Al el emblemático Teatro Infanta Isabel llega La Música de Marguerite Duras, una de las piezas más evocadoras de la dramaturga francesa. Bajo la dirección de Magüi Mira, esta obra nos sumerge en un diálogo intenso y afilado sobre el amor, el deseo y la imposibilidad de la felicidad compartida. En un escenario donde las palabras y los silencios pesan por igual, esta propuesta se presenta como un testimonio descarnado de la pasión y el desencuentro, una composición profunda que resuena mucho después de que el telón haya caído.
La propia vida de Marguerite Duras es una novela inacabada que ella misma reescribió sin cesar. Su teatro, su narrativa y su cine son espejos de su existencia: una historia de destrucción y amor, de alienación y deseo, de soledad y escritura. La Música no es una excepción. Un hombre y una mujer, antiguos amantes, se reencuentran en la habitación de un hotel tras firmar su divorcio. Durante una larga noche de verano, atrapados entre la nostalgia y el desencanto, reviven los ecos de su relación a través de conversaciones entrecortadas y momentos de amarga ternura. Él aún se aferra a la idea de la felicidad eterna; ella, más lúcida, asume la imposibilidad del amor. Aquí, como en toda su obra, la novelista y guionista francesa desmenuza el amor hasta su esqueleto, despojándolo de ilusiones románticas y exponiéndolo como un campo de batalla donde la incomunicación y el anhelo se devoran mutuamente.
En un panorama teatral donde abundan las propuestas más convencionales, este proyecto de Okapi Producciones se aleja de lo habitual. No busca la complacencia del espectador ni recurre a estructuras narrativas tradicionales. Es un ejercicio de depuración extrema, donde los diálogos son cuchilladas y los silencios, un abismo insondable. La obra nos obliga a habitar el espacio de los protagonistas, a sentir su desesperación, su atracción insalvable y su condena a la separación. Duras, con su escritura cortante y poética, nos recuerda que el amor, más que un refugio, es a menudo una herida abierta.
Magüi Mira, a mi juicio una de las mejores directoras de este país, aborda este trabajo con una precisión quirúrgica, consciente de que la obra de Duras es, ante todo, una partitura emocional. Su puesta en escena transforma la plática en una suerte de partida de ajedrez, donde cada palabra, cada pausa y cada mirada son movimientos calculados en una batalla sin vencedores. La obra avanza con el ritmo pausado y tenso de un encuentro inevitable, donde los protagonistas se sumergen en recuerdos que los arrastran, incapaces de definir si están reconstruyendo su amor o asistiendo a su última despedida. La dirección de Mira enfatiza la coreografía escénica de los personajes, convirtiendo el escenario en un campo de fuerzas opuestas. Hay momentos donde Él y Ella se acercan, se tocan y parecen olvidar por un instante su historia de desencuentros. En otros, se alejan, se ignoran y el espacio entre ellos se convierte en una brecha inquebrantable. Este vaivén de atracción y rechazo, de presencia y ausencia, es lo que dota de verdadera tensión a la obra, compensando un texto que, por momentos, adolece de un conflicto más profundo. Más allá de la palabra, lo que realmente importa en esta versión es el conjunto, la atmósfera que envuelve a los personajes, el juego de luces y sombras, y la cadencia con la que se desplazan en el espacio. Mira consigue que la pieza funcione como un engranaje preciso, donde cada elemento escénico se alinea con la esencia de Duras: un amor que se disuelve y persiste a la vez, un diálogo sin respuestas, una danza donde cada paso es tanto un acercamiento como un último adiós.
Además, la directora potencia la sensación de circularidad en la puesta en escena: los personajes parecen atrapados en un bucle del que no pueden escapar, repitiendo los mismos reproches, las mismas caricias y, en definitiva, la misma actitud. Su mirada sobre la obra es clara: el amor en La Música no es una historia con principio y fin, es un eco persistente, una melodía inacabada que sigue resonando en la memoria de quienes alguna vez se amaron.
