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Juan Mayorga: “Amante y deudor del Teatro de la Abadía”

 

Juan Mayorga Teatro La Abadia 1

 

¿Cómo es la llegada de Juan Mayorga al Teatro de la Abadía? ¿Cómo se entera de la noticia?

El Teatro de la Abadía, como institución, es regido por un patronato en el que están representadas las tres administraciones. Comunidad de Madrid, Ayuntamiento de Madrid, Ministerio de Cultura, así como patronos independientes. Y se me comunica que hay un acuerdo en torno a mi nombre. Y esa fue la primera motivación que me condujo a aceptar el hecho de que personas que pertenecen a distintos partidos políticos, y también gentes a las que respeto, habían considerado que yo podía asumir esta responsabilidad. Y la verdad es que, siendo como soy amante desde hace mucho tiempo y un deudor del Teatro de la Abadía, no sin vacilar, acabé aceptando.

Dirigir un teatro es una aventura fascinante. Lo es porque un teatro es un lugar construido y concebido para la reunión, para que la gente se reúna. Y entiendo que buena parte de mi trabajo consiste precisamente en eso, en imaginar buenas ocasiones de reunión. Ocasiones de reunión de las que las espectadoras y espectadores salgan más ricos en experiencia.

Sucede, además, que dirigiendo un teatro puedo acompañar el trabajo de otros. Es decir, puedo, por un momento, salir de mi egoísmo personal y artístico y pensar en cómo ayudar al trabajo de otros creadores.

Por lo demás, estamos intentando que la Abadía sea una casa muy abierta, en la que además de una programación convocante que reúna esas cuatro características que creemos que son fundamentales en el teatro, acción, emoción, poesía y pensamiento, además de una programación rica, diversa, pero excelente en su diversidad, hemos abierto caminos como, por ejemplo, el Ciclo de Poetas en la Abadía que entrega a los poetas nuestras salas; El faro de la Abadía, en que se generan conversaciones filosóficas animadas por el diálogo entre un creador teatral y un pensador.

Para nosotros también es muy importante una acción que es la conversión del absidiolo en un espacio de exposición, en un espacio expositivo. Y también son muy importantes para nosotros las acciones que englobamos dentro de lo que llamamos La Abadía cruza la calle, que es la acción social que nos permite convertir el teatro en un espacio de experiencia y de descubrimiento para niños y niñas del barrio y también para adultos. Pero es cierto que nuestra atención especial está entre las niñas y niños, algunos de los cuales están en riesgo de exclusión y creemos que el teatro puede ser un extraordinario espacio para la inclusión de estas personas y para que se redescubran. En definitiva, queremos hacer de la Abadía una casa con muchas puertas.

Y por utilizar, por entrar en conversación con la célebre comedia de Calderón, pues que sea una casa con muchas puertas y por tanto mala de guardar, no nos la queremos quedar, no queremos quedarnos la Abadía.

 

Digamos que esas serían un poco las líneas de acción de esta nueva etapa que asume el Teatro de la Abadía, pero es inevitable preguntar ¿cómo encuentra este teatro, hacia dónde lo quiere conducir o reconducir y qué sello espera darle al Teatro de la Abadia?

El Teatro de la Abadía es una institución muy importante que precisamente está cumpliendo en estos días 28 años, y que fue fundada por un grande. El Teatro de la Abadía fue fundado por el gran actor y director José Luz Gómez, que yo creo que quiso hacer de este espacio un lugar de excelencia, y siento un enorme respeto también porque lo sucedió Carlos Aladro, que es un creador y una persona a la que respeto mucho.

Cuando uno es elegido para un cargo como este, creo que lo que se elige primero es su criterio, y entonces yo tengo o intento ejercer una suerte de dramaturgia de la programación. De alguna manera la programación es una obra en la que debo intentar recordar que no debo elegir solo el teatro que más me gusta a mí, y mucho menos solo el teatro que yo mismo practicaría. Tengo que tener una actitud lo más hospitalaria, lo menos sectaria posible atendiendo mucho a los distintos lenguajes, a las distintas formas y a los distintos asuntos que interesan a otras creadoras y creadores y que en definitiva interesan a la sociedad.

