Núria Espert Romero nació en Hospitalet de Llobregat, Barcelona, un 11 de junio de 1935. A estas alturas su edad no es un secreto. Podríamos definirla como una actriz española de teatro, cine y ópera. También ha asumido papeles de dirección.
En 2016 fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes por ser «una de las personalidades más sobresalientes y prolíficas del panorama interpretativo, trascendiendo todos los géneros escénicos».
Espert estudió bachillerato en el Instituto Maragall de Barcelona y, posteriormente, completó sus estudios con música, danza e idiomas. Con tan solo dieciséis años, se inició en el teatro aficionado y ya en la década de 1950, tuvo ocasión de interpretar, en Barcelona, grandes clásicos como La vida es sueño (1950) y El jardinero de Falerina (1953), de Calderón de la Barca; Los empeños de una casa (1952), de Sor Juana Inés de la Cruz; o Romeo y Julieta (1953), de Shakespeare, adaptada al catalán por Josep Maria de Sagarra. En esta lengua interpretó numerosas obras, como por ejemplo, El marit vé de visita (1951).
Su gran oportunidad llegó en 1954, cuando sustituyó a la actriz Elvira Noriega en Medea. El triunfo que logró por su interpretación en el Teatre Grec de Barcelona fue determinante para dedicarse a la interpretación de forma profesional. Durante los siguientes años, e integrada en la Compañía Lope de Vega que dirigía José Tamayo, se consolidó como una de las figuras más destacadas de la escena catalana y española.
En 1959, creó su propia compañía teatral y, poco después, estrenó con éxito Gigí en el Teatro Recoletos de Madrid y la obra de Eugene O’Neill, Anna Christie.
A lo largo de la década de 1960, su reputación como actriz teatral se consolidó en toda España y cosechó numerosos éxitos con obras como Las criadas (1969), de Jean Genet. Asimismo, interpretó a autores de la talla de Bertolt Brecht, Jean Paul Sartre o Alejandro Casona.
No obstante, su consagración se debió al montaje de Yerma, de Federico García Lorca, obra que estrenó en el Teatro de la Comedia de Madrid el 30 de noviembre de 1971 y con la que llegó a superar las 2000 representaciones. Con ella, realizó una gira de cuatro años que la llevó a países como Estados Unidos, la Unión Soviética y Argentina. A lo largo de la década de los setenta, compatibilizó actuaciones en España con giras internacionales. Así, en 1977, representó, primero en Madrid y luego en Londres, la obra Divinas palabras de Valle-Inclán, bajo la dirección de Víctor García. Al finalizar la década, encabezó el montaje de la versión del mito de Fedra del catalán Salvador Espriu.
Entre junio de 1979 y mayo de 1981 (fecha en que presentó su dimisión) fue codirectora, junto con José Luis Gómez y Ramón Tamayo del Centro Dramático Nacional.
Durante la segunda mitad de la década de 1980, abandonó temporalmente la interpretación para dedicarse a la dirección escénica. En 1986, obtuvo un gran éxito en Londres dirigiendo a Glenda Jackson en La casa de Bernarda Alba. Por este trabajo, recibió el Premio del Círculo de Críticos de Teatro de Londres a la Mejor dirección. Esta obra la volvería a dirigir en Tokio en 1991, en japonés y con actrices niponas. En 1987, debutó en el mundo de la ópera con Madama Butterfly de Puccini en el Covent Garden de Londres. Poco después, regresaría al mismo escenario con óperas como Rigoletto (1988) y La Traviata (1990), de Verdi y Carmen (1991) de Bizet, montaje que contó con Zubin Mehta (dirección de orquesta), Gerardo Vera (escenografía) y Cristina Hoyos (coreografía). Posteriormente, la actriz se pondría al frente de los coros de numerosos teatros: Teatro Real de Madrid, Teatro de la Moneda de Bruselas, la Ópera de Los Ángeles, la Ópera de Fráncfort o el Liceo de Barcelona.
