Lo que nos echaron este viernes fue Góngora estuvo aquí, de la compañía uruguaya Teatro del Umbral. Fue cortito, intenso y en familia. Me explico: duró menos de una hora y estuvimos treinta, contados, que los conté. Ahora voy con lo de intenso. Cuatro actores ensayan la Comedia venatoria, una obra inacabada de cuernos de Góngora. Una rareza porque el cordobés y el teatro no tuvieron una relación demasiado profunda. Uno de ellos, el que interpreta Marcel García, está obsesionado con un tal Gustavo Espinosa, que ha escrito un libro a la manera de Góngora. Por supuesto, no hay quien lo entienda en una primera lectura, como no hay quien entienda las Soledades o el Polifemo de oídas, a pelo, sin comento. A todo esto, aparecen la directora y el fantasma de Góngora, que hace Marcel (¿cuántos marceles hay en el Uruguay?) Sawchik y que se parece a Don Luis. Góngora se va mosqueando con las reflexiones de los actores hasta que se hace visible y acaba preguntándose quién es el tal Gustavo. Resulta que el tal Gustavo es en realidad el asesor de verso de la obra, nacido en Treinta y tres, nombre fabuloso para una ciudad, y profe de Literatura en Secundaria, además de crítico y escritor. Me suena todo eso.
Salí con la impresión de que el trabajo se había quedado medias. Está bien la propuesta, las indagaciones, el trabajo actoral, pero hay demasiadas cosas en muy poco tiempo. Con Góngora, por otro lado, siempre hay demasiadas cosas. Lo bueno es que me quedó tiempo para tomar algo antes de entrar en el Corral para ver la segunda obra del día. De la noche ya. Si el Teatro es el no va más de la comodidad bullaquil, el Corral es lo peor, agravado por el calorín. Los que se suben al escenario tienen que luchar, además de con las dificultades propias del montaje, con la falta de concentración que propicia la incomodidad. A su favor tienen la mística de la tradición. Podemos decir que los costamarfileños de Alma Production lograron entusiasmar, al menos en el tramo final.
Estuvimos más o menos los mismos que en el Teatro, más un puñado. No pasar de los cien en el Corral es preocupante. Habrá que esperar, pero la primera impresión es que lo de adelantar el Festival no ha sido la mejor idea, al menos en lo que a aforo se refiere. Como estábamos tan pocos, se escuchaban las conversaciones de todo el mundo. Mi vecina se reconoció con otro, sentado un par de sillas más allá, con el que había trabajado en algo de Posteguillo. Me quedaré eternamente con la duda de qué era aquello, pero creo que podré vivir con ello. También me enteré de que el Tagomago estaba cerrando a la tres y del número de las habitaciones en el que se encontraban un par de compañeros de viaje. Y una señora, andaluza, explicó a sus amigas, muy bien por cierto, quiénes eran los mosqueteros. Con la Comedia del Arte me parce que se lio un poco.
Cuando empezó la obra, que se titula Don Juan. Los muertos no están muertos, se entendía poco. Es un musical melancólico basado en El burlador de Sevilla, que ahora es de Claramonte y siempre fue de Tirso. Yo no me fiaría demasiado. Ni de lo uno ni de lo otro. Eso es un lío con Tan largo me lo fiais. En realidad, son dos obras hechas como Frankestein, cuyo valor es lo que fueron de mayores, es decir, que en sus rasgos se ve todo el mito de Don Juan. En ellas, pero sobre todo en El burlador de Sevilla, estaban ya en embrión casi todos los donjuanes, desde el de Zamora al de Byron, el de Moliere y, por supuesto, el de Zorrilla. Lo que más me interesa a mí de ese jaleo es que Tirso es el tercer hombre del teatro barroco español y resulta que sus dos obras más conocidas, la citada y El condenado por desconfiado, tal vez no sean suyas. La fama es caprichosa, voluble, y, quizás, voluptuosa.
El caso es que la obra, dirigida por Luis García y en la que ha colaborado con la selección musical Ignacio García, comienza con un largo prólogo en el que vemos cómo Missa N’dri se convierte en el mediador entre los muertos y los vivos. Missa N’dri está más fuerte que el vinagre y es dueño de unos abdominales que ya quisiera para él Cristiano Ronaldo. No sé si eso, lo de mediador, es ser médium o qué función tienen en su cultura, porque tampoco está clara la relación con lo que vino después, es decir, un apretado resumen del confuso argumento de El burlador de Sevilla: la seducción por parte de Don Juan (Jules Daple) de una noble, una pescadora y una novia (Armanda Achie, Eve Ghehi y Kasemla Kone), su posterior asesinato, el prometido casamiento con la hermana de N’dri (Rebecca Kompaore). Todo aderezado con los sonidos de África Occidental, que te llegan dentro por auténticos. Los muertos, las muertas más bien, no están muertos, vienen a decir en la obra. En estas yo siempre me acuerdo de Laura Bohannan y su Shakespeare en la selva, pero mejor lo dejamos. De alguna manera, nos rodean y cuando iban a resucitar para vengarse… se rompió una silla. En serio. Un señor, de cierta edad ya, sentado en la segunda fila, cayó al suelo después de que crujiera la silla y se partiera. En el escenario, el mediador entre vivos y muertos se tapó con una capa, Ignacio García, el director del Festival se apresuró a retirar la silla rota, los espectadores estiramos el cuello para ver, el señor se palpó y “no fue nada”, que diría Cervantes. Qué cosas.
La obra continuó, muy trágica y muy musical, con la venganza, después de que Don Juan matara al mediador y las mujeres lo usaran, casi como ariete medieval, para abatir la tiranía donjuanesca. Este tramo final resultó realmente emocionante. Pero lo he escrito mal, porque no fue el final. Hubo una coda, que empezó un poco cursi, llamando al disfrute vital, y siguió con un baile gozadero que nos levantó el ánimo y nos curó un poco de mal rollo de Don Juan. Tras los aplausos, baile de nuevo, con la implicación del público, como debían de concluir no pocas representaciones áureas, moviendo en culo con una sonrisa. El culo y la cabeza o el alma: eso es lo esencial en el teatro.