Los Figurantes es una de las obras cumbre de José Sanchis Sinisterra, fue estrenada en el Centre Dramatic de la Generalitat Valenciana en Febrero de 1.989 y según explica el propio Sanchis, el germen de esta obra se remonta a la época en la que trabajaba junto a José Luis Gómez en la dramaturgia de “La vida es sueño” para el Teatro Español, un trabajo que le brindó una excelente oportunidad de meditar sobre el destino de aquellas figuras condenadas a “aguantar la lanza”.
De todo esto hemos querido hablar con dos de sus protagonistas. Su autor, el gran dramaturgo José Sanchis Sinisterra, y el co-director de la puesta en escena, Delfín Estévez.
Ha sido una verdadera sorpresa para mí y un privilegio poder compartir con José Sanchis Sinisterra esta conversación, además de, por supuesto, con Delfín Estévez, codirector de una de sus funciones. Pero sí que me gustaría empezar esta entrevista preguntándole a José, ¿qué son Los figurantes?
José: Yo antes quisiera añadir una apostilla de elogio a Delfín, porque es el tercer montaje que hace con grupos más o menos profesionales, algunos sí que eran, pero empezó con un montaje hace unos cuántos años…
Delfín: Bueno, antes de montarlo con los compañeros del Teatro Fronterizo, pues lo había hecho con estudiantes y la primera vez que se hizo con profesionales fue en 2017.
José: En 2017 volvió a montar con parte del reparto cambiado.
Delfín: En resumen, este es el resultado de un proceso muy largo de prueba y error para hacer posible lo imposible. Montar este texto durante 30 años ha sido un reto que nadie lograba llevar a cabo. Haberlo hecho ya finalmente con un elenco profesional, en un teatro principal de Madrid, es uno de esos pequeños, llámale milagro, proeza, prodigio. Llámale como quieras.
¿Por qué era tan complicado llevar a escena este texto?
José: Bueno, fundamentalmente porque es un texto que tiene 19 personajes y ninguno de ellos sobresaliente. Justamente la obra trata de los figurantes, no solamente del teatro sino también los figurantes de la vida, de la historia, que son los que verdaderamente mueven el mundo, pero quedan siempre en un discreto anonimato. Eso forma parte un poco de mis mitos personales. ¿Quiénes son estas multitudes, estos colectivos que no tienen una individualidad, no tienen un perfil heroico, ni noble, ni de súper digno, pero que están ahí moviendo la historia? No es fácil en el star system en que muy a menudo se desarrolla el sistema teatral, la profesión teatral, que alguien quiera producir un montaje con 19 personajes, y menos cuando todos ellos son secundarios. Y el hecho de que no haya figuras en el reparto yo me imagino que es algo que por lo menos a muchos teatros así de relumbrón pues no les atraerá.
Así todo se hizo. El primer estreno fue en Valencia, en el Centro Dramático de la Generalitat, y lo dirigió Carme Portaceli, pero fue porque le falló una obra que ella quería hacer y entonces alguien le pasó Los figurantes, y la puso en escena. A partir de entonces han sido grupos amateurs, universitarios en distintos países los que la habían llevado a escena, pero aquí, en España, no había habido, que yo sepa, otras tentativas.
Delfín: Esta es la primera producción profesional de Los figurantes en España desde el año 1989.
José: El estreno de ahora se debe a la locura de mi querido amigo Delfín Estévez, que se embarca en proyectos absolutamente desquiciantes, y encima actuando en el montaje. Por eso, solamente y porque el trabajo es muy, muy respetable, soy incondicional del espectáculo que se está presentando en el Teatro Reina Victoria y del trabajo de todo el equipo, tanto los que dan la cara de los personajes de Los figurantes como todo el equipo técnico y artístico que los sustenta.
Les pregunto a los dos, ¿creen que la figura de los figurantes en el teatro contemporáneo está completamente extinguida? Actualmente estamos viendo, y más después de la pandemia, repartos de tres, cuatro actores y actrices como mucho.
