La mejor hora del día para Nuria Espert son las once de la mañana, once y media. De pequeña quería ser bailarina, y para eso estudió ballet. Durante su infancia no hubo juguetes o no recuerda ninguno con especial cariño. En una fiesta de carnaval se disfrazaría de odalisca. Cuando nuestra protagonista se encuentra sola delante de un espejo suele exclamar: “¡Joder, qué mal! Del rasgo físico del que se siente más orgullosa es de sus ojos. Tiene miedo a que le falle la memoria, que la salud, que ha gozado siempre de una salud, así en general, no es que no le haya ocurrido nada, que como a todo el mundo le ha pasado de todo, pero ha tenido un cuerpo sereno y que le ha permitido hacer todo eso que ha hecho. Para eso hace falta mucha salud. Su canción favorita es una de Serrat que dice que llueve tras los cristales. Afirma no haber sentido vergüenza en algún momento de su vida, pero, por ejemplo, cuando dirigía a sus queridas actrices inglesas, de pronto, si no daba con la solución de un pasaje, pasaba una cosa que se parecía a la vergüenza, pero que no lo era porque insistía. Al otro sexo no le envidia nada. “No, pobres. No, no. Y conozco muchos hombres que son mejores que muchas mujeres. No, y mujeres mejores, maravillosas que hombres. Yo creo que estamos batidos y que hay de todo. Hay hombres que ojalá no hubieran nacido y que son prototipo de monstruo. Y mujeres pesadas. Mujeres pesadas”. Le hubiera gustado ser la protagonista de Casablanca, para compartir escena con Humphrey Bogart....