La mejor hora del día para Nando López es sin duda la noche. De pequeño quería ser escritor. Los juguetes de la infancia que recuerda con más cariño son sus Legos, los cuales sigue coleccionando. La primera oportunidad literaria se la dio una editorial muy joven que se llamaba Ópera Prima. En una fiesta de carnaval se disfrazaría de romano. Cuando se encuentra delante de un espejo básicamente no se mira mucho, los espejos le inquietan, le intimidan. Piensa que debe tener alma de vedette porque se siente muy orgulloso de sus piernas. Ha sentido mucha vergüenza en la adolescencia porque tenía mucho miedo a mostrar su identidad. Sus canciones preferidas son todas las de Joaquín Sabina. Tiene mucho miedo a la muerte. No sería capaz de matar, lo ha pensado muchas veces y no cree que fuera capaz de hacerlo. Posiblemente pudiera matar por amor, pero no sabe si llegaría a culminar la hazaña. Los nervios los puede perder cuando hay un buen trabajo hecho detrás, en el buen sentido. Y en el mal sentido, los pierde ante la intolerancia. Al otro sexo le envidia su inteligencia emocional. La invención de la imprenta, entre otros, es el hecho en la historia de la humanidad que le produce más admiración. El que le produce mayor rechazo es cualquier guerra, y desde luego, todas las del siglo XX. Un refrán que utiliza a menudo es “A buen entendedor, pocas palabras bastan”. No deja de sorprenderle todo lo que es internet y cómo ha cambiado nuestra vida. No cree que seamos conscientes de que tuvimos una vida pre y otra vida pos internet. Su infierno particular es la soledad cuando no es elegida. Le hubiera encantado tener un papelito en Con faldas y a lo loco y que le dijeran aquello de “nadie es perfecto”. Tiene muy claro que pasaría una noche con su chico, sin duda alguna. Además le aguanta muchísimo.