En 1990, y tras cinco años de ausencia, volvió a subirse a un escenario para el montaje de la obra Maquillaje, del dramaturgo japonés Hisashi Inoue, un monólogo en el que Espert dio vida a una veterana actriz de kabuki. Inició, así, una década fructífera en lo artístico, en la que puede mencionarse su gira por España con la obra El cerco de Leningrado (1994), de José Sanchis Sinisterra, que coprotagonizó junto con María Jesús Valdés.
En 1997, volvió a actuar en catalán de la mano de Josep María Flotats en La gavina (La gaviota), de Chejov, acompañada por José María Pou y Ariadna Gil. Un año más tarde, bajo la dirección de Mario Gas, dio vida a la soprano María Callas en la obra de Terrence McNally, Master Class.
En 1999, asumió el papel protagonista junto con Adolfo Marsillach – en la que sería su última aparición sobre los escenarios – en la obra maestra de Edward Franklin Albee ¿Quién teme a Virginia Woolf?
En 2001, con motivo del Festival de Teatro Clásico de Mérida, Núria Espert volvió a participar en el montaje de Medea. En esta ocasión, bajo las órdenes del director griego Michael Cacoyannis. En 2002, combinó música y recitado en el espectáculo Una hora de poemas y canciones, en el que interpretaba obras de Bertolt Brecht y Kurt Weill. Un año más tarde, compartió escenario con otra de las leyendas de la interpretación en España, Amparo Rivelles, en la obra La brisa de la vida, del británico David Hare.
En 2004, regresó a la ópera con Tosca, de Puccini, representada en el Teatro Real de Madrid. Ese mismo año, interpretó uno de los personajes más emblemáticos de la literatura española, La Celestina. Su actuación en esta obra le valió el Premio Max de Teatro y el Fotogramas de Plata.
Compartió escenario con Lluís Homar y José Luis Gómez en la obra Play Strindberg (2006), de Friedrich Dürrenmatt (basada en La danza de la muerte, de August Strindberg), representada en el Teatro de La Abadía de Madrid; con Gonzalo de Castro en la comedia Hay que purgar a Totó (2008), de Georges Feydeau; con Rosa María Sardà, en una revisión de La casa de Bernarda Alba, de García Lorca, dirigida por Lluís Pasqual; o con Carmen Conesa en La loba (2012), de Lillian Hellman, dirigida por Gerardo Vera. Posteriormente, interpretó en solitario el monólogo La violación de Lucrecia (2011), de Shakespeare, dirigida por Miguel del Arco cuya duración fue de setenta y cinco minutos.
En julio de 2012, clausuró la temporada del Teatro Real de Madrid con un rol no lírico en la ópera Ainadamar de Osvaldo Golijov. Tras el verano de ese año, encabezó el reparto de una nueva versión de La loba, dirigida por Gerardo Vera.
Le siguieron celebradas composiciones en El Rei Lear, versión catalana de El Rey Lear de William Shakespeare; Incendios y la premiada obra de Wajdi Mouawad, en la que Espert interpretó tres personajes.
La declamación de poesía la ha acompañado durante muchos años. Su amor por la poesía y su arte como declamadora la han hecho subir a muchos escenarios a declamar y a grabar en su voz poemas de poetas españoles como Rafael Alberti, Jorge Manrique, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Antonio Machado, Miguel Hernández, Gustavo Adolfo Bécquer y su poeta preferido Federico García Lorca. Su discografía de poesía declamada contiene más de una decena de títulos. En 1996, bajo la dirección de Lluis Pasqual, montan la obra “Haciendo Lorca” con poemas, fragmentos de cartas y obras de teatro de Federico García Lorca, como Bodas de Sangre. Yerma, El Público, Así que pasen cinco años, Mariana Pineda y Poeta en Nueva York. En octubre de 2018, de nuevo bajo la dirección de Lluis Pasqual, estrena en el Teatro de la Abadía de Madrid el Romancero gitano de Federico García Lorca, llegando a 23 funciones vendidas en su totalidad para un total de 7.000 espectadores.
En 2023 interpretó la obra de Alejandro Palomas “La isla del aire”, estrenada en el Teatro Romea de Barcelona y con la que realizó una última gira por España como su despedida definitiva de los escenarios.
