¿Quién es Aitana Sánchez Gijón?
Pues es una persona que intenta, cada día que se levanta, afrontarlos con alegría y con motivación. No siempre lo consigue, si hablo en tercera persona, pero la verdad es que la vida me da muchas oportunidades para que así sea.
¿Qué quería ser de pequeña?
Actriz. Lo tenía muy claro desde los siete u ocho años, desde que mi madre me llevó a un taller de teatro para niños que se llamaba María Galleta y ahí tuve como una epifanía y pensé ¿qué es esto?, ¿qué lugar mágico es este en el que todo puede suceder? Y decidí muy claramente que es a lo que iba a dedicar mi vida.
Luego se convirtió en una mujer muy mediática, fue tocada por el éxito. Hizo películas maravillosas, pero ¿podría vivir sin el éxito hoy en día?
Depende de lo que entiendas por éxito. Cuando era joven hice, aparte de teatro que he hecho toda la vida, obviamente, pero hice mucho cine. Me fui a Hollywood. Ocurrieron cosas que realmente me colocaron en un lugar, pues sí, fue como un boom durante unos años. Yo no puedo vivir sin el éxito de tener trabajo, quiero decir, yo formo parte de ese apenas 8% de actores que pueden vivir exclusivamente de su trabajo, ese para mí es el éxito. El éxito es poder interpretar los personajes que me permiten ir más allá, que me permiten retarme a mí misma cada vez más. Estoy mal acostumbrada quizás a tener esas posibilidades. Y bueno, me sentiría muy frustrada si no pudiera seguir haciendo lo que estoy haciendo, obviamente. Pero el éxito mediático, no lo sé, creo que también hay algo como de largo recorrido, que la gente ha crecido contigo. El público que me ha acompañado desde que soy joven, incluso algunas nuevas generaciones que se han ido sumando, que me ven como alguien que forma parte de su paisaje, y eso ya es un éxito. Yo estoy ahí un poco desde siempre, acompañándoles, y ese es el éxito. Entonces más allá de eso, todo lo que venga es un plus, que está muy bien. Hay momentos en que tienes más visibilidad, otros que menos, pero bueno, esto es una carrera de fondo.
¿Se acuerda cuál fue la primera producción que hizo?
Cómo no, claro que sí. Fue La gran pirueta de José Luis Alonso de Santos, dirigida por el gran José Luis Alonso. Y la hicimos en el Teatro Monumental, que en ese momento todavía hacía teatro de texto. Y unos veranos de la villa, yo tenía 17 años. Y con Manuel Galiana. Era en un circo, yo era funambulista ciega. Y fue una experiencia preciosa. Había un momento que me tenía que subir al alambre y hacíamos un truquito y me doblaba una trapecista de verdad que se parecía un poco a mí. Hacían un truco y era ella la que se subía al alambre porque yo, evidentemente, no me daba para tanto.
Ha hecho cine, televisión, teatro… ¿Con qué producción se quedaría de cada medio?
¿Con una solo? No sé si el más yo, es que cuando interpretas a otro personaje, no sé si se trata de ser más tú o de ser más el personaje, pero quizás el momento, no lo sé, puede… más salvaje en el teatro para mí fue Medea. En cine, no lo sé. Quizás por una cuestión más sentimental que otra cosa, las películas que hice con Bigas Luna, porque además lo echo mucho de menos. La camarera del Titanic y Volavérunt fueron momentos, no tanto por las películas en sí, porque en realidad si me das a elegir entre las dos te diría La camarera del Titanic, pero por la relación personal que tenía con Bigas. Y en televisión, La regenta. La regenta creo que era un tipo de televisión que se hacía en ese momento, que acudía a nuestros clásicos, que creo que nuestra literatura está plagada de historias y de novelas increíbles y que le sacamos poco partido, que podríamos sacarle más partido y en ese momento sí que se hacía este tipo de televisión.
Me ha comentado su paso por Hollywood. ¿Le defraudó?
No, no, en absoluto, fue una experiencia fantástica, como de cuento. Realmente no me lo podía creer, lo viví un poco como si no me tocara a mí, es como si se hubieran equivocado. ¿Qué hago yo aquí? Y con los ojos como platos, disfrutando de cada segundo. Fue un rodaje muy agradable, en lugares preciosos. Pude vivir en Hollywood unos meses. Rodando en los Viñedos de Napa con un reparto, además, todo latino, desde el director Alfonso Cuarón a Emmanuel Lubezki, que era el director de fotografía, Rodrigo García, el hijo de García Márquez en la cámara, Giancarlo Giannini, que además es italiano, como yo soy medio italiana… El único que se sentía un poco como sapo de otro pozo era Kiano, porque todos éramos como una panda de, pues eso, que hablábamos español todo el tiempo, y fue muy gozoso.
