Además, este año el festival ha introducido un filtro de calidad para los estrenos extremeños, que funcionan como coproducciones entre las compañías y el propio festival. En una experiencia nueva, los grupos que darán a conocer sus espectáculos en Cáceres han pasado por un proceso minucioso de selección. De él han salido los últimos montajes de Verbo Producciones (la comedia Entre bobos anda el juego), de Producciones La Barraca (la tragedia El caballero de Olmedo, de Lope de Vega), Karlik Danza Teatro (Autorretratos de pluma y espada) y Milo Ke Mandarini (la musical El siglo de Oro y la diáspora sefardí). Los cuatro se han estrenado en la sección central Escena Clásica.
La programación equilibró el drama y la comedia, que encarnó con brillo y energía la Compañía Nacional de Teatro Clásico aliada con Barco Pirata Producciones, de Sergio Peris-Mencheta. Su función de Castelvines y Monteses tomó la forma de un show de música, danza y palabra que relata la historia de los amantes de Verona, transformados por Shakespeare en tragedia y, aquí, por Lope de Vega, en comedia. El autor español, el “monstruo de los ingenios”, es el más representado en esta trigésimo segunda edición, con cuatro montajes (los citados más una versión de títeres para niños de Fuenteovejuna y Peribáñez y el comendador de Ocaña).
La presencia de Rafael Álvarez El Brujo fue una garantía de talento. A él le dedicó el festival una función de El lazarillo de Tormes, uno de sus montajes más celebrados, que el actor recupera en homenaje a Fernando Fernán Gómez, autor de la versión de la novela del sigo XVI. Si los clásicos plantean a quienes los revisan la posibilidad de un anclaje con la realidad de hoy, en El mercader de Venecia, de Shakespeare, lo afirma en el pernicioso efecto del capitalismo. La reescritura sobre la época clásica estuvo también presente en los acercamientos de Eduardo II, ojos de niebla (sobre la homosexualidad), de Autorretratos de pluma y espada (sobre el feminismo), Del teatro y otros males… (sobre la profesión teatral), todos ellos con autoría contemporánea.
El festival recuperó, tras el paréntesis de la edición anterior, El laboratorio del Clásico, y lo hizo recordando el valor de la radio como difusora del teatro, con un taller y una emisión radiofónica en directo, cara al público, de pequeñas obras inspiradas en textos de Cervantes. No hace falta recordar el cuidado que el festival ha prestado a los niños como futuros espectadores. Este año amplió su programación, incluyendo dos talleres y tres espectáculos, entre ellos, uno para bebés, como si con este gesto el teatro afirmara su magnética presencia en el casi entero arco de una vida.