es una atmósfera de la que participamos todos.
Siempre he dicho, cuando la sociedad ha permitido que el IVA del teatro, de una pequeña compañía de gente joven, que quiera hacer un texto del patrimonio dramatúrgico más importante de Europa, incluso más que Shakespeare. Porque los ingleses tienen a Shakespeare a Marlowe, que es menos conocido. Nosotros tenemos aquí un repertorio impresionante. Una compañía de chicos jóvenes que aspiran a eso tienen que pagar un 21% de IVA y al fútbol le cobras un 10%, con lo que estamos viendo que es el fútbol y lo que hay detrás y lo que no sabemos que hay detrás del fútbol. Tu pones las entradas del fútbol que no va a sufrir al 10% y el IVA de una revista pornográfica al 4% esto ya es una cosa que la sociedad permite. El gobierno lo hace porque la sociedad permite la indecencia, de eso no se ha hablado mucho. Se ha hablado como si fuera cosa de los cómicos, de los actores, de la gente del cine. Que ahora lo bajas al 10% y al cine le das un año más de castigo. Es una utilización de los recursos del estado. El problema no es ese, es que la sociedad lo permite. Ese es el problema de la corrupción.
Por último, Fernán Gómez supo capturar el alma de este pícaro al que usted da vida. Nos hemos deshumanizado tanto que no vemos el alma de las personas, que no apreciamos la pobreza que existe para ayudarlo. Después de cuatro siglos, ¿sigue estando vigente?
El pobre siempre estará ahí, ya lo dijo Jesucristo. Cuando los apóstoles le dijeron a Jesucristo que una de las hermanas María de Betania, Marta y María, se estaban gastando mucho dinero en un perfume maravilloso para ungir al maestro, al Rabbit. Dijo uno de los apóstoles, muy caro ese perfume, con ese dinero podríamos haber socorrido a los pobres de Palestina. Jesús dijo a los pobres siempre los tendréis pero no a mí. No lo dijo en el sentido personal de yo, yo, yo, entiendo. Soy el maestro, lo que no tendréis es el presente el momento de celebrar la fiesta de la vida. El momento de compartir con un maestro iluminado el momento que os da. Eso no lo vais a tener. Pero para hacer obras sociales vais a tener siglos y siglos, pero que no se hace. Siempre ha habido quien socorre a los pobres y quien no lo hace. Desde la época de San Francisco de Asís que decidió ser uno de ellos hasta la época actual. En esencia somos los mismos.