Vida personal
El 29 de septiembre de 1955, a los veinte años, contrajo matrimonio con el actor, poeta, productor, guionista y director Armando Moreno, quien sería, posteriormente, su representante artístico, así como director de la Compañía Nuria Espert. Es madre de dos hijas: Alicia Moreno, empresaria teatral y exconcejala de Bellas Artes del Ayuntamiento de Madrid, y Nuria Moreno, bailarina. Su nieta Bárbara Lluch es también directora de ópera.
El 30 de octubre de 1994, al finalizar la representación de El Cerco de Leningrado en el Teatro María Guerrero, falleció su marido, Armando Moreno, debido a una enfermedad cardíaca que sufría hace años.
A pesar de su edad, a Nuria Espert se le ilumina la mirada cuando habla de nuevos proyectos. Cuando llegamos está estudiando el texto de una nueva producción, Todos pájaros. Se apresura a explicarnos el significado para acabar diciendo “ni yo misma sé muy bien el significado. Tendré que indagar más en el texto”.
¿Cómo se definiría a sí misma en este momento de su vida, con esta meteórica trayectoria?
Me cuesta, me cuesta, porque no quisiera decir una banalidad. Mi trabajo y vocación, que se han convertido en una sola cosa, creo que me da permiso para, de nuevo, meterme en un espectáculo. Entonces lo que me definiría es tenacidad y obsesión.
¿Cómo llega el teatro a la vida de Nuria Espert?
Mis padres eran aficionados al teatro. Había en los años 30 muchos lugares en Cataluña donde los trabajadores se juntaban. Se llamaban nidos de arte. Eran lugares donde el arte se podía ver en su forma más auténtica. Los trabajadores salían de trabajar y se iban a ensayar. No es que no cobraran, es que ponían dinero para poder actuar. Y mis padres eran más que aficionados, eran muy amantes del teatro. Hasta el último momento de su vida se seguía hablando de Margarita Xirgu porque habían ido al teatro a verla actuar. Nunca la conocieron, ni yo, claro. Y eso se convirtió ya en una posibilidad de vida. Cuando el Teatro Romea me hace una pruebecita porque necesitan un niño o niña para un cuento de esos como La Cenicienta o algo así, Lali se llamaba ese cuento, pues… me tomaron, me hicieron un…, ahora se dice una audición, era una prueba, y la prueba salió bien. Me quedé con esa compañía. Yo tenía, no quiero equivocarme porque las fechas todas bailan, pero yo creo que yo tenía entre 10 y 12 años. Me quedé tres o cuatro años en la compañía del Romea. Papelitos chiquitines al principio, de pronto tenían ya unas líneas más, después ya tenían dos páginas de texto. Y al mismo tiempo que hacía eso, trabajaba también con Esteban Polls, un muy buen director de aficionados, pero que a mí me enseñó muchísimas cosas. Fue un arranque estupendo.
La compañía del Romea era una compañía de aficionados…
Sí, era una compañía en catalán, la primera que se hacía después de la guerra civil, en catalán. Y había todos los nervios, y el malestar, y la ansiedad que puede provocar la primera compañía en catalán, cuando todavía los efluvios de esa tragedia que habíamos vivido, pues estaban ahí. Y mi recuerdo es muy bueno porque todos los que estaban en el escenario en ese momento, en esos años, eran muy buenos y a mí me gustaban muchísimo. Así que no diré copiar, pero sí ver ese modo de actuar… magnificado y… y este actor me gusta más que el otro y esta… Ya empecé a darme opiniones y deseando ser alguna cosa que no era. No era nada, era una niña que hacía los cuentos en el Romea (risas).
¿Quién le da la primera oportunidad? ¿Quién se fija en Nuria Espert, esa chica de los cuentos?
