¿Por qué Miguel Rellán decide ser actor y dedicarse al mundo de la interpretación?
Eso no tiene una respuesta… podría tener una respuesta sencilla, rápida, casi de titular, pero mentiría. Es más complejo. Hay gente que dice, y creo que es mentira, “yo un día me levanté y dije quiero ser violinista”. En mi caso no es así. Yo sufrí, y era casi normal en aquellos tiempos, eso que ahora se llama bullying. Era delgadillo, muy miope… Decían: “el de las gafas no juega, que te rompo las gafas Rellán…”. Era un tío enclenque, con miedo, se me rompían las gafas con facilidad y lo pasaba mal. Alguna vez me han clavado los cristales en la cara porque era muy miope.
Fantaseé con la idea y me refugié en el mundo de la imaginación, de los libros, de la fantasía… No tanto en el teatro porque yo vivía en Marruecos, sino en el cine. Me maleduqué en los cines, me lo veía todo, me sabía las películas de memoria, y cuando llegué a la facultad alguien me propuso apuntarme al TEU, las siglas del Teatro Español Universitario, en la facultad de Medicina en Sevilla.
La verdad es que no sé muy bien porqué me apunté allí. Quizá porque a mí siempre me ha fascinado el mundo del cine y del teatro, el mundo de la interpretación. Pero no tenía ni puñetera idea. No tengo hijos, pero tengo muchos sobrinos, y sobre todo tengo muchos amigos jóvenes, y comparo mis dieciocho años con los de ahora, y creo que éramos unos imbéciles, unos cuajados, unos pobres inocentes ingenuos. La gente de ahora tiene unos kilómetros… Lo digo a propósito de que entré en el TEU con toda la ingenuidad del mundo, llamando a la puerta. ¿Se puede? ¿Puedo hacer un papel ahí? Ni punto de comparación con los de ahora que llaman a la puerta de un estudio en Hollywood: “Hola, que soy actor”. Y en inglés, además. Y ahí empezó todo. En realidad fue así.
El TEU de Medicina fue pasando, se me quedó pequeño, y acabé en los grupos independientes. Y como he dicho muchas veces, y es rotundamente verdad, nunca he sido un líder político ni mucho menos, pero sí participaba en cosas políticas, como he dicho, aunque suene muy ingenuo, para cambiar el mundo, para cambiar las cosas. Y hacíamos teatro para influir, como compromiso político y social, porque había que cambiar aquello. Estamos hablando de la dictadura.
¿Recuerda cuál fue su primera obra de teatro?
Si. Bueno, la primera vez que tengo conciencia de haber hecho algo es imitando a Gila, en el colegio. “Oiga, ¿está el enemigo? Que se ponga”. La primera función que hice en el TEU de Medicina fue Ligazón de Valle-Inclán, haciendo el personaje del Afilador. Muy mal, como es lógico.
¿Y el mayor éxito? O mejor dicho, ¿el primer éxito que recuerda Miguel Rellán?
Una cosa es lo que yo sienta o nosotros sintamos como éxito teatral a lo que sientan los demás. No sé cuál sería el primero que aplaudieron o me dijeron ¡bravo!, pero aquella primera representación, la de Ligazón, insisto, era muy tímido, sin asumirme físicamente, hasta tal punto que dicen que interpreté aquel papel de espaldas al público, de la vergüenza que me daba. A la segunda representación el director me obligó a no ponerme de espaldas para que se me viera y oyera, y lo hice de perfil. Y al día siguiente ya de cara. Y supongo que a la cuarta o quinta vez, porque no pasaría de las seis representaciones, lo hice de frente y no me tiraron tomates. Yo creo que ese fue el primer éxito. Que no me tiraran tomates y empezar a coger una cierta seguridad en mí mismo.
¿Ha vencido la timidez?
Si (rotundo). Hace muchísimo tiempo. Si, si, si. Tengo de tímido lo mismo que de monja. Nada en absoluto.
