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Año VIIINúmero 377
06 NOVIEMBRE 2024

Las cosas son como somos: Conexiones desconectadas: el amor en tiempos digitales

Imagen promocional de la obra
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"Las cosas son como somos" es una comedia romántica para explorar, con humor y sensibilidad, la búsqueda del amor y la autenticidad en una era dominada por las redes sociales. A través de personajes vulnerables y complejos, la obra refleja la necesidad universal de conexión y de ser aceptados tal y como somos.

En un mundo donde los algoritmos y las pantallas median cada vez más en nuestras relaciones personales, el amor ha encontrado en la tecnología un aliado y, al mismo tiempo, un desafío. Las redes sociales y las aplicaciones de citas se han convertido en nuevos escenarios para el romance, transformando la manera en que las personas se conocen, se enamoran y, a veces, se desencantan. En este contexto de conexiones digitales y vínculos efímeros, surge la obra «Las cosas son como somos», representada en los Teatros Luchana. Esta comedia romántica, actual y provocadora, explora el amor en tiempos de pantallas, distancia y desparpajo, invitando al público a reflexionar sobre las complejidades de los sentimientos en una época donde la inmediatez y la superficialidad parecen reinar a golpe de “match”.

La obra se construye en base a intercambios casi epistolares —aunque modernos—, donde Meli, una joven y atractiva mujer residente en Nueva York, y Leiva, un hombre maduro y encantador desde Buenos Aires, se embarcan en una conversación íntima y sin tapujos. Ambos desgranan sus experiencias, anécdotas y memorias en un ir y venir ágil que transporta al público entre risas y momentos de reflexión. Este formato —que recuerda por momentos a la teatralidad de las videollamadas o mensajes de voz— les permite mantener una cercanía y una sinceridad casi confesional, dando lugar a una intimidad tangible entre ellos y el público.

El libreto de Miguel Ángel Solá y Jorge Dyszel presenta una estructura fragmentada que desafía la claridad del relato, recurriendo en exceso a la analepsis (flashbacks) como recurso para desarrollar la historia. Aunque la premisa es seductora —explorar cómo la tecnología afecta el amor y el deseo de aceptación—, el uso reiterado de saltos temporales y episodios inconexos da como resultado una narrativa que, si bien es rica en momentos individuales, pierde continuidad y cohesión en su conjunto. La ambigüedad en el hilo conductor y la estructura puede resultar frustrante en algunos momentos, especialmente para quienes buscan una narrativa más lineal.

A diferencia de otras obras sobre el amor en la era digital, «Las cosas son como somos» logra un equilibrio notable entre el humor y la profundidad. Hay una ligera ironía cuando los personajes relatan sus citas y desencuentros, como si fuesen conscientes de la futilidad ligada al romance en estos tiempos, donde el próximo “match” está a solo un clic de distancia. Pero, al mismo tiempo, emerge una nostalgia subyacente, una melancolía por los amores más duraderos, un recordatorio de que el amor verdadero no siempre cabe en un perfil de aplicación. Aquí la obra toca una fibra abierta a la reflexión: ¿Es posible sostener el amor a lo largo de los años, en un mundo que cambia cada vez más rápido? La pieza se convierte, de este modo, en una suerte de manifiesto a favor de los vínculos auténticos, sobrevivientes a la era de la inmediatez y al tiempo mismo. Con un tono fresco y seductor, pero sin dejar de lado la introspección, nos confronta con las contradicciones de la vida moderna: el deseo de ser queridos tal como somos, en toda nuestra complejidad y contradicciones, y la continua búsqueda de conexión humana en un contexto que parece diseñado para el desapego.