Esto es un teatro, y es un espacio que va a aspirar a la excelencia. Otra cosa es que con frecuencia nos quedemos lejos de ella, pero sí tenemos que aspirar a que estén aquí los creadores más importantes, los directores, los dramaturgos, los actores, los escenógrafos, los iluminadores más importantes. Sucede que en esta temporada estamos hablando, cuando precisamente hemos rebasado el ecuador de la primera temporada que yo he podido programar, y me alegra poder compartir el hecho de que hemos tenido una ocupación media en nuestras salas de casi el 90%, para ser más exactos del 88%, es decir, la gente ha entendido nuestra oferta y la ha compartido, pero además yo quiero que esta casa sea el teatro más cercano a la gente y me alegra mucho estar viendo como, por ejemplo, en actividades como el Faro de la Abadía en que constituimos el teatro como un foro filosófico tenemos la Sala José Luis Alonso llena los lunes por la noche. Algunos lunes muy desabridos, lunes lluviosos y fríos, la gente ha venido acá y ha salido a las onde de la noche, después de no sólo participar en la conversación, sino también de tomar apuntes, de encontrar referencias.

Yo quiero que esta casa sea muy abierta, que esté en el centro de la conversación en esta ciudad, que se hable de la Abadía y que en la Abadía se hable de lo que a la gente interesa.

 

 

 

Juan Mayorga, premio Princesa de Asturias. miembro de la Academia de la Lengua con el sillón M. Alguien tan importante en el mundo de la cultura. ¿Quién es Juan Mayorga?

Para empezar, discuto inmediatamente lo que acabas de decir sobre mi importancia y mi relevancia. Yo soy un aprendiz, yo estoy permanentemente aprendiendo. Si tengo una cualidad, es mi curiosidad, y estoy intentando permanentemente aprender y estoy siempre a la búsqueda de maestro.

He tenido algunos y tengo algunos, pues siempre estoy a la búsqueda del maestro. Es verdad que me han entregado algunos premios, y los agradezco mucho porque me los han ofrecido personas a las que respeto y tener el respeto de las personas a las que respetas, me importa.

El premio Princesa de Asturias me alegró mucho y debo decir que lo más importante en el premio Princesa de Asturias es Asturias. O sea, cómo es la gente asturiana, cómo lo vive, con qué afecto lo vive. Y he recibido otros premios no tan famosos, pero que también me han emocionado. He recibido este año pasado también un premio Alumni de la Universidad Autónoma donde estudié matemáticas. Me alegró mucho recibir un premio de la Universidad en la que había estudiado. Y también, siento un enorme privilegio por estar en la Academia, y por los jueves estar ahí peleando por la definición y la redefinición de las palabras. Estar en la academia me voy a estar especialmente atento a aquello que las personas hacen con las palabras y lo que las palabras hacen con las personas. Si eso fue siempre una vocación muy importante para mí, ahora lo es especialmente.

Y en cuanto a quién soy yo, pues yo soy un chico de barrio, sigo siendo un chico de barrio. De este barrio, precisamente. Cuando le dije a mi madre, me han propuesto dirigir el teatro de La Abadía y he aceptado. Y ella me dijo, has vuelto al barrio. Eso es lo que ella me dijo. Y soy un padre de familia, soy el marido de una maravillosa mujer que se llama Coté, y tengo tres hijos que se llaman Miguel, Beatriz y Raquel.

Y me gusta correr y me gusta mucho el teatro y me gusta leer y me gusta caminar y me gusta viajar. Es todo lo que puedo decirte, no sé quién soy.

 

¿Cómo llega el mundo de las artes escénicas, y el teatro en particular, a su vida?

A diferencia de otros colegas y compañeros que llegaron, porque ya practicaban el teatro como actores en grupos aficionados o en grupos escolares, yo he dicho alguna vez que yo llegué al teatro desde el patio de butacas. Desde una butaca de ese patio.

Yo escribía, era un adolescente que escribía, intentaba la narrativa y la poesía y en cierto momento, animado por, como todos los demás de mi clase, por la profesora de Lengua y Literatura, a ver Doña Rosita la Soltera, de Federico García Lorca, que en ese momento se representaba en el Teatro María Guerrero, durante la primavera del 81, es decir, yo tenía 15 o ya 16 años, pues descubrí el teatro como reino, como arte de la reunión y de la imaginación. Y desde entonces no he dejado de acercarme más y más al teatro y de comprometerme con él. Ese acercamiento siempre es asintótico, siempre, porque uno cree que no ha llegado demasiado cerca. En todo el caso, creo que es un privilegio trabajar en el teatro porque el teatro es el arte más cercano a la vida, porque en la vida hacemos teatro y por tanto, examinando el teatro y pensando en el teatro, examinas la vida y piensas la vida, y siempre he tenido una enorme pasión por él. Ahora no concebiría mi vida sin el teatro.