Yo creo que el teatro tenía que ser obligatorio en los colegios por un montón de razones. Aparte de que no estaría nada mal que los niños sepan quién es Antígona, y el mito de Edipo, y Sófocles, y Shakespeare. Porque el teatro es trabajo en equipo, está lo mejor del ser humano: la tolerancia, la capacidad de sacrificio, la generosidad. Hoy aguantas tú mis manías y mañana aguanto yo las tuyas. Y después está el hecho de vencerte a ti mismo, de la pelea contigo mismo, de mejorarte físicamente, de estar en forma, de vencer el cansancio, de trabajar la voz, de vencer la timidez y ver que no pasa nada.
Al principio te da mucha vergüenza, el que sea tímido. Hay gente que no nace con timidez. Y después la gente no te tira tomates y al final se acaban poniendo de pie y dicen “¡Bravo!”, con lo cual dices “bueno, tan idiota no soy”. Vas cogiendo seguridad.
Actor de teatro, cine, televisión. ¿Más actor de teatro?
Si, si, si. Claro.
¿Qué le reportaba la televisión y el cine? ¿Estabilidad económica?
Si. En principio yo después de hacer mucho teatro en Sevilla con Esperpento, fui fundador de Esperpento, estaba un poco cansado de tanta mal andanza, tanto mal vivir, y de tanto que me costara dinero que no tenía, porque estaba estudiando la carrera y eran mis padres los que me mantenían. Acabando la carrera decidí hacerme eso que llamaban profesional. Venirme a Madrid a vivir de esto. Ahí era donde en el cine y la televisión se suponía que se podía medio llenar la nevera.
Además en aquella época, después se me ha pasado, el cine era como la meca, nunca mejor dicho. Hacer cine era como, no sé, como tocar el cielo, era como un imposible. Es como si me dicen a mí vete a Hollywood ahora y a ver si haces películas. ¿Por dónde se empieza? La gente joven sabe. Yo no sabía por dónde. Pues igual. Cuando llegas aquí a Madrid dices: “¿dónde está la gente que hace cine?” Adonde se va a decir: “Oiga, que yo quiero ser artista de cine de los de aquel entonces”. Imposible. Me costó muchísimo trabajo hacer la primera película. Me costó cinco años.
Afortunadamente no tuve que hacer nada para ganarme la vida que no estuviera relacionado con cosas que me gustaban. Con la literatura, hice entrevistas, hice café-teatro, hice doblaje, teatro muy malo. Entonces me prometí a mí mismo que no me importa hacer cine o televisión malo si me lo pagan, pero teatro no, es horrible. Tienes que salir ahí a defender algo que es indefendible, claro. Porque el cine no lo ves, acabas, te han pagado y suerte, pero lo otro…
El teatro es fundamental. Porque el cine es el arte del director. En el cine tu trabajo lo terminan en la moviola. Cuando vas a verla te asombras que no están todas las secuencias que has rodado. Y dicen: “No, las hemos quitado porque caía el ritmo”. Venga hombre.
En el cine el resultado está completamente modificado. Y cada día más. Cuántas veces los actores estamos delante de un croma verde. Y resulta que estás en un puerto viendo cómo los buques partían hacia américa…
¿Es difícil para los actores entrar en situación en estas circunstancias?
No, creo que no. En escena pasa lo mismo. ¿Estaba yo en el puerto de Nueva York? Y a lo mejor no hay ni decorado. No.
Cesáreo Estébanez, que lamentablemente nos dejó hace poco, y que era un sabio que había pensado muchísimas cosas sobre este oficio, decía una cosa que parece de Perogrullo pero que es verdad: “Este oficio de la interpretación es muy fácil o imposible”. Esa capacidad de estar en situación, como tú dices, cuando no hay nada, o la tienes o no la tienes, y como la tengas no hay nada que hacer. Es como el plus ese de hacer comedia. No se aprende en ningún sitio a hacer lo que hacía Jack Lemmon. O lo tiene o no lo tiene. Te voy a enseñar a ser gracioso. Tampoco es gracioso, es otra cosa. Es hacer comedia.
La interpretación es un misterio, un misterio.
