Ana Pérez-Nievas, Cuerpo de Baile de la Compañía Nacional de Danza, nace en Madrid en 1997. Es también en Madrid donde inicia su formación en danza, en una academia muy pequeña que hay en Pozuelo de Alarcón. Escuela de Ballet Miriam Sicilia se llama. A los ocho años hizo un intento de entrar en el conservatorio en el grado elemental, pero no estaba muy convencida de querer tomar ese rumbo en su vida. No estaba convencida de querer dedicarle tantas horas a la danza. El grado elemental ya suponía algo más serio para ella. No quería involucrarse tanto. Aunque le llamaba mucho la atención el mundo de la danza. Pero no sabía hasta qué punto.
A los once años ocurre algo muy curioso. Cuando tiene que pasar al instituto no consigue acceder al que van todos sus compañeros de colegio. Es otro el centro que asignan a nuestra protagonista. Esto lo interpretó como una señal y es aquí cuando decide entrar en el conservatorio. Y lo consigue. Si no, no cree que se hubiera presentado nunca.
No recuerda cómo y cuándo llegó la danza a su vida. Cree que es más una frustración de su madre. Algo que le hubiera encantado hacer de pequeña pero no pudo. Al verla un “culo inquieto”, y un poco “saltimbanqui”, su madre quiso probar para ver si esto daba sus frutos. Pero no recuerda que planteara lo de bailar… Recuerda hacer shows para su familia, como una necesidad de que vieran cómo se estaba expresando, o de demostrar algo, pero no de danza en concreto.
Recién graduada en el conservatorio entra con diecisiete años a formar parte de la Compañía Nacional de Danza. Y ahí sigue. Sólo ha pasado, de momento, por esta compañía.
Aunque parezca mentira, Ana sólo ha hecho una audición en su vida. La que le abrió las puertas de la CND. Eso sí que ha sido llegar y besar el santo. Recuerda que fue un 17 de mayo, fecha que no se le olvidará en la vida… Había pasado un curso muy duro, porque estaba haciendo bachillerato al mismo tiempo, y tenía que prepararse para selectividad. Un cúmulo de cosas rondaba su cabeza continuamente. Sabía que en tres meses su vida daría un cambio radical, pero no sabía muy bien cuál.
En realidad, la probabilidad de poder entrar en la compañía era muy baja. Había dos plazas para unas trescientas sesenta chicas. Era bastante complicado, sobre todo, porque Ana no tenía ninguna experiencia. Quizás habían oído hablar de ella por estar en el Real Conservatorio, uno de los más prestigiosos de toda España. Por aquella época se hizo un homenaje al conservatorio donde Ana participó. Numerosos componentes de la CND fueron a ver aquella función, entre ellos, José Carlos Martínez, que ya era “el jefe”. Ya la habían visto en el escenario.
Lo pasó muy bien en la audición. No recuerda haber sentido presión en el transcurso de la misma. No le importaba si la cogían o no, sino que disfrutó del momento, de la gente, de sus amigos… Cuando le dieron la noticia de haber superado la audición estaba estudiando un examen de historia. Uno de los últimos que le tocaba hacer antes de selectividad. Tenía el teléfono apartado, pero cuando lo miró tenía cinco llamadas perdidas. Cuando llamó a ese número le dieron la noticia. José Carlos Martínez le comunicó que estaba dentro de la CND.
En ese momento sintió una gran sensación de paz. Cuando lo comunicó a sus padres y a su hermana se abalanzaron sobre ella y acabaron riendo y llorando en el suelo de la cocina. “Fue muy bonito, muy bonito para mí”.
Dentro de la Compañía Nacional ha trabajado en producciones como Don Quijote y en el programa de Forsythe. Del mismo coreógrafo ha bailado The Vertiginous Thrill of Exactitude, muy complicada coreografía por su terrible dificultad técnica. También formó parte del elenco de Carmen, creado por Johan Inger. Ha bailado Por vos muero de Nacho Duato, Hikarizatto, del israelí Itzik Galili… El mayor rol que ha interpretado es el de Vertiginous, porque “para el bailarín es un pedazo de reto”. También ha dado vida a Mercedes, en Don Quijote, uno de los papeles principales… En Cascanueces hace de “medio solista” en los copos. Son seis solistas y el resto de copos.
En cuanto a su futuro dentro de la compañía Ana reconoce que le gustaría conocer mundo. Le apetece inspirarse de otras cosas, otros coreógrafos. En España considera que se está bastante aislado de lo que pasa en Danza en el resto del mundo. No se nos conoce igual, no estamos igual valorados, e incluso por nuestro propio país. “A la hora de salir fuera no podemos dar una imagen que no tenemos”.
