Masescena - Opinión

AÑO VII  Número 319

28 SEPTIEMBRE 2023

Mierda. Mierda. Mierda. La mierda como lema de esta revuelta. La mierda como símbolo de libertad. Una epidemia de piojos que se extiende por las cabezas de las niñas de este colegio concertado. Unas piojas marxistas, hijas de la revolución lingüística. Una epidemia que sólo ataca a las niñas del colegio concertado Blas de Lezo. Los mayores ya vienen con la plaga de serie. 

En estos días en que los seres humanos rescatados de la muerte por el Open Arms se han convertido en tema banal de tertulia veraniega se hacen más necesarias que nunca propuestas que nos pongan frente al espejo y conviertan las cifras en personas. No podemos convertirnos en aquellos romanos que salvan o condenan con el dedo pulgar o con el voto. 

Pentación, Jesús Cimarro y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida han decidido tirar la casa por la ventana en estas últimas semanas con la producción de "Metamorfosis". ¿Y porqué digo esto? Porque han conseguido conformar un reparto de lujo y excepción, que probablemente no veamos en mucho tiempo. Y es que para la ocasión el reparto ha sido encabezado por la veterana actriz Concha Velasco, quien ejerce de maestra de ceremonias y como nexo de unión de los diferentes mitos y leyendas que en escena se cuentan, y que escribiera Ovidio en su obra maestra, versionada por Mary Zimmermand.

Hemos hablado ya demasiado de la España Vaciada. Es el momento de pasar a la acción y de tomar medidas drásticas. Arrancarnos las etiquetas para empezar de nuevo. En tierras de peregrinaje parecen aún más absurdas las ideas peregrinas que tenemos que escuchar de aquí y allá. Si el presidente en funciones o el que hace las funciones de presidente, que no sé si es lo mismo, propone que descentralicemos las instituciones para salvar estas tierras de la despoblación, ahí va una propuesta: crear un Teatro Nacional Rural en Urones de Castroponce.

Los locos de Valencia

 

Hubo un momento en el que pareció que el escenario del Palacio de los Oviedo se iba a quedar pequeño. La culpa la tuvieron los 16 actores de la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT) de México. Todos jóvenes, todos muy activos, se movieron recreando Los locos de Valencia, otra de las obras del periodo valenciano de Lope, del destierro al que le condujeron los libelos contra Elena Ossorio y al que llegó con la “secuestrada” Isabel de Urbina. De amores Lope hablaba siempre en primera persona.

La hija del aire

 

En los tiempos del menos es más, del “imagínate que allí hay una puerta”, de hacer de la obligación virtud, de escenarios desnudos y actores pluriempleados que encarnan “en horas dos”, veinte personajes, La hija del aire  de Mario Gas reverdece antañonas sensaciones, cuando más era más. En honor a la verdad, no hay otras opciones con esta reinterpretación de la leyenda de la reina Semíramis que nos regaló don Pedro para hablarnos de tantas cosas que no caben en una crítica. De hecho, no es una obra, sino dos. El 13 de noviembre de 1653 se representó la primera parte. Tres días después, la segunda. Las presenciaron Felipe IV y Mariana de Austria, la que iba a ser su nuera y acabó siendo su esposa. No se representó en ningún corral, claro. Se representó en el Real Coliseo del Buen Retiro, lugar adecuado para las majestuosas escenografías de los Cosme Lotti y Baccio dei Bianco. Disculpen la profusión historicista, pero conviene saber que en La hija del aire más es más. Y conviene saber que Mario Gas, maduro debutante en esto del teatro clásico, ha dado con el ambiente, el tono, el aire al fin y al cabo, adecuados.

El lindo don Diego

Hace muy poco pudimos ver, en el AUREA, al ridículo don Lucas del Cigarral en Entre bobos anda el juego. El sábado, en el Corral, hizo su aparición otro de los figurones de nuestro teatro, no menos ridículo que aquel, el lindo don Diego, de Moreto, que fue la edición pasada lo que en esta es sor Juana Inés de la Cruz, hilo conductor del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Si el Lucas de Rojas Zorrilla entendía las relaciones humanas como una compra-venta en la que el que amasa más dinero tiene las de ganar, el Diego de Moreto es uno de esos tipos tan pagados de sí mismos que es incapaz de interpretar la realidad como lo haría cualquier otro. Se lo impide su ego, el alto concepto en el que tiene de su belleza, adornada con afeites y pelucas. Todo ello genera, claro, risas; para dar paso a la reflexión posterior, cuando se han apagado las carcajadas y los aplausos. O al menos así debería ser.

