En la platea ya lucen los focos recién estrenados del Auditorio Pedro Almodóvar de Puertollano. En el escenario se revisan todos los elementos escenográficos para que todo esté en orden antes de que lleguen los actores que dan vida a ‘El Traje’, o sea, Javier Gutiérrez y Luis Bermejo. Todo está en esa tensa calma que se mantiene constante hasta que concluye la obra y la gente aplaude, y entonces llega la relajación del “ha salido bien”, como cuando aterriza un avión y aplaude el que nunca ha volado liberando la tensión del estómago encogido.
En este rincón todavía vacío, crujen algunas tablas del suelo laminado cuando desfilan los pasos acelerados de los técnicos. También lo hace cuando baja los peldaños hasta la primera fila de butacas, Javier Gutiérrez, pequeño, pero imponente. Sonríe a los que son parte ya de su familia postiza, los que recorren con él los teatros de España, haciendo kilómetros, empalmando días y noches, costando a veces saber bien dónde se está. “Todo bien. Hoy hemos tardado poco”; responde a modo de saludo cuando se le preguntan por el viaje que le ha traído en tren de Madrid a Puertollano, esta vez puntual, evitando contratiempos con la cita de esta noche.
No es la primera vez que el actor asturiano actúa en la ciudad minera. Hace un par de años visitó el Pedro Almodóvar con ‘Los Santos Inocentes’, en plena efervescencia tras el éxito de Campeones, esa película que puso a reír a toda España y que, vista con perspectiva, hizo reflexionar sobre la discapacidad mal entendida. Cuando recuerda aquella otra obra, sonríe, repasando de forma fugaz lo que fue aquella noche, aquel encuentro con la magia a la que siempre somete el teatro.
¿Cine o teatro?, la eterna pregunta que se les presenta siempre a los que se dedican a la interpretación. Gutiérrez se devuelve la pregunta de forma retórica como buen hombre del norte. Hace una pequeña pausa, un silencio para pensar si algo en esa balanza de los sueños desequilibra hacia algún lado. No se mueven los platillos, porque todo llena. “Es como cuando te preguntan a quién prefieres, ¿a papá o a mamá?” y te deja pensando, porque lleva razón, porque el arte no se elige, se disfruta.
Personalmente, afirma, “me desenvuelvo, no sé si bien o mal, pero me siento a gusto en todos los medios. Pero sí es cierto que el teatro te da un plus en el que tú eres dueño y señor del proceso creativo. Una vez que se levanta el telón ya no hay marcha atrás, y tanto en el cine como en la televisión no es produce ese fenómeno de una forma tan clara; todo está medido, todo está pautado. El teatro en ese sentido es muy diferente”, conceptuándolo en la teoría de tres focos a los que alguna vez hizo alusión Nuria Espert al hablar de uno mismo, del compañero de escena y del propio público, que configuran todo lo que entra en juego sobre un escenario para sorprender al que mira con ganas desde su asiento aterciopelado.
Ese momento en el que el actor recibe el fogonazo del foco, exige máxima concentración. Los nervios ya no caben en la escena, porque el espectador lo nota, porque no fluye el texto que debe caber en ese trance de poco más de una hora que además tiene la obligación de emocionar y eso, no es fácil. “Una vez que se levanta el telón, uno está pendiente del trabajo nada más. Hay un trabajo previo, de ensayos, de hacerse muchas preguntas, de llegar a diferentes caminos para llegar a encontrar respuestas acerca del personaje, de la historia que quieres contar, pero una vez que estás ahí y que se levantan las cortinas, uno se enfrasca en contar la historia y en llevarla a buen puerto”.
Personalmente, confiesa, “prefiero un patio de butacas lleno, obviamente, pero me merece el mismo respeto un patio de butacas semivacío que el que figura lleno a reventar, porque cualquier espectador que ha apostado por disfrutar un viernes en un teatro lo merece”.
