Lacarra ha sido bailarina principal del Bayerisches Staatsballett (Ballet de la Ópera Estatal de Baviera) desde 2002. Recibió el Premio Benois de la Danse y fue nombrada Bailarina de la Década en 2011, en la Gala de las Estrellas del Ballet Mundial en San Petersburgo.
Nacida en la ciudad vasca de Zumaya, Guipúzcoa, Lucía estaba interesada en la danza desde muy joven, pero solo recibió entrenamiento a partir de los 9 años cuando abrió una escuela de ballet en su ciudad natal. Después de participar en un curso de verano dirigido por Rosella Hightower, estudió durante tres años con Mentxu Medel en San Sebastián antes de asistir a la escuela de Víctor Ullate en Madrid, junto con Tamara Rojo y Ángel Corella. Pronto se convirtió en miembro del Ballet de Víctor Ullate, bailando Allegro Brillante de George Balanchine cuando tenía 15 años, así como otros ballets abstractos modernos.
Después de cuatro temporadas con Ullate, ingresó en el Ballet de Marseille de Roland Petit como bailarina principal, bailando el rol de Esmeralda en su Notre Dame de Paris. Durante los siguientes tres años bailó roles principales en otros siete ballets. En 1997 entró a formar parte del Ballet de San Francisco donde actuó en varias obras clásicas y contemporáneas, asumiendo el papel principal en Giselle (1999) de Helgi Tomasson. Allí conoció a Cyril Pierre.
En 2002, Lucía Lacarra se mudó a Múnich donde se convirtió en bailarina principal del Bayerisches Staatsballett, bailando con Cyril Pierre, con quien participó en actuaciones como invitados en todo el mundo. A partir de 2007 comenzó a bailar con Marlon Dino, con quien se casó en 2010.
En 2002 recibió el Premio Nijinsky. En 2003, en una gala en el Teatro Bolshoi de Moscú, recibió el Premio Benois de la Danse como mejor bailarina por su papel de Tatiana en Onegin de Cranko. En 2011, en la gala de World Ballet Stars en San Petersburgo, fue nombrada la bailarina de la década.
¿Qué ha significado para usted ser finalista como mejor intérprete femenina de danza en la XXIV edición de los Premios Max?
Pues la verdad es que es un honor enorme por muchas razones. Una de ellas es que es la primera vez que nos presentábamos a los Premios Max, y sobre todo, la razón más importante, es que estoy nominada con una pieza que hemos creado nosotros, desde el principio, desde la primera idea. Hemos puesto todo nuestro cariño, todos nuestros esfuerzos para dar luz a esta pieza en la que somos nosotros mismos. Nos hemos deshecho de todo tipo de rol, de historia narrativa, donde nos convertimos en otro personaje, y finalmente somos, simplemente, nosotros, honestamente y sin pretensiones.
El hecho de estar nominada por interpretar, simplemente, a mí misma pues me da un aspecto muy especial.
¿Nunca ha estado nominada?
No, nunca he estado nominada. Además, hay que decir que yo desde los dieciocho años he estado bailando en el extranjero, por lo que ninguna de las obras que yo bailaba estaba presentada a los Premios Max. Ni en Francia, ni en América, ni en Alemania. Entonces, esta es la primera vez que estamos haciendo algo producido en España, que por cierto, lo producimos también nosotros mismos con nuestra nueva compañía de producción, y para nosotros era importante darle visibilidad y teníamos ganas de formar parte de esta gran familia que es el arte y la cultura en España.
¿Qué nos cuenta Fordlandia, la pieza con la que está nominada? ¿Por qué cree que ha llegado a ser finalista?
Yo creo que lo más especial que hay en Fordlandia es la honestidad que representa. Se creó durante el confinamiento de la primavera pasada. Estábamos en ese momento trabajando en Alemania, y de la noche a la mañana cerraron el teatro, y nos recomendaron volar en cuanto pudiéramos a nuestras casas porque no se sabía cómo se iba a desarrollar la situación que estábamos viviendo. Yo llegué a Zumaya el día 13 de marzo. Matt se fue “unos días” a Ámsterdam, porque tenía ciertas cosas que hacer allí, y el día 14 de marzo nos encerraron en nuestras casas, nos confinaron. Aquello fue un shock para todo el mundo porque no nos esperábamos eso, ni mucho menos. El mundo del arte, de la danza, el hecho de ver todos esos teatros, en todo el mundo, cerrados, vacíos… La danza inexistente, las compañías cerradas. Fue algo como surrealista. Además, es muy fácil cerrar cosas, pero luego poder abrirlas lleva su tiempo. La verdad es que daba un poco de miedo. Yo recuerdo llamar a Matt por teléfono y decirle: “a partir de hoy no vamos a poder salir a la calle”. Y me dijo: “pues vamos a crear”. Porque es algo que teníamos en mente desde hace tiempo pero siempre teníamos el límite del tiempo. De no tener ese tiempo que hace falta por tener que estar siempre viajando, bailando de un sitio a otro, que nos impedía poder hacer algo así. Y esta vez teníamos el lujo de ese tiempo “indefinido”, que daba miedo, pero que decidimos utilizarlo de una forma positiva.
