Masescena

Miguel Marín, director de los Festivales Flamencos de Nueva York y Londres

En la vida hay cosas que pasan por casualidad y a Miguel Marín le cambió su rumbo vital una chica llamada Antonia. Fue hace ya más de veinte años en la ciudad de Kansas City. El cordobés Miguel Marín siempre risueño, rememora aquel episodio tan anecdótico como fundamental. Licenciado en Económicas por la Universidad de Sevilla, decidió viajar a Estados Unidos a ampliar sus estudios con una beca de intercambio de la Universidad Hispalense, y recaló en Kansas City. “Yo estaba en la cola esperando matricularme y viendo las asignaturas: microeconomía, teoría económica…, todo un poco aburrido, y delante de mi una chica se volvió y me dijo, ¿eres español? Éramos los dos únicos españoles en aquel lugar y empezamos a hablar. Resulta que ella se iba a matricular en teatro, y yo cogí los papeles y miré si había algo relacionado con las artes escénicas, y sí, lo había. Pasé de la economía y en la misma cola borré las asignaturas de economía y ví, “stage manager”, y pensé, esto es de lo mío, y era regidor. Luego me fui a Nueva York para hacer un master de administración de artes escénicas, y lo demás, es historia. La vida te pone en un sitio de forma inesperada”.

Hijo de una familia dedicada a la producción de aceite y sin antecedentes en el mundo del espectáculo, Miguel Marín es vegetariano, practica la meditación y se dedica al flamenco hace casi veinte años. Creador y director de los festivales flamencos de Nueva York y Londres, desde hace 18 y 15 años respectivamente, en 2018 su expansión por Estados Unidos es muy importante, con un ramal a Canadá. Durante los meses de febrero y marzo tiene previstas más de 40 representaciones en Estados Unidos, en concreto en ocho teatros de Nueva York, y otras 17 funciones en ciudades Miami, Boston, Atlanta, Los Angeles, San Francisco, Irvine, Portland y la canadiense Montreal. En Londres serán 17 representaciones en el mítico Sadler’Wells, más un taller experimental que realizarán el bailarín y coreógrafo contemporáneo, Guillermo Weickert y la bailaora Ana Morales.

“El Festival empezó en Nueva York hace 18 años. La primera vez fueron Macanita y Concha Vargas. Hice este espectáculo y algún otro más pequeño, y la verdad es que no tenía repercusión. El público venía, pero no se enteraban. Nueva York es muy grande y hay de todo. Entonces pensé, qué podemos hacer para que la prensa se haga eco y la ciudad se entere. Porque para bien o mal, si no sales en prensa, no existes, sólo se enteran los 500 que van a ver el espectáculo. Pensé hacer un festival, y así fue. Estuvieron Carmen Linares con Manolo Sanlúcar (Carmen me ayudó muchísimo), y luego María Pagés y Farruquito. Tuvimos dos páginas en el New York Times con un titular precioso: “Misión cumplida”, traer el flamenco a la gran manzana. Y tuvimos una gran afluencia de público. Yo pensé, éste es el camino. Aquel artículo abrió la puerta a los artistas para ir a otras ciudades. Nueva York y Londres son hoy día escaparates de todo lo que sea cultura”.

En el año 2001 el festival recaló en el City Center con una jovencísima Rocío Molina formando parte del cuerpo de baile del Ballet de Eva la Yerbabuena, “y en el año 2002 volvió pero ya como solista, a una gala en la que estaban ella, Israel Galván, Manuela Carrasco, Chocolate…Lo que nos da gusto es ver cómo en estos años hemos sido testigos de la evolución de artistas desde abajo a consagrados”.

Miguel Marin 1Pero Miguel Marín no podía quedarse quieto y en el año 2003 da el salto a Londres, viendo el éxito del festival en Nueva York. Marín se reunió con el director del Saldler’s Well, “un teatro curiosamente muy flamenco, porque allí iba la Cumbre Flamenca todos los años y tenía una tradición importante. Pero ocurría que en Londres no iban espectáculos “legítimos”, que ellos llaman, es decir de compañías españolas. Actuaban compañías extranjeras que hacían flamenco. Hicimos el primer festival y actuaron José Mercé, María Pagés y Farruquito, por esta idea de llevar lo coreográfico, el cante, y la parte étnica y racial”.

La cosa funcionó porque ambos festivales siguen viento en popa y por las dos ciudades han pasado los más destacados artistas del universo flamenco, desde la tradición a la vanguardia, con “luces y sombras”.

“La verdad es que ha habido muchos triunfos. Hemos agotado muchísimas veces las localidades, pero para mí una de los triunfos es que hemos vivido noches históricas, únicas para el artista y para el público. Hubo claro, momentos difíciles de cancelación de espectáculos por tormentas de nieve, por pérdida de vestuario…, pero yo debo decir que han sido más las luces que las sombras y también la evolución del público”.

Recuerda Marín con una sonrisa que al principio los directores de los teatros norteamericanos le pedían un espectáculo, “al peso”, “me decían, cuántos bailaores vienen, y yo decía, tres, ¿y no pueden venir cuatro o cinco más? Pasar de esto, cantidad, a hacer un espectáculo sólo con Rocío Molina o Israel Galván y con un éxito rotundo ambos…, no ha sido fácil”.

