Mario Hernández, autor y director de la representación, nos invita a viajar sin movernos de la butaca a la ciudad de los Ángeles para asistir a la ceremonia de los Premios de la Academia, los Oscar. La suntuosidad del acto contrasta con el motel a las afueras de la ciudad donde se hospedan los cuatro protagonistas: el joven director de cortometrajes, Óscar Manzano (Jon Plazaola), el ministro de Cultura, Guillermo Barrientos (Agustín Jiménez), la ministra de Hacienda, Irene Navarro (Mara Guil) y una enigmática mujer contratada como acompañante, Pauline (Rebeca Sala). Este peculiar cuarteto vivirá un carrusel de emociones y todos recibirán su merecida recompensa.
Solo con leer esta breve sinopsis, la representación destila surrealismo y un humor basado en enredos y malos entendidos. Una vez visionada, estoy convencido que el espectador no se espera que, tales calificativos, pudieran llevarse a límites tan extremos con todos los elementos tan bien interconectados. El artífice de este ingenioso libreto es Mario Hernández, titulado en Dirección y Guion Cinematográficos por el Centro de Estudios Ciudad de la Luz de Alicante. Este joven dramaturgo se decanta por una comedia de enredos en forma de vodevil con un texto alocado, fresco, ágil y dotado de humor de todos los colores. Cuando nos referimos a este género teatral basado en enredos y diálogos picantes, solemos asociarlo a una temática amorosa y poco trascendental, pero no siempre debe ser así; y Hernández lo demuestra con un libreto compacto, con personajes muy bien definidos, toques de humor inteligente y reflexiones más profundas de lo que en un principio cabe esperar. Dicho de otro modo, el autor de obras como Héroes, Una mujer desnuda y en lo oscuro o Mandíbula abierta es capaz de lograr su objetivo de sumar la irreverencia y absurdez de Miguel Miura, con el realismo cinematográfico más contemporáneo y crítico encarnado en Luis García Berlanga, al que añadiría la inteligencia, la decadencia moral de la sociedad y el uso de paradojas propias de Oscar Wilde. ¿Se les ocurre mejor combinación?
De entre los temas tratados, cabe mencionar dos de ellos por ser inusuales y por la importancia en el desarrollo de la acción. El primero de ellos es el de la clase política, entendida como un estamento privilegiado donde sobrevuela la mancha de la corrupción y la escasez de toda ética. En este punto, considero que el dramaturgo se deja llevar por estos y similares planteamientos que, si bien son funcionales en la comedia, se regocijan en tópicos manidos y convencionalismos vagos. Me convencen mucho más, las reflexiones –con crítica velada incluida– sobre la cultura en general y las artes cinematográficas y teatrales en particular, de si cuidamos o no suficiente a nuestros artistas y si solo nos acordamos de ellos cuando se alzan con algún premio. Desde mi óptica, el detalle más simbólico es que la ceremonia central de la acción es lo menos importante del relato en contraposición con las relaciones personales y las consecuencias derivadas de estas. Reflexiones que invito a los espectadores a realizarlas mientras visionan la representación o en el coloquio posterior a los aplausos.
La dirección también recae en Mario Hernández y su trabajo vuelve a ser solvente al explotar todos los recursos para hacer llegar a los presentes los planteamientos antes mencionados. En el plano cómico transmite la agilidad y celeridad propias del vodevil, con torpes y accidentadas entradas y salidas, la inteligente unión de tramas y subtramas y el perfecto aprovechamiento del espacio escénico con acciones paralelas a ambos lados del proscenio. A esto se suma un aire reivindicativo y reflexivo, expresado en diálogos más largos y monólogos y soliloquios acompañados de desnudez emocional, miradas cómplices y silencios expresivos. En el terrero direccional vuelve a cobrar relevancia la construcción de la acción sobre el momento de la entrega de premios sin que podamos verla. Lo que en un primer momento puede parecer una carencia insalvable, se torna en inteligencia al poner el foco sobre los protagonistas y aumentar el simbolismo de la representación. De forma genérica, Hernández transforma la suntuosidad y grandilocuencia asociadas a Hollywood en sencillez y realismo con un sello castizo y un guiño a la actualidad.