Nos sorprendió hace dos años con una variedad de registros como actriz teatral impresionante en esa fantástica obra de Yayo Cáceres y Álvaro Tato, Malvivir…
Si. Es que me has dado a elegir solo una, pero si pudiera decir alguna más te diría Juana, te diría, por supuesto, Malvivir, te diría La Chunga, te diría Las Criadas…
Este público al que se refería antes, estas nuevas generaciones, yo creo que se engancharon otra vez a ver a Aitana Sánchez-Gijón en un registro, como le comento, muy amplio como actriz. ¿Cómo vivió esa producción?
Con nuestro maravilloso músico que nos acompañaba, Bruno Tambascio. Marta Poveda y yo, mano a mano. Fue un reto brutal, incluso físico, para mí muy bestia. Tanto casi como a nivel de Juana, realmente. Esos dos espectáculos me pusieron muy al límite de mi capacidad física. Cuando vi los espectáculos de Ron Lala y veía esa filigrana y ese virtuosismo casi circense de esos actores haciendo de todo en escena, desde ese lugar juguetón como de comedia del arte, dije, yo quiero hacer algo así. En el clásico hice algo, bueno, que tenía algo de ese registro cuando estuve en la época de Marsillach, pero nunca había hecho un trabajo así, como de composición. Entonces me tiré a esa piscina y fue un gozo el poder interpretar unos ocho personajes distintos, pasar de uno al otro casi sin transición, desde la comedia más exacerbada, desde la composición actoral, por momentos tan exagerada. Me apetecía mucho pasar a ese otro lado. Venía de hacer un teatro más, digamos, más de tripa, más de entraña, más como de mucho sufrimiento también interno y tenía ganas de jugar y de poner el cuerpo en movimiento de una manera lúdica. Y eso es lo que fue Malvivir para mí.
¿En qué momento personal y profesional se encuentra?
En un momento fantástico, realmente. Acabo de cruzar el Rubicón y ahora estoy del otro lado, y me siento muy bien. Estoy aprendiendo a vivir el escenario de una manera más gozosa, más lúdica, menos sufriente, porque yo soy muy sufridora. Y cuando hago teatro entro en un vértigo muy fuerte y me genera una ansiedad enorme. Me sigue generando esa ansiedad y esa excitación. Desde que me levanto hasta que me acuesto, tengo la función en la cabeza. O sea, tengo por delante la función. Se acerca el momento de hacer la función. Hago la función. ¿Qué ha pasado en la función? Toda mi vida gira, yo creo que la de todos los que hacemos teatro, gira en torno a ese momento. Pero ahora estoy viviéndolo con un poco más de ligereza y de disfrute.
Un recuerdo de su infancia…
Como estamos hablando de lo profesional, me acuerdo de que teníamos una pandilla en la ciudad de los periodistas, que éramos una panda de amigos que estábamos siempre en el parque y además solos, sin adultos. Era ese momento en el que los niños se bajaban al parque y podían estar solos, que no había esta paranoia que hay ahora. Entonces teníamos nuestro mundo propio y de repente montábamos nuestros espectáculos teatrales entre todos.
¿La vida ha sido justa con usted?
Sí. La vida ha sido y está siendo muy justa. No porque tenga que ser justa conmigo. La vida para mí está siendo muy generosa, sobre todo. Porque no es que crea que yo me merezco más que nadie y que tienen que ser justos conmigo. No. La vida te toca la que te toca y más o menos haces lo que puedes con ello e intentas hacer algo por ir viviendo bien, pero las circunstancias nunca se saben. Siento que, sobre todo, es generosa conmigo.
¿Con qué se emociona?
