Crezk, de origen y bandera desconocida, persigue los territorios en los que sucede la guerra. Porta un armatoste itinerante al que llama Osel, donde vive y esconde pólvora y pequeña munición con la que trapichea, sin importarle quién es amigo y quién enemigo; en su visión operativa del mundo todos son clientes. Vive atrincherada con él su hermana Nadia, una mujer extraña, casi monstruosa. Su relación roza cualquier síndrome conocido; son su cárcel y su huída. Se necesitan y se repelen, como animales bicéfalos.
Una noche, el errante dueño de Osel, mientras recorre el laberinto que supone la guerra, encuentra un hombre malherido (Luján), pertrechado de un cuaderno de notas en su mano izquierda y una venda manchada de sangre en su pie derecho. Ha pisado una mina y no puede caminar y apenas puede escuchar por el eco ensordecedor de la explosión. Está sediento.
Con Marta Viera, Mingo Ruano y Luifer Rodríguez
Crezk le auxilia, sin ningún ánimo de buen samaritano, ya que intuye en él un siervo que le ayude a arrastrar su armatoste. Pero pronto descubre que no es la búsqueda de pólvora lo que le ha llevado hasta Osel. Lo que empezó siendo una acogida se convierte en una invasión y... puede que una guerra por la supervivencia.
¿Es justa una guerra?, ¿cómo se crean los enemigos?, ¿hay algún resquicio humano entre tanta destrucción?, ¿quién decide las guerras?, ¿hay moralidad en quien vence?
Para preparar este montaje Mario Vega, creador y director, viajó a Ucrania a principios de año para vivir en primera persona los entresijos y consecuencias de las personas que viven sumergidas en un conflicto que cumplía en ese momento un año.
A esta experiencia se ha sumado el proceso de trabajo de Laboratorio Galdós, que ya nació en 2018 con vocación de investigar alrededor de la dramaturgia contemporánea y de escuchar a los ciudadanos que han ido aportando comentarios y sugerencias tras los ensayos de los que han formado parte. En definitiva, teatro vivo, muy vivo.