A las puertas de iniciar esta retrospectiva de estos últimos años de Matarile Teatro hablamos con Ana Vallés, directora, autora teatral, poeta visual, bailarina, actriz, y sobre todo, una de las almas creadoras de Matarile Teatro.
Con “Daimon y la jodida lógica”, Matarile regresa a los grandes formatos
Es un territorio que ya hemos trabajado antes, pero Matarile hizo una pausa entre el año 2010 y 2013, Baltasar y yo hicimos un paréntesis, quisimos coger distancia con respecto a lo que hacíamos y cómo lo hacíamos. También para contemplar el teatro, cuando digo teatro digo danza, desde fuera. Cuando en 2013 decidimos regresar, no estaba planeado, esta pausa nos había enriquecido. También habíamos perdido esa rutina, esa inercia en la que estamos atrapados, de estar en cartel, en la pelea, en la solicitud de ayudas. Empezamos con equipos más pequeños de los que teníamos habitualmente. Y ahora, después de seis años, hemos vuelto a recuperar un gran equipo.
En Daimon, la percusión en directo nos habla de otra manera de entender el mundo…
Claro, la música en directo siempre refuerza la manera de percibir las escenas. Todo surge, todo es voz, todo es cuerpo, todo es vibración y los músicos refuerzan esta propuesta de lenguaje. La percusión es algo que nos apasiona, es un poco visceral. Yo hablo muchas veces de Daimon como una tormenta que visualizamos y en la que nos arrojamos.
Daimon y ¿La jodida lógica?
Creo que en nuestra cultura, la cultura europea estamos muy atrapados por la lógica. La lógica es la lógica del lenguaje. Está bien pactar una serie de esquemas, de supuestos para no matarnos unos a otros, pero la lógica nos atrapa de tal manera que nos limita el movimiento. Limita nuestra expresión, y nuestra capacidad de pensamiento y de raciocinio.
¿Cómo escapar de la cárcel del lenguaje?
Por eso yo siempre abogo por escapar o no ser prisioneros de la lógica. Abogo por esas otras maneras de comunicarnos que no están atadas al lenguaje. El lenguaje, aunque es cierto que ahora lo estamos utilizando y es nuestro medio de entendernos y comunicarnos, el lenguaje es mentiroso. El lenguaje puede difuminar y esconder muchos aspectos de la realidad. Y yo creo que nuestra cultura europea está demasiado basada y vinculada a la dictadura del lenguaje, a la dictadura de la palabra.
Desde el regreso de Matarile en 2013, la trayectoria ha sido imparable.
No fue premeditado. Fue como después de esa parada, retomar el trabajo en equipo, empezar a trabajar equipos más pequeños, más modestos, más con esa conciencia, ese energía del trabajo en equipo que se había perdido en los años anteriores, porque a veces los equipos grandes y las grandes estructuras te hacen perder eso. También una propia evolución de la profesión que, desde mi punto de vista, se hizo desde un sentido más individualista. Hemos recuperado ese espíritu de equipo y las cosas han ido surgiendo. Ha sido como nuestra vida.
Y este fin de semana comienza El festival de Otoño con Matarile Teatro como compañía protagonista.
Una locura ya muy esperada. Tenemos tantas ganas, que ojalá pudiéramos salir mañana. Llevamos más de un año trabajando en esto, planeándolo todo, también fue el empuje que nos llevó a crear “Daimon y la jodida lógica”. Luego surgieron otros cómplices. Llevamos mucho tiempo trabajando para la semana que viene. Madrid es una ciudad que nos recibió siempre bien, que nos dió siempre muchas buenas experiencias, satisfacción, feedback muy bonito con los espectadores. La última vez que estuvimos fue hace dos años en Matadero. Fue una experiencia preciosa.
¿Qué busca expresar Ana Vallés en sus creaciones?
Lo más difícil del teatro es dar con una forma. Con formas. Porque no podemos estar estar tratando los temas de la misma forma. Estamos toda la vida, toda la historia, toda la Historia del Arte ha tratado siempre los mismos temas. Lo que cambian son las formas. Ahí está la pelea. A veces me sucede que leo los objetivos, o las bases que se plantean en un programa de mano y me puede interesar. Pero después las formas de transmitirlas son antiguas, no tienen nada que ver con la forma que hoy tenemos de comunicarnos. Por eso no interesa, creándose una barrera que es insalvable.
El teatro, y las artes en general, parecen asumir la épica de la precariedad
Ya está bien. Yo estoy muy agotada ya. Cuando hice “Teatro invisible”, que es una de las piezas que presentamos en este Festival de Otoño, me declaraba y me declaro “resistente optimista”. He de reconocer que desde 2014, que fue cuando se estrenó, me he convertido en “pesimista esperanzada”. No puedo con ese carácter épico que tiene que rodear siempre a nuestra profesión, y que también es muy de nuestra cultura actual, donde parece que todo es una competición. El paisaje no ayuda, no acompaña, entonces uno continuamente tiene que pelear, y es evidente que lo asumes porque si no, dices: me voy a casa.