Estudia fisioterapia y oposita a la policía. Abandona su puesto de Policía en 2012, después de haber trabajado durante 6 años en la Comisaría de Alcobendas, y tras terminar sus estudios en el Estudio Corazza para el Actor, empieza como cómico en vivo, en La Chocita del Loro de Gran Vía en Madrid. Después de obtener cierto prestigio, y haber grabado varios monólogos en Paramount Comedy, empieza a girar por España.
Interesado en el cine y la televisión, graba su primera serie a finales de 2013, con un personaje protagonista en la serie El Incidente, para Antena 3. Después de obtener cierto éxito en teatros como showman y cómico en directo y con su compañía de Improvisación Improclan, de la que es fundador e intérprete, participa en varias obras de teatro como Todo irá bien, Yerma, Búffalo, Mucho ruido y pocas nueces, La señorita Julia, La voz dormida, etc.
Su carrera audiovisual también empieza a despegar y le podemos ver en series como Sin Identidad, Sabuesos, Acacias 38, Erase una vez, pero ya no… Y en películas como El hombre múltiple, Identidad, El tutor, El asesino de los caprichos, Way Down o I´m sorry, no more.
Así mismo se forja un hueco en la cartelera madrileña con sus shows unipersonales, como La capital del pecado, Ten Karma o La capital del pecado 2.0 en el Teatro Arlequín Gran Vía de Madrid.
En los últimos meses Juan Dávila se ha convertido en la sensación de la cartelera madrileña. Sus videos en redes sociales se han viralizado de tal manera que hay gente que repite su experiencia y lo visitan en el Teatro Arlequín Gran Vía en repetidas ocasiones. Masescena ha tenido la oportunidad de charlar con él, fuera de las tablas que es donde parece que controla la situación.
¿Quién es Juan Dávila?
Fíjate que me han hecho entrevistas, pero nunca me habían preguntado esto. Yo me defino como un buscador. Un buscador de motivación. Estudié fisioterapia, me saqué una oposición, más tarde estudié cuatro años en el Estudio Corazza arte dramático, más tarde estuve en Comedy Central… mil historias, pero al final siempre ha sido buscar.
¿Por qué los monólogos?
Pues yo iba a un sitio por la calle Hermosilla, que se llamaba La chocita del loro. Por las tardes iba allí y me sentaba en la cabina a ver, y un buen día el dueño me dijo: “venga, que te vas a subir. Este domingo te pongo en el cartel y te subes cinco minutos, porque creo que te hace ilusión”. Yo tenía cosas en mi cabeza, y ahí empecé.
Sus monólogos no son al uso, el público participa de ellos, son protagonistas de lo que está pasando en la sala.
En este último, en La capital del pecado, que lo creé después de la pandemia, me di cuenta de que había una necesidad de des-reprimirse. Había habido mucha represión, mucha cabeza, mucho raciocinio. La gente necesitaba liberar el impulso. Es un efecto que se produce en el efecto de la polarización. Cuando todo el mundo está mirando algo concentrado hay una parte que empieza a quitar el raciocinio y comienza a aflorar el impulso. Al crear el espectáculo, que gira en torno a los siete pecados capitales, el público iba a ser el protagonista. El primer monólogo en el que el cómico no iba a ser el protagonista, y que la gente iba a venir a des-reprimirse. Y es una locura. Está todo agotado y viene gente de toda España. Porque no hay nada así.
¿Por qué es el espectáculo más gamberro de la cartelera madrileña?
Porque hay un punto en el que el filtro de la cabeza ya no está. No es sólo que yo me ponga en ese lugar gamberro. También se confunde gamberro con agredir sin justificación. Pero no va por ahí. El público ve desde el sitio donde lo hago, y además ve que viene de algo justificado. Por eso ellos lo compran. Al final son ellos los que gamberrean más que yo.
Los protagonistas del espectáculo son los siete pecados capitales. ¿Qué se desgrana de cada uno de ellos?
En realidad, empiezo con una especie de historia basada en los siete enanitos. Cuando planeaba el espectáculo busqué por internet cosas o conjuntos de siete. Y los siete enanitos concuerdan perfectamente con los siete pecados capitales. Pero cuando eres enanito, que son los niños, no hay pecado. Es como en el proceso de la vida, el enanito dormilón es la pereza, el sabio es la soberbia… Cómo se equipara uno con otro. Lo que hago es volver al niño. Liberar el pecado para volver al niño. Que la gente vaya pasando por los diferentes pecados. Lo que pasa es que, a veces, no me da tiempo a todos, y me salto tres, porque se lía. A veces me salto la avaricia. La lujuria es el último. Y la lujuria me lo salto muchas veces. También ocurre que la gente está repitiendo mucho, hasta cuatro veces algunos. Hay dos señoras que vienen desde que estrené todos los sábados. Sin embargo, la envidia siempre sale. Funciona muy bien. Estamos en España. Cada país tiene un pecado, y la envidia en España está muy presente.
¿Por qué cree que repite el público? ¿Qué les da Juan Dávila?
