Durante toda la función se puede ver y casi palpar la gran tragedia griega. Electra, hija de Agamenón y Clitemnestra, está sumida en un mar de pensamientos sombríos que la atormentan, ya que su padre es asesinado por Egisto, amante de Clitemnestra, quien ansía vengar la muerte de Ifigenia, su hija pequeña, a manos de su esposo Agamenón como sacrificio. Será el regreso de su hermano Orestes lo que les haga planear el asesinato de su madre y de Egisto.
Todo el argumento está desarrollado en un prólogo, siete cuadros y un epílogo. La dramaturgia ha corrido a cargo de Alberto Conejero, quien ha respetado al máximo la temática. Como hilo conductor de todo el desarrollo de las escenas el Ballet Nacional ha contado con la participación de la cantaora Sandra Carrasco. A través de la música popular y las letras de Conejero, Carrasco va narrando poco a poco lo que en escena se está viendo.
Cabe destacar las imágenes que los componentes de la compañía pueden crear y que nos recuerdan en el prólogo la boda lorquiana de Gades. Algunos pasajes grupales también nos pueden llevar a recordar la Fuenteovejuna de Antonio Gades.
El vestuario, diseñado por Rosa García Andújar, corresponde a un vestuario un tanto atemporal, nos puede llevar en algunas ocasiones a los años treinta, a los años sesenta. Pero sí huye del tópico de las grandes tragedias griegas, de sus ropajes.
La composición de la música deja entrever alguna que otra mezcla de estilos, españoles y europeos, pero ayuda con sus altos y bajos a entrar en situación en todo momento. La batuta de Coves y el buen hacer de la Orquesta de la Comunidad de Madrid dan la nota a Electra con una impecable ejecución.
La escenografía merece una mención aparte. Sencilla, equilibrada, actual, pero con toques clásicos como el juego del agua en un río sumergido en las tablas del escenario. La gran plataforma con formas geométricas que sirve de entrada y salida de habitáculos, de lecho para Clitemnestra y Egisto…
En cuanto al elenco del Ballet Nacional sería injusto destacar a unos por encima de otros. En su conjunto Antonio Ruz ha sabido sacar el potencial humano. Están lejos de virtuosas piruetas, saltos y acompañamiento de palillos, aunque en algunas ocasiones se dejan ver por alguna escena. No obstante, su virtuosismo se ha visto relegado, y muy para bien, en un componente dramático importante. Han sabido captar la esencia interpretativa de sus personajes y en la mayoría de casos los defienden con gran soltura.
Electra, una producción muy recomendable, pero lejos de lo que hasta el momento nos tenía acostumbrados el Ballet Nacional de España. Una apuesta arriesgada de Najarro, que no le costará vender, pues Electra y su elenco son pintura y escultura en movimiento. Pero, sobre todo, danza, mucha danza, salida de los pinceles y el martillo de Antonio Ruz y Olga Pericet como artífices de tan aplaudida obra.