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Año VIINúmero 349
25 ABRIL 2024

Adictos: la droga tecnológica sin control

Imagen promocional de las actrices que componen el reparto

¿No se han planteado alguna vez por qué aparece publicidad en nuestros móviles de un producto cuando tan solo lo hemos mencionado en una conversación? Por no hablar de las famosas cookies, las cuales ya no las hacemos ni caso, o el marketing segmentado para personalizar la publicidad. Acciones que sabemos se producen y las hemos interiorizado. Si desean profundizar en estos inquietantes asuntos desde una mirada teatral aún están a tiempo de visitar el Teatro Reina Victoria.

El libreto, escrito a dos manos por Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez, nos presenta a Estela (Lola Herrera), una afamada científica inventora del más completo y complejo asistente virtual. Un acontecimiento terrible hará aparecer a la psiquiatra Soler (Lola Baldrich) y a una comprometida periodista, Eva Landau, (Ana Labordeta). Estas tres mujeres serán las encargadas de anunciar un importante y decisivo hecho que puede condicionar el futuro de toda la sociedad.

Con esta exigua sinopsis, para no desvelar más de lo debido, pueden hacerse una idea de la intriga de esta representación, que cuenta con una temática novedosa e inusual dentro de la amplia cartelera teatral actual. Estamos acostumbrados a comedias, dramas, thrillers o a la fusión de todos ellos, pero no a otros géneros como el distópico, donde en una sociedad ficticia, o quizá no tanto, los poderes, en su mayoría fácticos, mantienen reprimida a la población. Esta es una de las primeras virtudes del texto escrito por Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez, salirse de lo cotidiano, teatralmente hablando, para plantearnos un tema de enorme importancia y gran calado del que pocos hablan, como ejemplo palpable de la importancia del teatro como vehículo de transmisión de realidades, a veces ocultas. Ambos se preguntan hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología, si somos realmente libres o qué panorama nos plantea el futuro más cercano; cuestiones que el espectador reflexionará y compartirá una vez abandonado el teatro.

En su texto, noto una crítica implícita doble, por un lado, al adormecimiento de la sociedad y al comportamiento alienado del individuo ante un irracional y peligroso uso que pueda darse a la tecnología; y, por otro, si los mecanismos de control están en las manos adecuadas. Sea cual sea la respuesta de cada uno, el hecho de exponer escénicamente estos planteamientos es digno de elogio. No me convence tanto la forma de llevarlo a efecto; pues a mi juicio, el libreto contiene un hilo conductor débil, con unos personajes poco desarrollados, y adolece de peso dramático y profundidad argumental, basada en un totum revolutum de actores implicados.

La dirección recae en Magüi Mira, una todoterreno de las artes escénicas, como directora, dramaturga o actriz y, desde mi óptica, una maestra del teatro contemporáneo. En esta ocasión, conceptualiza la propuesta, antes mencionada, con inteligencia y simbolismo, con una apuesta deliberada y lograda por proyectar realismo en la acción. Para llevarlo a efecto, se decanta, con buen criterio, por una tranquilidad y sosiego escénicos acorde con el trasfondo apocalíptico del libreto y los recursos disponibles. Mira –al frente de la dirección de obras como Consentimiento (2018) –por la que recibió el Premio Valle-Inclán de Teatro, Los Mojigatos (2020) o La fuerza del cariño (2020)– realiza un buen aprovechamiento del espacio, con escenas a ambos lados del proscenio, y una inteligente y simbólica colocación de los personajes; los cuales, en algunos instantes, permanecen en escena, contemplando los hechos, al igual que el público, e incrementan el pulso dramático, puesto que están a la espera de intervenir y completar la acción.

Qué lujo debe ser para un director, en este caso directora, contar con un trío de actrices de la categoría y solvencia de las protagonistas de esta obra. En palabras de la propia Mira, son “tres actrices excelentes” quienes “interpretan con compromiso y mucho arte a tres personajes altamente cualificados, valientes y generosos”. La maestría la pone Lola Herrera, a la que todo epíteto se queda corto. A sus 87 años, aunque cueste encontrárselos, la intérprete vallisoletana vuelve a regalarnos una magnífica actuación sustentada en el monólogo dramático, un registro que domina a la perfección, diseñado ad hoc por su propio hijo, autor del libreto. Como ya ocurrió en Cinco horas con Mario, nos deleita con inflexiones de voz, movimientos suaves y medidos por el escenario y modulaciones del estado de ánimo con sus correspondientes cambios de gestualidad en cuestión de segundos. Resulta hermoso de ver, por exigencias de su papel de talentosa y descubridora científica, sus intentos desmedidos de recuerdo, duda e introspección y, sobre todo, su realismo y naturalidad sobre las tablas sin ápice de sobreactuación. 

La doctora Soler, jefa del departamento de psiquiatría de un hospital, tomará cuerpo en Lola Baldrich. Esta actriz –participante en más de una veintena de obras teatrales– aporta un halo de misterio muy interesante y sabe llevar con intriga la angustia vital de su personaje, en la primera parte de la representación, para después desembocar en tranquilidad y felicidad por el trabajo bien hecho. Junto a ella, le acompaña Ana Labordeta como Eva Landau, reconocida periodista y escritora en su cénit profesional. Su actuación me fascinó, pues a pesar de tener un papel de apariencia más sencilla, le otorga una profundidad y proactividad excepcionales. Labordeta –curtida en teatro, cine y series televisivas– borda las conversaciones telefónicas con un destinatario ausente y clava, por un lado, la actitud arrogante de las estrellas televisivas y por otro, la responsabilidad de contar la verdad, interpretado con humildad y capacidad de escucha.

Los elementos técnicos y escenográficos acompañan la acción de la obra y ayuda a situarnos en ella. Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, al frente de la escenografía, crean un espacio funcional y efectista, para el buen movimiento de las protagonistas, con un decorado futurista en forma de estructuras blancas que emulan con realismo las habitaciones de un hospital y potencian la sensación de claustrofobia. Algo similar ocurre con la iluminación de José Manuel Guerra, con pertinentes e inteligentes cambio de intensidad que nos transporta a una época quizá no tan lejana.

Los excesos de la tecnología y su control en una obra innovadora, futurista y distópica con la presencia de tres mujeres capaces de convertirnos en Adictos

 

Dramaturgos: Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez

Dirección: Magüi Mira

Reparto: Lola Herrera, Ana Labordeta y Lola Baldrich

Ayudante de dirección: Jorge Muñoz

Productor: Jesús Cimarro

Vestuario: Pablo Menor

Iluminación: José Manuel Guerra

Espacio sonoro: Jorge Muñoz

Escenografía: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán – Estudiodedos (AAPEE)

 

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