Para nosotros Fordlandia se convirtió un poco en nuestro oxígeno. En esas diez semanas que estuvimos de confinamiento estábamos separados, el futuro era incierto, pero el hecho de centrarnos en crear esta obra nos hizo soñar, nos hizo evadirnos de la realidad, nos hizo ver las cosas de una manera positiva y nos hizo, sobre todo, transformar ese período tan negativo en algo productivo y positivo. Yo creo que eso es lo que conseguimos plasmar en la obra. Porque queríamos, simplemente, transportarnos. Queríamos tener fe. Queríamos pensar en volver a encontrarnos y volver a estar en un escenario.
Finalmente, por los comentarios de toda la gente que ha venido a verlo, es lo que perciben. Es un espectáculo que les hace sentirse bien, que les hace sentir emociones, y que les hace soñar, porque es un sueño abierto Fordlandia, que cada uno puede interpretar a su manera.
Por primera vez me veo en un escenario sin interpretar a nadie que no sea yo misma, y sin intentar transportar emociones que son de una situación que no es real. Nosotros nos sentíamos de esa manera, necesitábamos soñar, evadirnos, y es lo que intentamos transmitir en la obra.
Si el 4 de octubre se alza con el Premio Max, ¿qué significará para su carrera?
La verdad es que los premios, que he recibido varios en mi carrera, siempre han sido un impulso. Siempre han sido un reconocimiento en el sentido de que me han validado el trabajo que estoy haciendo, esta profesión a la que me he dedicado toda mi vida, y en la que uno siempre tiene dudas, uno siempre está autocriticándose, autocorrigiéndose, intentando siempre mejorar, intentando siempre ir más lejos, y estos premios te dejan ver que vas en el camino correcto, que estás siguiendo la pauta correcta, y te dan más ánimo y más ganas de seguir adelante y, por supuesto, en este momento, el Premio Max para mí sería un honor enorme, una felicidad y una emoción enorme de pensar que todavía personas de dentro de nuestro mundo, personas que saben lo que ven, y reconocen lo que es calidad y lo que merece la pena, reconozcan que estoy haciendo una buena labor, y eso es algo inestimable.
Con 46 años, una carrera plena, en el mejor momento, o por lo menos en el de más madurez, ¿cuál es el futuro a corto y a largo plazo tanto como intérprete como coreógrafa? ¿Sobrevuela alguna dirección artística?
La verdad es que yo me siento, también, en un momento maravilloso, tanto de madurez como de libertad de elección, que es algo indescriptible. Llevo 30 años encima de un escenario, pero desde hace un par de años puedo decidir qué hacer, con quién hacerlo, cómo hacerlo, y es algo único tener esa posibilidad de elección y de decisión, lo que me hace todavía disfrutar más de mi trabajo.
A corto plazo tenemos un estreno en muy poquitas semanas. El día 16 de octubre estrenamos nuestra segunda obra. Porque disfrutamos tanto del proceso de crear Fordlandia que antes de estrenarla teníamos ya una segunda idea. Este año mientras no estábamos de gira estábamos creando. Se estrenará en Dortmund. Estamos muy motivados, con muchísimo trabajo de producción y de ensayos.
En cuanto al futuro, el futuro próximo es el que yo veo. Sigo disfrutando muchísimo de estar en un escenario. Para mí es mi razón de ser. Nunca he querido bailar para ser ni conocida, ni famosa… era para estar en un escenario. Es la razón por la que yo lo hago. Y sigo disfrutándolo como el primer día. Y sigo motivada para hacer cosas nuevas, de bailar en sitios nuevos, de trabajar con personas diferentes, y mientras siga haciéndolo así seguiré en un escenario.
A largo plazo siempre me han preguntado por la dirección de una compañía. Es algo que no descarto, para nada. Cuando llegue el día correcto. Pienso que una persona no puede hacerlo todo si quiere hacerlo bien. Y pienso que el trabajo como director o directora de una compañía necesita tener el cien por cien de tu atención. Y como bailarín, si tú quieres seguir haciendo tu trabajo correctamente necesitas concentrarte mucho en ti mismo. No creo que se puedan hacer las dos cosas si quieres dedicarte a fondo y hacerlo correctamente, y para mí la dirección es algo muy, muy serio. Me encantaría algún día poderlo hacer, pero solamente una vez que deje los escenarios.
