No estamos ante otro espectáculo de circo; es un ritual teatral, un homenaje visceral y melancólico al trabajo de una de las mentes más creativas y audaces del circo contemporáneo: Suso Silva. Desde su debut con “El Circo de los Horrores” en 2006, redefinió la noción del circo en España, ofreciendo un espectáculo que atrajo a un público joven y lo sumergió en una experiencia de terror y emoción nunca vista. “Réquiem” se convierte en la culminación de esta travesía, un acto de «suicidio escénico» en el que Silva se despide definitivamente de su obra y de su público en el recinto ferial IFEMA Madrid.
Desde el inicio, “Réquiem” se percibe como un viaje profundamente introspectivo y simbólico. El ambiente es sombrío y cargado de una tensión expectante, como si estuviéramos entrando en un mausoleo donde cada rincón susurra fragmentos de los personajes que han marcado el repertorio de Silva. Este es uno de los elementos más emotivos del espectáculo: la capacidad del artista para evocar no solo la memoria de sus creaciones, sino también la fragilidad humana que habita en cada uno de ellos. Nosferatu, con su postura lóbrega y sus movimientos calculados, simboliza el lado más frío y eterno del teatro de Silva; Lucifer, con su intensidad incendiaria, representa la rebeldía y el desdén por lo común. El Loco y Suso Clown, por su parte, aportan una dualidad fascinante entre lo absurdo y lo tierno, recordando la habilidad de Silva para oscilar entre el horror y el humor con una facilidad impresionante. Cada transición de un personaje a otro está cuidadosamente coreografiada, permitiendo que el público observe cómo va «muriendo» y «renaciendo» en sus diferentes encarnaciones. Este es un testimonio de la maestría actoral del artista, cuya entrega física y emocional se hace palpable, especialmente en sus silencios y en los momentos de reflexión escénica donde el personaje parece despedirse de la propia vida.
La dirección de esta sexta entrega se enfoca en crear una experiencia que va más allá del miedo tradicional, explorando la vulnerabilidad del artista en su adiós definitivo. Silva, Premio Nacional de Circo en 2003 otorgado por Ministerio de Cultura, ha diseñado un espectáculo donde el terror no es un fin, sino un medio para conectar con la memoria y el duelo. Con la dirección ejecutiva de Manuel y Rafael González Villanueva, la obra destaca en cada detalle de producción. Juanjo Llorens, premiado iluminador, aporta una visión tenebrista y sugerente, que refuerza el misterio y el terror en cada escena. Anna Calvo, en el diseño escenográfico, recrea el desván de Silva como un espacio surrealista y atemporal, donde cada objeto evoca recuerdos y sentimientos que el personaje del escritor ha querido dejar atrás. Además, la música y el sonido, a cargo de José Luis Chicote, son un punto álgido de la obra, creando un contraste inquietante y hermoso con el silencio de la despedida.
Por supuesto, “Réquiem” no sería lo que es sin los números circenses que han caracterizado al “Circo de los Horrores” desde sus comienzos. Estos son impecables y ejecutados por artistas internacionales, como el dúo acrobático Cristhian Atayde e Iván Zhernakov en la temible Rueda de la Muerte y Graziella Galán, quien desafía la gravedad en su técnica de la mosca humana. Sus ejecuciones no solo asombran, simbolizan el duelo y el sacrificio, reflejando la intensidad de la despedida del creador. Los actos de equilibrio y contorsión de Roman Khaperskiy y Alesia Laverycheva, y el “Hair Act” de Sára Nagyhegyi y Gizelle Pimenta, crean un contraste entre lo sublime y lo doloroso, una danza poética en la que cada movimiento celebra la vida y la confronta con la muerte.
Como nos tiene acostumbrados en sus espectáculos, el también mimo rompe de nuevo con los roles y espacios tradicionales del teatro circense. Los personajes, lejos de mantenerse en el escenario, asaltan el patio de butacas, estableciendo una interacción directa y a menudo provocadora con el espectador. Esta irrupción va más allá del mero entretenimiento; es una invitación a formar parte del universo obscuro y surrealista, un juego de tensiones y complicidad que desenmascara al público y lo convierte en cómplice de su propio miedo. El mismo Silva dialoga con los asistentes generando un vínculo íntimo y mostrando, una vez más, su filia y su fascinación por ese «contacto incómodo» con el espectador, que transforma a cada función en una experiencia única y personal.
Uno de los momentos más emotivos del espectáculo es cuando Silva comparte escena con otros personajes icónicos que han formado parte de su universo teatral. Esta “despedida en grupo” es un recordatorio de que su trabajo hasta la fecha no ha sido individual, sino colectivo. Su obra ha sido moldeada por la colaboración y la influencia de otros talentos que, de manera simbólica, están presentes en este último acto; como es el caso de Raquel Maldonado, su excéntrica compañera de venturas y desventuras, o de su hija Sara, la digna sucesora por méritos propios. La camaradería entre personajes y la nostalgia que emana de estas interacciones finales agregan un toque de humanidad que equilibra la dureza y el tono gótico del espectáculo. En definitiva, aunque Silva se despide de los escenarios, deja un legado claro y un camino abierto para futuras generaciones. Su contribución al renacimiento del circo en España, especialmente para un público joven, es innegable. Ha logrado que el circo sea un espacio de reinvención artística donde el horror, la emoción y la técnica se fusionan en una experiencia única y memorable.