Tres veces ganador del Premio Nacional de Teatro, fue por una poderosa y lúcida razón que nunca quiso separarse de sus maestros, junto a quienes, le encanta decirlo, no dejó de aprender un solo día: William Layton y Miguel Narros. Y así fundaron el Teatro Experimental Independiente (TEI) y el Teatro Estable Castellano (TEC), que también codirigió. En sus manos, en sus cabezas, el teatro, la interpretación, la palabra y el espacio, los textos y los silencios eran otra cosa. Un tesoro hasta entonces desconocido y que claramente había que aprender, que asumir. Luego llegó el Laboratorio William Layton, primera escuela privada de interpretación en España, en el que, además de fundador, Plaza fue profesor de interpretación y dirección.
Y siendo el Teatro su cielo y horizonte, llegó a la gestión. Siempre idealista, pero con los pies en el suelo. Así, dirigió el Centro Dramático Nacional y más tarde el Centro de Estudios Escénicos de Andalucía, Escénica.
Ahora, nuestros jóvenes cantantes-actores tienen una oportunidad de esas que la vida brinda para lanzarse con ojos cerrados y brazos abiertos. Las clases magistrales de interpretación con José Carlos Plaza han sido sin duda uno de los hitos inolvidables de la temporada del Teatro de la Zarzuela.
La mejor hora del día para José Carlos Plaza es cuando está con su ser querido. Que es una niña de catorce años. Su nieta. Siempre quiso ser actor. Su juguete favorito de la infancia era un pequeño teatrito con el que jugaba. El teatro de los niños, se llamaba. Por culpa de la escuela donde estudiaba no lo conserva. Un día le hicieron llevar un objeto para trabajar y ahí lo perdió. Con el tiempo volvió a comprarlo. No es el antiguo, pero tiene la reproducción. No se siente orgulloso de ningún rasgo físico. Comenta que es un poco tonto sentirse orgulloso, ya que no lo has hecho tú. Actualmente siente mucha vergüenza cuando oye a los del PP hablar. Se le cae el alma a los pies. “La derecha española es algo terrible, y avergonzante”. Se muere de vergüenza cuando los oye hablar. Le tiene mucho miedo a la derecha, a la iglesia, a VOX, a todo el movimiento retrógrado, al señor Trump, al señor Bolsonaro… todo eso le da auténtico pavor. Sería capaz de mentir para no hacer daño, como todo el mundo. Los nervios no los pierde. Y al otro sexo le envidia su inteligencia. Aunque las compadece tanto y tanto. Cree que la sociedad se ha portada muy mal con ellas. Que realmente compadecer quiere decir padecer con ellas y no por encima. Todo lo que se haga por conseguir la igualdad es poco. Su infierno particular es perder a los seres queridos. Pasaría una noche con un intelectual para hablar sobre cosas que no sabe. Con un científico o con una científica, con un juez o una jueza, con un niño o con una niña para que le cuenten sus historias, depende. Su autor preferido de teatro son dos, porque aún no ha conseguido decidirse por uno de ellos, y son Calderón y Shakespeare, “muy vulgar y muy tópico”.
¿Qué supone tener tres Premios Nacionales de Teatro?
Soy miembro de un equipo, y es el equipo el que va consiguiendo los premios. Siempre parece que hay alguien que sobresale, pero significa la confirmación de unas técnicas, de una manera de trabajar, de una manera de pensar, que parece ser que en momentos determinados de mi vida, ya muy larga, pues han dado resultado. Tampoco mucho más.
¿Cuándo inicia su carrera como director de escena?
Yo quería ser actor. Empecé a estudiar en el año 1961. Y empecé a dirigir en el año 1965 por un accidente. Yo quería ser actor, pero en un momento determinado, un maestro que teníamos extraordinario, que era Miguel Narros, le nombraron director del Teatro Español, y nos quedamos un poco aislados en el grupo del TEM (Teatro Estudio de Madrid). Entonces decidimos hacer algunas obras. Yo me puse a dirigir la primera, y parece ser que no lo hice mal del todo, y ahí me quedé. La primera recuerdo que fue Proceso por la sombra de un burro, de Friedrich Dürrenmatt, y que hicimos en el Teatro Beatriz de Madrid, un antiguo teatro que había en la capital.