Esteban Polls. Entonces puso su saber como director aficionado y me ayudó en el sentido de que me dio papeles, y no sólo una aparición de un lado al otro del escenario. Sino algo más. También me enseñó a recitar. Yo recitaba porque mis padres recitaban los dos. No los he visto nunca recitar, pero recitaban los dos, y no tenía más guía que eso. Esteban dijo: “Esta es”. Le salió un trabajo en un teatro y me llevó. Me fui del Romea, que era una temeridad, porque siendo tan niña, tan jovencita, pero ahí, a cien por hora fui aprendiendo cosas. Y ya se convirtió en el único mundo que me gustaba y que sabía. Y no era un mundo nada cariñoso. Era un mundo con mucha necesidad de trabajo. Pero ya entré en la dinámica de los adultos. Y ahí apareció una pequeña primera oportunidad que salió bien en una obra de Javier Regás. Allí tuve mi primer aplauso y ya estás perdido. Si eres muy jovencín, si no sabes nada de nada y una cosa te sale muy bien, corres un grave peligro.
El beneplácito del público, el aplauso. No sé qué tiene. Embriaga…
Te trastorna. Sí. A mí me trastornó. La obra se llamaba El marido viene de visita. Es un matrimonio divorciado los dos. Y aparece una vampiresa que le dice “siempre seré para ti la misma. Siempre”. Y era yo, que tenía 15 años o así. Fue, creo, mi último trabajo allí. Pero salió luminoso, sí.
¿Sus padres qué opinaban de todo esto?
Estaban como locos de contento, pero felices, felices. Mi madre seguía trabajando en lo suyo, que era tejedora en una fábrica, y me acompañaba. Cuando empecé a trabajar por la noche, aquello era una tragedia griega, más que Coriolano, porque mi madre me iba a buscar al teatro, íbamos andando desde Sants hasta Santa Eulalia y a la mañana siguiente, a las seis o seis y media, entraba a trabajar. Y mi padre no colaboró de ese modo porque no se daba. Pero mi madre, una heroína. Una heroína.
¿Se sigue echando de menos a los padres?
Sí. Empezar con ellos al lado y a favor, eso es una maravilla. Los dos estaban como locos. Me enseñaban poesías, buenas y malas, que a ellos les gustaba. Me las aprendía en un plis-plas y me desarrolló una memoria magnífica.
¿Qué queda de aquella niña?
Gratitud. Gratitud a todos los que contribuyeron a que pudiera hacer la vida que he hecho. No pienso que sería posible que hiciera otra vida distinta a la que he hecho. Y si la hubiera hecho, por las circunstancias, no sería nunca una vida feliz.
Y conforme avanza la vida de Nuria Espert, se casa también con una persona…
Maravillosa.
Y que está dentro también del mundo del espectáculo. Y ahí es cuando empieza otra vez a rodar todo el tema de producciones, de ideas, de lanzar proyectos. ¿Cómo fue aquella época?
Fue cuando formamos la compañía, Armando y yo. Estábamos desesperados. No teníamos dinero. Armando escribía guiones, también, y vendió un guion o dos, y yo hacía las cositas que me salían… Pero Armando le echó bravura y con cuatro perras, cuatro, una, dos, tres y cuatro, montamos Gigi de Colette con un director extraordinario, Cayetano Luca de Tena, un grandísimo director. Y ya con Carmen Carbonell, con María Luisa Ponte, o sea, con actores de verdad, grandísimos y enormes. Y eso fue un empujón que marcó mucho todo lo demás. Pero Gigi fue un regalo del cielo. Lo iban a hacer otras personas y de pronto no sé qué cosas ocurrieron que teníamos los derechos de pronto. Entonces fue muy difícil, pero un amigo de Armando que tenía una imprenta hizo, firmó unas letras y con esas letras levantamos el telón y ya todo cambió. Después hemos tenido altos y bajos, por supuesto. Toda la vida ha sido una montaña rusa, pero con más aciertos que errores. Por eso creo que hemos llegado hasta aquí.
Cuando no hay dinero, ¿se agudiza mucho más el ingenio?
Sí, te marca unos caminos difíciles de seguir porque… porque no eres nadie, porque no tiene por qué salir bien eso.
Nuria, ¿ha pasado hambre, necesidad, por dedicarte al mundo del espectáculo?
