Treinta años sobre los escenarios y un palmarés brillante, ¿qué le mueve a Lucía Lacarra a embarcarse en la aventura de crear su propia compañía?
Estos treinta años de trayectoria han sido una evolución tanto personal como artísticamente y me han llevado a descubrir todo lo que conlleva mi propia profesión. Poco a poco, me ha ido gustando tomar cada vez más responsabilidad, experimentar cosas nuevas, buscar objetivos que me motiven cada vez más lejanos, y así surgió hace cuatro años Goldenlac Producciones, plataforma con la que creamos nuestros dos primeros espectáculos, “Fordlandia” e “In The Still Of The Night”. La inercia de la evolución nos ha llevado a esta nueva aventura que es el Lucía Lacarra Ballet, con el que creamos nuestra tercera producción.
¿Qué es el Lucía Lacarra Ballet?
Una compañía pequeña y privada que ha nacido por las ganas de crear danza. Teníamos la idea de “Lost Letters” cuando estrenamos nuestro segundo espectáculo y la intención era hacerlo con el Ballet de Dortmund, pero con la oleada de cancelaciones por la pandemia y la reprogramación de espectáculos, el tema se complicó. Luego nos planteamos hacer colaboraciones con otras compañías de otros sitios, pero cuanto más me involucraba en ello, más me daba cuenta de que necesitábamos un grupo propio para poder desarrollar nuestro proyecto. Viendo cómo está la situación de la danza en España, la mayoría de las compañías trabajan por proyecto, por producción y por gira. Nunca me lo había planteado hasta este momento.
¿Cuáles son los objetivos de la compañía?
La situación de la danza en España es muy complicada, porque no hay suficientes salidas laborales para todos los bailarines que se están formando. Me gustaría que el LLB sirviera de plataforma para todos los bailarines que trabajan con nosotros. Estar con nosotros en los escenarios, ir de gira con nosotros, puede ayudarles a conseguir un trabajo más estable, un contrato permanente o anual, que es algo que por desgracia yo en este momento no puedo permitirme como compañía privada. Sería un orgullo y un honor ayudarles de esta manera. Otro de mis objetivos es demostrar que la danza es algo maravilloso de lo que se puede disfrutar. Se conoce mucho el lado negativo de la danza: el sacrificio y la exigencia de la profesión. Por mi experiencia sé que se puede trabajar de forma positiva y productiva; no son necesarios ni los dramas ni las malas formas.
En cuanto a la línea de trabajo, ¿cómo se definiría el LLB?
El LLB se considera una compañía neoclásica y sinceramente, creo que hay un agujero en la oferta cultural en cuanto al neoclásico se refiere. La Compañía Nacional de Danza es una compañía que debería ofrecer todo tipo de repertorio: desde el clásico más puro hasta el contemporáneo más reciente. Aparte de la CND, hay mucho más contemporáneo en España que compañías de línea clásica. Creo que los bailarines que nos queríamos dedicar más al clásico-neoclásico hemos tenido que salir al extranjero y en España se han quedado los bailarines más contemporáneos, más modernos o más experimentales. Yo he desarrollado la mayoría de mi carrera en el neoclásico, por mucho que he abarcado otros registros, y éste es el estilo en que nos comunicamos mejor y podemos hacer nuestro trabajo de la mejor manera.
¿Cómo se financia su compañía?
El LLB es una compañía privada, una compañía nacida por las ganas de crear este espectáculo y por las que he asumido todos los riesgos e implicaciones que ello conlleva. Tengo una fe ciega en nuestro trabajo, en lo que podemos hacer y hasta dónde podemos llegar. Siempre hay una manera de seguir hacia adelante y cuando estás dispuesto a trabajar duro, puedes encontrar el camino. Yo soy así: voy de frente y asumo mis decisiones hasta el final. Luego he tenido la inmensa suerte de encontrar un equipo que me apoya y nos decidimos a solicitar una subvención del Gobierno Vasco. Fue como estudiar un Máster, pero ¡la conseguimos! Ha sido un respiro enorme saber que no voy a tener que hipotecar mi vida para poder llevar a cabo este proyecto y estoy muy agradecida de contar con el apoyo del Gobierno Vasco. A largo plazo me gustaría llevar el proyecto al País Vasco y esperamos conseguir algún tipo de apoyo institucional, ya sea del Gobierno Vasco, de Diputación Foral de Gipuzkoa o del Ayuntamiento de Zumaia. El objetivo máximo del LLB es tanto crear espectáculos como trabajo para los bailarines y danza para el público. Vamos a seguir adelante, empleando todas las oportunidades que el camino nos va a abrir y buscar las que no nos abrirá, para que esto sea un proyecto a largo plazo.