Del paso de José Carlos por la Compañía Nacional de Danza reconoce que les ha faltado tiempo. Él se queda con muchas ganas de hacer muchas cosas porque no ha tenido los medios para llevarlas a cabo. Eso les ha afectado a todos. Desconoce si es una falta de coordinación o de organización. Comenta que ha habido etapas en las que han estado sin girar, sin bailar cosas nuevas, en una palabra, sin hacer nada. “Si íbamos a estar tanto tiempo bailando Don Quijote habría que haberlo hecho en todos los teatros españoles, tendríamos que haber hecho muchas más funciones”. El único pero que le puede poner a la compañía es ese. También lamenta no tener sede en un teatro. No poder bailar todos los fines de semana le da pena, y lamenta tener que salir de gira para poder moverse. En ese sentido, afirma que falta rodaje de escenario. E incluso Ana comenta no sentirse en casa cuando sale a escena. Todavía le impone mucho, y eso le gustaría que dejara de ser así. Duda mucho que sea la culpa de José Carlos Martínez.
Reconoce que le gustaría bailar mucho Forsythe, es mucho de ese estilo. Pero le llama poderosamente la atención Sidi Larbi. Es más contemporáneo, pero muy preciso, muy limpio. Se siente muy identificada con él.
A diario
Ana tiene en el camerino muchos maillots. Recuerda que cuando entró a la compañía no tenía ni dos. No tiene fotos. Tiene un par de perfumes, horquillas, maquillaje…, un pañuelo de su abuela colgado, y una piedrecita que es un amuleto. Tiene, también, una lamparita que cuando presienten que hay energía negativa la encienden. Pero no sólo la enciende ella, alguna compañera también. Cuando el día es un poco turbio “encienden una lamparita que se pone a dar colores”. Nada más. Simple. No le gusta tener muchas cosas.
El día a día de un bailarín es sacrificado. Cuando se levanta, normalmente desayuna, aunque reconoce que siempre lleva prisa. Toma café. Toma bastante café. Su rutina ha cambiado. Ahora va apurando hasta el último momento. Antes solía tomárselo todo con más calma. Suele llegar a la sede del CND a las diez menos cuarto, y empiezan a trabajar a las diez y cuarto. Llega bastante justa. Hay gente que llega antes que Ana para prepararse, para masajear aquello que se haya cargado el día anterior. Reconoce que lo hace más de tardes. O durante el día.
Antes de comenzar la jornada se habla a sí misma para preguntarse qué es lo que quiere hacer hoy. A dónde quiere llegar. Piensa “de dónde va a sacar la energía, qué parte del cuerpo va a focalizar para hacer su trabajo más eficiente, cómo lo va a realizar”. Confiesa que es muy fácil caer en la rutina del bailarín, pero “el bailarín continuamente debe estar reinventándose. Cuando te dejas de reinventar el bailarín se atasca. Lo que expresa tu cuerpo se convierte en algo tedioso, en algo pesado, le coges manía y la energía es totalmente distinta. Que en tu cabeza estés pensando en ofrecer y crear nuevas sensaciones es muy importante”.
Si hablamos de alimentación Ana confiesa que no le gusta saciarse durante el día porque después mover el cuerpo es bastante complicado. Pero sí que necesita comer antes de acabar la jornada en la CND a eso de las cuatro de la tarde. Necesita comer para tener la energía suficiente, y reconoce, que al acabar la jornada, vuelve a tener un hambre importante y tiene que volver a comer.
Por las tardes asiste asiduamente a clases de yoga. Considera que la danza y el ballet es algo insano para el cuerpo, antinatural. Cuando acaba el día siente que le cuesta hasta caminar. La clase de yoga es como el “reset” total para mente y cuerpo. Sale de la clase como si le hubieran dado un masaje en el cuerpo entero. A partir de ahí ya no siente ni dolor de pies, ni de gemelos, ni de cuello… Se siente totalmente liberada, como si no hubiera bailado.
Algo más personal
Cuando le preguntamos por un recuerdo de la niñez se le viene a la cabeza una imagen en un cumpleaños suyo, en un balancín, con una de sus mejores amigas, argentina para más señas. Mi amiga se cayó y se rompió un brazo. Se pasaron toda la tarde en el hospital.
Le gustaría invitar a cenar a una profesora que tuvo en Boston en un cursillo de verano que hizo en el 2012, y que ha sido de las que más le ha inspirado. Se acuerda de ella casi a diario. Se acercaba a la danza de una manera muy sensible, muy personal. Casi se alejaba muchísimo de lo estético. Le preocupaban otro tipo de sensaciones, el saber mirar, el saber dirigir tu emoción con el movimiento. Eso es lo que se acerca más a lo que quiere hacer Ana. En el mundo de las artes lo estético y lo visual es lo primero que entra por el ojo, lo que la gente compra.
Al teatro y a ver un espectáculo de danza iría con su hermana, aunque no esté tan involucrada en el mundo de la danza sabe mucho de belleza, de arte. Sabe valorar el buen arte, la buena música, el buen teatro. Tiene muchísimo criterio. Al cine también iría con ella.
Si soñamos, por repertorio, le gustaría estar en la Ópera de París. Eso sería algo grande, aunque no se hace a la idea.