El Cirque du Soleil regresa a Madrid con un renacimiento de su clásico espectáculo “Alegría”, bajo el título «Alegría – Bajo Una Nueva Luz». Esta reimaginación, presentada en el Escenario Puerta del Ángel, es un homenaje tanto a la nostalgia como a la innovación. Originalmente estrenado en 1994 y venerado como una de las producciones más icónicas de la compañía, esta versión modernizada logra mantener intacta la esencia del espectáculo mientras la adapta con maestría a las sensibilidades del público contemporáneo.
El espectáculo se desarrolla en un reino que ha perdido su esplendor tras la caída de su monarca, sirviendo como metáfora del cambio, el poder y la lucha generacional entre el viejo orden y la renovación que trae la juventud. Esta narrativa, aunque sencilla, encuentra profundidad en su tratamiento visual: el vestuario diseñado por el equipo creativo evoca un estilo barroco contemporáneo, y el maquillaje acentúa los matices emocionales de cada personaje, desde la ternura de los payasos hasta la ambición del bufón de la corte.
La dirección de Jean-Guy Legault destaca por su habilidad para equilibrar lo grandioso y lo íntimo. Las discusiones cómicas y reconciliaciones de los payasos aportan ligereza al espectáculo, mientras que las actuaciones acrobáticas, con sus coreografías calculadas al milímetro, mantienen al público al borde de sus asientos. Es un espectáculo que combina cuidadosamente el humor, la emoción y la adrenalina. Todo esto se envuelve en una atmósfera de elegancia que va más allá de lo visual. Es la sofisticación con la que cada elemento se une, la forma en que los detalles más pequeños se integran para crear una experiencia única e inolvidable. Desde mi perspectiva, “Alegría” no es solo uno de los mejores espectáculos de El Cirque du Soleil, sino también una de las grandes obras de arte escénico de todos los tiempos, un ejemplo de cómo la pasión, el talento y la innovación pueden alcanzar la perfección en vivo.
La música en vivo es uno de los pilares fundamentales que otorgan a “Alegría – Bajo Una Nueva Luz” su poder emotivo y su capacidad de conexión con el público. Dirigida con maestría por Vincent Cordel, la orquesta (compuesta por teclados, acordeón, violonchelo, batería y bajo) combina instrumentos tradicionales con arreglos contemporáneos que incorporan sonidos electrónicos, rock y elementos acústicos, creando una experiencia auditiva que envuelve cada rincón de la carpa. Cada nota está cuidadosamente sincronizada con las acrobacias y movimientos en el escenario, intensificando el drama y la belleza de los actos.
En este espectáculo, las voces humanas se convierten en un vehículo esencial de emoción. La Cantante de Blanco, interpretada por Sarah Manesse, aporta una luminosidad celestial con su voz pura y etérea, evocando esperanza y renovación en cada interpretación. Por su parte, la Cantante de Negro, encarnada por Cassia Raquel, aporta un contrapunto melancólico y terrenal, reflejando las tensiones del viejo orden que lucha por mantenerse vigente. Juntas, estas dos artistas vocales crean un diálogo sonoro que enriquece la narrativa central, un contraste perfectamente equilibrado que transita entre la luz y la sombra, entre el pasado y el futuro.
El alma humorística y emotiva recae sobre los hombros de dos artistas excepcionales: los payasos españoles Pablo Bermejo y Pablo Gomis López. Con una mímica prodigiosa, este dúo logra un equilibrio perfecto entre el humor y la ternura, arrancando carcajadas genuinas del público mientras entrelazan momentos de profunda sensibilidad. Su capacidad para comunicarse sin palabras y conectar con todas las edades es una verdadera joya del espectáculo. Uno de los momentos más memorables protagonizados por ellos es la Tormenta de nieve, una escena que combina magia, comedia y poesía visual. En este número, los payasos transforman el caos en arte, jugando con el viento y las partículas de nieve que invaden el escenario. Lo que comienza como un acto cómico se convierte en un instante de ensueño, una metáfora visual que evoca los cambios y las renovaciones del reino ficticio de “Alegría”.
Resulta complicado destacar unos números por encima de otros porque todos son asombrosos; no obstante algunos de los más espectaculares son: Barras Acrobáticas donde introduce una disciplina nunca vista, en la que un grupo de artistas de diversas nacionalidades, liderados por figuras como Vladimir Agafonov (Rusia) y Sydney Brown (Canadá), transforma el escenario en un espectáculo de fuerza y coordinación. Sobre postes horizontales sostenidos por sus compañeros, los acróbatas realizan giros, saltos y movimientos que desafían la gravedad en un auténtico ballet aéreo. Con elegancia y precisión, Ghislain Ramage (Francia) domina la rueda Cyr, creando un vórtice hipnótico de giros y movimientos fluidos. Este acto combina fuerza y gracia en una coreografía que parece desafiar las leyes de la física, transformando el escenario en un lienzo donde el artista dibuja figuras con su cuerpo y la rueda. La delicadeza y el riesgo se funden en el acto de trapecio sincronizado protagonizado por Nicolai Kunty (Alemania) y Rosane Semankiv (Suiza). Ambos ejecutan movimientos perfectamente coordinados que parecen una danza aérea, dejando al público sin aliento mientras realizan figuras imposibles con absoluta elegancia. Este acto simboliza la confianza y la conexión, tanto entre los artistas como con el propio público.
Uno de los momentos más explosivos y dinámicos del espectáculo es el Power Track, un número que combina gimnasia, acrobacia y teatralidad en camas elásticas que emergen mágicamente del escenario. Este aparato, ingeniosamente integrado en el diseño escénico, permite a los artistas surcar el aire en sincronía, ejecutando saltos, giros y movimientos en contrapunto. Liderados por un talentoso elenco que incluye a Alexander Bezyulev (Rusia) y Zara Mclean (Reino Unido), el acto se convierte en un estallido de energía que toma por asalto el reino ficticio de Alegría. Con un estruendo profundo, el escenario literalmente se abre como un punto de inflexión en la narrativa, marcando el cambio hacia la renovación y la esperanza.
Falaniko Solomona (Samoa) lleva el peligro al siguiente nivel con su impresionante danza tradicional samoana. Este acto combina la manipulación de aparatos con fuego en un despliegue temerario que desafía tanto las leyes de la seguridad como las expectativas del público. Más que un espectáculo de malabares, es un ritual cargado de fuerza y emoción donde el artista literalmente se convierte en el fuego, comiéndolo, respirándolo y domándolo con maestría.
El final de “Alegría” es un clímax apoteósico que deja a los espectadores sin aliento. En el trapecio volante, un elenco internacional de acróbatas, liderado por artistas como Ammed Tuniziani (Venezuela) y Joao Tavares (Brasil), convierte el cielo del escenario en su área de juegos. Los saltos sincronizados, las recepciones precisas y los vuelos imposibles culminan en un momento de armonía visual y emocional que simboliza la restauración del equilibrio en el reino ficticio. Con cada salto y cada recepción, los artistas no solo desafían la gravedad, ofrecen un mensaje de unidad, fuerza y esperanza. Este cierre es un recordatorio de por qué el El Cirque du Soleil es un referente mundial en el arte del espectáculo en vivo.