Así contaba Francisco J. Otero para Masescena el paso de la producción por el Festival de Almagro 2019. La última de las grandes obras de Lope, El castigo sin venganza, escrita cuando Calderón asoma ya la patita en los escenarios de toda España, sirve a Helena Pimenta para despedirse de su puesto de directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, tras ocho años fructíferos, en los que ha marcado un estilo perfectamente reconocible. A él, a su estilo, ha sido fiel en su última propuesta, que se puede ver, claro, en el Hospital de San Juan de Almagro, en el rebautizado teatro Adolfo Marsillach. El “estilo Pimenta” es como el “toque Lubitchs”, un no sé qué elegante y cuidado, que se mueve, en el caso de la salmantina, en el mimo y la imaginación que despliega para planificar sus montajes, en su innegable capacidad para encontrar soluciones escénicas funcionales y atractivas, espectaculares sin estruendo, musicales y coreográficas…
El castigo sin venganza es, pues, un dechado de virtudes escénicas, con algún pero que ponerle. En el plato que más pesa, el de las bondades de un montaje para el que Pimenta contó con la “tijera y el peine” de Álvaro Tato, un escenario que parece casi nada y lo es casi todo. Gira una plataforma circular central y pasean los personajes; un enorme espejo sorprende al espectador mediado el segundo acto, las luces y sombras dibujan palacios o bosques, jardines melancólicos y tugurios; una celosía, que nos permite ver o no ver, marcando dos planos, integrando la profundidad del escenario con la del texto de Lope, que gira, básicamente, sobre el conflicto de entre el instinto y la lealtad paterno-filial. El vestuario, del XIX como fue el de La dama duende del curso pasado, es bello, aunque no se entiende bien, como tampoco que el trono sea una silla de barbero. Doctores tiene la iglesia.
Con el elenco, el habitual de Pimenta, nos acercamos a los acantilados de esta producción. Los Rafael Castejón, Joaquín Notario, Beatriz Argüello, Lola Baldrich, Carlos Chamarro y compañía dicen bien el verso, muy bien en ocasiones, como en la difícil confesión de amor de Federico (Castejón), aquella de “sin mí, sin vos y sin Dios”. Además, se mueven bien en escena, todo funciona casi a la perfección. Y sin embargo… Hay, evidentemente, un problema con la edad de Notario y Castejón, demasiado parejas para ser padre e hijo. Pero incluso evitando ese y otros escollos similares, no se percibe la atracción animal que desencadena la tragedia. Claro, que en esto de la percepción hay dos partes implicadas, el emisor y el receptor, y casi nunca sabe uno dónde está el cortocircuito.
Sobresale el trabajo de Notario, fijo en las quinielas de Pimenta, que lleva a cabo la mejor de sus caracterizaciones. Al menos de las que se han podido ver en Almagro. Y también el de Carlos Chamarro como Batín, un gracioso en un drama, el tipo que cuenta los chistes en un funeral, papel complicado pero agradecido si se da con el tono. Y Chamarro lo consigue.
El castigo sin venganza
Escenografía Mónica Teijeiro
Iluminación Juan Gómez Cornejo
Vestuario Gabriela Salaverri
Selección y adaptación musical Ignacio García
Asesor de verso Vicente Fuentes
Asesor de canto Juan Pablo de Juan
Coreografía Nuria Castejón
Reparto
Ricardo Alejandro Pau
Febo Fernando Trujillo
Duque de Ferrara Joaquín Notario
Cintia/Andrelina/Lucrecia Lola Baldrich
Aurora Nuria Gallardo
Federico Rafa Castejón
Batín Carlos Chamarro
Casandra Beatriz Arguello
Marqués de Gonzaga Javier Collado
Coro Anna Maruny, Fernando Trujillo, Alejandro Pau, Íñigo Álvarez de Lara