José: Yo no me atrevería a diagnosticar un panorama general. Yo sé que, a menudo, cierto teatro ha querido poner el foco en los personajes, digamos, secundarios. Por ejemplo, yo recuerdo una obra de los años 70 del siglo pasado de Tom Stoppard que se llama Rosencrantz y Guildenstern han muerto. Son dos personajes de Shakespeare que tienen un papel de figurantes lamentable, y que encima los matan. A mí esa obra me gustó mucho. Y los personajes, en un guiño a lo que llamamos el metateatro, lo metateatral, el teatro, pues hacen comentarios sobre esa condición de secundariedad que les ha tocado en esa obra inmortal que es el Hamlet de Shakespeare, y que nunca dicen más que dos frasecitas, un saludo, una reverencia, y luego al final hasta los matan. Si hiciéramos un rastreo por el teatro contemporáneo veríamos, probablemente, en el teatro de Bertolt Brecht, que muy a menudo da la palabra a lo que podríamos llamar los colectivos más o menos marginales, más o menos prohibidos. Lo que pasa es que el buscar la figura del figurante teatral tiene un rizo que a mí particularmente me conmueve. Porque siempre lo he pensado cuando voy a, no solamente el teatro, sino el cine, a veces si no me atrapa mucho la película me pongo a mirar a los que están haciendo de comparsas y me pregunto: “qué habrá sido de este muchacho, de esta señora que quería ser actriz, a dónde habrá ido a parar con esta insignificancia de personaje. En ese vaivén entre lo que es los artistas teatrales de ínfima categoría entre comillas en el reparto, y los figurantes de la historia, salió esta obra.
¿Cuál fue el germen realmente de poner el foco en los figurantes y por qué se le ocurre escribir una función de teatro basada en los propios figurantes de teatro?
José: A nivel consciente, porque los procesos creativos a veces te vienen de zonas que no están en la memoria, diríamos, perceptible, pero que están ahí jugando, reclamándote salir, tomar forma de, en este caso, de obra de teatro. Pero sí que es verdad que yo el recuerdo más claro que tengo es cuando hice la primera de las dos versiones de La vida es sueño de Calderón. La primera me la encargó José Luis Gómez, y haciendo el trabajo de dramaturgia le planteé la posibilidad de que en la obra, que como podemos recordar es un padre indigno que ha encerrado a su hijo en una cueva, que le suministra droga a través de Clotaldo, y que un día se le ocurre hacer el experimento de sacarlo, a alguien que se ha criado como un animal salvaje, a ver cómo se comporta en la corte y si es digno de merecer la corona. A mí eso me parece una infamia. Si lo reducimos y le quitamos la intención simbólica de Calderón y lo llevamos a una historia de seres humanos. Como el muchacho llamado Segismundo se comporta como un ‘hooligan’ o como un salvaje, el padre dice: “¿veis? ya sabía yo que este hijo iba a ser causante tal… a la cueva otra vez. ¿Cómo sale Segismundo? Apoyado por los soldados y por lo tanto por los que han sido figurantes en esa obra.
Entonces le dije ¿qué tal si, sin añadir texto en mi versión, hago que el papel de los figurantes, el soldado primero, el soldado segundo…, tenga más relevancia y de alguna manera son ellos los que ayudan a Segismundo a destronar al canalla de su padre?
Entonces Gómez dijo que no, eso no se puede hacer, no, eso es demasiado subversivo. No lo dijo así, pero yo vi que no le hacía ninguna gracia que la monarquía quedara subyugada, y en este caso concreto de la obra restaurada en una forma más legal por los figurantes de La vida es sueño de Calderón.
