¿De dónde viene Andrés Peláez?
Pues Andrés viene de haber estudiado primero magisterio, porque tenía una gran vocación para la enseñanza. Ejercí, además, en Castilla-La Mancha, en Almansa, donde más tiempo me mantuve dando clases. Luego quería haber ampliado mis estudios de magisterio haciendo pedagogía. Eso era muy habitual en los años en los que yo estudiaba esto, es decir, finales de los años 60. Pero en el último momento me decanté por Historia del Arte, y dentro de Historia del Arte me dediqué a la pintura contemporánea.
Tuve la oportunidad de entrar a trabajar en una galería de arte y enseguida, en menos de un año, me reclamaron para el Museo Municipal de Madrid. Y allí durante diez años me dediqué a montar exposiciones, todas ellas relacionadas con la historia de Madrid. Estando en esta, que diría un profeta antiguo, en esta soberbia, me di cuenta que en este museo de la historia de Madrid, entonces museo municipal, que había reabierto Enrique Tierno Galván, había una parte importante que no estaba bien desarrollada, que era la historia del teatro. El teatro con Madrid está absolutamente ligado. El barómetro cultural de Madrid lo daba el teatro. Y me puse a organizar todo esto con el permiso y el beneplácito de la directora.
En ese momento se celebró el centenario del nacimiento de Margarita Xirgu. El ayuntamiento de Barcelona y el de Madrid se unieron para celebrar este acontecimiento. Margarita estaba muy relacionada, lógicamente había nacido en Barcelona y tenía una vida importante en Barcelona, pero no lo era menos importante la de Madrid. Y se hizo una exposición que primero se inauguró en Barcelona, y luego vino a Madrid. De ahí surgió la necesidad, no sé si era necesidad, pero sí que a Madrid le faltaba un museo del teatro.
Todo esto coincide con que el Ayuntamiento de Almagro tiene un espacio que quiere dedicarlo a un museo del teatro, o a una sala de exposiciones, tampoco lo tenían muy claro.
Por mediación de unos amigos me dieron una entrevista con el entonces Director General del INAEM, que era José Manuel Garrido, y me dijo: “Ponte a ello”. Y así comenzó una aventura que, en principio, tenía que durar tres meses, y al final duró treinta años.
¿Dónde estaban los fondos primitivos del actual museo del teatro?
Yo buscaba en un primer momento los fondos del primitivo Museo del Teatro que yo había visto en la calle Beneficencia, que eran los bajos del actual Museo Romántico o Museo del Romanticismo. Recordaba haber entrado allí y ver un museo del teatro. Lo recordaba vagamente de niño. Nos pusimos a ello. Era director entonces Adolfo Marsillach. Recuperamos ese museo que estaba almacenado, en muy mala situación, en los bajos del actual Museo del Traje, en Avenida de Juan de Herrera número 2, en lo que había sido el Museo de Arte Contemporáneo. En un tercer sótano, cayéndole agua del riego del jardín, estaban todos estos fondos. El alcalde de Almagro y Adolfo dieron el permiso, se recogió en unos camiones y llegó todo a su primera sede en la localidad encajera.
¿Qué había en aquellos fondos?
Estaba todo el archivo del Teatro Real. Partituras. Grandes piezas de Verdi, de Barbieri… Todas las partituras que se habían estado utilizando durante años en el Real de todo su repertorio operístico. También estaba el legado del autor Fernández Caballero. Su familia quiso que todo este legado pasara a formar parte del Teatro Real. También había cantidad de bocetos, cuadros, esculturas, todo lo que había alrededor del teatro. Eran bastantes piezas. Esto ocurrió en el año 1989-1990. Algunas se conservaban bien, y otras estaban en un estado lamentable. Se restauró casi todo en el año 1992. En este año me encargan una exposición grande dedicada al teatro en Madrid, porque era Madrid Capital europea de la cultura. Y entonces dije yo, esta es la nuestra. Sacamos todo el fondo y se pudo restaurar, porque entonces había dinero, había mucho dinero. Era una época de mucha bonanza. Aquella exposición gustó mucho a los comisarios de Madrid Capital europea. Tenía un espacio central, el Museo Municipal de Madrid, pero luego lo contemporáneo se repartía entre el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Español y el Teatro María Guerrero. Esa idea de expandir gustó mucho.
¿Dónde comienza el Museo del Teatro en Almagro?
