El caso es que Meseguer renunció al incienso de la cátedra de Derecho Civil para seguir la azarosa carrera de las tablas. Cambió el Derecho por las curvas. Puede que Juan se arrepienta de algunas de las decisiones que ha tomado en su vida, pero no de esta, aunque no siempre vinieran bien dadas.
Ahora, con un curriculum que no cabe en ningún sitio, puede presumir de números, esa cosa tan fría, pero que tanto tiene que ver, también, con el teatro: 130 obras, siete largometrajes y más de treinta series han tenido la suerte de contar entre sus intérpretes a este actor de raza que ha compartido trabajo y alguna copa con algunos de los mejores directores y actores de este país. Él destaca, en la primera categoría a José Luis Alonso, Lluis Pascual o José María Morera, mientras rumia el nombre de Marsillach, una añoranza de lo que nunca ocurrió. Entre los segundos, desliza los nombres y apellidos de Berta Riaza, Ismael Merlo y Rafael Castejón, aunque a este último la zarzuela le ganó para su causa.
Lo que le quita el sueño ahora mismo a Juan Meseguer es poder escribir las Memorias que publica la Fundación AISGE (Artistas, Intérpretes, Sociedad de Gestión). Por lo demás, la vida para Juan Meseguer sigue siendo muy divertida.
¿Es la primera vez que visita el Festival de Almagro?
¿Ésta? No. Hoy hablaba con un compañero que me he encontrado, José Luis Torrijo… La primera vez que visité Almagro yo creo que ninguno de vosotros habíais nacido. Cuando vine por primera vez al Corral de Comedias era el año 1966. Creo que ya ha llovido… Yo no sé si hay algún actor vivo que haya trabajado antes en el Corral.
El Corral de Comedias se inauguró oficialmente, más o menos, o por lo menos la primera representación que hubo, en el año 1959, con algo de Gustavo Pérez Puig. Yo vine en 1966. Lo que había en aquella época en este espacio eran grupos amateurs de la región. También se grababan programas de televisión, y después no sé si se daban en Estudio 1… No era Estudio 1, pero una cosa parecida. Pero vamos, no había teatro.
Osuna creo que hizo también un espectáculo de entremeses, como con el que yo vine, y ya está. En 1966 prácticamente yo empezaba a hacer teatro, y todavía estaba estudiando. Era un zagal. Aquí hice varios entremeses. Uno de ellos fue Los habladores, una pieza atribuida a Cervantes. Cuando yo salí de escena un momento oí un ruido. Pregunté, ¿qué es eso? Y me contestaron: “Te están aplaudiendo”. Fue mi primer mutis.
Después he venido a Almagro, muchas, muchas, muchas veces. Como más de diez a lo largo de mi carrera. Más o menos escalonado, pero he trabajado, también, en casi todos los espacios: en el Corral de Comedias, el Claustro de los Dominicos, en el Hospital de San Juan… Nunca había trabajado en la Antigua Universidad Renacentista (AUREA), que es el escenario que piso en esta edición de 2019.
En el año 1966 no existía el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro…
No, no, no. Fueron las primeras o segundas Jornadas. Trajimos entonces La hija del aire, y trabajamos en la Iglesia de San Agustín. Lo dirigía Lluis Pasqual y estaba en el reparto Ana Belén. Eso fue en el año 1980 o 1981.
Yo asistía a todas las jornadas y me lo pasaba fenomenal con Francisco Rico, Induráin… Era una gozada poder hablar y discutir sobre Calderón (risas).
Y en esta edición, ¿con qué proyecto ha venido al Festival de Almagro? ¿Con qué producción está de gira?
Vengo con una comedia de Calderón, muy poco conocida. Con quien vengo, vengo. Aunque hace poco me hablaron de que había habido una versión hace bastante tiempo. Es una obra disparatada de Calderón, muy divertida. Yo creo que es una parodia. Hay dos Calderones en el mundo. El Calderón que vive, que habla y que piensa, y que respeta a la gente que habla del honor; y luego hay el Calderón que parodia. Este es el ejemplo más claro y más bestial que yo he visto de la parodia del honor calderoniano. Con quien vengo, vengo trata de la ley del duelo. Si has prometido ir con alguien a un duelo tienes que ir a muerte con ese alguien. Es la ley del duelo. Y si resulta que tienes que luchar con tu hijo, tienes que luchar con tu hijo. Yo creo que Calderón lo que hace es reírse de esa historia y que los personajes, en el fondo nosotros como actores, nos lo tomamos en serio, y al mismo tiempo no nos lo tomamos en serio porque sabemos que estamos haciendo una burla de ese código.