Esa frustración se ve que se me quedó ahí y cuando años más tarde decidí escribir una obra con muchos personajes, porque fue después de Ay, Carmela, actores y actrices famosos empezaron a pedirme si no tenía otra obra baratita con dos personajes, sin escenografía… como Ay, Carmela. Y mi contestación fue: “¿quieres Carmela? pues toma, los figurantes, 19 personajes, Guarda 1, Guarda 2, Comensal noveno, Prisionero tercero, quinta dama, sexta… Entonces me lo pasé muy bien. Había también una actitud de desafío un poco idiota por ver quién se atrevía a montar una obra donde todos los personajes tienen un papel, digamos, igualmente secundario. Para que hubiera una cierta justicia poética me fabriqué 19 cartulinas con el nombre de cada uno de los personajes, y a medida que iba escribiendo los que ya habían hablado los pasaba al lado izquierdo del cuaderno, y los otros iban pasando del izquierdo al derecho, para que todos tuvieran un papel proporcionado en su insignificancia. Como ves, el proyecto era estéticamente subversivo, valga la expresión, ya desde el principio. Y también políticamente. Está dedicada al pueblo Sandista de Nicaragua. La edición de la obra está dedicada a ellos porque yo estuve en Nicaragua el año anterior a que perdieran las elecciones después de haberlas ganado. Ahí empezó la catástrofe del sandinismo que para mí fue una de las últimas utopías del siglo XX.
Delfín, nos cuenta José que fue complicado, o por lo menos intentó darle esa igualdad a todos los personajes, ¿cómo ha sido moverlos en escena? Porque me imagino que mover 19 personajes en escena será también muy complicado.
Delfín: A la hora de afrontar el trabajo con todo el equipo, para mí que no tengo una formación como coreógrafo, es decir, aunque yo hubiera querido no hubiera podido hacer un dibujo preciso y milimetrado de cada uno de los pasos y de cada uno de los movimientos. Para mí el camino partió de otro lugar, y ese lugar fue confeccionar un equipo humano donde hubiera un nivel de entendimiento extraordinario. Con ese propósito dedicamos muchísimas horas de trabajo a realizar ejercicios de grupo, de escucha, de conexión, trabajar todos los recursos que como actores tenemos para sentirnos dentro de un colectivo, y no defendiendo nuestra pequeña frase que es otra de las cosas que flotan en la propuesta ya desde el propio texto. Es decir, una de las dificultades con las que se encuentran los personajes es que ellos pretenden de un modo colectivo solucionar un problema que obviamente les supera que es cómo establecer una estructura más justa donde las oportunidades y los recursos pues no se centren sólo en unos pocos privilegiados. Esto es un poco la metáfora que flota en la obra. Esto, en el propio proceso creativo, también está presente. Había un paralelismo entre la ficción de la obra y luego la realidad de 19 actores en unos tiempos de precariedad donde el oficio del actor y de la actriz, como sabes, es de alto riesgo y de pocas garantías. Eso generalmente se traduce en un nivel de estrés en que todo el mundo tiene que salir corriendo, en que todo el mundo está pensando en que tiene que buscar cómo pagar las facturas, y eso a menudo no favorece la relajación, la calma, la armonía dentro de los procesos creativos.
Por nuestra parte, lo que tratamos desde el primer momento es dejar fuera todas esas fuentes de estrés. Construir un equipo lo más cohesionado posible, y de esa forma aquellas cosas que no íbamos a poder solucionar mediante una coreografía perfecta las solucionaríamos mediante un sentimiento de comunidad que nace del trabajo de ensayo, de las horas compartidas. Si alguien me preguntara cuál es la receta para que 19 actores no acaben peleándose y discutiendo, y callando unos por encima de otros, si tuviera que dar una receta, que no la tengo, desde luego creo que tiene algo que ver con generar algo parecido al placer de trabajar juntos.
José: Yo añadiría una cosa. Y es que es una de las cosas bellas del trabajo de Delfín y todo su equipo, que ha creado una coralidad estética. El modelo, diríamos, tomado de otro arte, como la música, es el coro. Una cosa es el solista, la estrella, el divo o la diva, y otra cosa es el coro. En el siglo XX hay un renacimiento del coro. Nuevamente a finales del XX y principios del XXI vuelve a predominar el star system, y más ahora con las redes, con los influencer… Todas estas obsesiones por tener 200 mil visitantes… Es el divismo que es un poco congénito en determinados artistas. En la coralidad tiene que quedar, por lo menos, domesticado, y en este caso, creo, que en el mejor sentido de la palabra, Delfín y su equipo, María José también como ayudante de dirección, y todos los demás, han hecho un trabajo de coralidad con los actores, y eso es para mí muy bello. Ya sólo la presencia no progresiva de los personajes, porque van apareciendo de uno en uno, de dos en dos, y cuando llega un momento a mitad del primer acto de que están todos en escena, el efecto es impactante. Esos gusanitos y gusanitas que hemos visto aparecer titubeantes, sin saber lo que pasa, qué va a pasar, de pronto forman un coro no exento de conflictos, porque no es fácil asumir la coralidad. Cuando algún personaje pretende reconquistar algún brillo protagónico en algún momento, el coro puede con él.
