Damos por supuesto que el trabajo leído, escuchado o expuesto da para vivir y que el dinero mana por fuentes doradas a sus cuentas corrientes. Como gráficamente contó un conocido guitarrista, “subes al escenario y piensas que eres alguien porque tocas ante miles de personas, pero con esta crisis me he dado cuenta que vivo al día y que si no toco, no como”. La coyuntura de estos tiempos no ha hecho otra cosa que aflorar un problema estructural, cada día es más fácil crear y mostrar tu trabajo, pero al mismo tiempo, cada vez es más difícil monetizar la creación artística. Una suerte de “muerte del artista” en palabras del crítico William Deresiewicz que en su obra homónima hace un devastador retrato de la lucha por sobrevivir de los creadores.
Si alguien quiere saciar su curiosidad, en una rápida búsqueda podrá descubrir que las plataformas de streaming de audio pueden pagar un dólar por entre trescientas y cuatrocientas reproducciones y las de vídeo aproximadamente un dólar por dos mil quinientas. Medio millón de reproducciones de audio pueden suponer algo más de mil dólares, casi cinco veces menos si es en la plataforma dominante de vídeo. Así están las cosas.
Enfrente, una profusión de profesionales cada vez más formados y más creativos que buscan una oportunidad para salir del vientre de la ballena, pues como el profeta rebelde, dudan del momento propicio de lanzarse hacia el océano para dedicarse profesionalmente a la creación. Una decisión nada fácil, pues si los medios retratan los casos de aventuras exitosas, las estadísticas afirman lo contrario. La creación en todas sus facetas es una profesión precaria con la que cada día es más difícil sobrevivir.
En ese dilema existencial se encuentran miles de jóvenes cada día que se debaten por dedicar sus años más creativos a lanzarse al mar a pescar sueños o en buscar refugio en puerto seguro, abriéndose las puertas de un futuro laboral más estable aparcando las aventuras para un futuro indeterminado. La docencia o la publicidad suelen ser dos de los puertos más escogidos para disponer de una solvencia económica que permita la libertad creativa, la hostelería suele ser la opción de supervivencia para los que quieren nadar en mar abierto.
Desde lo alto de la montaña se vislumbran industrias creativas como sucedáneo, como algorítmica continuidad, como sumidero de artistas. Un nuevo paradigma cultural y artístico que tras los tiempos ya cerrados de artesanos, bohemios y profesionales se abre sobre el horizonte. Un fenómeno de artistas-orquesta, volviendo a citar a Deresiewicz, sumidos en el ritmo frenético de la red. Quien se para, se olvida, siendo necesario dedicar más tiempo a la exposición pública que a la creación. Un mundo de artistas-marca tan efímeros como un clic. Afortunadamente, la creación humana sigue siendo imprevisible y mientras escribo estas líneas, nuevas formas de creación han surgido ocultas de las miradas analógicas y digitales. La cuestión económica es otro tema, mucho más delicado.