¿En qué momento profesional se encuentra?
Estoy en un momento estable. En 2018, ascendí a la categoría de solista y siempre cuando subes a una posición nueva, lleva un poco de tiempo hasta que te sitúas, porque empiezas de cero y tienes que encontrar tu propio estilo. Ha sido un tiempo para reencontrarme artísticamente y también para saber en qué dirección quiero ir, qué es lo que me piden mi interior y mi cuerpo físicamente, qué es lo que siento. Ahora me siento en una zona en la que he establecido cuál es mi repertorio y cuáles son mis decisiones artísticas. Además, a nivel personal, también estoy en una etapa muy bonita, en la que me siento establecido y puedo tomar decisiones más adultas.
¿Cuáles son sus próximas metas en el mundo del ballet?
Continuar creciendo a nivel personal y en mi trayectoria profesional. Trabajar mucho y, sobre todo, trabajar la musicalidad, que es muy importante para mí. Cada vez que vuelvo a bailar un personaje o un ballet, descubro cosas nuevas cuando vuelvo a escuchar la música, y me gusta incorporarlas a mi baile. Adquieres mayor conciencia artística de esa manera, aunque también me gusta participar en nuevas coreografías, porque el proceso es totalmente diferente a bailar algo ya creado.
Yendo al pasado, ¿cómo aparece la danza en su vida?
La danza aparece en mi camino sin buscarla, porque cuando cumplí ocho años abrieron el Conservatorio ‘Carmen Amaya’ muy cerca de donde vivo y en una edad muy buena para empezar a bailar. Desde pequeño siempre me he sentido muy atraído por la música y la interpretación, con lo cual fue una buena oportunidad de exponer a un niño a las artes escénicas. Me enamoré del ballet instantáneamente. Desde que entré en un estudio de danza, ya no quería salir de ahí. Considero que me tropecé con la danza, más que ir a buscarla.
¿Cuál es la enseñanza que más valora de sus maestros?
El consejo que me dio mi profesor de ballet del Conservatorio, Víctor Álvarez, ex bailarín del Royal Danish Ballet y de The Royal Ballet, fue la confianza en mí mismo. A veces es difícil mantener esa confianza, entre otras cosas, porque es una profesión muy solitaria y además conlleva mucho trabajo interno: eres tú el que tiene que hacerlo y nadie va a hacerlo por ti.
¿Cómo fue hacer su primera maleta hacia Nueva York?
Pensé que estaba listo para dar ese paso para poder bailar profesionalmente, y en España, no habría tenido esa oportunidad. El destino puso en mi camino a la icónica profesora del School of American Ballet Suki Schorer y la oportunidad de mudarme a Nueva York, y lo escuché. Suki Schorer es una experta en descubrir el talento de los estudiantes de danza y cuando me vio en unas clases que dio en Madrid, enseguida pensó en cómo me podía traer a Nueva York. Y tenía mucha razón, porque todo se ha desarrollado como un ‘snowball effect’, es decir, como el efecto de una bola de nieve. Al principio, vine con la idea de hacer un curso de verano. Fue mi primera vez viajando solo a nivel internacional, venir a un país sin hablar el idioma, a una escuela de ballet totalmente diferente. Una vez que llego a Nueva York, me enamoro de dónde estoy, del estilo de vida, del repertorio Balanchine y comprendo que quizás tenga una oportunidad profesional en América y que pueda encontrar mi camino y el éxito. Todo se ha desarrollado de una manera muy orgánica, tomando lo que el destino me va ofreciendo en cada momento.
¿Qué significa para usted el New York City Ballet?
Es un poco cliché, pero el New York City Ballet se convierte en nuestra familia, tanto si eres americano como si eres extranjero. Dejas atrás a tu familia de sangre y tienes que volcarte en echar raíces en la compañía y formar una familia artística, porque es una profesión bastante difícil como para no contar con apoyo. Para mí, significa expandir mi familia. No habría podido hacer este camino sin ese apoyo. Soy consciente de que el NYCB funciona de una forma un poco diferente a otras muchas compañías, porque es muy específica en el estilo, con un repertorio basado principalmente en Balanchine. Esto hace que desarrolles una trayectoria muy específica y que la mayoría de nuestros bailarines desarrollen toda su carrera aquí.