Me emociono con muchísimas cosas. Me emociono mucho con el arte, me emociono profundamente viendo a mis compañeros trabajar. Soy una apasionada no solo como actriz del teatro, sino como espectadora. Yo ahora tengo libres los martes y me estoy yendo todos los martes a ver teatro. No digo estoy harta de hacer teatro, me quedo en mi casa o me voy al cine. También voy al cine, pero voy al teatro. Me emociona mucho ver a mis compañeros haciendo trabajos que te elevan. Por ejemplo, me emociono ante un cuadro, ante una novela que me remueve. Me emociono porque me desgarra, obviamente, el desastre de la guerra y el desastre del abuso de poder. Me emociono mal, quiero decir. Me conmociono con la aniquilación que produce la guerra, no lo sé, con tantas cosas, con mis hijos, con mis amigos…
¿Vivir sin arte?
No, es mi alimento principal. Casi te diría, y estoy apostando fuerte, que podría llegar a prescindir antes de ser actriz que de ser espectadora, lectora y disfrutadora de arte.
¿Busca la belleza en los espectáculos?
Sí, busco la belleza, pero la belleza es un concepto también muy amplio, así como el éxito, depende de lo que entiendas por belleza. Yo la belleza la encuentro en la verdad, en el riesgo, en lo que te remueve. Puede ser un espectáculo dolorosísimo, puede ser estéticamente chocante, pero yo ahí veo belleza. Yo veo belleza no solo en la armonía canónica, veo belleza donde hay eso, verdad y riesgo.
Los hijos nos cambian la vida a todos. ¿Cómo le ha influido tener hijos?
No sé exactamente decirte en qué medida. Sé que es una experiencia trascendental en mi vida. Ya el hecho de parir te coloca en un lugar animal de conexión con tu yo más profundo, y el hecho de estar para otros que dependen de ti, también te colocan en un lugar, en una dimensión muy distinta a la que había conocido hasta ese momento. Luego ellos son grandes maestros. Y luego también el hecho de volver a la niñez con ellos. Estás conectando constantemente con tu niño interior, o tu adolescente interior, o tu joven interior. Gracias a ellos, que tienen 20 y casi 23 años, estoy muy en conexión con los chavales de esas edades. Si no los tuviera quizás no sabría tanto de lo que les pasa a los jóvenes de esa edad. Me abren una puerta a esos mundos.
¿Le gusta estar en el anonimato o que la reconozcan por la calle?
No, no me gusta mucho.
¿Que admiren su trabajo?
Claro, que admiren mi trabajo, por supuesto, que admiren. Que se sientan…
¿No le gusta ser una actriz mediática?
No, no me gusta. Yo voy en metro cada día y normalmente la gente no me dice nada. Y cuando me dicen, pues yo entiendo que te ven en el metro o te ven por la calle y te paran y tal. Yo preferiría que no me dijeran nada ni que me pararan. Lo que pasa es que luego hay gente muy amable que te dice cosas bonitas y eso es siempre de agradecer. Es como si te estuvieran recordando todo el tiempo que no eres una persona normal, entre comillas. Te están poniendo en un lugar en el que yo no vivo las 24 horas, solamente, digamos que tengo esta parte profesional, que cuando me subo al escenario, cuando hago una entrevista, pues ahí está la actriz, trabajando y actuando. Pero luego, cuando no estoy en ese lugar y voy al mercado o me voy a dar un paseo, pues soy Aitana, normal y corriente. Es más, el hecho de que me estén recordando todo el tiempo que soy la actriz no me gusta. No quiero ser la actriz las 24 horas del día.
Hablaba hace un momento de esa relación tan estrecha con Bigas Luna. En cine, pero en teatro, ¿qué director le ha marcado más?
Otra vez estamos en lo mismo. No me hagas hacer esto, por favor. No te puedo mencionar a uno solo, lo siento. Para mí Miguel Narros fue fundamental hacer con él La malquerida en el Teatro Español, cuando estaba empezando. Fue algo que me situó como en la en la excelencia del teatro. Luego hice con él, también, A puerta cerrada, que lo produjimos nosotros, con nuestra compañía. Miguel para mí fue como mi primer gran maestro. Luego Mario Gas. Con él hice La gata, hice Las criadas, y fue otro de mis grandísimos maestros. También te menciono a Andrés Lima, que es alguien con quien siempre quiero volver a trabajar. Andrés, con esa Medea, no solo con Capitalismo antes y luego con La vuelta de Nora, es el director con el que siento que he llegado más lejos y siempre tengo ganas de trabajar con él, de volver a trabajar con él.
¿Y quién se le ha escapado? ¿Con quién no ha trabajado y le gustaría?
Bueno, no he trabajado con un montón de directores y directoras. Me encantaría trabajar con Miguel del Arco.
¿Qué tiene dentro del camerino?