¿Qué diferencia hay entre la forma de hacer teatro de sus inicios y la de nuestros días? ¿En qué ha cambiado? ¿Cómo ha evolucionado?
Ha evolucionado en todo. El teatro, como yo lo concibo, va en paralelo, a veces un poco más adelantado o retrasado, con los movimientos sociales, con la sociedad. El teatro tiene que ir acompañando esos movimientos. Hay gente de vanguardia que va por delante, y gente que va por detrás. Conforme ha ido cambiando la sociedad ha ido cambiando todo. Valores que existían tremendos y terribles en la época de la dictadura se han caído, la lucha contra el fascismo ha desaparecido… Ahora hay una lucha mucho más ambigua. Las técnicas que en nuestra época eran revolucionarias, son comunes. Es decir, toda la instalación de lo que fue el método Stanislavskiano en España, a través de William Layton, ahora ya es algo cotidiano. Se está avanzando en otros aspectos. La implicación del actor en el proceso ideológico se ha complicado. La técnica ha invadido, afortunadamente, el teatro. Ha cambiado en todo.
En la forma de dirigir, igual. Vas dirigiendo conforme los actores te van provocando. Conforme la sociedad te va pidiendo. Conforme los textos van requiriendo. La profesión del teatro es una profesión en evolución constante. No para nunca. Realmente cuando tú haces una obra de teatro el pasado ya no vale. Lo que vale es lo que tienes en ese momento y hay que seguir para adelante.
Yo creo que lo que más ha cambiado es que cada día admiro, quiero y respeto más a los actores y a los cantantes.
¿Cuál es la producción que más le ha marcado?
Profesionalmente Las bicicletas son para el verano. Operísticamente, Wozzeck, de Alban Berg. Y creo que El gato montés en el mundo de la zarzuela.
El gato montés es una zarzuela convertida en ópera. Tuve la suerte inmensa de trabajar con unos actores-cantantes excepcionales. Maravillas. Creo que toda la conjunción hizo que tuviera un resultado muy fuerte, muy potente. A mí que no me gusta precisamente el mundo de los toros, me acerqué a él desde un punto de vista exterior, y fue muy apasionante. Wozzeck, porque fue un sueño dorado. Yo venía de hacer Macbeth. Pasé de Verdi a Monteverdi, de Monteverdi a Berg. Fue tal el cambio, mi manera de enfrentarme a uno y a otro, que cambió mi visión de la ópera. Y Las bicicletas son para el verano porque fue una obra que marcó un hito en el teatro español. Estuvo tres años en cartel. Se convirtió en algo que se fue de mis manos. Fue un suceso social que conectó con el público de una manera total, y creo que por eso se quedó marcado en mi carrera.
Pero luego hay millones de funciones. Llevo dirigidas unas ciento cincuenta. Hay muchísimas que me han marcado. La historia del zoo, por ejemplo, en la que yo trabajé como actor. La casa de Bernarda Alba. Muchísimas.
Admira profundamente a los actores y actrices. ¿Con quién le falta trabaja?
(rápido) Con Nuria Espert hemos coincidido en festivales, pero no hemos trabajado juntos. Hay muchos actores a los que veo por la calle y siempre decimos lo mismo, “no hemos trabajado nunca juntos”. He trabajado con muchos, pero me faltan muchísimos.
¿Alguien con quién le gustaría trabajar especialmente?
Especialmente yo he trabajado con dos personas que para mí son la cumbre. No hay posibilidad de encontrar nada mejor en el mundo. Son Ana Belén, y el señor Lluis Homar. He trabajado con Berta Riaza, que es otra joya que desgraciadamente ya no puede trabajar. Con el señor Héctor Alterio. He tenido mucha suerte. He trabajado con los grandes, grandes, grandes.
Un recuerdo de la niñez…
Ribadesella. Un pueblecito del norte de España. Pasé muchísimos años de mi vida allí en el mar.
¿Qué queda de aquél niño?
Pues sí queda. Quedan los sueños que todavía están por realizar y que soñaba aquel chico, aquel adolescente, bañándose y soñando con el teatro. Yo soñé con el teatro desde los seis años porque me regalaron un teatro. Jugaba al teatro constantemente. Mis amigos, que todavía viven, me recuerdan: “Ya estabas dirigiendo desde pequeño. Si es que eras tú el que mandaba siempre”. Sigo mandando (risas) y sigue mi amor por el teatro cada vez más encendido.
