Domingo, 3 de julio de 2022. Día 4.
Este domingo fui a Madrid a llevar a mi hija a un curso de escalada. Hay cursos de todo. Antes había cursos de mecanografía y poco más, pero ahora si uno, por lo que sea, tiene interés en la confección de papel de seda, se puede apuntar a un curso, ya sea al lado de su casa o por internet. Hace poco desciframos el arcano de las cortinas de baño, de cómo estirar la barra. Porque esa es otra: ¿cómo es posible que las instrucciones sirvan para despistar en vez de orientar? Los de las barras dicen que girando se hacen más grandes o más pequeñas, dependiendo del sentido. Es mentira. Probablemente, los redactores de instrucciones no se hablan con los que hacen las cosas y escriben ficción. Podemos así ampliar el catálogo de los géneros literarios y colocar, junto a la epopeya, el cuento y la novela, las instrucciones. Viví un tiempo en Dublín, poco a Dios gracias, con un tipo que se dedicaba a escribir instrucciones. Patrick se llamaba y las escribía en Amsterdam. Luego se hartó y se vino a Dublín. Si de algo estoy seguro es de que las escribía como le salían. Era plenamente consciente de que no se puede explicar a nadie por escrito cómo programar una lavadora. Era, además, un pésimo jugador de dardos y tuvo un conflicto irresoluble con otro compañero de piso, Peter, un alemán de Nuremberg. Pero esa es otra historia.
Me he desviado antes de empezar, lo que ya tiene mérito. Antes de ir para Madrid hablé con un amigo y me dijo que Constante, la principal apuesta uruguaya para esta edición del Festival de Almagro, era un despropósito. Luego me tropecé en la puerta de casa con José Vicente, el director de El Taular, que venía a recoger algo, y me dijo que Constante es lo mejor que ha visto hasta ahora y, posiblemente, va a ser lo mejor que vea en todo el Festival. A Ignacio García, el director, le escuché el otro día cómo le decía a unos amigos suyos que estaba muy bien. A mí me da rabia no poder tener opinión, porque no la he visto. La tentación es fuerte y a veces me da por inclinarme por el que aboga por el despropósito y a veces me alineo con los que defienden su genialidad. Lo más difícil de este mundo es no mantenerse firme cuando a uno le faltan elementos de juicio. Lo más curioso de este asunto es que el análisis de ambos bandos es muy similar. El del despropósito, al que mantengo en el anonimato porque lo mismo no le gusta que airee sus opiniones, cree que no tiene sentido la inclusión en la programación de un montaje absolutamente contemporáneo, con muy poca relación con los clásicos, salvo nombrar a Lope. Los otros no niegan su contemporaneidad, pero les parece bien.
Me fui a Madrid y, por el camino, puse la radio, a ver si decían algo del Festival. Nada. Ni en Radio 3. Llegué a Madrid, a Leganés, y no me tropecé con nadie que hablara del Festival. Ni de teatro. Supongo que hay una especie de conjura de silencio. O eso o está muy bien ir a Madrid de vez en cuando para perspectivizarse y supermineralizarse. A ver cómo le va a mi hija con la escalada… El viernes vuelvo a por ella. Tal vez en el viaje esta vez haya suerte y escuche algo del Festival Internacional de Teatro Clásico con un poco de Contemporáneo de Almagro.