El más reciente monólogo de Luis Piedrahita es una propuesta cómica profundamente inteligente y original, donde la risa surge no solo como entretenimiento, sino como una reflexión desarmante sobre la libertad y las limitaciones impuestas por nosotros mismos o aquellas que pensamos que el universo ha predeterminado para nosotros. Piedrahita despliega su talento innato en el escenario del Teatro La Latina para tomar los elementos más ordinarios y darles un giro surrealista para dejarnos pensando en ellos como si nunca los hubiéramos visto antes.
Desde el inicio, el cómico coruñés utiliza un tono que parece combinar la ingenuidad con una aguda ironía al abordar preguntas fundamentales de la vida. ¿Estamos predestinados a actuar como lo hacemos, o realmente somos libres? La paradoja se explora con ejemplos diversos desde el horóscopo hasta las autocaravanas, poniendo de manifiesto que nuestro «destino» parece escrito tanto en las estrellas como en el papel de un mapa de carreteras. Con su característico humor visual, el colaborador de “El Hormiguero” recurre a situaciones cotidianas para desenmascarar la absurda seriedad con la que nos enfrentamos a cuestiones triviales, haciéndonos reflexionar sobre la inconstante naturaleza del control que creemos tener sobre nuestras vidas.
Piedrahita convierte lo cotidiano en algo trascendental, con un estilo similar a la gracia ligera de un flâneur, un vagante que recorre el mundo sin rumbo, observando y disfrutando del oxímoron de la existencia. La fuerza de su humor radica en su habilidad para no dar un paso en falso entre lo irrelevante y lo profundo, dotando de peso a temas tan aparentemente frívolos como la paradoja de crecimiento de los vellos púbicos, las anguilas eléctricas o la moda de las autocaravanas. El también autor de siete libros superventas consigue con su monólogo cuestionarnos si realmente importa algo de todo esto. Su respuesta implícita, claro está, es no; y ahí reside la belleza del espectáculo, pues esa insignificancia es, precisamente, el terreno fértil del humor más puro.
Uno de los elementos más atractivos del espectáculo es su abordaje del miedo a través de una dinámica grupal. Piedrahita nos recuerda que el miedo espanta la risa, y viceversa, una verdad revelada en su rutina cómica como un bálsamo contra los temores más profundos de la existencia humana. Al abordar temas «intocables» como la libertad de expresión, lo hace con la inocencia y el desenfado de un niño quien, al igual que un cachorro, muerde sin malicia pero con intensidad. El autor y director del largometraje “La habitación de Fermat” junto a Rodrigo Sopeña, quien también ha colaborado en este guion con J. J Vaquero, sabe que para provocar la risa más liberadora se debe perder el miedo a las consecuencias.
La «pizca de magia» impregnada en el show no es solo una referencia a su habilidad para el ilusionismo, sino a la capacidad de transportarnos a un mundo donde lo ilógico es la norma. En su peregrinaje «a zancada de jilguero por las praderas del absurdo», Piedrahita, como buen mago, nos invita a desprendernos de lo racional para abrirnos al surrealismo, desde la futilidad del horóscopo hasta las complejidades de la lluvia. Su enfoque recuerda a una obra de teatro de lo absurdo, donde cada pieza tiene sentido solo en el desconcierto. Cada situación es, en el fondo, un espejo para reflexionar sobre el sinsentido de los conceptos impuestos.
«Apocalípticamente Correcto» no solo es un espectáculo cómico, sino un monólogo filosófico disfrazado de show humorístico que nos invita a repensar la vida desde la óptica de la libertad, el miedo y el absurdo. Luis Piedrahita, después del éxito de su anterior monólogo “Es mi palabra contra la mía”, se erige una vez más como un maestro de lo ordinario, logrando transformar lo común en algo sublime y digno de ser examinado. Este espectáculo es una muestra de cómo el humor puede servir como un vehículo para cuestionar la realidad sin perder de vista el placer de hacer reír. Sin duda, es una experiencia que trasciende lo superficial y nos deja con una sensación liberadora: al final, nada de esto tiene sentido, pero, precisamente por eso, la risa es lo único que nos queda.