El silencio de un patio de butacas vacío le invitan a pensar, a mirar atrás para verse así mismo como un chaval, que como tantos otros, un día soñó con ser actor y que lo consiguió, a base de forja y pequeños papeles, a los que fue ganando líneas y minutos para convertirlo en la estrella que hoy es.
Ahora, cuando llega a esos teatros que se preparan para acoger sus obras, los observa en ese ritual de conexión con el espacio, que poco después latirá, con los ojos mirándolo desde abajo. Eso es justo lo que hace en las horas previas a actuar. “Conecto con el espacio, caliento la voz, tomo un café y espero lo más tranquilo posible para dejarlo después todo sobre el escenario”.
‘El traje’, su última obra de teatro
Enfrascado en numerosos proyectos, a lo largo de los próximos meses, Javier Gutiérrez estará recorriendo los teatros españoles con ‘El Traje’, una obra que invita a reflexionar al espectador, que habla de política, que hace una crítica de la sociedad y que, sobre todo, invita a pensar a los que miran desde la butaca.
Preguntado si en este país es posible hablar de política, responde contundente. “Claro que se puede hablar de política, una vez que salimos de casa, todo lo que nos concierne, absolutamente todo, desde el colegio de nuestros hijos hasta nuestra comunidad de vecinos hasta, evidentemente, la renta que cada uno tiene que pagar anualmente, todo forma parte de la política, es algo de lo que no nos podemos abstraer, ni escapar”.
Sobre ‘El Traje’ explica, “es una obra divertida, hilarante, muy marca de la casa, escrita y dirigida por Juan Cavestany que tiene una forma de hacer, de escribir y de dirigir muy particular”. En concreto, añade, “este es un proyecto que hicimos hace más de diez años para hablar sobre la corrupción política, lo aparcamos en su momento porque tanto Luis Bermejo como yo teníamos otros compromisos profesionales, pero decidimos volver porque creíamos que era un muy buen momento para volver a hablar de la corrupción política, pero también de la corrupción del alma”.
“Después de haber pasado una pandemia, un confinamiento, varias crisis económicas, yo creo que tiene todavía más vigencia si cabe esta obra y la corrupción política queda casi relegada a un segundo plano, porque se habla de otros temas que aparecen en un segundo plano que también dejan poso en el espectador”, puntualiza.
La función la define como “un combate a cara de perro entre dos actores que en una hora larga, una hora diez, nos dejamos la vida en el escenario. Por lo menos yo así lo siento”.
“En ‘El Traje’ hay dos personas que quieren contar algo a los espectadores y en esa misión damos el máximo, con muchísimo rigor, con muchísima profesionalidad, con el máximo respeto y con la máxima exigencia, para que el espectador se vaya con la sensación de que no ha perdido el tiempo y que lo que le hemos contado ha valido la pena”.
Su pretensión como actor no es la de sentirse como salvador del mundo, pero sí la de ser una herramienta con la que llegar a la necesaria reflexión sobre lo que nos rodea. “Con el teatro yo entiendo que no vamos a cambiar nada, pero sí podemos dejar un poso en el espectador, en el público, para que se reflexione, para que se divierta, para que saque sus propias conclusiones. En el escenario se establece una especie de espejo donde hay un reflejo de la sociedad y yo creo que independientemente de que te conmuevas, te emociones, te rías, te carcajes, siempre hay algo que te puedes llevar a casa”.
Ser Pepe Sacristán o Lola Herrera
Durante la entrevista su teléfono permanece en silencio, quizás un alivio para alguien que vive recibiendo propuestas de proyectos cada dos por tres. Durante los últimos años su carrera ha sido vertiginosa, sin alivio. No ha parado de sumar papeles y éxitos; consecuencia de una entrega que debe desgastar, aunque no sea algo perceptible porque como espectadores se ha disfrutado de lo que ha hecho y siempre se ha esperado lo siguiente.