¿Con qué se emociona José Carlos Plaza?
Con un actor. Cuando un actor logra unir la palabra, el cuerpo y la emoción en un momento, casi no puedo resistirlo. Me parece un milagro.
¿Usted sería capaz de vivir sin arte?
Mira, como estoy muy enfadado con la prensa, de hacer futuribles, no lo voy a hacer contigo tampoco. No hay que hacer futuribles. Hablemos del presente. Yo que sé. No tengo ni idea.
¿En qué momento profesional se encuentra?
Una madurez muy tranquila, muy apasionada. En riesgo constante. Esta vez sin pánico pero con tranquilidad. Arriesgando. Divertido.
¿Amor o pasión?
¿Para el teatro? Pasión.
¿Amar o ser amado?
¿En el teatro? Ser amado. Porque es el público. Siempre, siempre. El equipo de actores, director, y equipo técnico, tiene que conseguir ser amado.
¿Con la edad se va llegando a conclusiones?
Al revés. Todo lo que eran conclusiones ahora ya no lo son. Afortunadamente todo se desmonta por completo.
¿Cuál es la última producción que ha hecho?
La habitación de María, de Manuel Martínez Velasco, con Concha Velasco.
¿Cómo ha sido el trabajo con ella?
Difícil. Porque es un monólogo. Está en unas condiciones físicas muy difíciles para ella. Ha sido un gran esfuerzo, sobre todo de ella. Es una mujer de 80 años. Ha sido un proceso muy delicado, muy poquito a poco. Un trabajo de momento a momento, de no poder avanzar muy deprisa, de intentar estar muy cerca de la actriz para que nunca tuviera ningún problema. Un trabajo muy delicado, muy hermoso, de mucho cariño.
¿Qué cuenta La habitación de María?
Pues cuenta el canto de libertad de una mujer que tiene agorafobia, que no puede salir de la casa. Que por una circunstancia, que no voy a contar, se ve obligada a salir, y sale. Ella es capaz de salir, cosa que pensaba que nunca podría suceder. Es un acto de valentía de la tercera edad. Que somos muy valientes (risas).
Me hablaba que ha sido un trabajo muy cuidadoso con Concha Velasco. Usted ha trabajado seis veces más con la actriz en otras producciones, ¿cómo ha evolucionado como actriz?
Ella como actriz tiene un nivel excepcional. Los actores son como el vino. Cuanto mayores son más experiencia tienen, más vida tienen, más conocimiento tienen, mejor utilización de sus técnicas… El actor siempre mejora con la edad. Si tú piensas en actores que en el inicio de su carrera no eran muy buenos, luego se han convertido en grandes glorias. Es porque la vida da una cosa añeja. Concha está con ese sabor del buen vino, del vino fuerte, del vino hecho, que sabe lo que hace.
Profesionalmente, ¿se acuerda quién le dio la primera oportunidad?
Sí, claro. William Layton. Era un profesor americano que llegó a España en el año 1966. Ha creado una escuela. Existe el laboratorio de William Layton. Él empezó a trabajar conmigo. Yo estaba enamorado de su técnica, porque yo venía de una familia lejana del teatro antiguo, y él me enseñó otra manera de entender el teatro, con un rigor y una profundidad… Esa fue la gran oportunidad. Yo ya no me separé de él. Layton murió hace quince años. Yo le conocí cuando tenía dieciséis, y yo era alumno de Layton cuando murió. No me separé de él nunca, no. Él me abrió la vida al teatro.
Profesionalmente me hice yo solo mi carrera, porque éramos un grupo de teatro que entre todos juntos conseguimos las primeras funciones. Las hicimos nosotros. Porque era teatro independiente. Esa fue la oportunidad de empezar.
¿José Carlos Plaza se crece ante la adversidad?
Pausa. La respuesta inmediata es Sí. Pero he hecho la pausa porque a veces, con la edad, he llegado a darme cuenta que es mejor no crecerse y sentarse mucho antes de crecer. Pero durante muchos años, para adelante.