Con quien vengo vengo

 

A Calderón conviene oírle bien, porque esconde bombas en muchos versos. El Calderón imperial y ultracatólico convive, en la misma obra, con el plantador de semillas subversivas. Basta recordar a Clarín en La vida es sueño, el tipo cuya espada vale tan poco que puede dársela a cualquiera, así que se la entrega al nobislísmo Clotaldo. El drama calderoniano se eleva sobre el tópico. Pero también lo hace la comedia, donde a Calderón se le recuerda menos, vayan ustedes a saber por qué, ya que algunas de sus mejores obras figuran en este apartado. Ya hemos tenido ocasión de disfrutar en esta edición del Festival Internacional de Teatro Clásico La dama duende en estonio. En el AUREA pudimos Con quien vengo, vengo, mucho menos conocida, pero en la misma línea. Su gracioso, Celio, no quiere revelar a quién sirve y le responde a don Sancho (don Sancho alrededor de 1630 debía resonar igual que ahora), que es criado de Dios: “Si Dios todo lo ha criado/ ¿quién no es criado de Dios?/ Y si argumentos tan buenos/ no os dejan asegurado,/pruebo que soy su criado/ en que es a quien sirvo menos”. Esas tenemos en esta obra maestra del enredo y del disfraz, en la que la oscuridad parapeta y alienta las confusiones de identidades y en la que los nobles se enamoran de los criados, aunque resulte que no lo son.

Entre bobos anda el juego

 

Empecemos por el final: el público premió, puesto en pie, con un largo aplauso y bastantes bravos Entre bobos anda el juego, montaje al alimón de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y Noviembre Teatro, dirigido por Eduardo Vasco. La versión de la obra de Rojas Zorrilla es de Yolanda Pallín. La gente aplaudió y rio porque Vasco sabe bien lo que hace, a quién se dirige y no duda en desplegar todo su arsenal, todo el repertorio de “trucos” que tan buen resultado le han dado a lo largo de su prolífica y exitosa carrera.

Marta la piadosa

 

En 1624 apareció la primera parte de las obras de Tirso. Las autoridades de la época, siempre vigilantes de la moral, se echaron las manos a la cabeza y decidieron desterrarlo. Y eso que no vieron la versión de Marta la piadosa  que estrenó Teatro Defondo este lunes en el Palacio de los Oviedo. Un espacio que se llenó y que estalló en carcajadas según avanzaba la obra, poco piadosa, porque nos cuenta los engaños de Marta para gozar el amor con Felipe, asesino de su hermano, burlando a su padre y a su hermana, que también está enamorada. La religión sirve de tapadera para que ambos se encuentren y le arrebaten de las manos al capitán Urbina, indiano enriquecido, el matrimonio concertado con Marta.

Afortunadamente el Siglo de Oro, y por ende los autores de aquella época, nos dejaron una cantidad ingente de obras, a cada cual más sorprenderte. Muchas en su mayoría desconocidas por el gran público. Tanto Jesús Gómez Gutiérrez como Aitana Galán han hecho una versión de ‘El diablo cojuelo’ de Luis Vélez de Guevara muy acorde con los tiempos que corren. Una versión que se ajusta al pasado y al presente en un montón de matices como por ejemplo: la hipocresía.

Laberinto es amor

 

“Quede muy pocas veces el teatro/ sin persona que hable, porque el vulgo/ en aquellas distancias se inquieta/ y gran rato la fábula se alarga”, aconseja Lope en su Arte nuevo de hacer comedia. Los mexicanos de La Rendija han debido de tener muy presente al maestro, porque en su versión de Amor más laberinto, que también firma la antigua directora del Festival, Natalia Menéndez, llenan el escenario de cosas y personas. Al fin y al cabo de un laberinto se trata, porque el texto, el de sor Juana Inés de la Cruz y, parece, Juan de Guevara, va trazando una tela de araña por la que se deslizan los personajes, de un amor a otro, sin saber bien a quién aman, desdeñando casi siempre al que tienen para anhelar lo que no tienen.