Diego Casado Rubio («La Cápsula», “La Mujer Cama”, “Deseos Imposibles”) apuesta por una dirección minimalista, sencilla y efectiva que encaja con la intimidad y el enfoque introspectivo. Opta por una puesta en escena sin artificios, donde los diálogos y las emociones de los protagonistas son el eje central, sin elementos visuales o técnicos que roben atención. Este estilo sobrio y contenido permite a la historia fluir sin distracciones y que el público se enfoque en la relación de Meli y Leiva, sus confesiones y sus desencuentros. La escenografía minimalista y el uso de pantallas o dispositivos no solo refuerzan la conexión con la modernidad, subrayan el vacío que rodea a los personajes, quienes, a pesar de estar rodeados de tecnologías para conectar, experimentan una soledad inherente a los tiempos digitales.

Sin embargo, a pesar del acierto en la elección de esta simplicidad estética, el libreto obstaculiza que los dos actores puedan desplegar toda su fuerza interpretativa. La estructura fragmentada y el abuso de escenas pasadas limitan el desarrollo emocional de los personajes, y en consecuencia, no se aprovecha completamente el potencial interpretativo de los actores. Tanto Meli como Leiva quedan atrapados en una sucesión de episodios inconexos y retrospectivos que, aunque interesantes de forma individual, impiden el crecimiento y la complejidad que los intérpretes podrían ofrecer en un relato más cohesionado. A pesar de estas limitaciones, Casado Rubio logra extraer de sus actores lo mejor posible en un contexto escénico que exige sutileza y honestidad, y convierte lo minimalista en una virtud.

Por un lado, Paula Cancio, en el papel de Meli, encarna a una mujer joven y luchadora por mantener su autenticidad en una era de expectativas desbordadas y una constante presión social. Su interpretación capta el vertiginoso conflicto interno de una generación que ansía amar sin dejar de lado su identidad. Esta actriz, con más de una decena de participaciones en series televisivas, dota a Meli de una energía inquieta, pero también de una vulnerabilidad que humaniza su personaje, mostrando un vacío recubierto de intensidad emocional manifestada tanto en su lenguaje corporal como en la naturalidad de sus diálogos. En su interpretación, Meli se convierte en una figura resonante para quienes han experimentado la dificultad de encontrar el equilibrio entre ser querido y ser fiel a uno mismo. La entrega emocional de Cancio en cada escena transmite las dudas y los anhelos de una juventud que busca pertenecer sin perder su individualidad.

Por su parte, Miguel Ángel Solá, en el rol de Leiva, aporta una presencia sólida y cargada de nostalgia, que contrasta magníficamente con la frescura de su compañera. Este multipremiado actor argentino, con toda una vida dedicada a la interpretación, encarna a un hombre maduro quien, desde la distancia, observa su vida con el desencanto y la sabiduría solo otorgada por los años. Su Leiva es cautivador precisamente por esa mezcla de encanto y melancolía, un veterano en las lides del amor y vulnerable ante la memoria de sus propios fracasos y deseos no cumplidos. Con su voz pausada y su dominio expresivo, Solá crea un personaje introspectivo que enfrenta sus miedos más profundos y se replantea sus propias concepciones del amor y la vida. Su interpretación refleja el desencanto de un hombre que intenta entender si las conexiones humanas siguen siendo posibles en un mundo tan distinto al que él conoció.

El contraste entre ambos personajes —y la evidente química entre Solá y Cancio— es el motor de la relación de Meli y Leiva. Sus encuentros en escena, aunque marcados por una distancia tanto geográfica como emocional, se convierten en un refugio donde cada uno puede mostrarse sin miedo a ser juzgado. Ambos personajes, con sus diferencias de edad y sus diferentes maneras de enfrentar la vida, encuentran en el otro un espejo en el que reflejan sus propios miedos y anhelos. Esta conexión permite al público se reflejarse en los temas universales de la obra: el amor, el paso del tiempo, y el deseo de ser comprendido.

Autoría: Miguel Ángel Solá / Jorge Dyszel

Dirección: Diego Casado Rubio

Reparto: Miguel Ángel Solá y Paula Cancio

Puesta en escena: Diego Casado Rubio

Asistente de dirección: Juan Borraspardo

Diseño de Iluminación: Diego Casado Rubio

Diseño de vestuario: Silvina Falcón

Música Original: Martín Bianccedi

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