Pues tengo una esterilla para hacer yoga y estiramientos, y concentrarme antes de la función. Tengo un calentador de agua para hacerme mis tecitos, tengo dátiles, porque me como uno antes de la función para que me dé un poco de energía, tengo todos, evidentemente, mis maquillajes y mis pinceles, y mis cosas. Y tengo un cuadrito que me ha regalado Juan Carlos Bellido de la madre, que nos ha hecho un retrato a cada uno muy bonito. Tengo las tarjetitas de buenos deseos de mis compañeros del día del estreno. Bueno, se va armando como una capillita.
¿Alguna manía antes de salir a escena?
Bueno, más que manía, tengo como un orden en el modo de hacer las cosas. Necesito una rutina, tengo que llegar y pisar el escenario, aunque sea dos minutos, y soltar el texto un poquito. En este caso no es tanto calentar la voz, porque vamos con micros y no tenemos un esfuerzo vocal, pero sí oírme encima del escenario y pisarlo. Y luego ya, pues eso, hago mis ejercicios. Y luego, poco a poco, con mi té, me voy maquillando y voy entrando en ese canal de concentración. Finalmente, todos juntos nos agarramos de la mano y respiramos juntos y cada uno dice, esto ha sido la propuesta de Juan Carlos, cada compañía tiene su ritual, y en este caso, Bellido propuso que respiremos tres veces juntos y luego cada uno dice una palabra, la primera que le salga, y ahí ya salimos a escena.
¿Con el tiempo vamos llegando a conclusiones?
Yo creo, sobre todo, que cada vez que llego a una conclusión, luego la vida me ha demostrado que no había llegado a ningún sitio, que siempre estás en tránsito. Entonces, es un poco relajarse con la aceptación de que todo está en movimiento siempre y que no hay certezas absolutas. Es que la conclusión es que cada vez sé mejor lo que no quiero en la vida, eso sí.
¿Alguna frustración en la vida?
¿Frustración? No, la verdad es que los dolores o los errores los considero parte del camino.
¿Se arrepiente de algo?
Pues sí, quizás me arrepiento de cosas, de haber hecho daño sin querer, sobre todo eso, de haber hecho daño.
Entonces, ¿perdona de corazón o por zanjar el tema?
Cuando perdono… Perdono de corazón. Y cuando no es de corazón, es que no he sido capaz de perdonar. Y no siempre soy capaz de perdonar.
¿La vida es para los valientes, Aitana?
La vida es para los valientes y para los cobardes. La vida es para todos. La vida es para todos. No todo el mundo puede ser valiente. No todo el mundo puede ser… No sé. Tenemos derecho a vivir, seamos como seamos.
¿La soledad es la enemiga del ser humano?
La soledad, bueno, la soledad entendida como algo no elegido, como algo impuesto y no deseado es terrible. Es terrible, puede llegar a ser terrible. Pero el lograr estar bien contigo cuando estás solo es un tesoro también.
Quiero que me diga si hay una palabra más bonita que un “te quiero”…
Bueno, son dos palabras, ¿eh? Quizás a la par “te respeto”.
¿Qué le pide al mundo del teatro?
Le pediría que tantos y tantos compañeros, tanto actores como técnicos, no tuvieran que trabajar con tanta precariedad. Porque claro, como este oficio nuestro es un oficio vocacional y pasional, pues es que a veces hasta pagaríamos por trabajar. Y conozco a tantos compañeros que arrancan sus propios proyectos, y que se juegan los dineros que no tienen y que lo comido por lo servido o que no ganan lo suficiente para poder vivir. Aun así, se tiran a la piscina a hacer lo que puedan hacer. Entonces, te diría que hubiera menos precariedad y hubiera unas condiciones laborales más justas para todos.
¿Qué personaje se le ha escapado y que no va a volver?
Adela, de La casa de Bernarda Alba. Haces unos días fui a ver el espectáculo de Sanzón y justo pensaba en eso, que cuando era jovencita y me preguntaban qué personaje te gustaría hacer, yo siempre decía Adela. Y ya no, ya no me toca, ya me tocaría la Bernarda probablemente.
Aitana, para entrar en su última producción. ¿Qué nos cuenta La madre?