Lo que le ha ocurrido, el mismo lo cataloga como “una especie de tsunami”. De momento, confiesa, “no me paro mucho a pensar, esto va muy rápido, cada vez más. A partir de que cumples, no sé qué edad tienes tú, pero cuando cumples 50 años esto va toda a hostia. Con lo cual, uno tiene poco tiempo de pararse a pensar. No es que no quiera pensar en ello, simplemente la vida no me da para más. Está mi oficio, está mi vida personal, están mis hijos, está el día a día”.
Pese a la nulidad de los espacios en blanco en su día a día, para respirar y mirar atrás, dentro queda el inconformismo, el reto de ser mejor. “Subirse encima de un escenario te coloca en otro lugar, no sólo profesionalmente sino personalmente. Todo lo que me ha ocurrido no me lo planteo como una ola que me arrastre, sino una ola que aparece y que te invita a cogerla para ver hasta dónde puedes llegar”.
A esa velocidad de vértigo que llega después del medio siglo, Gutiérrez sigue sumándole años. En su mente, el reto es ser algún día como José Sacristán o como Lola Herrera. “Ojalá llegue a su edad y pueda estar como ellos. Hemos estado estado hace poco con ellos dos y tanto de memoria, estado mental, como estado físico es algo envidiable. Son dos titanes”.
“A mí me gustaría, no a morir con las botas puestas, pero sí llegar a esa edad y que la memoria y el físico me respete, teniendo esas ganas de seguir contando historias con la maestría que ellos lo hacen y que sin duda despierta la admiración brutal por parte de cualquier compañero o de cualquier espectador”.
De momento, sigue incansable, coleccionando proyectos y aplausos de un público que lo ha coronado entre los genios de la interpretación. No es casualidad que en estos momentos sea uno de los actores más reconocidos en España, manteniendo la esencia de aquel chaval que un día salió de Luanco para probar suerte en Madrid. “De aquel niño queda todo. Queda mi pasión, quedan mis ganas, queda mi amor por la profesión, queda mi hambre por aprender. Estoy disfrutando encima de un escenario. Quedan esos cinco minutos antes de salir a escena donde está el runrún del público y uno sigue sintiendo mariposas en el estómago”. Eso, espera, “quiero que siga estando presente en mi carrera por muchos años que cumpla”.
¿Dirigir?, tal vez más adelante
Igual que cualquiera que se dedica a escribir tiene alguna vez el pensamiento de darle vida a un libro; cualquiera que forja su vida en la interpretación, se plantea pasar al otro lado, para mirar desde la cámara o la butaca del director. Han sido muchos los que han recorrido ese camino y en él seguirán figurando nombres ilustres.
“Soy muy curioso a la hora de interesarme por cómo funcionan las cosas, por cómo se hacen. Me llama mucho la atención todo lo que me rodea, pero para dirigir una película no me veo preparado. Dirigir es una batalla enorme en la que uno tiene que bregar, no durante días, ni semanas, a veces es una batalla que dura meses o años, para darle forma a un proyecto. Quizá me veo dirigiendo más un espectáculo teatral donde conozco mucho mejor el funcionamiento, los resortes, donde me gusta mucho la dirección de actores, pero bueno, con el tiempo”.
Parte de esa brega también es ocupada en entrevistas y promoción; periodistas que esperan con una libreta emborronada con preguntas, que muchas veces lo miran desde la admiración; críticos que despellejan porque sólo así sus firmas son reconocibles, chavales de la Facultades de periodismo que aterrizan en un digital y que se encuentran con el regalo de poder compartir con él quince minutos de entrevista, que muchas veces no esperan correo de confirmación de vuelta. “Es una parte muy necesaria”, defiende el actor asturiano. “Los actores yankees lo saben muy bien, ellos hacen proyectos que valen muchos dólares y toca venderlos al público. En España hay tipos como Santiago Segura que han entendido muy bien ese concepto y que lo hacen muy bien; yendo a programas, mostrando su camiseta con el título de la película”. En definitiva, se despide, “esto forma parte del mercado y lo asumimos con naturalidad y también con mucha gratitud”.