¿Cómo ha sido el proceso actoral de Sueños?
Pues ha sido, realmente, muy complejo. Muy, muy complejo. No solo textualmente, que es muy difícil. Evidentemente el lenguaje que utilizamos es el lenguaje de Quevedo, el lenguaje del siglo de oro. No lo hemos aligerado en ningún momento, lo hemos respetado al máximo. Pero, la cosa es, afrontar ese último camino de Quevedo. La función ocurre, yo creo, los tres últimos días de Quevedo en Villanueva de los Infantes antes de morir. Todo esto es el delirio de un hombre que sabe que se está muriendo, y que, además, él quiere que todo esto ocurra rápidamente porque ya no puede más. Él mismo dice en uno de los más grandes versos que escribió: «Que llegue bien rogada pues mi bien previene y hálleme agradecido, no asustado, que mi vida acabe y mi vivir ordene». Esos versos son brutales. Es decir, hay un momento en el que un hombre que se define como católico, pero que no se apoya excesivamente en la vida eterna, necesita trascender y convertirse en polvo enamorado.
Sueños, ¿nos presenta los últimos días y horas de Quevedo?
Yo creo que sí, no hay una cronología exacta, pero yo creo que sí. Porque lo que sí que está claro, o la tesis sobre la que trabajamos es que Quevedo sale de San Marcos, pasa por la Torre de Juan Abad, llega a Villanueva de los Infantes desterrado, pero no es liberado, en realidad lo que hacen es que le aligeran la prisión de San Marcos. En esa casa de Villanueva de los Infantes, enfermo de todas las enfermedades posibles, ve un libro, un códice de los sueños, y decide volverlo a leer. Y ahí él se muere en el infierno, en su infierno personal, en su herida. Quevedo era un hombre que convivía con el dolor físico desde que nació. Dolores brutales. Malformaciones en las piernas, un hombre de una salud de mierda, pero que, además, luego fue acrecentada por la sífilis, pero sobre todo los cuatro años de San Marcos de León sobrevivió de milagro.
¿Destacarías algún pasaje de la obra por su intensidad, por su fuerza, por la forma de interpretar?
Si. Yo creo que hay una escena especialmente con el Cardenal, hay una escena con un Cardenal de un Quevedo humillado, humillado por el poder y por la iglesia, pero que al final no se resiste y se alza y pone las cosas en su sitio. Es decir, es un momento de la función que tiene que ver con el soneto «No he de callar…», y es brutal.
Comentabas en rueda de prensa que no tiene nada que ver el Quevedo de Alatriste con el Quevedo que interpretas ahora…
En absoluto. El Quevedo de Alatriste es un cómic de lo que podría ser Quevedo. Es decir, el Quevedo que yo tengo que interpretar esta noche ya no se acuerda de cómo era ese joven Quevedo de los tercios de Flandes, de las peleas y los navajazos en las tabernas. Y de los duelos lingüísticos, verbales y poéticos con Góngora y con Ruiz de Alarcón. No. Este es un Quevedo decrépito, decrépito, y muy frágil. Es muy vulnerable. En algún momento le puede cruzar alguna idea de ese Quevedo de capa y espada.
¿Con quién se relaciona Quevedo en escena? ¿Qué personajes aparecen?
Pues mira desde el duque de Osuna, Montalbán que era su procurador y amigo, una mujer napolitana que era una novia que compartían el duque de Osuna y él que se llama Aminta, la muerte, la prosperidad, la envidia, el negro, toda una serie de personajes que él ve en el viaje que hace a los sueños. El cardenal, el diablo… Realmente somos diez actores y algunos de ellos interpretan varios papeles.
¿Cómo ha sido el trabajo con Gerardo Vera?
Eso ha sido un privilegio que a mí me ha regalado la vida. Porque la vida nos ha reunido a Vera y a mí en un momento óptimo en nuestras dos edades. Gerardo y yo tenemos un punto de intuición el uno al otro, pero un punto que a mí a veces me da hasta miedo. Yo no duermo cuando estoy en el proceso de creación de un personaje y se producían, con mucha frecuencia, cosas como llamarnos a las cinco de la mañana con idénticas o iguales ideas o pensamientos a la vez. ¿Por qué? Y esto sucede porque Gerardo y yo no necesitamos ya la palabra para saber lo que queremos el uno del otro. Es increíble. Aparte de ser una experiencia actoral y teatral inconmensurable es que yo me lo paso muy bien con él, me divierte muchísimo. Él no tiene sentido del humor, y a mí me encanta pincharle para provocarle.
Comentabas en la rueda de prensa el tema de la situación cultural en nuestro país, ¿cómo ves la situación actual de los actores?
Precaria. Enormemente precaria. Cada vez hay menos trabajo y, a su vez, el trabajo que hay es peor. Pero también es verdad que para sacar adelante esto es necesario mucho compromiso por nuestra parte, y hay veces que no encuentras este compromiso en determinados sectores. Es decir, al teatro, nosotros mismos, hay veces que le hacemos más daño que el IVA. Hay que hacer autocrítica. Nos tenemos que mirar a veces un poco nosotros, porque, si no, estamos todo el día contemplándonos nuestro ombligo y hablando del sexo de los ángeles. Porque esto de ser actor, esto no es gratis. Esto de ser actor, al final duele. Esto no es una profesión, está clarísimo. No es una manera de ganarse la vida. Esto es una necesidad que uno tiene, y tiene que hacerla. Y hay mucha gente que aguanta, y aguanta en una precariedad absoluta. Están sin interpretar durante seis años, o los que sean, para que luego al final les hagan una prueba para una serie de televisión y les den una separata, y cuando llegan a rodar no saben ni lo que están haciendo. Es tremendo, pero bueno.
Somos un país que ha renunciado a tener una cinematografía. Somos un país que está al borde de fusilar y acabar con todo lo que sea teatros públicos. Somos un país que contempla como todos los extranjeros del mundo llenan las colas del museo del Prado. No sé qué necesita este país para reaccionar, pero alguien debería empezar a pensar que el gran potencial de este país no es la industria, ni es la automoción, ni es la farmacéutica, ni tenemos petróleo. Lo único que tenemos es patrimonio cultural. Me parece que con un patrimonio cultural como el que tenemos, que es absolutamente desbordado, que no preocupe la cultura me parece una contradicción que luego tiene unos resultados que son los que estamos viviendo. La gente acaba por no encontrar respuesta a los grandes interrogantes que les suceden. ¿Cuál es la existencia de la vida? ¿Cuál es el objetivo de la existencia de un ser humano al final? ¿Pagar todas sus facturas y no tener que acabar viviendo debajo de un puente? es que eso no debería ser así, y hay gente que está en esa situación. Aunque haya veces que no lo queramos ver. Muchas veces creemos que el país en el que vivimos es el barrio donde vivimos, y no. Es que más allá hay otras realidades, y para eso el teatro es necesario. El teatro tiene que poner encima todas esas cosas para que la gente reflexione. Le duela a quien le duela. Te aseguro que los que estamos metidos en este proyecto hemos optado por un teatro comprometido que cada día nos cuesta más hacerlo. Pero cuando sacamos adelante algo como los sueños pues no llena de satisfacción. Estamos muy orgullosos de nosotros mismos. Pero no veas lo complicado que es. Y hace unos años no era tan complicado. Entonces yo creo que vamos a peor.
Espero que cambie, que haya un vuelco. ¿Porqué lo espero? Porque yo sin ilusión para qué vengo, yo tengo que tener una ilusión, aunque sea un iluso, pero tengo que creer que todo mejorará.