Delfín: Una de las cosas que se plantea en el montaje, tanto en el texto como en la propuesta escénica, es que el deseo de horizontalidad es un objetivo llamado al fracaso, o si no está llamado al fracaso, aún no hemos encontrado el camino más directo para lograr esa igualdad. Lo que te puedo decir es que en la obra no idealizamos al grupo y al colectivo, no entramos en una imagen de que todos juntos vamos a estar en armonía y que jamás se va a generar una disputa por el protagonismo. Al contrario. Lo que hacemos es poner de manifiesto que aunque tratemos de estar en un contexto de igualdad y de horizontalidad inevitablemente afloran esas pequeñas miserias que pueden ir desde el miedo de un personaje porque las cosas van a salir mal y entonces no quiere exponerse, pasando por aquel que considera que su capacidad de organización es mayor que la de los demás y entonces tiene un cierto derecho a liderar, pasando por aquella persona que está más instalada en la rebeldía y considera que aquello es un desastre pero que, bueno, va a seguir así un poco la corriente hasta que llegue su momento de hacer su pequeño número. Todas las variantes humanas del boicoteo de lo colectivo están en la obra.
Dentro de 19 personajes no me puedo creer que no hayan empatizado personalmente con alguno de ellos.
José: Vale. Te lo podría aceptar. Esto en el montaje está mucho más, diríamos, dosificado por el trabajo de dirección, pero es verdad que en el proceso de escritura había personajes que chupaban plano. Me aparecían con una vivacidad y con una vocación protagónica que me costaba, diríamos, retenerlos. Podría decir que noto que hay personajes que en el texto, no hablo ya del montaje, yo creo que en el trabajo de montaje por esta preocupación por lo coral, Delfín ha impuesto y ha propuesto, y eso se neutraliza, pero en el texto es verdad que aparecen unos cuantos que tienen un poquito más de relumbre, especialmente en su dimensión humorística. Esta obra me salió con humor fallero. Valenciano que soy, tengo que contener el hecho de tratar temas, a veces graves, sin recurrir al humor. Aquí hay varios personajes que inevitablemente adquieren ese protagonismo, pero tanto el trabajo textual como el trabajo de puesta en escena los devuelve a la coralidad, a la colectividad. Son contradicciones propias del proceso de escritura donde uno está muy solo y se enamora de determinados personajes.
Delfín: En mi opinión, y respondiendo también a tu pregunta, creo que los 19 personajes pueden conectar con diferentes aspectos de nuestra, vamos a llamarlo, ineptitud para trabajar en grupo. Es decir. Hay algún personaje que representa, como decíamos, una cierta pretensión de autoridad, otro personaje representa la precipitación, hacer las cosas de forma chapucera. Creo que cada uno de esos personajes, en un momento dado, resuena con diferentes lugares de nuestro fracaso personal, tanto como actores como personas. Es por eso, que cuando vamos pasando por ese fresco, por esa serie de imágenes del fracaso humano o del fracaso del humano que quiere armonizarse con el colectivo, se nos van encendiendo…
José: Más que fracaso hablaría de tropezón, tropezones
Delfín: Si, vamos a hablar de tropiezos, vamos a mantener un poco la esperanza, porque realmente aunque esta pieza hay quien considera que es un retrato de lo imposible, creo que, al menos desde mi punto de vista, no sé en el caso de José, creo que más que un retrato de lo imposible es una alerta sobre las dificultades de lo colectivo.
¿Cuál es la reacción del público cuando sale de la sala? ¿Es el objetivo que se marcó Sanchis Sinisterra con la escritura de esta obra? ¿Es el objetivo que Delfín ha perseguido con la puesta en escena como director y alma de esta producción?