En esta versión, la interpretación de Ana Duato y Darío Grandinetti es correcta, medida y ajustada a las exigencias del libreto. Ambos comprenden que la obra no demanda grandes despliegues ni excesos dramáticos, sino una contención que deje espacio al subtexto, para los silencios cargados de significado y la tensión latente entre los personajes. Ana Duato compone una Ella que se muestra serena en la superficie, con una aparente capacidad de asimilar la separación con lógica y madurez. Sin embargo, bajo esa calma controlada, deja entrever la herida de un amor que nunca termina de extinguirse. Su interpretación se sostiene en miradas sutiles, en pausas bien medidas y en una modulación precisa de la voz, sin necesidad de aspavientos ni dramatismos innecesarios. Esta archiconocida actriz televisiva consigue transmitir esa dualidad esencial en su personaje: la mujer que parece haber aceptado el final, pero que en el fondo sigue atrapada en la imposibilidad del amor.
Por su parte, Darío Grandinetti dota a Él de una intensidad contenida, pero palpable. Su personaje aún se aferra a la idea de la felicidad compartida, lucha contra el vacío que ha dejado la separación y se expone a su propio dolor con una vulnerabilidad que nunca llega a ser del todo explícita. Este polifacético actor argentino juega con la tensión corporal, con la manera en que su personaje oscila entre la ira, la súplica y la resignación. Su presencia en escena es fuerte,¡ y su interpretación consigue transmitir la angustia de un hombre que aún no ha logrado desprenderse del todo de la ilusión amorosa.
Juntos, Duato y Grandinetti, construyen una relación creíble, marcada por la atracción y el desencuentro, por los momentos en los que parecen volver a encontrarse y aquellos en los que la distancia es irremediable. Si bien su trabajo es correcto y funcional dentro de la propuesta de Mira, por momentos podrían haberse arriesgado más en la exploración de las emociones subyacentes en el texto de Duras. No obstante, su interpretación logra sostener la obra, manteniendo el equilibrio entre lo explícito y lo implícito, en esa coreografía que es el corazón de La Música.
La propuesta escenográfica de Curt Allen y Leticia Gañán sigue la línea de depuración y sobriedad que exige el teatro de Marguerite Duras. No hay artificios ni elementos superfluos: el espacio es parco, casi aséptico, dominado por una mesa central de aspecto clínico. Este mueble, testigo silencioso de su último encuentro, se convierte en un eje simbólico alrededor del cual se desarrolla su duelo verbal y afectivo. A veces, es una barrera que los separa, marcando la frialdad que los ha llevado hasta ese momento de ruptura definitiva. Otras veces, se convierte en un refugio común, un punto de apoyo en el que ambos descansan sus manos, sus cuerpos y sus miradas. Es el único elemento tangible que aún los une, el vestigio de un espacio compartido que alguna vez fue un hogar. El gran espejo trasero es, sin duda, el elemento más poderoso de la escenografía. Su presencia amplifica la sensación de encierro y repetición, reflejando, además de a los protagonistas, el vacío que los rodea. Este espejo funciona también como una metáfora de la memoria y la imposibilidad de escapar del pasado, un tema central en la obra de Duras.
Por último, la iluminación de José Manuel Guerra juega un papel fundamental en la atmósfera de la obra. Con un enfoque intimista, los cambios de tonalidad marcan las transiciones emocionales sin subrayarlas de forma obvia. La luz se vuelve más cálida en los momentos de distensión entre los protagonistas, para después enfriarse y endurecerse cuando la incomunicación se hace insalvable. En definitiva, todo el equipo entiende que en La Música no se trata de representar un escenario realista, sino de construir una atmósfera que amplifique la poética del libreto, donde los personajes están condenados a revivir, una y otra vez, la partitura inacabada de su amor imposible.
Autoría: Marguerite Duras
Dirección: Magüi Mira
Reparto : Ana Duato y Darío Grandinetti
Producción: José Velasco
Productor asociado: Roberto Álvarez
Producción ejecutiva: María Álvarez y Pepe B. Pérez
Directora de comunicación: Cristina Fernández
Jefe de prensa: Ángel Galán (La cultura a escena)
Diseño gráfico: Melania Ibeas e Inés Sarlabous
Distribución y Prensa: Okapi Produciones