Ser artista es como montar en bicicleta. Nunca se olvida, pero si dejas de dar pedaladas te caes. Un teléfono que no suena, un proyecto que no funciona, un comentario en mal lugar y las luces se apagan con una crueldad sin matices
Vivimos en unos tiempos en los que al creador se le exige apostar todo en cada proyecto, jugárselo todo a rojas o negras. Dos montajes que no funcionan, ‘La inopia. Coreografías para un bailarín de 120 kg’ con Israel Elejalde y Miguel del Arco, y ‘Escenas de Caza’ sobre un texto de María Velasco, fueron suficientes para que una carrera cimentada y sólida pareciera disolverse, los teléfonos dejasen de sonar y las puertas se cerrasen. La bicicleta se paró, los ahorros se fueron consumiendo. Alberto Velasco se plantea un nuevo proyecto unipersonal y de bajo coste de producción, donde “todo cabe en un coche” para comenzar de nuevo.
La Compañía Nacional de Danza y la bailarina y coreógrafa María Pizarro son las manos tendidas que agarran de la solapa a Alberto Velasco en mitad de esta tempestad para que pueda seguir pedaleando. De la residencia artística con la Compañía Nacional de Danza surge ‘Sweet Dreams’, el montaje que ha clausurado la última edición del FETAL de Urones de Castroponce. Estrenada durante 2022, hizo parada en el Corral de Anuncia.
Mucho y bueno se ha escrito ya sobre este nuevo trabajo de Alberto Velasco. Amor, trabajo, salud mental, esfuerzo, infancia, traumas personales, forman parte de este ‘brownie’ que ha tardado cuarenta años en fraguarse. Una amalgama de cientos de influencias más o menos sólidas sobre las que se construye la personalidad artística de Alberto Velasco. Todas ellas pasadas por la batidora, algunas aún con grumos y reconocibles, otras convertidas en papilla e indistinguibles. Esa papilla sin tamizar que somos y que conforma quienes somos.
‘Sweet Dreams’ es autoficción convertida en purgatorio y en penitencia sobre un escenario presidido por la versión de El Prado del ‘Agnus Dei’ de Zurbarán. Una obra con siete versiones, casi indistinguibles, pero siempre diferentes. “Un fondo oscuro y una mesa gris es el escenario donde se expone el motivo único del cuadro: un cordero merino de entre ocho y doce meses de vida. Se encuentra todavía vivo, tumbado y con las patas ligadas con un cordel, en una actitud inequívocamente sacrificial”, reza el catálogo del Prado. Suena ‘Sweet Dreams’ de Eurythmics, pero podría sonar igual de siniestra ‘La Felicidad’ de Palito Ortega.
El cordero ya está listo para el sacrificio. Capirotes, máscara sado, lentejuelas, pantalones Adidas, tirantes de princesa y muchas mochilas encima de los hombros, que cada vez se van haciendo más pesadas, forman parte de este viaje de danza-teatro en el que Alberto Velasco trata de sacar la cabeza para respirar en mitad del ritual. Tantos golpes como influencias. Tantos versos como clavos. Mucho de Lorca y de Chejov, gotas de Ibsen y destellos de Tennessee Williams, Semana Santa castellana, algún que otro delirio nocturno pasado de frenada y mucho hastío de un mundo Mr. Wonderful. Sobre los traumas expuestos y sobre-expuestos, que cada cual los mire con sus gafas, que de eso anda todo el mundo sobrado para hacerse más de una ‘penitencia pop’ a lo Annie Lennox. Everybody’s looking for something.
‘Sweet Dreams’ de Alberto Velasco se representó en el Corral de Anuncia de Urones de Castroponce el 20 de agosto de 2023, en la jornada de clausura del Festival de Teatro Alternativo (FETAL).