Los encargados de materializar todo lo expuesto son dos actores y actrices con una actuación sobresaliente. Antes de entrar a valorarlo, hago propia la reflexión del director sobre la doble personalidad de los protagonistas y sus intentos desesperados de fingir lo que no son con el fin último de cumplir sus sueños. Y nosotros, ¿en el proceso de alcanzarlos cambiamos o seguimos siendo los mismos? Otra de las interesantes reflexiones que nos deja la obra. Donde no hay margen de interpretación es en la solvente actuación del reparto y en la evolución tanto de sus personajes como la de sus respectivas actuaciones.
El centro de la acción se sitúa en Jon Plazaola como un triste y olvidado director nominado a recibir una estatuilla. Este actor participante en conocidas series televisivas y asociado al mundo del humor sorprende con una actitud alicaída y distante en los primeros compases de la representación, pero a medida que avanza la acción adquiere mayor protagonismo, propicia momentos desternillantes y añade emoción y sensibilidad tanto a su personaje como a la obra en su conjunto. Como si de un ser silente se tratara, Rebeca Sala da vida a Pauline, una misteriosa mujer presentada como acompañante para acudir a la entrega de premios. En un primer momento no tuve claro qué papel jugaba en la acción, pero con el paso de los minutos es un personaje central sobre el que pivota la representación. Este aumento de protagonismo coincide con el crecimiento a nivel interpretativo de esta actriz licenciada en la R.E.S.A.D. con una dilatada carrera en todas las disciplinas artísticas y audiovisuales.
Si hablamos de comedia es gracias a la actuación de Agustín Jiménez, en esta ocasión bajo el cargo de ministro de Cultura. Este humorista de reconocido prestigio nunca defrauda e incorpora como pocos su don para el humor, naturalizad, cercanía y característicos giros vocales y movimientos corporales a una exquisita actuación junto a sus compañeros. Visionada la obra, no se me ocurre mejor acompañante que Mara Guil como Irene Navarro, ministra de Igualdad. Esta actriz licenciada en Arte Dramática con experiencia en teatro, televisión y cortometrajes, desde su entrada es un torbellino escénico, revoluciona la representación y aporta los momentos más cómicos de la obra. Había visto en ocasiones anteriores a ambos actores y es una de sus mejores actuaciones y un tándem humorístico brillante.
La construcción escenográfica diseñada por Asier Sáncho es funcional, el elemento más importante dadas las alocadas entradas y salidas del reparto, además de estética. Me gustó especialmente el juego de ambientes (interior y exterior) con el correpondiente juego de marcos semánticos que ello significa. Reconozco que en algunos momentos me faltó ambientación, pero como ya he comentado con anterioridad el dónde es solo la excusa para presentar a los protagonistas. Álvaro Guisado al frente del diseño de iluminación realiza un buen trabajo al jugar con las tonalidades e intensidades y servirse de la luz cenital en los momentos más importantes.
Comedia de enredos en formato vodevil con un texto alocado, fresco pero profundo, ágil y dotado de humor de todos los colores con un reparto sensacional donde descubrirán Un Óscar para Óscar
Dirección y Texto: Mario Hernández
Reparto: Jon Plazaola, Agustín Jiménez, Rebeca Sala y Mara Guil
Productores: Xavier Aguirre, Esteban Roel & Jon Plazaola
Escenografía: Asier Sancho
Vestuario: Paula Castellano
Sonido: Rodrigo González
Diseño de Iluminación: Álvaro Guisado Garavito
Ayudante de dirección: Guillermo Rodríguez Cartagena
Fotografía y Cartel: Javier Naval
Ayudante de Producción: JP Pérez-Padial
Distribución: Txalo Producciones