Malvivir, la obra de teatro con dramaturgia de Álvaro Tato sobre novelas de pícaras del Siglo de Oro, y dirección de Yayo Cáceres, se ha presentado en Almagro avalada por un gran éxito de crítica y público durante su estancia en Madrid y la extensa gira que ha llevado a cabo, y que llegará a su fin en los próximos días en los festivales de Olmedo y Olite.
El espectáculo presenta la vida azarosa de Elena de Paz, una pícara del Siglo de Oro que cuenta sus aventuras y desventuras para intentar sobrevivir en un país que no se lo pone nada fácil. La inquisición y su propio entorno se afanan en perseguir a esta mujer que todo lo que hace es motivado por la avaricia de sobrevivir. Hasta ahora habían sido familiares los personajes pícaros en masculino, y que habitualmente suelen ser bastante simpáticos para el ojo del público en general. Pero Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda nos muestran una pícara en femenino con las mismas pretensiones de los personajes que ya conocíamos. Y digo bien cuando me refiero a las dos actrices, pues ambas dan vida a Elena de Paz. En un momento de la representación el personaje es intercambiado a ojos del público en una escena de especial sutileza y cargada de verdad. Todo lo que ocurre en escena es de verdad. No importa que las actrices interpreten un papel masculino, el problema es que es totalmente creíble. Ambas interpretan durante la función un total de 16 personajes en total (Montúfar, Doña Teodora, Ventero, Don Lupercio, Don Rodrigo, Don Sancho…)
Una tarde llena de sorpresas. De sobra es conocida la trayectoria de Aitana Sánchez-Gijón. Una actriz correcta, colocada… Con un gran potencial en cine. Como se suele decir la cámara la quiere, y ella saca buen partido de todo ello. Pero su intervención en Malvivir va más allá. No puedo dejar de admirar a una actriz en potencia, una actriz que exprime al máximo su don para ofrecer en bandeja de plata al público lo mejor de su arte. Es inevitable dejar de ver en su magistral interpretación la imagen preconcebida que podemos tener de la vieja Celestina.
Pero la gran sorpresa de la tarde-noche vino de la mano de una de las actrices del teatro áureo de nuestro país en los últimos años. Marta Poveda venía de hacer varias producciones con la Compañía Nacional de Teatro Clásico tales como El perro del hortelano o La dama duende. Además de La hija del aire con el magnífico director Mario Gas. Pero lo que consigue en esta función es a todas luces sobrecogedor. Un animal escénico que lo mismo que te conmueve, te hace reír… Sus muecas infinitas y sus cambios de voz y registros, también infinitos, consiguen la levitación y admiración de un público que en todo momento repite la misma frase: “esta tía es maravillosa”. Y es cierto que lo es. Los que hemos podido seguir de cerca su evolución y su carrera vemos que esto es imparable y va en “crescendo”.
Pero no podría ser un acto teatral completo sin la presencia de otro grande que pone la nota musical y los efectos sonoros a toda la función. Estamos hablando de Bruno Tambascio, el juglar que ameniza la escena con su buen hacer musical, compuesto por Yayo Cáceres y arreglado por él mismo.
En escena, la escenografía de Mónica Boromello les permite a los personajes transitar por Madrid y Sevilla sin necesidad de movernos de las plataformas móviles. Y lo peor de todo es que es creíble al cien por cien. ¿Quién no ha visto el Guadalquivir en escena? Para redondear el conjunto habría que destacar el diseño de vestuario de Tatiana de Sarabia, compuesto por una base de color verde adornada, dependiendo del personaje, con diferentes elementos como capas, sombreros, abanicos…; un diseño de iluminación bastante cuidado de Miguel A. Camacho y el diseño de sonido de Eduardo Gandulfo, hacen el colofón perfecto a este Malvivir, que sin duda aspira a convertirse en lo mejor que ha pasado por esta 45ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.
Podemos poner un pero. Si. Y sería que la función hubiese ganado bastante si los intérpretes hubiesen estado microfonados. Pues no debemos olvidar que el acondicionamiento climático del espacio también genera un ruido desagradable.
Empuja, madre, empuja…, la canción que interpretan al final de la obra, prácticamente no se dejó oír por el trepidante y estruendoso aplauso que el respetable, puesto en su totalidad en pie, dedicó a la compañía, emocionados y abrumados, a su vez. Algo mágico flotó en el ambiente. Almagro cayó rendido a los pies de Aitana y Marta, pero Aitana y Marta cayeron rendidas a los pies de Almagro. Algo recíproco. Esperamos que sean muchas veces más.