Ruth, ¿qué supone llegar por primera vez a las tablas del Teatro Español de Madrid, y con un texto de Federico García Lorca?
Uff, tantas cosas… Para empezar, todo actor español tenemos una serie de sitios icónicos donde queremos trabajar. El Centro Dramático Nacional, Mérida, Almagro, y, por supuesto, el Español. Saber que vamos al Teatro Español y que tenemos la estatua de Federico García Lorca enfrente, controlando a ver qué hacemos, pues también tiene su aquel.
Efectivamente La casa de Bernarda Alba es esa obra que todo el mundo ha estudiado en el instituto, o que todo el mundo ha hecho una tesis, o que todo el mundo ha representado en algún momento de su vida en la universidad, en teatro amateur, y es muy, muy conocida. Muy querida, muy conocida. Podría ser bueno, pero también nos hace muy susceptibles a comentarios como “es que yo lo hubiera hecho de otra manera”. Eso es algo que sucede mucho en el teatro en Madrid, desgraciadamente. Todo el que viene a vernos lo hubiera hecho de otra manera. “Es que yo hice Magdalena en el instituto y era distinta”… Vamos con ese “miedito”, pero por otro lado, y lo digo de corazón, estoy muy orgullosa de este montaje, estoy muy orgullosa de esta compañía, y estoy muy orgullosa de esta apuesta que ha hecho José Carlos Plaza para esta Bernarda Alba. Para mí trabajar con José Carlos me supone un regalo maravilloso. Fue mi primer director en teatro, me enseñó a estar sobre las tablas, y una cosa fundamental, que es la importancia de la palabra. En La casa de Bernarda Alba no se da puntada sin hilo, todo lo que se dice es por algo, y si nosotras simplemente nos dejamos llevar por ese texto vamos muy bien cubiertas, muy fuertes, muy potentes, y tenemos la inspiración ya dentro de nosotras. Estamos muy bien blindadas ante “es que yo lo hubiera hecho de otra forma”.
¿Cómo es el personaje de Magdalena? ¿Cómo se comporta dentro de esta peculiar casa?
La abuela la define muy bien. “Magdalena cara de hiena”. A partir de ahí, imagínate. Son mujeres malas. No. Son mujeres sin hombre, nada más. Creo que son unas mujeres que en un momento dado se quedan perdidas, en una época en la que realmente el hombre recogía todo lo que una mujer podía o no podía hacer. Se quedan sin hombres, están perdidas. Se enfrentan entre ellas. A Magdalena yo siempre la he visto una mujer tan dolorida, tan dolorida, que sale todo lo peor de ella. Sale veneno, sale rabia, sale violencia. Pero por otro lado es muy cobarde. Es la que tira la piedra y esconde la mano. Odia a Angustias. Intenta poner a todas sus hermanas contra ella, pero en cuanto aparece la madre es la primera que se echa para atrás. Ha perdido el apoyo de su padre, que probablemente era la persona más importante de su vida, y empieza con un proceso de muerte interna. La única manera de sobrevivir es con su odio. Su energía es la del odio, directamente.
¿Cómo ha construido su versión de Magdalena? ¿Ha tomado alguna referencia?
He bebido de todo lo que Magdalena dice en el texto, y todo lo que se dice de ella. Magdalena comienza el primer acto con frases como “lo mismo me da”, “para qué”. Con desgana por la vida. Ya nada tiene sentido. Se habla mucho de “cara de hiena”. He trabajado mucho esa ironía horrible que tiene ella, como momentos hasta de fuera de lugar. Cómo machaca a su hermana a través de reírse de que las cosas le vayan mal, de que las cosas sean horribles para ella.
Mi apoyo fundamental ha sido José Carlos Plaza. Es un director con una generosidad muy grande. Si tú le dices que quieres un tiempo para investigar nos sentamos e investigamos. No nos olvidemos de que aparte de un grandísimo director es un increíble maestro. Siempre está metido en docencia, siempre está queriendo enseñar. Él lo hace a través de cuerpo-texto. ¿Dónde están las tensiones? Porque claro, yo ese odio de Magdalena, sinceramente, no me reconozco en él. Al contrario, yo soy muy maternal, yo soy muy de cuidar, muy de que todo mi entorno esté bien. A través del cuerpo y el texto intento sacar esa sensación tan amarga y dura que tiene ella.