 

Con el paso de los años es inevitable ver cómo el dramaturgo va evolucionando. ¿Qué queda de ese adolescente y cómo ha sido la evolución?

Como dramaturgo y como director de escena, trabajo pretendiendo ser un representante del espectador y, por tanto, todo mi camino está volcado a pensar cómo compartir aquello a lo que presto atención y convocar la atención de otros,

y quiero pensar que mi experiencia, primero como espectador, también como dramaturgo y finalmente como director, ha enriquecido mi teatro, quiero pensar eso.

Pero no estoy seguro de que eso sea así. De hecho, cuando estaba pensando en una pieza como María Luisa, descubro muchos rasgos de una obra anterior como Cartas de Amor a Stalin y siento que mis motivaciones fundamentales y mis asuntos fundamentales reaparecen una y otra vez. De forma que no sé si soy un dramaturgo más sabio que hace treinta años, no lo sé.

 

 

Si tomáramos la temperatura al teatro que se hace hoy en día, ¿cómo definiría este teatro que se está haciendo hoy en día, el teatro más contemporáneo?

Si hay algo que me alegra enormemente es cómo el teatro está siendo atractivo al talento joven, cómo hay mucha gente joven, escritoras y escritores, directoras, directores, intérpretes que eligen el teatro como un lugar especial y privilegiado para relacionarse con la sociedad y con el mundo. Esto es lo primero que me importa, el hecho de que hay gente joven con mucho talento que está llegando al teatro. Por otro lado, creo que hay algo muy importante, que es la diversidad de formas y contenidos que se encuentran en nuestros escenarios. Yo creo que vivimos un momento muy interesante en la escena española y, desde luego, en la escena madrileña. Si bien, por otro lado, siempre creo que tenemos que ser cautos en nuestro entusiasmo, siempre creo que tenemos que recordar que en esta misma ciudad hicieron teatro Lope, Calderón, Valle y Lorca, entre otros. Sólo ese póker de grandes nos desafía, nos exige ser exigentes con nosotros mismos y siempre ha de moderar nuestro entusiasmo. Pero dicho esto, creo que estamos en un momento muy interesante. Yo tengo que decir que a veces no doy abasto. Sé que hay experiencias teatrales que se están dando en esta ciudad a las que no llego.

 

Conforme se cumplen años, ¿uno va llegando a conclusiones?

Yo no he llegado a muchas conclusiones. Con el paso de los años, creo que sé más ahora que cuando era joven, que lo más importante es el amor y que el enemigo que uno ha de combatir para empezar en uno mismo es el egoísmo. Creo que cada

ser humano es responsable de todos los demás y creo que, como dice un personaje mío en una obra reciente, ser mortal no significa que pudieras morir mañana, sino que pudiste morir ayer y que, por tanto, cada día, ha de ser una ocasión de celebración, una ocasión de alegría y de entrega a los otros. Creo en todo eso que he dicho. Otra cosa es que sea capaz de vivir conforme a ello. Estoy muy lejos de ser capaz de vivir conforme a ello.

 

¿Cuál es el enemigo del amor?

El enemigo del amor es el egoísmo. Yo no estoy entre los que tienen una mirada apocalíptica o radicalmente escéptica respecto de lo que hay. Yo cada día encuentro a personas que se sacrifican por otras, personas que hacen cosas por otras y esas personas te ayudan a vivir. Creo que cuando hablo del pesimismo siempre me importa recordar y reivindicar aquella expresión de Benjamin que decía que hablaba de organizar el pesimismo. La organización del pesimismo es una forma de optimismo, es una forma de activismo. Pero en general, dicho esto, como digo, no soy partidario de los discursos, no soy proclive a los discursos radicalmente negativistas que por todas partes ven cinismo y ven hipocresía y ven egoísmo, porque esos discursos acaban conduciendo a la resignación. Son discursos fatalistas y finalmente reaccionarios. Resulta que hay seres humanos que descubren que pueden embellecer la vida de otros, que pueden mejorar la vida de otros y esas personas son ejemplares.

 

 

¿Alguna palabra más bonita que un te quiero?

Reconozco que a mí me gusta mucho la palabra madre, y cuando pienso en la palabra madre pienso en la mía y pienso en la madre de mis hijos. Que también es un te quiero. Es un doble te quiero, a mi madre y a la madre de mis hijos.

 

Juan, ¿en boca de quién le gustaría tener un texto suyo?