Doy muchos talleres. Soy mayor. Llevo toda mi vida, desde los años sesenta que hablamos de Esperpento, ocupado y preocupado por la interpretación, y hace ya años que doy talleres, cursos, a gente que empieza, y a algunos que no empiezan. Como te decía antes, hay mucho escrito sobre cómo hay que hacer las cosas. El famoso método Stanislavski, Meisner, Chéjov… lo que tú quieras, cincuenta y ocho mil. No hay ni una línea de alguien que diga cómo lo ha hecho. Y usted ¿cómo ha hecho eso? Pues no lo sé. He salido y lo he hecho. Es algo de la creación.
A Eric Clapton, le dicen el mano lenta, al que por cierto técnicamente dicen mis amigos guitarristas que es deficiente, pero después ha dicho Dios o la genética “Macho, vas a ser tú”. ¿Y eso cómo lo haces? Pues yo qué sé. Me sale. Es misterioso.
Hay un documental, de Barroso, que se llama El oficio del actor, con Javier Bardem, Luis Tosar y Eduard Fernández, en el que los tres hablan sobre este oficio y hay un momento en el que se supone, vamos, sabemos que han estado varios días hablando en el hall del bar de un hotel, y después han hablado del director, del paro, de las escenas de amor, y hay un momento en el que hablan de la admiración que se tienen unos a otros. Y recuerdan: “A mí lo que me parece fantástico es lo de Los lobos de Washington… Eso Eduard, ¿cómo lo hiciste? Yo qué sé. Es que es prodigioso. Y tú, lo de Los lunes al sol ¿cómo lo hiciste? Pues yo qué sé, salió”. Muy misterioso.
¿Cómo ha cambiado la profesión desde que usted comenzara su carrera profesional?
Ha cambiado, supongo, en muchos aspectos. Hay un aspecto fundamental en el que ha cambiado. Siempre ha habido más oferta que demanda. Siempre habrá paro. Siempre habrá gente poniendo copas. Pero es que ahora, la oferta… Hay una cantidad de actores, o aspirantes a actores. Das una patada y salen millones.
Pero no solamente aspirantes a actores. Negaré que he dicho esto, pero como soy mayor digo las cosas. Vengo ahora del Festival de Málaga. Yo soy alérgico al photocall, y a la alfombra roja, y a estas cosas, pero es inevitable. Y estaba viendo en aquella ceremonia un montón de estrellitas, estrellas, de actrices, que alguien me decía: “Esa es la de tal, y esa es la de no sé cuantas…” No puede ser. Como la canción de Rubén Blades, no hay cama pa’ tanta gente. Tienen que ir al paro. No puede ser. Es imposible. Todas muy monas, guapísimas, con un tipazo… Esa es una cosa fundamental por la que ha cambiado la profesión, creo yo.
También han aparecido figuras que antes no existían, y que a mí me irritan un poco, como es el jefe de casting. Con esto de las pruebas. Cuando Carlos Saura hizo La caza, que es el primer ejemplo que se me ocurre, no había internet. ¿Porqué eligió a José María Prada, a Ismael Merlo? Pues supongo que iría a verlos al teatro. Los conocía. Y de repente me encuentro con gente consolidada que te dice: “Mañana he quedado para hacer una prueba”. Una prueba, ¿para qué? Pero si le pegas al botón en youtube y estás haciendo de cura, de travesti, de chino, de asesino en serie, de… No lo entiendo. Eso me irrita un poco. Es una prueba como de superioridad. Como de decir “el que manda soy yo”. Yo te hago una prueba. Además, si no tienen ni puñetera idea. Si fueran Elia Kazan… No me cabree usted, don Antonio. (risas)
¿Cuál ha sido la obra de teatro que más ha calado en Miguel Rellán?
He tenido siempre la suerte de elegir con cierta cabeza. Colaboro desde hace tiempo con PTC, Ana Jelín y sus muchachas, y casi todo son éxitos. Lo anterior que he hecho con, nada menos que con Julia Gutiérrez Caba, lo de Cartas de amor, dos años de gira y aún lo seguimos haciendo. Jugadores antes, La gaviota de Veronese. Ahora estoy de gira con 7 años, también con Veronese. Novecento ha sido un éxito también, y sigue siéndolo. Me moriré haciéndolo, como Lola Herrera con Cinco horas con Mario. Yo creo que en ese aspecto he tenido suerte.
