La precocidad ha guiado los pasos de Aitor Arrieta (Errenteria, 1994), quien se inició en la danza tradicional vasca y fue campeón de aurresku de Euskadi. Su cuerpo de príncipe y sus cualidades físicas innatas enseguida le abrieron camino en la danza clásica, consiguiendo su primer contrato profesional a los 19 años, antes incluso de finalizar sus estudios en el Real Conservatorio Profesional ‘Mariemma’ de Madrid. Durante tres temporadas despuntó en la CND bajo la dirección artística de José Carlos Martínez, hasta que le tentaron el Stuttgart Ballet y el ENB. Finalmente fue Tamara Rojo quien le sedujo con su propuesta.
Establecido en Londres desde la temporada 2016/17, en la distendida conversación se entremezclan palabras en euskera e inglés, fruto de esa trayectoria profesional que ha transitado entre diferentes estilos de danza, culturas, y lenguas. Premio Revelación de Gipuzkoa (2015), Emerging Dancer Award (2017) y Positano (2002), Arrieta confiesa disfrutar cada día bailando y añoraba volver al Teatro Real, donde encarnó a John de Bryan, en la versión inglesa de “Raymonda”, que visitó el coliseo madrileño del 10 al 13 de mayo.
¿Cómo afrontó su retorno al Teatro Real?
Con muchas ganas. Me encanta Madrid, tanto la ciudad en sí misma, como el Teatro Real, que es precioso, así que tenía muchísimas ganas de volver a bailar ahí. Fueron cinco funciones y bailé en un show. Precisamente, mi último show con la Compañía Nacional de Danza en mayo de 2016 fue en el Teatro Real y bailé el tercer acto, el divertimento, en rol de Jean de Brienne de “Raymonda”. Se trataba de volver al Teatro Real bailando John de Bryan, porque en la versión de Tamara el nombre se ha traducido de esta manera.
¿Qué tiene de especial la versión de ‘Raymonda’ de Tamara Rojo?
Esta “Raymonda” es un poco diferente porque Tamara ha querido que el argumento esté relacionado con la historia del Reino Unido. El protagonista masculino es John de Bryan –no Jeanne de Brienne-, un soldado que va a servir en la guerra de Crimea en la época de los otomanos. Raymonda es una enfermera y es el homenaje de Tamara a las enfermeras y sobre todo, a la primera de ellas en el Reino Unido, Florence Nightingale. El tercero en discordia es Abderramán. El final de la historia es bastante abierto, porque no se sabe si Raymonda sigue su vocación de enfermera o si deja a John de Bryan por Abderramán.
A nivel coreográfico, ¿qué aporta de novedoso?
Tamara ha querido recuperar mucha de la coreografía original y por eso, sus ayudantes y ella estuvieron buscando anotaciones antiguas de los pasos y fragmentos de música que no hay en otras versiones de “Raymonda”. La coreografía es muy exigente y eso también sirve para mostrar el alto nivel de la compañía, tanto artística como técnicamente, que era lo que Tamara quería.
¿Qué valoración hace de sus siete temporadas en el English National Ballet?
Durante la dirección de Tamara, la compañía ha crecido muchísimo y ha dejado el listón muy alto. Tenemos bailarines muy experimentados que tienen el sello técnica y artísticamente, pero además han entrado muchos jóvenes ahora. Tenemos esa fusión de energía que complementa muy bien a la compañía. Yo ya soy de los veteranos, (ríe). Estoy muy contento de toda la progresión desde ‘junior soloist’ que entré hasta principal, rango al que me promocionaron el año pasado. He trabajado muy duro para llegar al máximo. He bailado muchos roles principales, de lo mejorcito que hay en el repertorio, así que no me puedo quejar.
¿Cuáles son las líneas maestras de Aaron Watkin como nuevo director del ENB?
Éste es un año de transición y todavía no hemos notado mucho el cambio. Aaron viene una vez el mes y en agosto ya entra como director. Él quiere mantener el nivel de la compañía, porque sabe que Tamara ha hecho un gran trabajo, pero a la vez quiere darle su toque con coreógrafos diferentes. El cambio lo notaremos a partir del próximo año.
Errenteria, el pueblo que baila
Presume de la vinculación de su localidad natal, Errenteria, con la cultura. De hecho, con cerca de 40.000 habitantes, la villa guipuzcoana puede estar orgullosa de contar entre sus oriundos con dos Premios Nacionales de Danza: Kukai Dantza (2017) e Iratxe Ansa (2020).
Yendo al principio, ¿cómo se cruzó la danza en su camino?
Mi familia siempre ha estado muy ligada a la cultura en Errenteria. Empecé a bailar ‘euskal dantza’ a los seis o siete años. Mi tío, Mikel Coca, ha sido campeón de aurresku de Euskadi muchísimas veces. Empecé a bailar, a hacer música y a deporte extraescolar y pronto comenzaron los campeonatos de ‘euskal dantza’. Cuando me coincidió el horario de ‘euskal dantza’ con el de ballet, fui a Donosti a tomar clases. A los 16 años, mi profesora, Mentxu Medel, me propuso ir a Madrid y no tenía claro que éste sería mi futuro. Ese verano fui a un cursillo con Ángel Corella en Segovia y ahí ya decidí dedicarme a la danza. Al año siguiente fui al conservatorio de Madrid.