Ha sido un trabajo bastante técnico, y a través de ese trabajo técnico he podido abrir las vías para que emocionalmente todo eso pudiera salir.
Me comentaba antes que esa casa de Lorca pierde al único varón. Y necesita la figura de un hombre. ¿Es un tema recurrente hoy en día? ¿Qué opinión tendrían al respecto los movimientos feministas?
Que es horrible. Me está pasando una cosa muy curiosa. Es la tercera vez que hago La casa de Bernarda Alba. Lo hice primero con Amelia Ochandiano, lo hice después con Álvaro Morte, y esta es la tercera vez que lo hago. De la última vez que la hice, hará quizás ocho años, hasta ahora, la gente reacciona de otra forma. Hay momentos en los que, por ejemplo, Bernarda conversa con Angustias sobre los hombres: “Siento que Pepe no me hace caso” y Bernarda le dice: “Habla cuando él hable, y mírale cuando te mire”. Ahora la gente se ríe, porque no le entra en la cabeza. Y les hace gracia. Al principio a mí eso me desconcertaba. Pero ahora me parece maravilloso. Porque eso quiere decir que generacional y mentalmente hemos avanzado, y estamos en este punto de “esto ya no tiene sentido”. Sigue habiendo partes que tenemos que mantener, fuertes, cosas de las que no nos podemos olvidar, cosas que no podemos dar por hecho. Se ha trabajado mucho para que la mujer esté en una posición. Y no solamente porque la mujer esté en una posición, sino porque ella misma se lo crea, y la pueda utilizar. Este recordatorio creo que es muy pertinente, muy necesario, y que toca cada x tiempo renovar, y escuchar cómo las nuevas generaciones reaccionan a esto. Yo de momento estoy muy contenta con los ataques de risa que se pegan diciendo: “¿En serio, Bernarda? ¿De verdad?”
José Carlos Plaza es un referente dentro de la escena de nuestro país. ¿Cómo ha sido el trabajo con él?
Déjame hacer primero un inciso. Alabanzas hacia José Carlos, por supuesto. Pero hay una alabanza hacia alguien al que no quiero dejar atrás. Celestino Aranda, el productor, que en medio de la pandemia, cuando todo el mundo estaba encerrado, planteó hacer La casa de Bernarda Alba. Para mí eso ya es de ser un loco maravilloso. ¿A quién se le ocurre? Todos encerrados, y nosotros vamos a hacer una obra con ocho actrices en escena. Pues lo ha conseguido. Y ha llamado a José Carlos, y ha dicho: “Vamos a hacer esto”.
José Carlos es muy duro. Pero yo aprendo muchísimo con él. No sólo he trabajado con él, también he asistido a algunos de los talleres que ha impartido. De vez en cuando pensamos que ya tenemos incorporado en nuestro cuerpo el trabajo, y es mentira. Siempre le da una vuelta de tuerca más, siempre hay algo más. Y en un texto tan amplio como este siempre se encuentra algo. Hemos modificado a Magdalena a lo largo de los bolos. De repente planteamos que tiene una información, y a base de hacer funciones hemos visto que tenía otra. ¿Por qué? Porque nos da el juego, porque lo hemos investigado. Lo hemos probado. Nos funciona. Seguimos. Es un investigador. Y eso a la hora de trabajar es muy reconfortante, porque el trabajo no para. Yo no estoy repitiendo la función una y otra vez. Yo estoy descubriendo una función diferente a cada paso. Y eso es lo bueno de un gran director y de una gran maestro.
Tiene en su haber uno de los premios más cotizados en nuestro país en cinematografía, un Goya. ¿Eso ha allanado el camino para poder seguir trabajando?
Lo primero es que es una gran responsabilidad. Me tomé todos los premios que recibí por Días contados, y todos los que he recibido a lo largo del tiempo, como lo que son, un reconocimiento, teniendo en cuenta que esta profesión es tan difícil, tan dura. En la que cuesta tanto entrar, mantenerse, y sentir que no te has equivocado. Vivimos en duda perpetua. Vamos a muchas pruebas y no siempre las conseguimos. Hacemos muchos proyectos y no siempre hay una buena crítica. Entonces, cuando, de pronto, tienes este reconocimiento, te ayuda a tener fe, a mantener la fe, a decir “vale, no me he equivocado. Puedo seguir. Merece la pena. Realmente merece la pena”.