Pero una cosa es el éxito desde fuera, y otra el éxito desde dentro. Para mí el éxito más grande fue hace mucho tiempo, usted era muy joven, en el Marquina haciendo Amadeus de Peter Shaffer. Yo hacía al Emperador José II, con Pellicena haciendo de Salieri, y Juan Ribó haciendo de Mozart, y dos días antes del estreno no sabía cómo hacer de José II. Estaba deprimido. Un desastre. Cuando ya estaba a punto de deprimirme para siempre en un psiquiátrico, llegó el vestuario. Y me puse los zapatos de tacón del emperador. Algo ocurrió. Pedí las calzas aquellas, y salió. Pero no es que yo solamente pensara que salió, es que fue un éxito. Las críticas andan por ahí todavía en ABC… “Cuando salió Rellán, salió una especie de fantoche, divertido, medio amanerado, medio cursi, casi feminoide, estúpido…” Y todo por los zapatos.
Ha citado a Julia Gutiérrez Caba, ¿citaría a alguna otra compañera que le haya llamado la atención por su forma de trabajar y a la que admire?
Muchas, por una razón. En teatro hay que ser buenos actores y buenas personas. En el teatro está en juego lo peor del ser humano, y lo mejor. Hay que tener mucho aguante. Y tengo mucha suerte. He trabajado con Malena Alterio, en televisión vamos a empezar ahora la tercera temporada de Vergüenza, donde es mi hija, además de compartir escenario con ella en La gaviota; con Susi Sánchez, mi hermana en La gaviota que es como mi hermana de verdad; con Julia Gutiérrez Caba, para qué voy a contar; con Beatriz Carvajal; con Verónica Forqué, que hicimos La abeja reina; con Marta Fernández Muro… una gente fantástica, pero es que claro, son amigas. Es que no voy a trabajar con alguien que no es amigo (risas).
¿Y en masculino?
Igual. Mira, cuando fuimos a hacer Jugadores íbamos a hacerlo Álex Angulo, Carlos Hipólito, Ginés y yo. Álex Angulo tuvo aquel… terrible. Carlos Hipólito nos pidió permiso para hacerse millonario con El crédito, y Ginés y yo le dijimos al director que elegíamos nosotros a nuestros compañeros. Y elegimos al loco de Luis Bermejo, y al no menos loco que es Jesús Castejón. La gira más divertida de la historia. Nos hemos reído. Unas risas que nos tenían que operar. Pero amigo, cuando llegaba el momento de pisar las tablas, ni una broma. Ahí se acababa. Siempre era el mismo rito. Se volvía Luis Bermejo y decía: “Os amo”. Se acabó la broma. Maravilloso.
¿Con qué director se siente más cómodo?
Con Veronese muy bien. A mí me gusta mucho la música clásica. Si tú eres director de orquesta y tienes una orquesta que sabe tocar el violín, y la tuba, y el contrafagot, y la viola, cuestión de ponerse de acuerdo. En RE Menor, ya está. Si sabes tu oficio… Cuando hicimos La gaviota con Veronese, no hicimos ni media hora de trabajo de mesa. Son actores, conocen a Chéjov, La gaviota, no vamos a perder ni un minuto, ¿no? Ya lo saben. Salgan y háganlo. Ya está.
Esos directores que dicen “Cuando diga lo del botijo levante la ceja izquierda…” que te tratan como a marionetas. Afortunadamente hace mucho tiempo que no me cruzo con alguno de estos. David Serrano, César Oliva con el que hice Ninette y un señor de Murcia, son gente que sabe. Es verdad que están con gente que sabemos nuestro oficio. No hace falta que nos digan más. Prueba por aquí, prueba por allí. Qué te parece esto así. Tampoco somos idiotas los que estamos arriba. También ponemos cosas que no son calzoncilleces. Ensayar viene de ensayo, de probar, de equivocarse.
¿Alguna obra ronda la cabeza de Miguel Rellán en este momento?