Cuando era niño, ¿se tuvo que enfrentar a algún prejuicio por bailar siendo chico?
No, nunca, incluso es gracioso porque mi mejor amiga jugaba al fútbol y yo hacía ‘euskal dantza’ y ballet. Mis amigos siempre han sido muy abiertos con ello. Como empecé muy ‘txiki’, todo el mundo sabía que yo hacía ‘euskal dantza’, ballet, música… en Errenteria hay mucha cultura de bailar, así que nadie te mira mal.
¿Qué tiene Errenteria para contar con dos Premios Nacionales de Danza entre sus vecinos?
Culturalmente, Errenteria tiene mucho nivel: todo el mundo baila en la calle en el Día de la Romería (‘Romeria Eguna’). La afición también se extiende a todo Gipuzkoa y el País Vasco. Ahora Jon Maya está haciendo un trabajo enorme con Kukai. Él fue mi profesor de ‘euskal dantza’ y antes, mi tío Mikel había sido profesor de él. Mi tío se encargaba del grupo Ereintza Dantza Taldea cuando Jon empezó en la ‘euskal dantza’. Lo que quizás no sabe mucha gente es que yo bailé en tres o cuatro shows de Kukai, porque cuando estaba estudiando en el conservatorio, necesitaban un ‘dantzari’ y me contactaron. Me lo pasé muy bien.
A velocidad del rayo
Desde que tomó la decisión de dedicarse profesionalmente a la danza, los acontecimientos se sucedieron con rapidez: mudanza a Madrid, estudios en el Real Conservatorio Profesional ‘Mariemma’, primera audición y contrato.
¿Le costó hacer la primera maleta a Madrid?
Tenía bastante claro en mi cabeza que quería ir a Madrid y no hubo problema. Mi ama siempre dice que yo soy de ciudad y hasta que no fui a Madrid no me di cuenta. Me siento muy a gusto en la ciudad, lo que no quita que cuando vuelvo a Errenteria también estoy a gusto. No se me hizo difícil porque conocía a gente del conservatorio y en el instituto había también muchos vascos. Lo más difícil fue cambiar totalmente el idioma en el instituto, porque yo estudiaba todo en euskera y allí tenía que ser en castellano.
¿Cómo compaginó la formación en danza con los estudios académicos?
Mi rutina era de 8.30 a 15.00 horas en el conservatorio y de 16.00 a 21.30 horas en el instituto. Al terminar bachiller, hice un semestre de ingeniería de telecomunicaciones, pero no pude compaginarlo. Este año he vuelto a los estudios. Estoy cursando un FP a distancia, de Administración y Finanzas.
Fue tan precoz que le contrataron antes de terminar sus estudios en el conservatorio.
Cuando salieron las audiciones, no iba a presentarme, porque aún me quedaba un año de conservatorio. Pero en 6º se supone que tienes que empezar a audicionar para terminar el año con contrato, así que me animé. Pensé en coger experiencia para las audiciones y al contratarme, dejé el conservatorio. Con 19 años ya tenía un contrato profesional. Era curioso porque vivía con gente del conservatorio y trabajaba con profesionales de la Compañía Nacional de Danza. Guardo muy buenos recuerdos de ese año entre los dos mundos.
Madrid y los cantos de sirena
En la Compañía Nacional de Danza dirigida por aquel entonces por José Carlos Martínez, pronto comenzó a llamar la atención ese joven guipuzcoano con cuerpo de príncipe y enseguida obtuvo las primeras oportunidades para interpretar roles solistas y algún que otro principal. No tardaron en llegar las propuestas del Stuttgart Ballet y del English National Ballet.
¿Recuerda qué bailó en su debut profesional?
Sí, fue la variación de los cuatro caballeros de “Raymonda” en Lorca, Murcia. Lo más curioso es que el año anterior había bailado lo mismo en 4º del conservatorio. Y además llevábamos el mismo vestuario, que era de la producción del Ballet de Zaragoza. Fue una pasada: hacer clase con la compañía y sentirte parte de ella, el show, maquillaje, etcétera. También fue mi primera gira como profesional y me cuidaron mucho en la CND. Ahí fue cuando entablé amistad con Esteban Berlanga, porque él también entró en la compañía ese año.
¿Qué balance hace de sus tres temporadas en la Compañía Nacional de Danza?
El primer recuerdo que me viene a la cabeza es “Delibes Suite”, que lo bailé con Aurélia Bellet en el Teatro Real en junio de 2014. Llegar el primer año a la CND y que José Carlos te dé la oportunidad de bailar en el Real y con una solista de la Ópera de París, fue una pasada. También bailé muchísimo “Don Quijote”, que fue muy especial porque fue mi primer ballet completo en un rol principal y eso se queda en la memoria.