Delfín: Alma complementaria. Hay que decir que hay una persona que está en la codirección que es María José sin la cual esto hubiera sido totalmente imposible. Mi alma participa de un alma más grande que es la que ha impulsado esto. En cuanto a si el público sale con aquello que nosotros pretendemos cedo la palabra a José.
José: De este montaje he visto tres funciones muy diferentes en cuanto a la reacción del público. De manera que yo creo que incluso que hay como zonas de público que no sabemos por qué hay algún reidor o reidora que se manifiesta muy pronto. Hasta ahora se han hecho cuatro funciones en el Teatro Reina Victoria. La tercera, a la que yo no asistí, me comentó Delfín que desde el minuto uno la gente empezó a reírse, y en varios momentos interrumpieron con aplausos, cosa que cuando me lo dijo me quedé horrorizado, en cierto sentido. Es muy difícil hacer un balance general. Yo creo que cada representación un coro diferente de espectadores en donde pues a lo mejor un solista que se ríe mucho desde muy pronto arrastra a otros. Porque la risa en este espectáculo sí que es un síntoma de conexión para mí muy serio pero en clave de humor. Este fenómeno en la última función que vi estaba un poquito más nivelado, y aunque hubo algún aplauso, es verdad que a mí no me ha ocurrido en ninguna obra que la gente se ponga aplaudir en mitad de una escena. De manera que de momento estamos muy contentos.
Delfín: Personalmente, como obrero de esa representación, como persona que estoy ahí a pie de obra, por así decirlo, el hecho de que haya risas, y no te digo ya cuando hay aplausos, es algo que jamás nos hubiéramos imaginado. No nos habíamos imaginado que en la obra íbamos a tener que parar porque la gente se ponía a aplaudir, pero es la realidad. Lo que sucede con esto es que a mí, personalmente, me produce una sensación un tanto ambigua, pero diría que positiva, porque los temas que se plantean en el texto, creo que tienen una gravedad… Creo que es imposible no darse cuenta de la importancia del tema que se trata, y es si somos capaces de hacer algo en común para solucionar lo que no funciona o si estamos abocados a seguir peleándonos porque frente a los males del mundo no somos capaces de alinearnos. El tema en sí me parece que tiene una cierta gravedad. Si no hubiera risas, si no se percibiera un cierto goce creo que podríamos entrar en un terreno resbaladizo que es ponernos intensos, tremendos, trascendentes. Esa trascendentalidad, en mi opinión, a menudo juega en contra del propósito de un texto, si es que los textos tienen un propósito. Creo que la trascendentalidad juega en contra porque como espectador te ponen en una posición de tener que hacer ahí un ejercicio intelectual que a veces no es lo que tú esperabas al salir de casa. Sin embargo, si todo esto se infiltra y se desliza entre unas risas que inevitablemente aparecen, porque la torpeza, la extravagancia, la chapucería de estos personajes, te lleva a reír. En esas risas sutilmente se está infiltrando algo que puede ser quizás más parecido a eso de que el público se lleve algo a casa.
José: Te puedo decir que el texto está salpicado de citas de Marx equivocadas, frases que a la gente le suenan como “no pasarán” o como “la religión es el ocio del pueblo”. Está salpicado de claves de lo que pudo ser cada vez que se produce la difícil búsqueda de la cohesión para cambiar el orden establecido para el placer del papel de los protagonistas. Y me imagino que a veces la risa que irrumpe en el público es porque reconoce un estereotipo, un tópico, una clave, una consigna, pero claro, generalmente también equivocada o torcida, y eso pues se crea con un público que puede tener más sensibilidad política de territorio conocido.
José, ¿en qué momento está personal y profesionalmente?
