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Chingados

Imagen de la obra "En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?

Imagen de la obra "En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?

El soneto de la monja novohispana pobló la noche en Fúcares, Jedler si lo prefieren, con acento mexicano por culpa de Teatro de Babel. “Te tiene que gustar mucho para ir al teatro hoy”, me dijo uno de los mejores fotógrafos de la provincia antes de entrar. “Lo decía por el calor. Acababa de venir, él, del Corral y había sido testigo de camisas chorreando y caras pálidas. El mundo, que nos quiere chingar (o tal vez somos nosotros los que lo chingamos). “Para tu crónica de mañana”, me dijo otro de los mejores fotógrafos de la provincia, “hay una canción de M-Clan que se llama 39 grados”. Los fotógrafos son a veces como los guardias civiles: van en pareja.

Aurora Cano, que es la directora de En perseguirme, mundo, ¿qué interesas? ha diseñado un espectáculo sobre gente chingada del Siglo de Oro que nos lleva a pensar en nuestras propias miserias. Es un club de la comedia áureo. Cuatro monologuistas, separados, unidos mejor, por el soneto de Sor Juana Inés, que sirve de marcador, de estribillo, de cortinilla, de telón.

Enma Dib reescribió La dama duende. Lo hizo con maestría, incorporando un toque de cuento de hadas, porque esta dama duende es un duende de verdad, un duende que sobrevive a todos sus seres queridos, aquellos que tanto la escondieron, que tanto se avergonzaron de ella. Calderón convirtió su tragedia en una comedia, dice. Es lo que pasa con la distancia, física, emocional o temporal.

Tamara Vallarta hizo un alegato en favor del odio. Era Ariadna en Amor es más laberinto, de Sor Juana Inés. El odio es creativo. El odio es bueno. Y, sobre todo, el odio te acerca a la verdad y te aleja de la idiotez. Fue, tal vez, el menos acertado de los cuatro monólogos.

Guillermo Nava nos dio a conocer a un desenfrenado y deslenguado Juan Mathias de los Reyes, músico mestizo al que se le ocurrió nada menos que escribir un motete en nahualt, lo que le valió las críticas de la iglesia, que le acusa de hereje.

Por último Conchi León se mete en la piel de Elicia o Areúsa, de una puta compañera de Celeste, Celestina, para narrarnos las peripecias de la vieja alcahueta, de Calisto y Melibea, de Pármeno y Sempronio. Lo hace después de haber sido violada y antes de que la maten de nosecuantas puñaladas, aunque ella pide que le den solo una, directa al corazón. No lo harán y entre luces y oscuridad, acabará muriendo ante nuestros ojos.

 

¿En perseguirme, mundo, qué interesas?

¿En qué te ofendo, cuando sólo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,

y así, siempre me causa más contento

poner riquezas en mi entendimiento

que no mi entendimiento en las riquezas.

Yo no estimo hermosura que vencida

es despojo civil de las edades

ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades

consumir vanidades de la vida

que consumir la vida en vanidades.

 

Nos quedan algunas cosas para sentirnos un poco menos chingados: los abanicos, el acento mexicano adornando el palacio de Juan Jedler, el talento de los actores, sentarse cerca de alguien con quien compartirlas las jodiendas, el aire apiadándose de nosotros a la una de la madrugada, la posibilidad de huir, los sonetos de Sor Juana Inés, Pogacar demostrando que es humano en los Alpes y el día siguiente, que es siempre una promesa. Lo mejor es que se trata de un catálogo incompleto.

 

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