La madre es un texto muy perturbador de Florian Zeller, que utiliza una estructura muy original, que también utiliza en El Padre, en la cual el espectador habita la mente de este personaje protagonista, de esta madre. El espectador entra en este puzzle extraño en el que no sabemos muy bien si lo que estamos viendo es real o forma parte de ese pensamiento obsesivo de esta madre, de sus deseos de poder expresar lo que siente y la frustración que va acarreando desde hace años. Es una mujer que se siente estafada por la vida, se siente abandonada por todos. Está en un momento vital en el que ha acabado su ciclo de matriarcado, de mujer de su casa, de cuidadora del hogar, de la pareja, y siente que todos están abandonando el barco. Y que ella no tiene nada a lo que agarrarse. Es una mujer con una depresión que se ha ido forjando a lo largo de los años, que no tiene nada más en la vida más que esos afectos que se escapan.
Es una mujer que tiene un lado oscuro, también, muy fuerte, y que esa dependencia emocional la lleva a exigir, a ahogar a los demás, reprochar, entrar también en un victimismo, en un chantaje emocional, pero toda esa oscuridad es fruto de esa división de roles que llevamos arrastrando desde la noche de los tiempos, ese lugar en el que se ha colocado a la mujer como la cuidadora universal, incluso a las mujeres que no somos como Ana, que tenemos la vida llena de otras cosas y que nos sentimos muy realizadas en la vida, pero tenemos ese gen incrustado, el gen de la cuidadora, de la buena madre. Antes me decías que una de las palabras más hermosas podría ser madre. Bueno, cuidado, es un arma de doble filo, porque siempre intentamos poner en el altar a la madre, pero en el fondo no queremos ningún altar. Yo por lo menos no quiero altares, quiero corresponsabilidades. No quiero solo que me traigan flores el día de la madre, quiero que compartamos la vida por igual. Entonces, ese ensalzamiento, glorificación de la madre, queda en un lugar que ha hecho bastante mal. Creo que esta madre es una Nora, es la Nora que no dio el portazo y que su manera de darlo es a través de esta furia que saca en este espectáculo.
¿Cómo ha sido el encuentro con el texto de este autor?
Es un autor joven, pero era aún más joven cuando escribió La madre, porque La madre la escribió no sé si hace 12 o 14 años, y creo que rondaba los 30. Entonces es realmente muy sorprendente que escribiera un texto como este, siendo tan joven, porque es de una madurez impresionante. Ha sido endiablado el trabajo con este texto. Realmente ha sido un reto, está siendo, porque estamos arrancando y yo creo que nos esperan tesoros infinitos, porque la propia estructura del texto hace que los caminos sean infinitos, realmente. En el proceso de ensayo tuvimos que tomar decisiones cada vez sabiendo que los otros caminos también eran posibles y válidos, y a veces trabajamos mucho en el vacío, no tolerando esa sensación de angustia y de vacío que te provoca, pero vamos, que es en la que vive el personaje de La madre realmente. Como actores y como creadores, Juan Carlos Fisher el primero como director, tuvimos que tolerar esa sensación de incomodidad y de no saber exactamente dónde estamos parados, porque eso es lo que tiene que generar también en el espectador.
Y con el reparto, ¿se ha creado esa fusión entre todos que traspasa esa cuarta pared?
Sí. Realmente los cuatro estamos muy a la par y de hecho eso ha sido también fruto del ambiente de trabajo que ha creado Juan Carlos Fisher. Precisamente por la dificultad de la apuesta y del texto Juan Carlos ha trabajado desde la calidez, la sencillez, la facilidad, el dejarnos campo libre en nuestras propuestas, que si nos sentíamos frustrados, porque ha habido muchos momentos de frustración también y de dificultad, quitar importancia a la frustración. Todo eso ha hecho que estuviéramos muy unidos y en un ambiente de trabajo muy gozoso.
¿Será con el paso de los años como estas actrices que, digamos, entre comillas, mueren con las botas puestas?
Ojalá tener una bola de cristal para saberlo. Si la vida sigue siendo amable conmigo y generosa, espero que sí. Si sigo teniendo facultades, si me acompaña la memoria, la cabeza, el cuerpo, pues me veo encima de un escenario o delante de una cámara. No creo que deje de amar nunca esta profesión ni se me quiten las ganas, pero claro, te tiene que acompañar el cuerpo.
¿Algún proyecto aparte de la gira de La madre?
Probablemente arranquemos con una segunda temporada de la serie Respira de Netflix, que hicimos la primera temporada hasta diciembre del año pasado, y que se va a emitir en otoño, y estamos casi seguros de que habrá una segunda temporada. Eso es lo más cercano.