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Año VIIINúmero 381
03 DICIEMBRE 2024

Miguel del Arco: «Refugio es una reflexión sobre el intento que cada uno hacemos para construir la existencia a través del lenguaje»

Como en Teorema de Pasolini, la presencia de un extraño en el día a día de una familia desestabiliza la vida de sus miembros. No habla. Vivir le paraliza después de haber asistido a su propia resurrección no como el protagonista de un milagro sino como un cruel empeño de la naturaleza. Necesita borrar las huellas de humanidad que le imprimen las palabras y se niega a pronunciarlas. Su silencio solo quiere evocar la ausencia de los suyos pero su callada presencia desata las palabras de quienes le rodean. Torrenciales construcciones de palabras que quieren o pretenden justificar ausencias interiores, corrupciones de la propia voz: Un político cuyo discurso hace tiempo que retorció las ideas para defender el poder, una cantante de ópera que perdió la voz y con ella su medio de expresión más íntimo, una mujer que defendió la libertad en el pasado y ahora no encuentra verbos para conjugar el futuro, una joven airada porque cree que intentan acallar su voz y un chaval que pretende confinarse entre las expresiones start game y game over. La familia se arma de palabras para desentrañar el silencio de quien no quiere hablar aunque tal vez solo quieran encontrar su propio refugio.

La obra está protagonizada por la familia de un político corrupto y por un refugiado que ha perdido la suya en el naufragio de la barca que les traía a una nueva vida. ¿Cuál es el tema principal de la obra?

La frase con la que introduzco el texto es del poeta persa Yalal al-Din Rumi: El hombre está escondido en su lengua. Refugio es una reflexión sobre el intento que cada uno hacemos para construir la existencia a través del lenguaje. Aquí aparece otra frase inspiradora de la obra que procede de El Misántropo: el anhelo del corazón siempre inventa mil ficciones que lo arropen. Somos narración porque estamos hechos de palabras. El lenguaje nos diferencia de los demás seres vivos y somos conscientes de nuestra propia existencia porque podemos enunciarla. Pero el lenguaje nos permite también ficcionar los hechos para escondernos de los demás o incluso de nosotros mismos. En Refugio lo hacen todos los personajes. Amaya, una cantante de ópera que ha perdido la voz dice: en mayor o menor medida todos tergiversamos las palabras para que la realidad nos convenga. Esa es una fuerza motriz en nuestra civilizadísimas sociedades. Todo tiene una explicación, un punto de vista alternativo, miles de palabras con las que justificar cualquier cosa… Pero ¿cómo encontrar la palabra que permita seguir construyendo la existencia cuando se ha perdido por el camino todo lo que realmente significaba algo? Farid quiere negarse el lenguaje para no tener que enfrentarse a ese dolor. Pero como le recuerda su mujer: solo los seres que hablan pueden soñar con un mundo sin palabras.

Es interesante ver cómo insistes en esta faceta casi filosófica de la obra, más que en temas candentes como la corrupción o los refugiados.
El punto de partida, que ha quedado muy lejano ya, fue la película Teorema de Pier Paolo Pasolini. En ella un extraño entra en una familia y cada uno de sus miembros ve alterado su comportamiento con su sola presencia. La comunicación de la familia varía a partir del trato con él. Como digo es ahora un lejano referente que puede ser la presencia de Farid, que ni habla ni entiende el idioma de su familia de acogida. En su interior todo carece de sentido después de haber perdido a su mujer y su hijo. Me interesaba ver cómo este silencio de Farid incita a la familia a comunicarse. Seguramente porque no esperan de él una opinión, ni un reproche, ni por supuesto que les entienda. Es casi como el silencio del psicólogo pero aún más aséptico porque no se espera ninguna respuesta. Cuando alguien escucha sin entender, genera una cierta libertad, un cierto impulso a rastrear asuntos que verdaderamente con otra persona, que entienda y por lo tanto pueda emitir juicio, quizá no saldrían. Esto es lo que sucede en la obra. Farid y su silencio van a modificar el comportamiento de los personajes y su  lenguaje. Estaba muy interesado en  investigar  todo esto y a partir de ahí empecé a escribir.