¿Recuerda qué bailó en su debut profesional?
Mi primer rol sobre el escenario con la compañía fue “Diamonds”, del programa “Jewels” de Balanchine. Lo gracioso es que fue el primer ballet que vi en directo en mi vida, con la Ópera de Paris en el Teatro Real de Madrid. Fue como volver al pasado, pero desde otro punto de vista, esta vez como bailarín, y fue muy mágico. No sentía nervios, lo cual es raro, porque luego he bailado otros muchos ballets en los que sí es verdad que he estado más nervioso, me sentí muy cómodo en esa obra, porque fue el primer ballet que vi y lo conocía muy bien. Fue un momento que me marcó y me marcó por ser ese ballet en concreto, y sigue siendo un ballet que he visitado con regularidad en el Cuerpo de Baile o como demisolista. Ahora como solista, estoy más involucrado con “Emeralds”, que también adoro. Es un ballet que puedes revisitar desde otro punto de vista, porque tiene tanto que ofrecer, que lo adoro. Es mi ballet favorito de Balanchine.
¿Cómo se define como bailarín?
Me han definido como un bailarín romántico, no tanto a la hora de bailar, sino más referido a la hora de sentir y expresar lo que sientes. Muchas veces nuestro repertorio quizás no requiere tanta interpretación, sino más bien habilidad física. El neoclasicismo se centra más en la exploración física y de la música, no tanto como el ballet romántico del siglo XIX que entra en lo que llaman ‘storytelling’, es decir, en contar la historia. Balanchine suprimió la historia, no hay libreto, no hay programa en el que tú puedas seguir una historia y es sólo bailar, con lo cual elimina un poco ese pretexto de interpretación, pero sigo manteniendo eso que lo llevo desde dentro y en mi formación en Europa.
¿Qué tipo de roles se adecúan más a sus características?
Cuando me encuentro más yo es bailando obras de Balanchine y Robbins, pero particularmente en los ballets de Balanchine llamados ‘Black & White’, como “The Four Temperaments” o “Episodes”. Son los ballets en los que me siento más cómodo, porque no son complejos en trajes, porque es la ropa que llevarías a un ensayo o a una clase. Me encanta sentir que puedo moverme fácilmente. También me han marcado mucho y me han ayudado a crecer mucho artísticamente, coreografías de Jerome Robbins, como “Glass Pieces”, “Dances at a Gathering” o “The Goldberg Variations”. Además, tengo que mencionar la experiencia de reponer “Errante”, un ballet de Balanchine que no habíamos hecho en veinte años. Suzanne Farrell, la gran musa de Balanchine, volvió a nuestra compañía como repetidora el año pasado y me marcó muchísimo su vuelta y que me eligieran para reponer este ballet. Cada ballet que sacas del baúl necesita mucho trabajo, pero hacerlo con ella no costaba nada. Tener la oportunidad de trabajar personalmente con Suzanne Farrell es uno de los hitos de mi carrera.
¿Le queda algún papel pendiente de bailar?
Me encantaría hacer “Agon”, otro blanco y negro de Balanchine. Llevo varios años aprendiéndolo, no he llegado todavía a hacerlo o no me lo ha puesto todavía Balanchine en mi carrera (ríe). Otro ballet que me encantaría hacer es “El lago de los cisnes”, que lo tenemos en el repertorio con la versión de un solo acto de Balanchine o en la de tres actos de Peter Martins. Sería un sueño hacerlo. No existe mayor icono del ballet que “El lago de los cisnes”. Es algo más puro en el sentido de ballet clásico y me gustaría probarlo.
Por último, ¿qué es la danza para usted?
La danza es una necesidad física y emocional; es una relación que quiero continuar; es amor, a veces, incondicional, otras, condicional, pero que merece la pena continuar trabajando en él. La necesidad del ser humano de comunicarse y expresarse bailando, convierten a la danza en una de las artes más antiguas. Tiene algo especial este arte porque hay gente que continúa queriendo bailar y gente que continúa queriendo ver bailar a otras personas.