Tengo muchos proyectos. Algunos colegas tuyos me preguntan ¿qué personaje te hubiera gustado hacer? Ninguno. Soy razonablemente feliz en ese aspecto y me voy conformando con lo que la vida me da. No me voy a morir por no haber hecho Hamlet, ni Ricardo III. Es muy difícil encontrar un buen texto. Viajo con frecuencia a Londres a ver. Pero tenemos un montón de textos que lo único que esperan es que nos pongamos de acuerdo. Con David Serrano.
¿Qué cuenta Novecento?
Estamos en los años treinta. La peripecia argumental es la de un músico, un trompetista vulgar que ha trabajado muchos años en un transatlántico que hace la ruta de Europa a América, ida y vuelta, con primera clase, segunda clase… Arriba los ricos y abajo los pobres emigrantes. Y un día, en el piano de cola del salón de baile de primera clase, aparece una caja de cartón con un recién nacido. Alguien de los de abajo, los pobres, lo ha dejado arriba a ver si algún rico se lo lleva y el niño tiene una fortuna mejor. Pero no se lo lleva ningún rico. Lo adopta la gente del barco.
Y como si fuera una especie de premonición por el hecho de que lo hubieran dejado encima del piano, el niño, sin que nadie sepa ni cuándo ni porqué, aprende a tocar el piano de una manera magistral. Se convierte en el mejor pianista del mundo. Pero nunca baja del barco. Quien quiera oírle tocar tiene que subir.
Un día, un virtuoso, que se entera que es un pianista excepcional, le reta a un duelo. Tiene que subir al barco. Él no baja. Es un tipo raro. Un tío que nace en un barco, que aprende a tocar solo no es muy normalito. Yo soy su amigo. Su único amigo.
Un día, cuando ya tiene 32 años, de repente me dice: “Cuando lleguemos ahora al puerto dentro de tres días me bajo del barco”. Y aquello es una revolución. Novecento se va a bajar del barco en Nueva York. No tiene nada, el pobre. Qué va a tener si vive en el barco. Le compramos un sombrero, una maletilla. Todo el mundo en la escalera. Empieza a bajar y de repente se para en el segundo escalón, no baja, y después de estar allí un tiempo, se da la vuelta y se vuelve a meter en el barco. A mí me contó porqué se dio la vuelta. El final es muy poético y muy terrible.
Eso es lo que cuenta. Habla de que en esta vida hay un sentimiento que es muy jodido, y que los de arriba lo saben muy bien, que es el del miedo. Tenemos miedo a cambiar. Si cambias de lo que sea te pueden echar, y te juegas el colegio de los niños… Hay miedo a elegir. Tenemos que elegir, cosas estúpidas o cosas importantes. Y cada vez que eliges ocurre una cosa, o pueden ocurrir dos cosas, o que ganas o que pierdes. Habla del miedo a elegir. Puedes perder o puedes ganar.
Hora y media, solo en el escenario, ¿cómo se lleva?
Bien. No voy a decir que sea fácil, no, no. Pero bien. Cada vez que lo hago tengo la impresión de que voy a cruzar las cataratas del Niágara sobre una cuerda y me la voy a dar. No es que me vaya a caer de letra, que no voy a dar las notas. Y cuando por fin llego al otro lado, y acaba la gente de pie, y bravo, respiro y pienso “mañana otra vez”. Mañana me la doy. Pero confío, ya sé que funciona.
¿Es crítico Miguel Rellán con los compañeros?
Si. Pero lo normal. No voy con el hacha. Porque además “Un buen actor nunca está mal, en todo caso se equivoca”. Volvamos a la metáfora del músico. Si sabes tocar el violín, sabes tocarlo. Ahora, si tocas un Staccato demasiado deprisa es que es una versión muy rara. Ahora, tocar el violín lo sabes tocar. Y España está llena de buenísimos actores, buenísimos.
Miguel es un gran actor…
¿Usted cree? A estas alturas pienso que sirvo para este oficio. Lo de buen actor, bueno, pues unas veces estoy muy bien, otras veces como todos, otras veces estoy bien, otras veces regular, otras veces estoy mal, y otras veces estás para que me peguen dos tiros.
¿Se ha equivocado alguna vez?
Si. Y lo que te rondaré morena.