No, no. Pero de niña, las farinetas, y no hay nada que comer más que eso, y no hay ni eso. Eso sí lo viví. Ahora hablando contigo lo recuerdo. Y recuerdo a mi yaya dándome las farinetas, y haciéndome comprender que era esto, o esto, y que se acabó. Y salimos, salimos todos despacio como todo el mundo. Bueno, como nuestro mundo. Nuestro mundo, el del teatro, yo me lo encontré así como te he contado, como un regalito que salió bien. Pero la vida cotidiana, mi padre no tenía trabajo, mi madre era la única que ganaba un poco de dinero en el telar ese. Una hermana de mi madre estaba en unos comedores así para gente sin casa y sin comida. Bueno, todo eso pasó, todo eso se vivió. Parece otra vida, otro mundo, otra persona. Pero sí.
¿Qué obra de teatro es la que más le ha marcado?
Medea. Porque fue la primera que creó un torrente de interés hacia mí. A partir de ahí siempre he tenido trabajo. Hice esa obra dirigida por Antonio de Cabo y Rafael Richard, que eran dos jóvenes que luchaban por un teatro diferente y mejor. Y fue un accidente, o sea, lo iba a hacer otra persona. Les habían contratado unos festivales de España con Medea y otras producciones. Y yo estaba ahí de la mujer número siete. Habían coros y tal, pues la mujer… siete no, la mujer número tres. La señora enfermó, Elvira Noriega, una grandísima actriz, que en aquel momento era la gran actriz del teatro español. Bueno, todo. Ella no pudo actuar y yo hice esa Medea que salió bien y que me ha acompañado toda la vida porque he hecho con directores diferentes siete u ocho versiones con directores magníficos todos, y ella va envejeciendo así conmigo igual, claro y Jasón también envejece, claro, pasan los años, pasan los años, sí. Y él va envejeciendo conmigo, los dos envejecemos. Solo el coro puede cambiarse cada año, cada vez, pero no los protagonistas que tienen la vida ahí entre las manos.
¿Hay algún director que le haya marcado poderosamente, que haya sido vital en su carrera profesional?
Pues después de decirte que Esteban Polls, ya con nuestra compañía, y ya actuando, tengo que decirte que he trabajado con unos directores tan buenos. Me han enseñado tanto, tanto. Me han corregido, me han quitado el miedo, me han acompañado. Y ahí están Antonio de Cabo y Rafael de Richard. Armando me dirigió, que venía del mundo del cine. Son tantos. Ricard Salvat me dirigió en La buena persona de Sezuan, maravillosamente. Robert Lepage… Y si ya venimos a España, Mario Gas, Lluis Pascual… Todos, todos, todos, absolutamente todos ellos dejan sus marcas, corrigen cosas, hacen mejores esos trozos, saben que no estás tan limitada, te han ido abriendo, abriendo, abriendo. Por ejemplo, una de las Medeas es de Michael Cacoyannis. El gran director de Oscar de Hollywood con su Electra. Es que me estoy dejando la mitad y después me van a llamar…
Es que, en una carrera tan extensa, poder resumir…
No he dicho todavía Víctor García. Un director genial absolutamente, con el que hice tres espectáculos. Y era una persona difícil y complicada, pero genial y maravillosa y generoso, porque sabía muchísimo, era tan personal, tan único. Y eso me lo regaló, en el sentido de que aprendí a actuar mejor, actué mejor. Quizá en todo esto que te estoy contando hay mucha gente que no le gusto, o que eso no funciona, pero siempre he tratado de que fueran cosas nuevas y diferentes. A veces lo son y a veces no, depende de si la cosa está así, ¿sabes? Como si bailara en el lago de los cisnes. Es la suerte que he tenido y que no hay palabras para agradecer todo lo que la vida, la casualidad, el trabajo, todo eso son cosas que me han ido a favor.
¿Es difícil dejar el personaje en el teatro? Algunos personajes golpean fuerte a los actores y algunos comentan que es muy difícil aparcarlo en el escenario y seguir con la vida cotidiana
Sí, ya te entiendo. Yo creo que depende de qué obra estás haciendo, porque si haces el Rey Lear de Shakespeare, vuelves a casa que no eres tú, ni él. Tienes todo lo que has sacado, no sabes ni de dónde. Si haces Master Class no necesitas todo eso. Piensas en Calas, conoces la historia, la adoras a ella, detestas al tipejo ese que la hizo sufrir, y llego a casa y ceno y pongo la tele y veo una película. O sea, sí, depende.