Esta es una pregunta muy grande, ¿no? He tenido la suerte de que algunos de mis textos hayan sido interpretados por actrices y por actores enormes. No voy a mencionar a ninguno, precisamente para que ninguno se sienta a sí mismo desconsiderado. El próximo año voy a trabajar con José Sacristán y eso me hace una enorme ilusión y estoy deseando que llegue el momento en que podamos empezar los ensayos de La colección, obra en la que podré trabajar con el gran José Sacristán. Voy a decirte algo que no acaba de ser una respuesta, pero al mismo tiempo también lo es. Muchas veces escribo textos y personajes pensando en un actor que nunca ya los hará, que es José Bódalo. José Bódalo fue un enorme actor a quien yo tuve todavía la suerte de ver, siendo un adolescente, cuando vi El pato silvestre en dirección de José Luis Alonso, de Ibsen, y es un actor para el que a veces escribo y que ya nunca interpretará mis textos, pero de algún modo los está interpretando.

 

¿Con qué se emociona Juan Mayorga? ¿Con qué es capaz de llorar?

Yo me emociono, a veces, viendo una noticia. Fundamentalmente me emociono con acciones ejemplares, cuando veo que hay personas que son capaces del sacrificio de entregarse por otros. Eso me resulta muy emocionante.

 

¿Qué obra de teatro, qué persona del mundo de las artes escénicas le ha impactado más por su forma de trabajar, de dirigir, de interpretar, de diseñar luces…?

Lo primero, ¿qué obra es mi favorita? Durante mucho tiempo dije que Rey Lear, que me parece una catedral, cuando todavía no la había visto en escena. Luego tuve la ocasión incluso de realizar una versión que Gerardo Vera puso en escena y llegué a tener una relación íntima con ese texto. Rey Lear es una obra extraordinaria. También lo es, sin duda, y hoy es probablemente mi favorita, La vida del sueño, de Calderón, que he versionado dos veces. Y creo que La casa de Bernarda Alba es, por distintas razones, una obra extraordinaria.

Debo decir que he trabajado también con grandes directores, pero tampoco voy a mencionar a ninguno, porque no quiero que nadie se sienta minusvalorado, pero hay directores extraordinarios que han acompañado mi teatro. Voy a mencionar uno, y voy a mencionar uno porque ya no está, porque se fue. Un director coreano, Dunham Kim, que puso en escena La tortuga de Darwin y luego algunas otras piezas en Seúl, Corea, y a él debo, además de montajes extraordinarios, el hecho de que mi obra se haga en tierras tan remotas.

 

 

¿Quién es la persona más importante en la vida de Juan Mayorga?

El encuentro más maravilloso que he tenido en mi vida es con mi mujer, con Coté. Creo que la suerte en la vida es encontrarse con, tener buenos encuentros, y yo tuve un encuentro maravilloso, siendo un veinteañero en la universidad, con una mujer

maravillosa de la que todavía estoy enamorado. Pero claro, junto a ella están mis hijos, Miguel, Beatriz y Raquel. Son lo más importante para mí. Cada alegría suya es una alegría enorme para mí y cuando ellos pasan por alguna dificultad, sufro como con nada.

 

¿Y Mayorga en la vida de quién es importante?

Yo creo que soy importante en la vida de mi mujer y de mis hijos y de mis padres, a los que quiero mucho y por los que me siento muy cuidado. Creo que tengo unos cuantos amigos a los que también importo y luego algo que me alegra es saber que mi modesto teatro ha sido importante para alguna gente y la verdad es que cada vez que alguien se me acerca, por ejemplo, en una feria del libro o a la salida de un teatro o a la entrada de un teatro y me dice, oye yo vi tal obra tuya y todavía la recuerdo, pues siento que no fue del todo inútil.

 

Alguna frustración en la vida que no haya conseguido de momento pero que sepa que ya no lo va a conseguir.

Soy una persona de muchísimas carencias y algunas muy elementales. Soy un mal conductor, y me gustaría mucho saber bailar. Y luego, por supuesto, que me gustaría hacer mi trabajo mucho mejor de lo que de lo que lo hago. Me gustaría tener talento y me gustaría escribir obras más importantes e interesantes y ser capaz de dirigirlas. Y luego, por otro lado, como algunos de mis personajes, pienso a veces en otras vidas que no viví y bueno, pues a lo mejor podría haber sido un matemático y eso hubiera sido otro mundo. Pero bueno, la gracia de la vida también está en esto. Vas eligiendo caminos y como decía Borges en esa maravillosa imagen que nos entregó la vida como el conocimiento, está hecha de senderos que se bifurcan y entonces tomas uno y al tomar uno estás excluyendo otro. Seguro que hay muchísimas cosas que debería haber hecho y que no he hecho.