¿Qué personaje interpreta?
Es el padre. Ahora ya me tocan los padres. Cuando llegué aquí, primero hacía los jovencitos, los galanes… Y de repente van un día y te dicen: ¿no te importaría hacer de padre…? Al final lo comprendes cuando te miras al espejo (risas).
Permítame que hagamos un pequeño viaje. Vamos al año 1966. O seguramente incluso antes. ¿Cuándo decide Juan Meseguer ser actor?
Ufff. Me has tocado la fibra sensible. Este año AISGE me ha pedido, como ya lo ha hecho en anteriores ocasiones con numerosos compañeros de profesión, que escriba mis memorias. Unos pequeños libritos que posteriormente se publicarán. En este momento tengo una cantidad de trabajo tan ímprobo que no sé si voy a poder llegar a hacerlo.
Aun así, lo primero que me he planteado es cuándo empezó. En qué época. Hay un capítulo que abro con el título ‘los noes’. Son todas las veces con las que yo me encontré con que me gustaba esta cosa del teatro, del cine, pero yo me lo negaba, me lo negaba, me lo negaba. Mi formación no fue la habitual, aunque era bastante habitual en mi tiempo. Yo no he pasado por una escuela de teatro como ahora todo el mundo pasa. Hay escuelas en cada esquina (esto yo nunca lo llegaré a entender). Mi formación fue realmente en la práctica. Es decir, que fue, primero, en un grupo bastante concienzudo que se dedicó durante muchos años al teatro en mi tierra natal. Luego llegó el teatro universitario al mismo tiempo que yo estudiaba Derecho.
Yo fundé el TEU de Murcia junto al director César Oliva. Por cierto, el primer director que tuvo el Festival de Almagro. Fui su mano derecha e izquierda en ese momento. Dirigí piezas cortas, y también hacía labores de ayudante de dirección. Además del Cineclub universitario, hacíamos ponencias, conferencias, traíamos gente, estudiábamos, poníamos… Yo creo que estudié una carrera paralela a la de Derecho que fue la del Teatro. Pero subido en el escenario.
En aquella época, cualquier TEU o grupo de teatro independiente, como eran Els Joglars, Goliardos, TEI, TEC, eran la respuesta a un teatro comercial que entonces no nos servía, no nos gustaba demasiado. La mayoría de los componentes de esos grupos están hoy engrosando las filas profesionales. Recuerdo que hubo un certamen en Tarragona donde estaban todos estos grupos, y sólo había dos compañías comerciales, por ponerles un nombre auténtico. Pero claro, esas compañías comerciales tenían unos nombres tan importantes como el de Nuria Espert con Yerma, y el de Adolfo Marsillach con Sócrates. A ellos sí se les permitía estar en nuestro circuito. Era lo más alto que había en el mundo comercial.
En los años setenta terminé la carrera y me dediqué al Derecho en la Cátedra de Derecho Civil… pero yo añoraba hacer algo a lo que muchas veces le había dicho que no. En ese momento aparece en mi vida Tamayo, don José Tamayo, para contratarme y hacer una función en Madrid. Y no lo pensé. Lo dejé todo en mi tierra. Dejé la universidad y me vine a Madrid. Nunca he sabido si fue una huida hacia adelante o hacia atrás. Pero fue lo que determinó mi vida. He tenido baches, pero nunca me he arrepentido. Me lo he pasado tan bien, me gusta tanto… He conocido tanto mundo, a tanta gente importante. He conocido a tanta gente no importante pero importante para mí, que jamás he sentido esa sensación de pensar lo que podía haber hecho.
Mis compañeros de entonces ahora son médicos, abogados, ingenieros, arquitectos…; al que le dejé mi puesto en la universidad llegó a ser rector… pero ellos, en el fondo, también me admiran a mí porque yo he sido el “loco”. He hecho una vida que a ellos les entusiasma ver y contemplar.
¿Recuerda su primer éxito?
Sí, yo creo que sí. Todo es relativo, pero mi primer éxito es cuando yo me doy a conocer de la mano de Francisco Nieva, que es la primera vez que dirige teatro. Él había sido autor dramático y escenógrafo, pero no había dirigido hasta entonces. Nieva decide dirigir un Cervantes, que es Los baños de Argel. Es de las primeras cosas que se estrenan en el recién constituido Centro Dramático Nacional allá por el año 1979.