Hubo un momento que encima de su mesa había un contrato para el Stuttgart Ballet y otro para el English National Ballet.
Estoy muy contento de haber venido a Londres. Primero llegó la propuesta de Stuttgart. Hice la audición, me dieron contrato de Cuerpo de Baile y al día siguiente, cuando me vieron en clase, me ofrecieron de demisolista. Y luego llegó el contrato de Londres.
¿Qué fue lo más difícil de mudarse a Londres?
El idioma, porque tú te crees que sabes inglés y luego no tienes ni idea. Cuando vienes aquí, te das cuenta de que no entiendes el acento y lo peor es que ellos no te entienden a ti.
Lecciones, retos y deseos
Trabajar con dos de las estrellas españolas más fulgurantes de la historia del ballet, José Carlos Martínez y Tamara Rojo, impregna un saber hacer que guía la carrera de Aitor Arrieta, quien habla sin tapujos de sus retos futuros con los escenarios del mundo de la danza a sus pies.
Dos grandes estrellas del ballet, José Carlos Martínez y Tamara Rojo, han sido sus directores. ¿Qué ha aprendido de ellos?
Los admiro muchísimo y he aprendido mucho de los dos, porque me lo han dado todo. No se puede pedir más que tenerlos como directores y poder conocerlos de cerca. José Carlos me quiso ayudar y de él aprendí mucho de ‘partnering’, porque aunque en el conservatorio hacíamos pasos a dos, en la CND te das cuenta de que no tienes ni idea de cómo bailar con una chica. Y si con José Carlos aprendí técnica, con Tamara muchísima más. Además tuve la suerte de bailar con ella, haciendo de muñeco en “The Nutcracker”. Aprendes mucho viendo lo profesionales que son, cómo toman una clase, cómo dan las correcciones e intentas aplicártelas a ti mismo. José Carlos tenía la costumbre de tomar clase con la compañía y Tamara ha bailado hasta el año pasado.
¿Qué es la danza para usted?
La danza lo es todo para mí, porque desde que tengo memoria siempre he estado bailando. No entiendo una vida sin bailar. Como bailarín, me considero un artista que lo da todo sobre un escenario.
¿Qué tipo de papeles se adecúan mejor a sus características?
Me gustan mucho los papeles que cuentan una historia. Mi ballet preferido es “Manon”, por todo lo que se siente durante el show. Cuando debuté en el rol aún era primer solista y bailé con una principal de origen español, Begoña Cao, de quien aprendí mucho de ‘partnering’ y ‘acting’. Mi primer papel como principal en ENB fue en “Giselle” de Akram Khan, así que no me siento ni más clásico ni más contemporáneo. Intento bailar lo mejor posible cualquier rol.
¿Qué retos tiene aún pendientes?
Entre mis asignaturas pendientes está “La Bayadère” y la versión clásica de “Giselle”. Por suerte, la próxima temporada hacemos la “Giselle” clásica y “Tema y variaciones” de Balanchine, que son dos roles que siempre he querido bailar. Bailaré lo que vaya viniendo. Ahora estoy participando en muchísimas galas y me gusta mucho porque coges experiencia. Te acostumbras a viajar, a ver a otros bailarines, otros tipos de pasos a dos, y eso te abre mucho la mente. Acabo de participar en una gala en Dubai, bailando pasos a dos de “Don Quijote” y de Liam Scarlett, un pedazo de coreógrafo.
¿Qué suponen para usted los numerosos premios que ha ganado desde muy joven?
Desde pequeñito, he participado en muchas competiciones de ‘euskal dantza’, pero iba más a disfrutar de la experiencia y a aprender. Fue muy especial cuando recibí el Premio Revelación de Gipuzkoa en 2015, más que por el premio por el reconocimiento. Fue bonito e importante que los profesionales de tu casa reconozcan que tienes un futuro prometedor. También me hizo ilusión cuando gané el Emerging Dancer Award en 2017. Se trata de una competición que se hace en el English National Ballet y votamos entre los bailarines quién es la revelación. Y el último ha sido el Premio Positano el año pasado, que también fue muy bonito e inesperado. Siempre había oído lo bonito que era y hasta que no vas ahí no te das cuenta.
Aunque confiesa vivir el día a día, parece que está pensado en un futuro con la fundación de la compañía Nexus. ¿Cómo surgió este proyecto?
Nexus salió de tres amigos: Daniel Vicandi, Juanjo Carazo y yo. Normalmente en Londres muchas empresas contratan compañías o grupos de baile para que bailen en cenas y eventos. En España no se estila mucho y pensamos en probar. Comenzamos en diciembre de 2019 y nos está yendo bien. Ahora hemos producido un show entero de flamenco y en navidades hicimos una gala en Pamplona.
Por último, ¿cómo se ve dentro de diez años?
No sé ni qué voy a hacer mañana, como para decir qué voy a hacer dentro diez años. Tendré 38 años. Me veo bailando todavía, aunque no sé a qué nivel. Ahora mismo tengo muchísimas ganas de estar bailando y continuaré hasta que las ganas desaparezcan, (ríe).