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Año VIIINúmero 379
23 NOVIEMBRE 2024

Aristócratas conversos: farsas, enredos y engaños al por mayor en una comedia de esplendor

Los tiempos han cambiado. Si no, que se lo digan a Froilán, que abandonó hace tiempo el ocio nocturno madrileño para trabajar en una petrolera en Abu Dabi. La nobleza tampoco es lo que era. Mientras antes le rendían pleitesía y gozaba de privilegios económicos, ahora solo sirve para presumir de un título en papel; e, incluso, tienen hasta que trabajar. Si desean profundizar en este divertido y apasionante mundo de la alta alcurnia no hace falta tener contactos, únicamente deben acudir al Teatro Fígaro.

¿Qué pasaría si una familia para quien es vital mantener las apariencias estuviese realmente en la ruina? ¿Hasta dónde estarían dispuestos a llegar para mantener su estatus social? Bajo estas cuestiones transcurre la trama de la representación. El pusilánime Marqués, la maniática Marquesa, el resabiado Mayordomo, la extravagante hija… todos se verán inmersos en una serie de hilarantes enredos con el uso de artimañas para conseguir su objetivo. En definitiva, un divertido juego ‘aristocrático’ donde las apariencias, el arte y unos disparatados personajes son el vehículo para logar – y vaya si lo consiguen– el disfrute del respetable.

Con solo leer la sinopsis dan ganas de conocer más del relato y de sus personajes. Quizá esta incertidumbre se acreciente cuando sepan que viene con el sello de ‘Corta el Cable Rojo’, el espectáculo que ostenta el récord de longevidad en la cartelera madrileña con 11 años ininterrumpidos en cartel y más de 170 funciones con ‘sold out’ consecutivos. Ahí es nada. En una ocasión definí a los integrantes de esta comedia de improvisación como domadores de palabra, por su capacidad para jugar, amoldar y estrujar el léxico castellano a merced de cada situación. Pues bien, esta obra es eso y mucho más, al estar escrita y dirigida por uno de sus integrantes, José Andrés López de la Rica. En esta ocasión, sin colgar los guantes del humor, es el encargado de crear un libreto inteligente, ácido, profundo, con apariencia de trivial y, sobre todo muy divertido.

Este humorista castellanomanchego –curtido en las mejores salas de humor– logra capturar la esencia de las comedias clásicas y adaptarlas al presente con maestría, gracia y donaire. El primer elemento, y el más impactante en inicio, es un libreto escrito en verso. Pero no se asusten los no familiarizado con este estilo, el texto es entendible y alejado del castellano antiguo. Desde mi óptica, el ritmo y la rima añaden un matiz lírico a las palabras, aportando por un lado una dimensión adicional a las emociones representadas en escena, y, por otro y más interesante aún, una forma burlona de expresarse basada en circunloquios de aquellos que quieren aparentar generando un contraste entre la forma poética de expresión y la realidad que intentan ocultar. Dicho de otro modo, el verso se convierte en una herramienta poderosa para añadir un toque humorístico y un sentido de teatralidad a la obra, fomenta el juego verbal, los lances dialécticos y el ingenio en los diálogos, logrando la risa latente del espectador. 

En su faceta de director, López de la Rica continúa con su enfoque minucioso y logra plasmar, con maestría y precisión, la esencia del libreto jugando con una doble percepción: la mantenida, o autoimpuesta, por los protagonistas de su ocaso económico y la percibida por el entorno. El uso del verso se materializa, por parte del reparto, con el empleo de la pantomima como el último cartucho para preservar la dignidad de los protagonistas. A medida que la trama se desarrolla y los enredos se complican, los personajes se ven acorralados y desesperados por mantener las apariencias. En esos momentos críticos, la pantomima se convierte en un recurso ingenioso y poderoso que les permite expresar sus emociones y ocultar la verdad bajo una fachada de elegancia y distinción. Los gestos, las expresiones faciales y el lenguaje corporal se convierten en un lenguaje universal que trasciende las palabras, comunicando desesperación, alegría, miedo y esperanza de una manera vívida y conmovedora resaltando la lucha interna por mantener su dignidad, generando momentos de comedia, pero también de empatía y reflexión para el público.

El encargado de materializar todo lo expuesto es un reparto entregado con enorme complicidad y química escénica, traducido en una interpretación colectiva excepcional –con la dificultad añadida de recitar su texto en verso– para resaltar el ingenio y el humor de la historia, generando un flujo de risas y complicidad con el respetable. La batuta de la acción la lleva Juan Carlos Martín en su papel de mayordomo. Puede sonar tópico, pero una vez visionada la representación no se me ocurre mejor actor que él para interpretarlo; por la manera de mimetizarse con el personaje, desprender bonhomía y exhalar ternura. Su amplia experiencia como actor y director las pone al servicio de la acción como narrador omnisciente con una bella forma de recitar verso. 

Los marqueses caídos a menos son interpretados por Carlos Chamarro y Yolanda Vega. Ambos forman un tándem sensacional con momentos memorables con dardos envenenados en formas de palabras. Este actor, participante en innumerables y exitosas series televisivas, se muestra desatado por las catastróficas desdichas, cada cual mayor. Esta ansiedad y desconcierto despierta las risas de los espectadores. Por su parte, Vega está esplendida con un personaje de apariencia tranquila con multitud de recursos. Esta actriz, una de las voces más autorizadas de la Técnica Meisner, y doctora en Ciencias Físicas, ahí es nada, desprende naturalidad, muestra seguridad y domina la acción.

En toda acción hay un conflicto y alguien que lo genera o desencadena, ese es el duque, a quien da vida un sensacional Jesús Cabrero. De la actuación de este reputado actor de series televisivas, destacaría su presencia embelesadora y elegancia y rectitud escénicas. Sus entradas suponen un cambio en la acción con una tensión dramática bien resuelta. Por último, me fascinó la presencia y actuación de los dos jóvenes actores en el papel de los hijos de los marqueses. Álvaro Larrán muestra una seguridad y compromiso desbordantes, al igual que Mireia Zalve con una energía y entusiasmo descomunales.

La construcción escenográfica y el montaje técnico, a cargo de Sara Ruíz, son funcionales, recrean a la perfección las estancias de un palacete y sirven para terminar de introducirnos en un ambiente de clases sociales en el sigo XXI. 

Falsas apariencias, risas sin parar, enredos hilarantes, prestigio por disfrazar. En alta sociedad, ocultan la verdad, Aristócratas conversos, comedia sin igual.

 

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