Llevo todo este año experimentando el mundo de la producción, como productora. Estoy produciendo mi segunda obra, “200 años en tiempo de pandemia”. Debería ser el nombre de un libro porque no es nada fácil. Es un reto enorme pero lo estoy disfrutando muchísimo. Soy una persona muy organizada, con los pies encima de la tierra. Y sí, yo creo que un día me encantaría, cuando no baile, hacer bailar a otros bailarines, el motivarles, el seguir creando danza desde otros lugares, pero eso sería a largo plazo.
Cuando tengo posibilidad de entrevistar a un bailarín o bailarina desgraciadamente me cuentan que la carrera profesional, incluso la formación, la han tenido que desarrollar en el extranjero. ¿Qué pasa con la danza en nuestro país?
¡Ay!, es una discusión que daría para tener coloquios interminables. Es complicado. Si yo me fui no era por sentir la obligación de “me tengo que ir” porque aquí no hay nada. Lo mío fue una elección personal, porque para mí la danza era un mundo en sí, no tenía límites de ciudades, territorios o países. Era la danza. Y la danza estaba por todo el mundo, y yo tenía ganas de conocerla a fondo. Porque yo sabía desde pequeña que yo le iba a dedicar la vida a esto. Y cuando alguien le dedica su vida por completo a algo creo que tiene el derecho de poder experimentar, vivir y conocer el máximo de esta vida que has elegido. Si yo me fui es porque tenía esa ansia de descubrir niveles diferentes, estilos diferentes, países, metodologías… Por eso yo he ido cambiando de país cada cierto tiempo y trabajando con personas diferentes. También porque para mí era un descubrimiento personal porque finalmente es experimentando cuando te vas descubriendo a ti misma y vas evolucionando en el mundo que has elegido. Pero la verdad es que un país debería tener esa capacidad de ofrecer, también en un ámbito nacional, para diferentes gustos, para diferentes personas, que tienen diferentes necesidades, y en ese sentido quizás España está más limitado que otros países.
El problema que tenemos en España, desde mi punto de vista, es que hay un problema institucional, un problema de base, de lo que se ofrece, cómo se ofrece, la importancia que se le da desde un principio. Pero el problema, también, es que echamos balones fuera del campo muy fácil, ya puede ser la política, ya puede ser el gobierno, que no hay una tradición institucionalizada desde la danza de cómo fomentarla, de cómo desarrollarla. Pero nunca hacemos autocrítica. Y por lo que yo veo desde fuera, porque muchas veces hay que ver las cosas desde fuera para verlas más claras, dentro del mundo de la danza no hay solidaridad. No hay ayuda. No nos ayudamos entre nosotros, no nos apoyamos entre nosotros. Hay más una necesidad de individualismo, de sobresalir, de ser el mejor, y eso hace que no haya una fuerza. Porque finalmente para que el mundo de la danza tenga fuerza necesita ser sólido, y necesita estar unido. Porque solamente unido el mundo de la danza va a tener voz. Y solamente cuando tienes voz se te escucha. Si no se une, si no hay una solidaridad que haga que el mundo de la danza coja fuerza y tenga la posibilidad de exigir nunca nos van a regalar las cosas porque nosotros no estamos unidos, no hay un núcleo unido. Es un mundo muy esparcido y cada uno piensa en sí mismo porque la situación es difícil. Se busca la supervivencia en el mundo de la danza. Realmente se sobrevive si se crea un grupo que es fuerte, que tiene una voz y que exige. Es más fácil decir aquí no se puede, en España no se puede, en España todo es difícil, cuando finalmente debería empezar desde nosotros.
¿Cuándo se cruza la danza en su camino?
Pues la danza se cruza en mi camino más tarde de lo que yo hubiera querido. Porque yo con tres años ya decía que quería ser bailarina. Yo nací en un pueblo muy pequeñito, Zumaya, que ahora tiene diez mil habitantes. En aquella época tenía menos. No había escuela de danza. Tuve que esperar hasta los nueve años para poder empezar a tomar clases. Lo mío era vocacional y no sabemos ni cómo porque no había danza en mi pueblo, y mi familia no conocía a nadie cerca de la danza, y tampoco es que hubiera un acceso directo a danza ni en la televisión, ni en prensa, ni en nada. Pero es algo que yo llevaba dentro. Que quería ser bailarina lo decía desde que era una cría. En cuanto pude cruzarme con ella nos atrapamos mutuamente.