Es la forma en la que yo me doy a conocer. Primero, en la profesión, que es muy importante. Si no te conocen tus compañeros de profesión… Ahora no es así. Puede no conocerte la gente de tu profesión, pero te conoce el público que te ha visto en una serie de televisión muy conocida, muy vista, muy aplaudida. Antes eran tus propios compañeros los que tenían que “perdonarte”, y yo creo que fue con Los baños de Argel. A partir de ahí yo no bajé durante muchos años del burro. He hecho cosas que para mí han sido muy importantes, como Todos eran mis hijos de Arthur Miller, o como Perdidos en Yonkers de Neil Simon.
Pero aquí sigo. Aquí sigo haciendo muchas cosas que me gustan. Hace poco me he despedido de un monólogo, porque nadie lo pide, donde Europa se lamenta, escrito en 1543 por un médico segoviano judío converso que es Andrés Laguna. Yo gozo con esa historia que es muy intelectual. Parece que estás hablando de la Europa de hoy, aunque te refieras a los príncipes cristianos y a las guerras entre ellos. Pero es como si estuvieras hablando de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Trump, o los franceses…
¿Qué tiene Juan en el camerino?
Nada. Nunca he tenido nada. Cuando vivía mucho tiempo en el camerino, un libro, para leer cuando me aburría. Y mis poquitas cosas de aseo que necesito para mí. Nunca he tenido fetiches. Ni fotos, ni… No. Si había algo de esa función que me llamaba la atención lo colocaba, pero muy puntual, en ese momento. No hay nada que me acompañe en mi camerino. Nunca he tenido ningún ritual. Como López Somoza.
¿Alguna manía antes de salir a escena?
Tampoco. No. Tú sabes que tienes esos nervios, digan lo que digan, cuando vas a enfrentarte al público. Y a veces creo que hasta son buenos. Hasta que dices la primera palabra. Cuando la dices es como si hubieras tomado tu vitamina B12, tu paracetamol… Ahí acaban mis nervios. Es más, siempre he procurado calmarlo, pero no lo consigo. He procurado siempre no ponerme demasiado nervioso ni hacer nada especial antes de salir a escena.
Yo trabajaba con una actriz muy querida por mí, que era Ana Marzoa, que le gustaba hacer algo raro antes de salir al escenario, y que no te condicione el hecho de borrarte cosas para poder salir limpio al escenario. Pero hay veces que tienes que salir a un escenario cargado. Cargado porque la situación lo requiere. Es decir, que si de pronto ha habido un disparo y ha muerto tu padre tú sales sabiendo que ha ocurrido eso… Pero como decía un profesor que tuve en el Actors Studio en una ocasión: “Al escenario se sale a vivir, no a sentir”. Y los sentimientos son de muy diverso tipo. No sólo son para llorar o estremecerse, también son para reír, para sentirte sorprendido…
¿Qué le aporta el teatro y qué le aporta la televisión?
Cuando yo era muy joven era una práctica común decir que lo bonito era el teatro. Y sigue siendo lo bonito. El cine, y la televisión, eso es un rollo. Llega un momento en el que piensas que no. Decías, el cine es muy fácil y… muy feo. No. El cine es precioso y difícil. La televisión es difícil y preciosa. Todo te aporta. Tú ya sabes qué clic tienes que utilizar para que cada medio sea el que esté en juego. Claro que las primeras cosas que tú haces tanto en el cine como en la televisión estás equivocado. Porque no puedes trasladar un medio al otro.
Incluso ahora el teatro tiene otro componente. Y una cosa que yo tengo por norma decir, y es que empiezas desde cero. Cada vez te reciclas. Pobre de aquel actor que no viva con su tiempo. Pero eso significa que no has actuado igual en el 74 que en el 81, que en el 96, que en el 2001 y que en el 2019. Cada vez hay algún registro nuevo, aunque tengas cargada tu mochila de la experiencia y la apliques porque sabes dónde está. Y muchas veces te lo agradecen. Te lo agradecen también en televisión. En innumerables ocasiones cuando voy a grabar me viene el de sonido y me dice: “gracias Juan”, porque me oyen.
Hay muchos actores jóvenes que no hablan alto para no equivocarse. Se mantienen en un plano constante y son los técnicos de sonido los que tienen que amplificar su voz. Otro defecto que tienen es que alientan mucho. Eso, en los años setenta, ochenta, era una práctica que los actores odiábamos. Alentar es terminar las frases con la voz decayendo y echando el aire. Cuando estás oyendo alentar, alentar, alentar, te cansa.