En Almagro comienza en el pequeño espacio que nos cedieron, en el Callejón del Villar. Allí había habido un almacén de verduras. El alcalde por entonces de Almagro, Luis López Condes, con mucha visión, puesto que era un espacio muy bien situado en plena plaza mayor y enfrente del Corral de Comedias, quería un espacio que estuviera abierto en los meses de verano. Que coincidiera con el Festival, con las fiestas patronales. Pero yo hice hincapié en que debía estar abierto todo el año, y al poco tiempo hubo la necesidad de buscar un sitio mayor. De ahí nos trasladamos a los Palacios Maestrales que era una ruina absoluta. Pero es que eso además era el vertedero del ayuntamiento. Finalmente llegamos a un acuerdo. El Ministerio asumió que ese proyecto suyo había que llevarlo adelante, y estando de director Tomás Marco, hombre dedicado a la música y con sensibilidad para esto, se dotó económicamente y se pudo construir y se pudo inaugurar.
¿Cómo ha sido la experiencia de dirigir y crear el Museo Nacional del Teatro?
Yo creo que todavía no he hecho bien la digestión. Han sido muchos años. El museo ha estado ligado a mí y yo al museo. Me jubilé hace dos años. Todavía estoy bajo el shock. Pero no porque eche de menos la gestión. Yo hacía muy buena vida en Almagro y aquí en Madrid. Entre directores, actores, figurinistas, siempre me he movido muy bien en ese ambiente. La actual directora no viene apenas por Madrid, y eso será nefasto para el museo. Pero hay un problema mayor, y es que no va al teatro. Yo he sido un muy buen espectador de teatro. Lo que querían era un funcionario, y ya lo tienen. Querían resolver el problema pronto. Hay funcionarios que se dedican con verdadera pasión, pero no es lo habitual. La administración tampoco los cuida y mima.
¿Cómo fueron los inicios del festival de teatro clásico de Almagro, ahora que se cumplen los 40 años?
Esto lo sé, digamos, por historiador. He seguido todo el festival desde el año 1978. Desde el año 1988 los he visto todos, menos el del año pasado. Fue una idea magnífica que tuvo Rafael Pérez Sierra porque se celebraban unas jornadas sobre Cervantes que eran tristísimas, verdaderamente tristísimas. Consistía en una misa que se hacía en las trinitarias, y luego la Academia que leía dos cosas, y aquí paz y después gloria. Todo eso era lo que hacían. Y Rafael Pérez Sierra, que entonces era director general de teatro, dijo por qué no hacemos algo más atractivo, y se inventó unas jornadas cervantinas. Eligieron Almagro porque el Corral era un sitio bastante bonito. Se habían hecho por allí aquellos estudios uno, se llamaba realmente “Teatro de siempre”, creo recordar, para la dos, se habían hecho festivales de España. Aquello parecía una buena ocasión para reunirlos allí en el Parador, que estaba recién inaugurado. Estuvo Agustín García, Luciano García Lorenzo, Fernando Fernán Gómez, Paco Nieva. Estuvieron una serie de personajes que hablaron sobre este tema y se hicieron un par de representaciones. Fue tal el éxito y tuvo luego tanta repercusión que al año siguiente se inventaron unas jornadas de teatro. Acudieron estudiosos y se hicieron tres representaciones teatrales. Eso fue otro éxito importante. Entonces dijeron por qué no continuarlo cada año, en el mes de septiembre. Las jornadas se quedaron igual pero el número de representaciones fue aumentando. Fue aumentando porque se aprovechó Festivales de España y la salida de las grandes compañías acudiendo a esta cita. Rafael lo dejó y entró después César Oliva. Él fue el verdadero primer director, el que le dio una dimensión más grande, más importancia, más días. En el año 1989 se cambió del mes de septiembre a julio. A partir del 15 de septiembre ya no se podía esperar allí nada más que frío. Yo me acuerdo ver una representación de La Celestina de la Compañía Nacional de Teatro Clásico envuelto en una manta. Hacía mucho frío.
¿Qué espacios había entonces?
El Corral, indudablemente, y el Claustro de los Dominicos, que era la joya de la corona. Posteriormente se empezó a utilizar la Plaza de Santo Domingo que se acotaba para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Esto empezó a crear problemas con los turistas que visitaban la ciudad y compraron unas viejas bodegas donde se había ubicado el antiguo hospital de San Juan. Allí se construyó el actual teatro exclusivamente para la compañía. Se hizo con las mismas medidas que tiene el escenario del Teatro de la Comedia de Madrid.
¿Nunca le propusieron ser director del festival?
Si. Me negué rotundamente. Cada uno que haga lo que sabe. Entonces estábamos ya con la construcción del museo. Esto es absurdo porque no me voy a poder dedicar a las dos cosas. Y luego, yo de producción teatral no sé, o no sé lo suficiente. Con lo cual estaré en manos de un productor teatral que me lleve toda la gerencia, y eso es muy peligroso. Así que no. Lo dije dos veces.
De los directores que han pasado por el festival, ¿destacaría a alguno?