También siento que, efectivamente, me da un respeto dentro de la profesión. Esto se consigue o con muchos años de trabajo, no todo el mundo tiene una estatuilla, pero sí hay gente que lleva mucho tiempo, es muy querida en la profesión, se sabe que es gente que funciona, que trabaja bien, que ayuda a que las producciones salgan adelante y con la calidad y excelencia necesaria, y no necesitan estatuilla… Yo la he tenido muy pronto, me la dieron con 19 años y sé que la gente me mira con ojos de decir “es una actriz seria”, no es una que pasaba por aquí y tuvo suerte. Lo trabajé, lo hice, y siento esa mirada sobre mí a través de la profesión.
Hija de actor, de actriz, era difícil escapar a esta profesión. ¿Cómo inicia su carrera?
Supongo que era casa. Era el hogar. No lo sé. La primera vez que me subí a un escenario tenía once meses y estaba sustituyendo a mi hermano. Yo recuerdo el olor del teatro, el olor de las cremas que usaban para desmaquillarse… recuerdo eso, el teatro que era donde más trabajaba mi padre, y mi madre hasta que se dedicó a la literatura. Lo recuerdo como el sitio donde probablemente pasábamos más horas. Los ensayos… Para mí era casa, directamente.
Más tarde hubo dos puntos de inflexión. Recuerdo ver En el estanque dorado, y ver a Katharine Hepburn , y decir: “Yo quiero ser como esta mujer”. Quiero poder estar tan loca, hacer estas cosas. Quiero hacer esto. El otro punto fue cuando vi Cría cuervos y conocí el trabajo de Ana Torrent. En aquella época yo debía tener la misma edad que Torrent cuando hizo la película.
Al final me llegué a plantear, aunque reconozco que es una fricada, si la vida fuera una película y yo soy la protagonista de esta película. Aquí fue cuando me di cuenta de que esto ya no era estar en casa, era tener una dedicación y hacer esto. Pasaba los textos con mi padre, jugaba a hacer el teatrillo, el cine… Jugaba todo el tiempo a que era eso lo que yo quería hacer.
Solemnemente, lo mejor que ha hecho Ruth Gabriel. El más yo que nunca.
Atreverme a empezar de cero mil veces. Me es muy difícil decirte algo en concreto, porque para mí lo más difícil y lo más genuino ha sido decir “empiezo de cero” las veces que me ha hecho falta. Esto me ha hecho crecer como persona, y por supuesto, como actriz. Hay que ser muy valiente para ser actor o actriz.
El éxito es una mezcla de muchas cosas. En su caso, ¿qué tiene más la culpa, el talento o la constancia en el trabajo?
He visto los dos casos. He visto casos de gente que tenía puro talento, y he visto casos de gente que tenía poco talento pero han ido trabajando como hormiguillas hasta conseguir sus objetivos. Yo creo que cada uno tiene su camino. Obviamente sin una cosa no consigues la otra. Algo de talento debes tener, aunque sea menos, para conseguir trabajar como una hormiguilla y llegar a algo. Y algo de constancia debes tener para tener un talento y que no se acabe ahí. Porque siempre tocas un techo de cristal y dices hasta aquí he llagado. Cada persona tiene su camino y sus necesidades, y su capacidad de aprender. Yo creo mucho en la constancia. Por regla general lo del talento los actores no nos lo creemos, y lo sufrimos mucho, y trabajamos el triple. En mi caso dependo mucho de la constancia, y del buen hacer. Y mirar el trabajo de una manera integral. No solamente mirar el yo, yo, yo, yo. Hay que mirar alrededor y ver a los compañeros, el texto, el entorno, el público que tienes al lado y que te está mirando de una manera u otra.
¿Alguna frustración en la vida de Ruth Gabriel? ¿Algo que no haya conseguido y que además sepa que no va a conseguir?
Sí, hay personajes que son jóvenes y que no he pasado por ellos. Al final uno aprende a decir que si no ha podido ser, habrá sido por algo. La vida sigue con otros aprendizajes y todo lo demás. He tenido que aprender a gestionar la frustración porque empecé muy joven, y quería hacer las cosas muy rápido. Pero claro, la vida en un momento dado te para. Y te dice, tienes que dedicarte a vivir. No puedes estar viviendo solamente de vidas artificiales que no son las tuyas. Tienes que parar, en mi caso ser madre, vivir en otros países, aprender otras cosas, hacer otros cursos, dedicarte a ampliar tus conocimientos y dedicarte a otros quehaceres.