Yo creo que el show es muy fresco, y eso les engancha. No hay un show igual. El tránsito por los pecados varía dependiendo de cada espectador. Todo lo que pasa en el espectáculo para mí es un regalo. Cuando tienes un monólogo muy trabajado casi te molesta que alguien te interrumpa. En mi show eso es al revés. Yo a eso lo hago crecer. En verano estamos agotando entradas. Una locura. Estamos vendiendo más entradas que El rey león (risas).
Su espectáculo también tiene un componente de improvisación. ¿Eso lo tiene trabajado?
Nosotros hemos tenido una compañía de improvisación en el Teatro Alfil, con Yllana, y hemos estado once años. Eso es un entrenamiento muy difícil de conseguir. Sí que es cierto que del show acabo reventado. Es una hora y media intentando controlar a trescientas y pico personas. Salta uno, volver al monólogo, recordar lo que me ha dicho este, los nombres de cada uno, cada enanito es un nombre. Es mucho esfuerzo. Pero, al final, es como un entrenamiento. Evidentemente esto la gente lo valora. Sale gente ahora que lo hace, pero están haciendo lo que yo hacía hace nueve años.
¿Alguna anécdota que le haya pasado en directo?
Hubo una muy graciosa hace poco. Un matrimonio vino del Rincón de la Victoria, en Málaga. Les pregunté si habían venido a verme a mí, y ella me dijo que sí. Él rápidamente me dijo que no. Entonces, ¿a qué habéis venido desde Málaga a Madrid? Ella insistía que venía a verme a mí, y él, ya cansado, dice que no, que ha venido a Madrid a ver el Thyssen. Y les pregunté que cuándo volvían a casa, y me dijeron que al día siguiente a las nueve. Pero, ¿habéis ido al Thyssen?, volví a preguntar. Y me dijeron que no. (risas) Iban al Thyssen, y le llevó a pecar. El marido dijo la verdad.
¿Hasta cuándo con La capital del pecado?
Pues ya te digo que es un show tan diferente cada sábado, que al final yo creo que lo va a decidir un poco el público. Ahora estamos, también, preparando una obra de teatro, que se estrenará para noviembre, y que se llama Dani y Roberta, de un autor americano, y que se hizo aquí hace tiempo. Tendré que compatibilizarlo. Pero La capital del pecado puede durar lo que el público diga. El leitmotiv del show es que el público peca. Yo le hago una pregunta comprometida a alguien del público y es el propio público el que anima a esa persona a pecar. Y se van viniendo arriba… Hay veces que me paseo lentamente entre el público, y esperan que no le toque a nadie, pero sí al que tienen o a la que tienen al lado.
¿Cuál es el futuro de Juan Dávila?
Ahora mismo será lo que venga. Hubo una época en que sólo pensaba en el actor. En España hubo una época en la que estaba reñido ser cómico con ser actor. O eres cómico estándar o eres actor. No voy a ir mucho por el monólogo porque quiero el peso del actor. No me van a considerar actor si me voy mucho hacia el monólogo. Pero ahora he dicho: “¡Qué coño! Vamos a tirar pa’lante con mi esencia”. Y la esencia es lo que está saliendo ahora en los shows. Llevo once años con esto, pero ahora es cuando se está viralizando. Ahora que lo está viendo la gente he decidido que vamos por aquí, a donde me lleve. A lo mejor me lleva para grabar un programa o para rodar una peli, nunca se sabe.
¿Es muy difícil hacer reír?
Yo creo que la responsabilidad al final recae sobre uno mismo. Hacer reír es complicado cuando la gente ha pagado porque les hagas reír. Al final la risa es sorpresa. Es difícil sorprender al que espera la sorpresa. Ahí está mi labor.
Los actores son los artesanos de la emoción. ¿Con qué se emociona Juan Dávila?
Ver el teatro lleno es la leche, me emociona mucho. Me emociono cuando, de repente, me escriben y me cuentan que han estado enfermos, y casi no pasan la enfermedad, y he estado viendo tus vídeos cada día y era lo único que me hacía sonreír. Una hija que me trae a su madre que lleva tres años sin reírse y sale encantada. Eso es lo que más me llena. Un protagonista, o un premio, al final forma parte del recorrido y en breve te acostumbras, pero lo que te toca y lo que te vibra tienes que buscarlo por otro lado. Al final trabajamos para la gente.
¿Cómo alguien como usted decide dedicarse al mundo de la interpretación?
Porque en la Universidad de Fisioterapia de Alcalá de Henares, había un profesor que montaba una obra todos los años con los alumnos de medicina. Un día me pasé por el aula de teatro, que hicimos Historia de una escalera de Buero Vallejo, y ahí me enganché. Fíjate, faltaba a clases de fisioterapia, pero a los ensayos de teatro no. Aquello me movió.
Para finalizar, para cerrar, ¿qué le pide a su profesión?
Que sea honesta con lo que pasa en el momento. Que nos olvidemos un poco de nuestra obra. Tú y tu obra está muy bien, pero no es lo más importante. A veces hay que escuchar un poquito a la gente, y si hay que variar tu obra pues se varía.