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Año VIIINúmero 379
22 NOVIEMBRE 2024

Cielos: El viaje teatral de la violencia heredada a la crisis del ahora

Pedro Rubio y Marta Belmonte en 'Cielos'
Pedro Rubio y Marta Belmonte en 'Cielos'
La combinación de una narrativa absorbente, una dirección implacable y una atmósfera visualmente intensa en “Cielos” ofrece una experiencia teatral que confronta las cicatrices del pasado y la urgencia del presente, invitando al espectador a reflexionar sobre el legado de la violencia y la búsqueda de redención.

Después del arrollador éxito en La Abadía con su estreno en junio de 2023, “Cielos” regresa bajo la magistral dirección de Sergio Peris-Mencheta, completando la poderosa tetralogía «La sangre de las promesas» del renombrado dramaturgo Wajdi Mouawad. Esta obra, última entrega de la serie que incluye “Incendios”, “Litoral” y “Bosques”, explora de nuevo la tragedia humana en toda su crudeza, centrada esta vez en los vestigios del siglo XX y la venganza de las generaciones más jóvenes.

“Cielos” se desarrolla en un contexto de aislamiento, donde un grupo de criptógrafos, traductores e investigadores lucha contrarreloj para evitar un atentado terrorista de proporciones catastróficas. La obra arranca con una voz distorsionada que anuncia una amenaza inminente en nombre de las generaciones sacrificadas en las guerras del siglo XX, incapaz de ser comprendida por quienes deben descifrarla. Este comienzo, cargado de resonancias míticas —con ecos de Casandra—, establece el tono de un thriller intelectual que combina las claves del suspense con una reflexión poética sobre la violencia heredada.

Wajdi Mouawad, escritor y director de teatro canadiense de origen libanés, ha construido a lo largo de su carrera un lenguaje teatral único que se nutre profundamente de sus propias vivencias y del contexto histórico de su tierra natal. Nacido en el seno de una familia cristiano-maronita en Líbano, su obra está marcada por el trauma del exilio y la guerra civil, elementos que han moldeado su visión del mundo y su forma de concebir el teatro. En “Cielos”, Mouawad despliega un libreto brillante tanto en forma como en contenido. Es capaz de conjugar la dureza de una trama desoladora con la poesía, creando una atmósfera envolvente donde lo terrible y lo bello coexisten. La forma en que el también actor entreteje palabras es una declaración de intenciones: su teatro es un espacio para la reflexión, la memoria y la catarsis.

Lo más fascinante del libreto es su estructura a capas. En la superficie, la obra presenta una historia que cumple con los cánones del thriller, con intriga, suspense y un conflicto claro: un equipo de criptógrafos tratando de detener un ataque terrorista. Pero Mouawad no se queda en esta historia sensacional, va más allá y construye una intrahistoria que es el verdadero corazón de la obra. Esa segunda capa habla de una generación marcada por las guerras del siglo XX, hijos que han heredado las cicatrices y los traumas de sus padres, una generación que carga con una culpa ajena y que, en muchos sentidos, está condenada a repetir el ciclo de violencia. El dramaturgo canadiense utiliza este marco para explorar los efectos devastadores del legado de la guerra y cómo la tragedia se hereda de manera casi biológica. Es este conflicto entre generaciones, esta carga histórica y emocional, lo que da a la obra una profundidad que resuena mucho más allá de la trama principal.

La dirección de Sergio Peris-Mencheta, y esta producción del Barco Pirata, es un ejemplo destacado de cómo la visión del director puede transformar un texto complejo en una experiencia teatral inmersiva y vibrante. Conocido por su capacidad para combinar la fuerza narrativa con una puesta en escena visualmente impactante, logra en esta obra un equilibrio entre el suspense del thriller y la profundidad filosófica del texto de Wajdi Mouawad. Su trabajo puede describirse como una experiencia teatral sin filtros ni barreras, una propuesta que es tan directa y absorbente como esos libros que resultan imposibles de soltar. Peris-Mencheta lleva al espectador a través de un viaje sin concesiones, donde la crudeza de la trama y la intensidad emocional se presentan de manera despojada y visceral. Su enfoque es tal que cada elemento de la producción —desde la escenografía, la fusión cinematográfica-teatral, hasta la dirección actoral— está diseñado para impactar y mantener al público en el borde de su asiento, sin dejar espacio para distracciones o dilaciones. La obra no se limita a narrar una historia; se convierte en una experiencia inmersiva que arrastra al espectador al centro del conflicto, creando una conexión profunda y directa con los temas de violencia, culpa y redención que explora.