Una de las frustraciones que tengo, y no consigo reconciliarme con ella, es que no se atreven a llamarme para hacer cosas pequeñas. Porque piensan que tengo un nombre, una categoría, que voy a decir que no. Hay cosas pequeñas que luego te enteras que pensaron en ti, pero por miedo no te las ofrecieron.
Otra frustración que tengo es que la gente no sabe que soy andaluza. Que soy de Cádiz. En muchas producciones o coproducciones con Andalucía no contaban conmigo. Y eso lo voy diciendo. Pero lo importante al final es que todo el mundo sepa que me encanta trabajar, con calidad. Habrá momentos en los que diga que no, por x razones, pero no va a ser porque la oferta sea pequeña. Sino por otros motivos.
¿Quién ha sido la persona más importante en su vida?
Tengo que darle el crédito por igual a mis padres. A los dos. Por dos razones muy sencillas. La libertad y la disciplina que ellos me inculcaron. Aparte de la cultura, por supuesto. Lo que soy, no ya solo genéticamente, sino de aprendizaje adquirido, lo que ellos me ofrecieron. Poder decir “Yo he vivido en un teatro desde bebé” no lo puede decir todo el mundo. Yo he visto cómo se crea una función. He visto las luces y las sombras en el teatro desde bien pequeña. He estado muy bien prevenida, muy bien rodeada. La gente que mis padres ha puesto a mi disposición para crecer es todo un privilegio, y que reconozco con mucho agradecimiento. De pequeña era algo normal, pero ahora es cuando soy consciente de haber estado con Lluís Pascual en unos ensayos viendo a mi padre preparar El público para el Centro Dramático Nacional. He visto a gente como Alfredo Alcón, Maruchi Fresno… gente a la que he visto trabajar.
¿Y tú para quién eres más importante?
Para mí misma. Lo estoy aprendiendo desde que cumplí los cuarenta años. Luego ya hay mucha gente, y quiero a mucha gente. Es verdad, quiero mucho a la gente, a mi familia, a mis compañeros, pero desde que cumplí los cuarenta o yo soy mi ‘number one’ o no hay manera.
¿Ha tropezado muchas veces?
Afortunadamente. En la misma piedra un poco menos. Pero suelo tropezar con frecuencia.
¿Cuál es el final de La casa de Bernarda Alba?
Me gustaría que siguiéramos de gira. Hay muchas plazas que quedaron por unas u otras razones sin visitar. Empezamos de una manera complicada, cuando aún había restricciones por temas sanitarios. Cuando empezamos había muchísimo miedo a la contratación con ocho actrices. Creo que ahora se podría hacer un segundo viaje de esta casa. Y lo digo, también, por una cuestión muy emocional. Soy feliz con esta compañía. Soy verdaderamente feliz con mis compañeras. Me encanta la unión que tenemos. El respeto que nos tenemos. Cómo funcionamos en escena. Cómo funcionamos fuera de escena también. A veces cuando yo no estoy en escena me quedo viéndolas y muero de amor y de admiración por todas ellas. Me gustaría vivir con esta sensación durante un poquito más de tiempo. Un poquito. Lo que nos dejen.
Ahora que no nos oye nadie, ¿con qué se emociona Ruth Gabriel?
Con cualquier cosa. ¡Soy más mema! Pobrecita yo. Vivía en Florencia con 16 años y me pasaba la vida llorando de belleza. Lo que llaman el síndrome de Stendhal. Lloraba en cada esquina. Además ingresé en el coro del Duomo, de soprano primer coro, y no podía cantar porque me ponía a llorar. Doy mucha lástima, la verdad (risas).
¿Hay una palabra más bonita que un “te quiero”?
Gracias.
¿Qué le dirías a la profesión a la que perteneces? Y acabamos aquí.
Es una profesión muy dura, pero la más hermosa del mundo. Porque te permite vivir muchas vidas. Y te permite vivir vidas de gente que se equivoca. Y si tenemos la capacidad de darnos cuenta de que esto no es solamente un aprendizaje de profesión, sino un aprendizaje de vida, podemos llegar a ser unas personas inmensas. Y eso no lo tienen todas las profesiones.