El coreógrafo y director Marcos Morau presenta en el Festival de Otoño una performance que aúna la danza, la imagen, lo literario y la música
Para su nueva creación ha pensado en un lugar no teatral, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, donde tomará forma la concepción escénica de La Veronal, una aleación entre la danza, la imagen, lo literario y la música. En los tres espacios que propone Totentanz-Morgen ist die Frage: uno para la proyección de un vídeo, otro para una instalación y el tercero para una performance, se involucrará desde el principio a los espectadores en una especie de sesión de espiritismo, “inquietante pero ridícula”, como la define Roberto Fratini, autor de la dramaturgia de la obra.
Durante esa sesión, los cuerpos “parecen hablarnos desde los últimos umbrales del mundo”. A partir de ahí empieza un viaje que pone en conflicto el eterno dilema que separa la vida de la muerte. Esta se manifiesta encarnada alegóricamente por dos cuerpos inertes y huesudos. “Parece -explica Marcos Morau- que tienen más pistas sobre el más allá, como si lo visitaran a menudo. O quizá solo sean dos títeres, dos figuras congeladas bajo el invierno sin fin de Madre Muerte”. Como en las medievales danzas, estas nuevas reviven bajo formas similares a aquellas, la agitación de los cuerpos, que sucumben en el trance de la música y el baile que conduce a una catarsis.
Más de cinco siglos después, la danza de la muerte vuelve, por tanto, a convocar a los seres humanos. “Nuestra Totentanz”, señala Morau, “no es más que una invitación a celebrar la fragilidad de la vida y meditar sobre su pérdida de valor. El actual desprecio a los valores de la vida es directamente proporcional a la incapacidad generalizada de interpretar, danzar, oficiar la muerte como misterio”.