Ha dirigido ópera. No solo es una gran actriz, una reconocida actriz de teatro, sino que también se mete en ese mundo que no era nada fácil…
Me metió Armando. El que era verdaderamente loco por la ópera era Armando. Yo empecé muy tarde a oír y empecé por Puccini, como Dios manda, y vas creciendo también. Pero yo nunca estuve convencida de mí y de mi trabajo en la ópera. Muy insegura. Como tenía éxito, Armando, que era el marido más cariñoso del mundo, me enseñaba a 100 por hora y me dio también momentos preciosos de mi carrera. No tuve tiempo porque dirigía una y enseguida otra y luego otra y las óperas con mis espectáculos viajaban todo el tiempo y yo sentía la necesidad de viajar con esos trabajos, que no me satisfacían como me satisface una buena actuación o dirección pero en teatro. Salió sin saber cómo ni por qué. Me llamaron de Londres, me ofrecieron dirigir, que yo no había dirigido nunca. Toda la dirección viene después, a causa de estas llamadas. Trabajé con actrices portentosas de las que aprendí muchísimo y yo les enseñé lo que pude, lo que Bernarda me permitía. Fui muy feliz en ese periodo. Estaba otra vez con el texto dramático. Y fue otro exitazo, y he dirigido, y yo creo que ya he hecho todo lo que tenía que hacer y más.
Y si hablamos de autores…
Pues uno sencillito, Shakespeare. Y he hecho bastantes creo. El primero Romeo y Julieta con aficionados, con Esteban Polls.
Volví muy contenta a mi vida teatral, teatral de prosa, como dicen ellos, de prosa. Y la vida muy generosa y los malos momentos de todas las vidas, las equivocaciones que se pagan caras. Cuando te equivocas de obra y de pronto todo eso que has concebido y comprado y gastado y no sé qué…
¿Ha habido ocasiones?
Sí, sí, sí. Y que no te voy a decir.
No, pero el mundo se viene encima. Todo lo que buenamente puedes tener económicamente lo inviertes en ese proyecto.
Con la compañía estábamos siempre sujetos por un hilo de plata. Para un actor ser productor… de esa cosa es muy complicado. Lo normal es que haya una producción que ame el teatro muchísimo y lo respete, y unos actores que también le amen muchísimo y lo respeten. Y no tienen por qué llevarse mal si cada uno tiene su papel igual que en el escenario. Todos tenemos nuestro papel repartido, no tiene ningún sentido querer otra cosa.
Y cuando Armando falta, me imagino que las cosas cambian. Ya es Nuria sola la que se tiene que enfrentar a la profesión, a los nuevos retos. Yo no sé el tiempo que tardó en volver a estar en activo o si en algún momento lo dejó
No, no lo dejé. Pero estuve en un infierno, actuando, y tenía que seguir actuando porque si él estaba ingresado, si él sabía que yo había suspendido la función, él sabía que eso acabaría mal. Y no acabó mal dos veces, y la tercera, infartos.
¿Con qué se emociona Nuria Espert?
Las cosas me llegan con facilidad al corazón. Ahora mismo, en esta pantalla (refiriéndose a la televisión) salen unas cosas que están ocurriendo mientras tú y yo estamos así, que es la vida. La vida tiene que continuar cuando puede, como pueda. Pero eso, paso del libro que estoy leyendo, pongo la tele y puedo pegarme unas lloreras.
¿Con qué frase le gustaría ser recordada a Nuria Espert?
Buena profesional. Querida del público. Y seguir hasta este último empeño.
¿La vida ha sido injusta con Nuria Espert?
No, pobre de mí, si hubiera sido injusta. No, no ha sido injusta para nada. He tenido suerte. Me he equivocado menos de lo que podría destruirme. No, no, no, no ha sido injusta, no ha sido muy injusta.
¿Cómo definiría el amor?
Pues una de las cosas, de las dos, tres cosas más importantes de la vida después de la salud y no sé qué más. Salud, dinero y amor, dice la copla. Y es un poco cierto. Si vas rondando la felicidad, necesitas estas tres cosas de la cancioncita. Que no he cantado nunca, pero que tiene su aquel.