 

En esos senderos, en ese caminar, me imagino que Juan Mayorga habrá tropezado más de una vez en la misma piedra, ¿verdad?

He tropezado muchas veces, hoy, esta mañana he tropezado y tropezaré a lo largo del día y lo que sí es cierto es que tengo cierta, me parece, voluntad de aprendizaje, cierta voluntad de reconocerme como un eterno aprendiz.

 

¿Qué es más importante en la vida de un hombre, la cabeza o el corazón?

Yo creo que el corazón. De hecho, eso aparece en alguna de mis obras y perdón por la autocita. En Himmelweg. Camino del cielo hay un comandante que es el que dirige ese campo de concentración que es extraordinariamente culto y sagaz y de algún modo yo quise representar en él una cultura sin compasión. La cultura no es lo opuesto a la barbarie. Lo opuesto a la barbarie sería en todo caso una cultura compasiva, una cultura que fuese capaz de reconocer en cada ser humano un límite. Un límite en el sentido de un ser humano, cada ser humano es alguien que merece dignidad, reconocimiento, belleza, pero además es una frontera infranqueable. La dignidad de otro ser humano, de cada ser humano, debería ser un límite infranqueable y eso quien lo descubre no es la cabeza sino el corazón.

 

 

Juan, hay una palabra aparte de la de amor que alberga muchos significados, tiene mucha carga, que es la palabra verdad. ¿Qué es más importante la verdad o el amor?

Bueno quizá ambas acaben coincidiendo. Para algunos griegos, bien, belleza, verdad, amor, de algún modo estaban en caminos congruentes. Recuerdo a este respecto algo que decía, hablaba el maestro de Camus, a quien como sabes Albert Camus dedica su premio Nobel. A su madre y a su maestro. Él dedicó buena parte del discurso de entrega en la ceremonia de Estocolmo y cuando escribe su carta, una carta a su maestro después de haber sido designado como premio Nobel, su maestro le contesta algo que he recordado en los últimos días, habla de que el maestro siempre ha de recordar el derecho de cada niño a buscar la verdad. Por supuesto que la verdad nunca la alcanzamos, pero debemos saber que nunca somos poseedores de ella. Siempre tener una voluntad de acercarnos a ella, y por otro lado el lugar donde podemos encontrarnos, es precisamente la conversación pública. A mí me resulta extraordinariamente rica y también emocionante esa imagen del viejo Sócrates saliendo a las calles de Atenas y preguntando a sus conciudadanos qué es para ti la justicia, qué es para ti la belleza, qué es para ti la bondad, y descubriendo una y otra vez que el lenguaje nunca alcanza eso buscado, pero al mismo tiempo reconociendo que no hay otro lugar que el examen del propio lenguaje, es el lenguaje que compartimos, para acercarnos a eso que llamamos la verdad.

 

¿Qué le diría al mundo del teatro en este momento?

Yo diría a la gente que hace teatro que insista, y que recuerde que esto que hacemos fue creado, y fue un maravilloso invento, para que unos delegados de la gente que son los actores ayudasen a la gente a examinar posibilidades de la vida humana. Tal cosa es el teatro, un examen de la vida humana a través de las ficciones representadas ante nosotros por los actores. Con las gentes del teatro quisiera compartir una vez más un recuerdo que tengo de la primera vez que una obra mía se hizo en un teatro del extrarradio francés y recuerdo que íbamos a entrar, estaba todavía cerrado, y era una noche de perros. Estábamos esperando que abriesen las puertas y yo no conocía a nadie, pero también me daba cuenta de que no eran familiares de los actores, eso a veces se nota, eran espectadores y yo pensaba por qué está esta gente aquí, esta noche fría y lluviosa, y esperando entrar en el teatro. Porque han venido no por mí, no me conocen, y tampoco parecen ser amigos o familiares de los actores. Están aquí por el teatro mismo y porque algún día el teatro los mordió y por eso han vuelto. Y lo que tenemos que hacer los que hacemos teatro, una y otra vez, para que la gente después de ver nuestro trabajo vuelva al teatro tenemos que envenenarlos de teatro y eso es lo más importante y lo de menos es que recuerden nuestros nombres.

 

 

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