Sharon Eyal forma parte de esa potente generación de nuevas artistas israelíes que están convulsionando el panorama dancístico internacional. Con sus creaciones hipnóticas, la coreógrafa está recorriendo el mundo con su propia agrupación y con encargos para las compañías más prestigiosas de la danza contemporánea
Tras su paso por Condeduque en 2022, estrenará ahora, Love Chapter II, una sorprende fusión sobre techno, dance y trastorno obsesivo compulsivo (TOC) inspirada en un poema de Neil Hilborn, y que ya forma parte de una trilogía girando por todo el mundo
Si en el primer capítulo la coreografía fluía a través de una sucesión de solos, duetos y trabajos de conjunto, en Love Chapter II (2017), el grupo permanece en escena todo el tiempo, pero no especialmente unido. Cada bailarín desarrolla un trabajo individual, se encierra en su propio mundo, aunque avance con conciencia de conjunto. Como queriendo obligarnos a centrarnos en las emociones que a borbotones emanan de cada uno de esos cuerpos en emergencia y constante movimiento, no hay ornamentos ni distracciones. Los trajes son maillots uniformes de color neutro y todos visten calcetines negros, que parecen querer llamar la atención sobre el hecho de que siempre van en relevé.
Desde 2006 la israelí Sharon Eyal y su pareja sentimental Gai Behar se han alzado como una de las voces relevantes dentro de la comunidad artística internacional. La compañía L-E-V, creada en 2012, es la culminación de años haciendo espectáculos que combinan la música electrónica, la moda y la danza más contemporánea junto a la musica del creador Ori Lichtik.
Del dolor de esas palabras, de la honestidad de aquella confesión hecha poema, nació su coreografía OCD-Love Chapter I (2015), el primer gran éxito internacional de su compañía L-E-V, que creó en 2012 junto a su cómplice de vida y danza, el célebre DJ Gai Behar, después de abandonar la Batsheva Dance Company, donde había sido bailarina y coreógrafa al lado de Ohad Naharin, quien ha ejercido y sigue ejerciendo una influencia notable en su modo de hacer, entender y abordar la danza.
Con la misma necesidad obsesiva del que padece un TOC, la coreógrafa inició así una serie de creaciones en la misma línea, que ya lleva tres capítulos. No son coreografías interdependientes ni una es continuación de la otra. Son distintas visiones sobre un mismo asunto, en las que cada vez explora un ángulo distinto.