Una parte muy visible de la obra es el cubo en el que se desarrolla buena parte de la acción. Ese cubo, ¿es también una forma de comunicación?
Eso es lo que se supone que tiene que ser cualquier propuesta escenográfica: parte del juego de convención que plantee el montaje. La metáfora creada por Paco Azorín funciona muy bien. La caja
es por un lado un refugio donde sentirse protegidos, donde parece que se está a salvo de lo que les rodea, pero también es algo que encierra y encierra de manera agónica. Es además un lugar  donde se está expuesto. Todos padecemos la exposición social, aunque sea en la pequeña medida de la familia o el trabajo, y fabricamos un lenguaje específico para poder convivir, subsistir o  prevalecer dentro del grupo social. También me permite situar en el plano superior el personaje de Sima (la esposa ahogada de Farid); son los muertos que tenemos en la conciencia, como un sentimiento de culpa que está presente en toda la función. Por otro lado ayuda mucho a crear la sensación de sentirse excluido. El cubo es refugio, pecera, pantalla, jaula. Se abre y se cierra según
el momento y se puede jugar con las posiciones de dentro, fuera, arriba y abajo. Creo que funciona extraordinariamente bien cuando hablamos de grupos sociales.

Miguel  del  Arco  tiene  fama  de  ser  un  excelente  director  de  actores. Puedes hablarnos de cómo es tu trabajo con ellos.
Procuro hacer lo que se supone que hay que hacer en el teatro: ponerse en el lugar del otro. Tengo carencias en muchas cosas, pero nunca me quedo en blanco con un actor. Creo que tengo mucha paciencia, porque sé que es complicado entender ciertas cosas y pasar a encarnarlas. La palabra encarnada, no memorizada, es importante para que suene como por primera vez en todas y cada una de las funciones. El director debe de facilitar armas para tranquilizar a los actores, para que pierdan el pudor, para que se atrevan a ir más lejos venciendo esa sensación de impericia y temor al fracaso a la que uno se enfrenta cuando el instrumento de trabajo es su propio cuerpo. Procuro ayudar y dar herramientas tanto artísticas como técnicas para que el actor se vaya a ablandando y vaya haciendo suyo el personaje. El poder que siente el actor cuando se hace dueño de la palabra y está en control es lo que hace que brille en el escenario.

¿Hay lugar para el humor en este drama duro que planteas en Refugio?
Sí, tiene momentos. Siempre procuro que mis obras tengan algún punto de humor. El sentido del humor me parece un arma vital y nos ayuda a subsistir en las peores circunstancias. Que el humor  aparezca en la situación más dramática me parece que aporta chispas de vida. Por supuesto no lo persigo en contra de la lógica de la función, pero si procuro que aflore a contratexto de algún
personaje. La ironía es un arma innata. Demuestra inteligencia y nos ayuda a observar las cosas con distancia, distancia que facilita un cierto sentido de la proporción. Creo que la risa pone las cosas en su lugar, aunque el sonido de la risa todavía haga más amargo el drama que se está viviendo. La distancia que nos proporciona ayuda a sosegar y a mejorar con cierta perspectiva.  

La música es importante en tus montajes, ¿lo es también en este?
La música es un lenguaje en sí mismo y en una función como esta, de reflexión sobre la comunicación, es absolutamente necesaria. Uno de los personajes, Amaya, es una cantante de ópera que ha perdido la voz. Se habla de ello como realidad pero también como metáfora. La voz del político era inspiradora y animosa, quería cambiar el mundo y se ha pervertido. La corrupción de la voz es también la corrupción de los principios. La música es el lenguaje universal, no hace falta un significante de por medio, va directa al corazón; puede que a cada persona le aporte algo distinto pero siempre es comunicación directa. La música se identifica de manera visceral e inmediata y seguramente crea sentimientos que no podríamos explicar con palabras.

 

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