Por otro lado, hay una cantidad de actores jóvenes tan buenos en este momento… Se defienden muy bien en todos los medios, gracias a que estudian, tienen práctica y hacen de todo (esgrima, caballos, bailan, cantan…). Lo que pasa es que los pobres no tienen muchas veces dónde aplicarlo. Porque son 36.000 actores los censados. Y sitio para todos ellos a todas horas no hay.
Hay muchas producciones, muchos espectáculos, pero están dos días, tres… En Madrid hay muchos teatros que programan los lunes una obra, los martes dos distintas, los miércoles tres diferentes. Todas son distintas. El actor no puede vivir de eso. No puedes trabajar sólo jueves, por ejemplo, y cobrar un día a la semana. Yo cuando venía a Madrid me metía en un teatro, y si iba bien pues estaba la temporada, o tres meses, o cinco meses. Luego te ibas de gira y la gira era quince días en Bilbao, siete en San Sebastián, y cuatro en Girona, y tres meses en Barcelona… Te ibas con tu maleta y volvías algún lunes para meterte la maleta y tú en la lavadora.
Ahora se hacen bolos, que es muy bonita la palabra. “Bolos”. Un día. Y hay veces que tienes la suerte de hacer un bolo cada mes. ¿Qué pasa?, que los actores están en una, dos, tres o cuatro obras al mismo tiempo. Yo, que me asustaba, ahora mismo estoy en cuatro producciones distintas. Al final te vuelves loco con la agenda. Si no te coinciden todas, vas un día a Gijón, y al siguiente a Olmedo, pero es que al día siguiente me esperaban en Madrid para irme a ensayar a Segovia porque trabajaba en Valladolid al día siguiente… y otro día llego a Madrid y me vengo al Festival de Almagro. Y dices, de locos.
¿Es difícil compaginar cuatro personajes que, en la mayoría de las ocasiones, no tienen nada que ver entre sí?
Por eso lo soportas, porque no tienen nada que ver unos con otros. Eso es lo de menos. Hoy vistes de azul y mañana de amarillo. Ten en cuenta que cada personaje ha tenido un proceso distinto. Todos los trabajos son distintos. En mi carrera he estrenado unas 130 obras de teatro, 40 series de televisión, con papel más o papel menos, y unas siete u ocho películas, y cortos ni te cuento… es decir, los aparcas, los tienes ahí. Y los recuperas porque te viene siempre. Europa, después de un año y tres meses que lo hice en el Teatro de la Abadía, pues hicimos un ensayo y sin saber cómo, me puse el traje de Europa y sentía que había sido ayer.
A modo de comentario, decirte que la primera vez que yo me subí a un escenario, como profesional, llevaba diez años vagando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, haciendo teatro, teatro, teatro, dentro y fuera de España. Cuando llegué a Madrid no tenía miedo de enfrentarme al público.
Como actor de oficio, ¿qué echa de menos en la profesión? ¿Cómo ha cambiado desde que empezó hasta nuestros días?
La diferencia está en que la profesión que yo conocí era casi como una familia. Eso de entrada. Y que había un respeto. No te puedes imaginar el respeto que había, no sé si decir, hacia nuestros mayores. No es que me queje yo ahora, ojo. Porque yo me siento muy joven. Yo ahora le pregunto a un actor joven, no a todos porque los hay muy avezados, por Elizabeth Taylor, y no saben quién es. Y mi pregunta siguiente es, ¿y tú te quieres dedicar a esto? O James Dean, Capra… Cómo no conoces el cine de Rossellini, o Vittorio de Sica. Hay que formarse en todo. Si yo te hablo de un actor o actriz que aún no se ha muerto, o se ha muerto recientemente y que no tengas ni idea de quién es… O comentarios como: “¡Qué bien está esta señora en esta serie! ¿Cómo se llama? Espera que lo busque. Ah, es Julia Gutiérrez Caba (dice alguien de producción).
En el libro de Michael Caine decía: “No tengas miedo de imitar a otros que han venido antes que tú. A tus grandes actores. Ellos también lo han hecho. Pero imítalos bien”.
Hay muy buenos actores entre nosotros, pero no sé si llegamos a Bódalo, no sé si llegamos a Ismael Merlo, Rodero, Agustín González… Y que la gente joven no sepa quiénes son…