¿Quién ha sido la persona más importante en la vida de Nuria Espert?
Armando. Armando, mis hijas, mi nieta. Y tengo muchos amigos, miles de relaciones superficiales de hola y hola y hola y la gente me gusta.
Su nieta, ¿es consciente de qué personaje tiene como abuela?
La pobre. Eso es un peso que no se lo deseo a nadie. No sé cómo lo lleva tan tranquila. Pero, ¿sabes? Ha pasado una cosa extrañísima y maravillosa. Y es que Bárbara tiene mucha más personalidad que yo. Nos queremos enormemente pero ha tomado su camino en una libertad total, le va bien, la ama. Naturalmente siempre teatro, siempre música. La música que Armando también, siendo ella pequeña, también ha debido de influir muchísimo en que ahora esté dirigiendo ópera, zarzuela, también viene de aquello. Y estamos todos así enamoradísimos.
¿Hay una palabra más bonita que un te quiero?
Hombre, los poetas le sacan mucho jugo. Los poetas le sacan mucho jugo al te quiero. Y las películas, no digamos, en el teatro se contienen un poco. Yo creo que no hace falta esa palabra, eso se manifiesta, se vive. Creo que la he dicho, pero me parece que era en una función o en algún sitio. Supongo que alguien dice un te quiero. Quizás en La buena persona de Sizuan puede haber un te quiero. Cuando la niña se convierte en hombre para defenderse de la brutalidad de la gente que se la está comiendo viva. Sí, podríamos decirlo en cualquier lugar.
¿Alguna frustración y que se pueda contar?
Seguro que la padezco, pero no la sé. No la sé. He viajado cuanto he querido. Con muy poca cultura me he defendido en el mundo oculto. Adoro a los actores, me gustan muchísimo y es la gente con la que me gusta charlar, pasear. Es difícil que una persona que no sea del teatro no me aburra al cabo de un ratito. Solo hablando del teatro, aunque sea si se llena o si se vacía. Repartos, preferencias, todo eso me encanta y puedo con una amiga o un amigo charlar y reír durante horas. Las otras cosas, pues la política, por ejemplo, es que yo creo que ahora está que no se puede uno ni acercar. Soy socialista, es lo que voto. Cuando creo que se equivocan me desespero. Está tan complicado, tan… Ha habido ese día hoy que tú estás haciendo eso. Unas decisiones tan incomprensibles, que por otro lado son clarísimas. No lo sé, he querido alejarme un poco del día a día porque estoy estudiando, pero preocupada, muy preocupada
Nuria, una de las últimas producciones ha sido la de Incendios. También colaboró en Almagro, en el Festival Internacional, en un homenaje al maravilloso Marsillach. ¿Qué le queda por hacer? ¿Qué quiere seguir haciendo?
Acabar de aprenderme el próximo título. Todos pájaros. Te parecerá que está mal construida la frase. La frase es Todos pájaros. Todos pájaros. Y ahí estoy. A ver si me entero de por qué este título.
El último reconocimiento ha sido el premio Max de Honor. ¿Qué se siente cuando toda la profesión cae rendida a los pies de Nuria Espert?
Mira, fue una preciosidad. La generosidad que me demostraron esos días previos. Estaban nerviosos y yo también, se me contagió también. Miguel del Arco hizo una laudatio fabulosa. que nunca le agradeceré suficiente y fue una noche mágica, o sea, porque de ahí, del MAX salimos y aquello era extraordinario. Todo gente de nuestro mundo, no conocía a la mitad, hubo una decisión de que esa noche fuera tan mágica como fue.
Y ya para terminar, ¿en qué ha cambiado el teatro? Desde que usted se sube al maravilloso mundo de la interpretación, ¿en qué ha cambiado hasta nuestros días?
Ha cambiado muchísimo. Tanto y tan rápido que no nos damos ni cuenta. Pero tú, cuando la vida te pone delante unas fotos de cómo era la vida y el teatro y los contactos de la gente, como era en los años cuarenta, pues ha cambiado muchísimo y para bien dentro de todo el dolor que hay en esos años.