En toda esta historia, hay otra figura fundamental que es Matthew Golding…
Matthew Golding es mucho más que el coreógrafo; es el alma artística de todas nuestras producciones. Dentro de nuestro equipo, Matt es el soñador y yo soy la persona práctica. Siempre le digo: “tú sueña, que yo haré tus sueños realidad”. Yo soy la que produce sus sueños. De la misma manera que “Fordlandia” nació por la situación de pandemia o “In The Still Of The Night” durante un juego en unas vacaciones en Menorca, “Lost Letters” creció por una sucesión de ideas. Desde el principio, Matt veía una situación de separación y soldados. Luego descubrimos una exposición del Smithsonian National Postal Museum sobre las cartas enviadas desde el frente. Luego coincidió que compré un libro en un aeropuerto sobre cartas de amor, atraída en un primer momento por la amapola de su portada, y por las misivas de Hemingway y Churchill. Leyendo el libro me conmovió una carta. Y así se nos ocurrió fusionar las dos ideas y crear “Lost Letters”.
¿De qué trata “Lost Letters”, la primera producción del LLB?
Se basa en la carta que el artillero Frank Bracey envió a su esposa, Win, en la Primera Guerra Mundial. “Lost Letters” imagina cómo podría haber cambiado el destino de esa mujer si nunca hubiera llegado a sus manos la carta que le envió su amado marido. Cuando empezamos con esta historia no vivíamos la situación de guerra que ahora existe y francamente, no queríamos que “Lost Letters” tratara sobre la guerra, sino que lo que queríamos era abordar el lado emocional de la situación. Poco importa el conflicto que sea, el daño mayor es siempre el ser humano y la pérdida. Esa distancia que existe por obligación, con razón o sin razón, por inercia, pero que crea ese dolor en el ser humano. Nosotros queremos relatar el estado emocional de las personas cuando se tienen que separar y la pérdida y el sufrimiento que eso conlleva.
A nivel coreográfico, ¿cómo lo definiría y qué aportaciones novedosas hay?
Sinceramente, a día de hoy, nadie puede atreverse a decir que hace algo novedoso. Llega un momento en el que no se pueden crear más pasos. Es como las palabras: uno ya no puede inventar más palabras, aunque puede utilizarlas de manera diferente. Además del lado emocional de la historia en sí misma, queremos bailar con emociones, no sólo bailar los pasos. Consideramos que los pasos son tu forma de contar la historia, tu forma de demostrar quién eres o de plasmar tu personalidad o carácter en el escenario. Para nosotros es importantísimo que el espectador comprenda perfectamente la historia a través de los pasos y en qué situación emocional estamos bailándola.
¿Cómo hacen la elección musical para sus producciones?
Matt tenía la selección musical hecha hace tiempo y la historia creció con la música. Dentro de “Lost Letters”, la banda sonora es como un tríptico: la primera parte es Rachmaninov, luego tienes la parte central del paso a dos, donde te sumerges en Max Richter, y la última parte te traslada a un mundo completamente diferente. Desde nuestro punto de vista, la música es una de las mayores inspiraciones que puede tener el ser humano y más aún en la danza. Cuando la danza, la música y las emociones caminan unidas, se crea algo mágico.
Otro elemento esencial en sus espectáculos es la parte audiovisual…
En nuestras dos primeras producciones, las artes audiovisuales tenían un rol protagonista, entre otras cosas, porque sólo éramos dos personas en escena y nos ayudaban a poder contar la historia. Al no ser un título clásico con un argumento conocido, era complicado poder contar una historia nosotros dos solos. Para “Lost Letters” decidimos rodar una película con la duración completa del espectáculo, es decir, 70 minutos de filme que se proyecta durante toda la obra. La película transporta al espectador a la localización, a la atmósfera y a ese ambiente emocional que tienen la coreografía y la música. Toda la película está rodada en Zumaia, en mi casa. Matt es un enamorado de Zumaia, porque le inspira muchísimo. Queríamos que “Lost Letters” tuviera un estilo del pasado sin precisar exactamente una época. Tenemos la suerte de que en Zumaia hay lugares maravillosos como el flysch y la playa de Itzurun, donde se rodó “Juego de Tronos”, o la ermita de San Telmo, presente en “Ocho apellidos vascos”. En nuestra obra aparecen, pero también acantilados, esqueletos de barcos y el convento de monjas de clausura que yo conocía muy bien desde niña porque estaba en frente de la tienda de mi madre. Actualmente el convento está en obras para convertirse en la Escuela de Música, Teatro y Danza de Zumaia y mi sueño sería que se convirtiera en la sede del LLB. Nos encantaba la austeridad del convento, sólo piedra y madera dentro. Tuvimos la suerte de que esperaron a que terminara nuestro rodaje para empezar las obras. Fue una experiencia maravillosa rodar en Zumaia y siento que tener detrás de mí en el escenario a Zumaia es estar en casa.
¿Qué ha significado para usted estrenar en el Teatro Arriaga de Bilbao?