Y hay anécdotas para todos los gustos, como aquel año en el que Rocío Molina presentaba en Nueva York, “Oro viejo”, y entre el público nada menos que Mikhail Baryshnikov. Al finalizar el espectáculo, el mito de la danza fue a saludar a la bailaora, y se arrodilló ante una Rocío emocionadísima, una imagen que dio la vuelta al mundo. “Yo pensaba, ¿qué habrá sentido este hombre que tanto a ha visto?”, dice Marín.
El año que Antonio Banderas y Melanie Griffith fueron a una de las funciones del City Center neoyorkino, el Festival salió en todas las portadas de los periódicos de la ciudad y de los relacionados con el mundo de Hollywood. “Todo ayuda”, confiesa Marín, que también recuerda a la performance y artista Marina Abramovic alucinando con Israel Galván, o la noche de Enrique Morente con Tomatito…

Gran parte de los artistas que están en este momento haciendo su camino tienen la oportunidad de presentar su trabajo tanto en Londres como Nueva York, “este año llevamos por ejemplo a Jesús Carmona, o a Angelita Montoya, y a la guitarrista Antonia Jiménez”. Actúan también por primera vez en el festival neoyorkino, Rosalía, El Niño de Elche o Antonio Lizana. Y en marzo el Ballet Nacional de España regresará a Nueva York tras 20 años de ausencia.

El riesgo de combinar propuestas tan arriesgadas como el Niño de Elche, Rosalía, la Banda Morisca con la familia Habichuela, Carmen Linares o Eva Yerbabuena, es algo ya aceptado por el público neoyorkino. “Hace ya mucho tiempo que Israel Galván rompió la idea que se podía tener del flamenco fuera con “La curva”. Recuerdo que el público asistió en shock porque se le rompieron muchas ideas preconcebidas. Pero la forma en la que podemos hacer esta apuesta es la elección del espacio. En el City Center o el Carnegie Hall llevamos al flamenco más clásico, sin embargo en otros espacios como Joe’s Pub o Schimmel Center presentamos propuestas de jazz, de flamenco más de vanguardia…, así de esta forma buscamos aliarnos con espacios que tienen un público natural para el artista. Por ejemplo, Dorantes y Chano Domínguez actúan en el Jazz at Lincon Center que es el teatro dirigido por Winton Marsalis. Ahí tienen su espacio”.

 

Londres en el Sadler’s Well

Mientras en Nueva York el festival se dispersa por varios espacios, en Londres es el teatro de la danza por excelencia, el Sadler’s Well su centro neurálgico. Este año el festival se centra en la idea de la mujer como creadora. María Pagés presenta una Carmen distinta a la de Merimèe, aquí es una mujer empoderada; Isabel Bayón rompe tabúes del flamenco, y se reinventa en Dju-Dju de la mano de Israel Galván; J. R. T. (Julio Romero de Torres), que también rompe con esa idea del retrato de la mujer servicial con Ursula López, Tamara López y Leonor Leal; o de Antonia Jiménez, la guitarra en la mujer; homenaje a La Chana, que demuestra que el flamenco no tiene edad, y Angelita Montoya, que recupera las voces de artistas que fueron apagadas de la Generación del 27.

Pero hay también un proyecto singular que realizan el bailarín contemporáneo onubense, Guillermo Weickert y la bailaora sevillana Ana Morales. “Es una residencia en el Sadler’s Well a la que damos mucha importancia. El artista no tiene la presión de hacer un espectáculo, sino que tiene la misión más de laboratorio de creación. El artista tiene una absoluta libertad. Hicimos ya una residencia con Rocío Molina, Honji Wang y Sebastián Ramírez, con Olga Pericet y la diseñadora Holly Waddington, con Belén Maya y Patricio Hidalgo trabajando la idea de Medusa. Y todas ellas con buenísimos resultados. La idea es combinar artistas en completa libertad. Y este año además, lo hacemos junto al terapeuta y maestro de energía, Ivan Bavcevic, y Weicket y Ana Morales van a trabajar sobre la idea del silencio. Queríamos ayudar al artista en este proceso de liberarse de los condicionantes que te limitan en el proceso de creación”.

Miguel Marín, que vive a caballo entre Madrid, Nueva York y Londres, dice que no le extrañaría ver un día de estos, “el flamenco en la Tate Modern. En el Guggenheim de Nueva York ya estuvo”. El festival tiene siempre la incertidumbre de la taquilla, “aunque no nos ha fallado hasta ahora, pero claro no es algo seguro”, y cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura y la Agencia de Cooperación Española así como de otras entidades internacionales, a las que se ha sumado este año la Sgae.

Para Marín en estos dieciocho años, “metafóricamente se puede decir que antes en Nueva York lo que no tenía lunares, no era flamenco. Ya no. Hemos conseguido un público que va a descubrir lo nuevo del flamenco, y que además lo hace sin prejuicios, lo cual es muy bueno”.

Miguel Marín tiene ante sí dos meses de locura con los festivales de Estados Unidos y Londres. “Si, ha merecido la pena. No sé qué haré dentro de unos años…, pero si vuelvo la vista atrás, todo el esfuerzo ha valido la pena, sin duda. Volvería a meterme en este lío. El flamenco nos ofrece cosas que como lo tenemos cerca, no nos damos cuenta. Ahí está su universalidad”.

 
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