El nuevo nombramiento de Carlos Aladro al frente de la Fundación se hizo efectivo el pasado 19 de febrero de 2019. El nombramiento tendrá una duración de 5 años, con posible prórroga de otros 3.
Un tiempo después, y con una pandemia de por medio, hemos querido compartir con Carlos Aladro confesiones y su día a día desde que fuera nombrado. Conocer más de cerca a este hombre que ha tenido que gestionar un teatro con varias salas en medio de un caos sanitario del que nadie sabía absolutamente nada.
Aladro (Madrid, 1970) es licenciado en Interpretación y Dirección de Escena por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD). Fue miembro del equipo artístico de La Abadía de 2001 a 2009, colaborando primero como ayudante de dirección artística, y luego en la programación y gestión de la Fundación, como adjunto a la dirección y subdirector.
De 2009 a 2016 fue coordinador artístico del Corral de Comedias de Alcalá de Henares, cuya gestión corre a cargo de la Fundación Teatro de La Abadía.
En La Abadía dirigió seis producciones: Garcilaso, el cortesano, a partir de textos de Garcilaso de la Vega, Boscán y Castiglione, Terrorismo de los hermanos Presnyakov, La ilusión de Corneille / Kushner, Medida por medida de Shakespeare y el díptico Coplas a la muerte de mi padre y Cántico espiritual, dos conciertos escénicos de Amancio Prada.
De sus trabajos como director de escena con otras compañías se pueden destacar los que realizó en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Fundación Siglo de Oro, Grumelot y Teatro en Tránsito: El condenado por desconfiado y Desde Toledo a Madrid, ambos de Tirso de Molina, Otro no tengo de Edward Bond, 4.48 Psicosis de Sarah Kane, Pelín de victim, su reencuentro con los hermanos Presnyakov, La fiebre de Wallace Shawn, yrecientemente Scratch, entre otros proyectos. En dos ocasiones (2013 y 2014) dirigió el Don Juan Tenorio al aire libre en Alcalá de Henares.
Siempre interesado en la formación artística, ha impartido talleres y clases en diferentes ámbitos, es profesor de la Escuela SUR, y miembro de la red Michael Chekhov Europe (MCE).
En un plano mucho más personal, Carlos Aladro no tiene una hora preferida dentro de las veinticuatro que tiene un día. De pequeño, en algún momento, quiso ser arquitecto, o alguna cosa así. El juguete de la infancia que recuerda con más cariño son los Legos, los Tentes. La primera oportunidad profesional se la dio Adolfo Marsillach dirigiendo la Compañía Nacional de Teatro Clásico, participando en La vida es sueño que dirigía Ariel García Valdés. En una fiesta de carnaval se disfrazaría de personajes del carnaval veneciano. Allí viajó el verano pandémico y le fascinaron los trajes de médicos, con sus máscaras blancas y sus capas negras. Cuando se encuentra solo delante de un espejo procura no mirar mucho. Las manos es el rasgo físico del que se siente más orgulloso. Cuando se le pregunta en qué momento de su vida ha sentido más vergüenza por algo afirma estar en un territorio muy privado, pero cree que en algún momento en el escenario ocurrió alguna cosa de estas de mucho pánico. Hay una canción que le conmueve mucho, y es One de U2. Tiene miedo a muchas cosas. Se considera una persona especialmente temerosa. Pero quizás a lo que más tema es a no ser dueño de sí mismo. Sería capaz de mentir por salvaguardar la integridad de algo o de alguien. Afirma que es capaz de perder los nervios. Al otro sexo le envidia que ellas son diosas. El hecho de la historia de la humanidad que le produce más admiración, desde un ámbito muy político, muy personal, es la II República española. Cree que ahí ocurre algo que le toca mucho. Recuerda mucho la caída del muro, también. Y el que le produce mayor rechazo sería Hiroshima y Nagasaki. Y el holocausto. Utiliza los pocos refranes que surgen a veces. Le gustan. A la cabeza se le viene uno rápido: “Perro ladrador poco mordedor”. El hecho tecnológico que más le cuesta comprender es el big data. Declara que su infierno particular es él mismo. De El puente sobre el río Kwai le hubiese gustado ser el protagonista. Por último pasaría una noche con Orson Welles en el casino de Montecarlo, o algo así. La banda sonora de su vida sería una lista de reproducción bastante larga y que va desde la música clásica hasta la música indie. Escucha mucha música y muy diversa.