Después de tocar muchas puertas, decidí contactar con Calixto Bieito, director artístico del Arriaga, porque necesitábamos un teatro donde estrenar. En pocos minutos, él dijo que ésta era mi casa. Sólo decirlo se me ponen los pelos de punta. El Arriaga es uno de los teatros más importantes de mi vida, porque fue el primer teatro al que asistí a una representación de ballet. Estuve en el estreno del Ballet de Víctor Ullate en 1988. Volví a mi casa ‘intoxicada’ de haber estado en un teatro maravilloso, de haber visto el estreno de una compañía y de pensar que ahí es donde quería estar yo. Salvo en mi etapa en el San Francisco Ballet que estaba muy lejos, prácticamente he bailado ahí mucho del repertorio que he hecho en el Ballet National de Marseille o en el Bayerisches Staatsballett. Estrenar “Lost Letters” en el Teatro Arriaga ha sido algo mágico. He bailado roles maravillosos durante mi carrera, pero nuestras producciones son nuestros propios hijos: desde el primer concepto hasta que se sube el telón. El trabajo es inmenso, pero el amor que sientes por esta pieza incluso antes de estrenarla, no se puede comparar con cualquier rol que te regalan, ni tampoco la incomparable satisfacción y más en un teatro que es tan especial para mí como el Arriaga.
¿Qué es la danza para usted? ¿Le queda alguna asignatura pendiente?
La danza es simplemente mi vida. Cuando tenía tres años decía que quería ser bailarina sin saber exactamente qué era el ballet o lo que conllevaba este modo de vida. Desde la primera vez que me cogí a una barra y me puse en primera posición con nueve años, en mi cabeza, yo ya era bailarina y lo iba a seguir siendo toda mi vida. No tengo ninguna asignatura pendiente, porque mi objetivo era estar sobre un escenario toda mi vida y no me hubiera importado ser la última de la fila. Nunca me hubiera permitido imaginarme que iba a hacer la décima parte de lo que he hecho en mi vida profesional, por lo tanto, no tengo ninguna asignatura pendiente. He descubierto que cuanto más aprendo y evoluciono, más ganas tengo de seguir transformándome. Sé que siempre voy a continuar ligada a este modo de vida de una forma u otra. Seguiré trabajando para conseguir que si no soy yo quien se suba al escenario, sean otros para seguir esta vida. Produciendo, dirigiendo o en la forma que sea, sé que voy a querer la danza igual que lo he hecho siempre.
Los premios o el síndrome del impostor
El síndrome de Stendhal se apoderaba de Lucía Lacarra cada vez que retornaba a San Francisco durante las cinco temporadas en las que fue bailarina principal de la compañía de ballet más antigua de los Estados Unidos. Como estrella del San Francisco Ballet, la bailarina zumaiarra conquistó el premio Isadora Duncan en 1999, cuyo objetivo era «celebrar la riqueza única, la diversidad y la excelencia de la danza en el área de la Bahía de San Francisco».
Casi un cuarto de siglo después, Lacarra retornó a San Francisco el pasado mes de septiembre para recibir el premio Saphire, de la Petipa Heritage Foundation, que busca reconocer a «artistas de talento excepcional y la excelencia en la transmisión del legado de Marius Petipa». «Fue muy emocionante recibir un premio en San Francisco después de 21 años de que me volviera a Europa. Se entregaron los premios a toda una carrera a Natalia Makarova y Pierre Lacotte a título póstumo. Fue maravilloso bailar por primera vez en el Herbst Theatre, que está enfrente del War Memorial Opera House donde yo bailaba y que lo tenía que cruzar todos los días para ir a mi casa. Me encontré en cajas con mi ex director, Helgi Tomasson, que iba a entregar a Ted Brandsen el premio a la mejor compañía para el Het Nationale Ballet de Ámsterdam. Yo quería volver a bailar en San Francisco y lo del premio lo aparco en mi mente hasta el momento en el que me encuentro con el trofeo y el micrófono delante. Y prefiero que sea así, para que mi discurso sea emocionalmente honesto», explica.
Premio Nijinsky en Mónaco (2002), Benois de la Danse (2003) –‘oscar del ballet’-, Nacional de Danza (2005), primera bailarina española invitada a participar en el tradicional Concierto de Año Nuevo en Viena (2007), Bailarina de la Década en el Kremlin (2010) y un largo etcétera forman parte del dilatado palmarés de Lucía Lacarra. «Cuando era estudiante en la escuela de Víctor Ullate, había bailarines como Ángel Corella o Tamara Rojo que querían presentarse a los concursos de la época. Yo siempre tuve claro que nunca ganaría un premio, porque nunca iba a presentarme a un concurso, ya que para mí la danza no era para competir. Yo quería bailar disfrutando sin pensar que me están juzgando o puntuando y fíjate la cantidad de premios y reconocimientos que he ido consiguiendo y todos son maravillosos», reconoce.
«Los premios me han motivado para seguir adelante, pero nunca me he visto diferente a como cuando tenía 20 años y llegué a mi primera gala, que fue en Spoleto. Allí estaban todas las estrellas del ballet en una gala de seis horas y el primer día en el ensayo pensé que debía disfrutar porque como éramos tantos, me dirían que me volviera a casa ya. Y luego me sorprendió la reacción de la gente cuando me vio bailar. Los premios han sido esa palmadita de estar haciéndolo bien y estoy orgullosísima de cada uno de ellos y recuerdo cada momento de cuando los recibí, como la emoción de recibir el premio Max por “In The Still Of the Night”, un hijo mío. Simplemente me motivan a seguir trabajando, a seguir queriendo hacer más y llegar más lejos», confiesa.