José: Te paso el teléfono de mi psicoanalista. No tengo (risas). No me he puesto todavía en manos del psicoanalista. Digamos, por una parte, que estamos atravesando una crisis el proyecto del Nuevo Teatro Fronterizo después de resistir una actividad frenética durante 10 años en La Corsetería, y dos y medio o tres durante la pandemia haciendo cosas online. Se han dado una serie de circunstancias que lo han hecho naufragar. Por lo cual, ahora el Nuevo Teatro Fronterizo ya no existe. Y así todo se ha creado, se ha recreado, un núcleo que estamos trabajando en los altos del Teatro Pavón con lo que fue un poco la columna vertebral del Nuevo Teatro Fronterizo en La Corsetería que era el co-laboratorio. Ahora he abierto el pos-laboratorio en donde participan algunos de los veteranos. Yo quiero que de ahí pasemos a lo que era el proyecto inicial del Nuevo Teatro Fronterizo que es abrir en Madrid una sala equivalente a lo que hice en Barcelona con la Sala Beckett, o sea, un lugar en donde la investigación, la formación, la creación, y también la producción y la distribución, pudieran estar en manos de una generación maravillosa de gente que está entre los 30 a 45 años, que han estado acompañándonos en la época del Nuevo Teatro Fronterizo, y que ahora han quedado un poco como náufragos. Vamos a ver si conseguimos agruparlos y si alguna vez las instituciones miran hacia el hueco que creo yo ha dejado este naufragio del Nuevo Teatro Fronterizo.
Delfín, ¿qué proyectos a corto plazo hay encima de la mesa?
Delfín: Por mi parte en estos últimos meses, y algo más que meses, todo mi trabajo está girando en torno a Los figurantes, porque el proceso es muy absorbente, dado que al haber lanzado este proyecto de una manera tan kamikaze hemos tenido que asumir nosotros mismos la producción, la distribución, a parte de la dirección e incluso hacer algún personaje. Esto lo digo sin ningún tipo de lamento puesto que me hace muy feliz estar al servicio de algo que creo que es necesario, puesto que considero que montajes como este forman parte de un teatro necesario.
Desde la máxima felicidad, también mi realidad es que no puedo dedicarme a ni siquiera planificar nuevos proyectos, si bien en mis ratos libres, y en la medida de mis posibilidades y mis capacidades, trato de ir escribiendo el próximo texto en el que me gustaría embarcarme, que sería quizás algo que emprendería de cara al segundo semestre de este año. Y hasta ahí puedo leer en cuanto a mis proyectos.
Para finalizar, ¿qué le piden al mundo del teatro?
Delfín: Al mundo del teatro le pido que sea generoso a la hora de conceder sus recursos. Cuando hablamos del mundo del teatro me imagino que te refieres al colectivo, a todo lo que envuelve el mundo del teatro, porque en el mundo del teatro digamos que podemos diferenciar entre lo que son las estructuras, donde los teatros, los empresarios, son un segmento, un territorio del teatro, y luego está el territorio de los creativos, de los actores, escritores… A los compañeros actores, escritores, por mi parte no les puedo pedir nada más que sigan aguantando nuestra compañía, y a ese otro territorio que también forma parte del mundo del teatro que son los empresarios, los teatros, digamos aquellos que gestionan los lugares de exhibición, pedirles algo. No sé si es el verbo más adecuado, pero quizás sugerir, siempre se puede sugerir que se arriesguen, que se arriesguen y que confíen en aquello que, de algún modo, también es parte de este mundo que son las propuestas que no garantizan grandes titulares pero que, a lo mejor, sostienen eso que llamamos el teatro.
José: Yo en este sentido soy muy crítico con esta apoteosis del star system. Ahora si no tienes uno, dos o tres actores o actrices con nombre, que salen en las series, ya los empresarios y productores se muestran reticentes. Yo entiendo que hay un riesgo económico y tal, pero claro, es la pescadilla que se muerde la cola. Hay que fabricar estrellas para que alimenten un firmamento que tiene también asteroides, nebulosas y otras materias.
Delfín: A mí me gustaría transmitir algo a todas aquellas personas que estén planteándose qué pueden ir a ver al teatro, o qué planes pueden hacer para un fin de semana, para un domingo. A mí me gustaría plantearles que, en mi opinión, no puede haber mejor combinación que salir del teatro y darnos cuenta de que nos han hecho reír y nos han hecho pensar. Así que os esperamos en las barricadas.