Si. Destaco sobre todo a Amaya de Miguel. Fue una época terrible. Se debía mucho dinero. Había habido allí un “sin control”. Y cuando lo cogió Amaya, ordenó aquello. Recuerdo perfectamente cuando se la eligió en la primera reunión de patronato con ella. Se habló de la deuda, que había que recuperar la deuda. Y ella fue en eso muy clara.
Sin embargo, no aprendieron del error, porque posteriormente volvieron a lo mismo
Claro, fue la época de Emilio Hernández. Volvieron al “sin control”. Pero Amaya lo hizo mejor. Ella les dijo: “Esto es un error de todos ustedes, refiriéndose a las administraciones públicas, y esto lo tienen que afrontar todos ustedes por no haber supervisado nada. A mí me dan mi presupuesto, y la deuda la pagan”. No tuvo que sanear la deuda de su propio presupuesto. Y si no quieren, yo ahora mismo dimito, pero lo cuento.
¿Qué espectáculo destacaría que haya pasado por el Festival de Almagro?
A mí me sorprendió mucho, que entonces se hizo en la Iglesia de San Agustín, una Hija del Aire que dirigió Lluis Pasqual con Ana Belén, y un jovencísimo Juan Antonio Domínguez, que no es otro que Antonio Banderas, que hacía un papel corto pero significativo. Aquel espectáculo fue una belleza en aquella iglesia. Ese espectáculo cuando se vio en el María Guerrero no funcionó como había funcionado en Almagro. Hace muy poco, otro de Lluis Pasqual, un Caballero de Olmedo, con Rosa María Sardá, en la compañía joven, otra belleza. De Miguel Narros, en el Claustro, recuerdo dos espectáculos de él, uno Los Enamorados, de Goldoni, maravilloso, y una Discreta Enamorada que estaba Berta Riaza fantástica y una jovencísima Natalia Menéndez que hacía de discreta.
¿Qué echa de menos en el festival? ¿Le falta algo?
Yo he tenido siempre un problema con este festival con dos tipos de directores. Hay unos directores que apuestan por calidad, incluso, como el caso de Amaya, ponerse de acuerdo con otros festivales para crear producciones que se amorticen girando, y otros que apuestan por la cantidad. Una de las joyas del festival en coproducción fue El sí de las niñas, dirigido por Narros. Amaya de Miguel apostaba siempre por la calidad. La mayor parte de directores han apostado siempre por el número. Por ejemplo, con Natalia, yo no lo critico, es su criterio, pero digo, es tal la avalancha de espectáculos que duran un día y no dan ocasión. Y en Almagro, el público circula. La compañía está quince días y los quince días llena. Luciano García Lorenzo lo puso de moda y ahora Natalia lo ha continuado.
¿No cree que el festival es un poco contemporáneo por el tipo de espectáculos que ofrece?
Es que yo ahí ya me he perdido. Se echan de menos los grandes títulos clásicos. Pero hay que tener en cuenta que el festival de Almagro no produce. El festival de Almagro recoge lo que hay. Por eso Amaya, viendo lo que se avecinaba, intentó coproducir. Con Sagunt a Escena, Clásicos de Alcalá, con el Festival de Teatro Clásico de Cáceres, con Olmedo. Bueno, vamos a ponernos de acuerdo y vamos a hacer encargos.
¿Cómo ve el futuro de la profesión teatral en la actualidad?
Ahora mismo hay actores que te sorprenderías, no voy a decir nombres, que están pasando hambre. Mira, yo te voy a dar un dato. En Madrid hay censados unos 25.000 actores. Si tú sumas los actores que se necesitan para las series de televisión, para el teatro y el cine, con trescientos te sobran. Es desolador. Están saliendo los monologuistas, el teatro por horas. Estos pobrecitos, algunos, ganan veinte euros, si es que los ganan. Pero prefieren coger eso y no estar en su casa. Prefieren estar en actividad a ver si los ve alguien. Para todos ellos es muy frustrante y aterrador. Hay gente muy luchadora, y gente que abandona y se va. Además, es que todos quieren hacer teatro en Madrid.
¿El Festival le ha hecho algún reconocimiento a Andrés Peláez?
Si. Un homenaje precioso y maravilloso que me hizo Natalia. A la que le estoy muy agradecido. Fue en el Corral, precioso. No el Ministerio, eh. Tampoco se lo reprocho. El Ministerio no tiene alma. Pero Natalia fue muy generosa conmigo. El día que me hicieron el homenaje, que me jubilaba, al bajar estaba el director general y me dijo: “No te puedes ir, porque tenemos que hablar de tu sucesor y no tenemos nada…”. Y me quedé cuatro años más. Hasta que llegó esta directora general y dije: “Andresito vete”. Todo lo que me podían pagar de jubilación ya estaba ganado. Y se acabó. Lo gané en salud y tranquilidad.