Su batuta guía a un elenco coral con una precisión notable. La manera en que los actores interactúan dentro del espacio escénico es clave para la construcción de la tensión y la dinámica del drama. Cada interpretación está afinada para explorar las dimensiones emocionales y psicológicas de los personajes, desde los momentos de alta tensión hasta los pasajes introspectivos. Los ritmos electrónicos compuestos por Joan Miquel Pérez juegan un papel crucial en intensificar la tensión y el sentido de urgencia de la obra. Estos ritmos, fascinantes y meticulosamente diseñados, establecen un tempo que parece marcar el paso inexorable de los minutos, contribuyendo a la atmósfera de presión constante. La música se convierte en un elemento casi torturador, similar a las gotas de la tortura china, incrementando la sensación de que el tiempo se está agotando y el peligro se acerca. Este uso efectivo del sonido no solo amplifica el suspenso, también refuerza la implicación del público en la narrativa, creando una experiencia sensorial tanto absorbente como inquietante.

La actuación del reparto es un testimonio del compromiso y la intensidad que cada actor aporta a la obra, como un rompecabezas coral para ejecutar esta tarea compleja con gran destreza. Patxi Freytez, al asumir el papel liderazgo en medio de la crisis, imprime un vigor y una autoridad palpables desde el primer momento, convirtiendo el escenario en un campo de batalla psicológica donde cada decisión cuenta. Me gustó especialmente ver a este actor en un modo activo, al haberle visto en otros trabajos con un rol menos protagónico, por exigencias del libreto. Kent logra transmitir el peso de la responsabilidad y la desesperación de su personaje, haciendo sentir al espectador la presión que él mismo experimenta. Pedro Rubio, en su papel de Szymanowski, el genio computacional, encarna con precisión el estereotipo del cerebrito experto en tecnología que, tras una aparente frialdad, muestra una vulnerabilidad y entregas profundas. Su tarea de descifrar el ordenador del fallecido integrante del equipo y convencer a sus colegas resulta en una interpretación llena de matices que equilibra el dramatismo con una sinceridad cruda, añadiendo capas a la complejidad de la situación.

Álvaro Monje, como Vincent Chef Chef, ofrece una actuación de avidez y soberbia combinada de manera eficaz. Su evolución hacia un personaje de gran envergadura y su despliegue de ambición personal generan una intriga adicional, manteniendo al espectador en constante expectativa ante posibles giros en la trama. La lucha de su personaje por dominar la unidad añade una dimensión de conflicto que enriquece la narrativa. En contraste, Javier Tolosa, interpretando al informático Charlie Eliot Johns, aporta una nota de familiaridad y sencillez como un guiño a la conexión emotiva con el público. Su relación con su hijo, representado por Rodrigo Simón, añade un elemento humano y auténtico que contrasta con la tensión general de la obra, ofreciendo momentos de ternura y vulnerabilidad para enriquecer el tejido emocional del drama. Por último, María Belmonte, en el papel de Dolorosa Haché, destaca por su energía y fuerza interpretativa. Su encarnación del personaje trae a la mente figuras trágicas como Medea, infundiendo a la obra una carga dramática que subraya las conexiones con las tragedias griegas.

La escenografía diseñada por Alessio Meloni es una obra de arte en sí misma, que no solo sirve de fondo para la trama, también enriquece la experiencia teatral con una profundidad simbólica y visual. La estructura escenográfica se despliega en tres niveles que representan diferentes dimensiones de la narrativa. En la parte superior, encontramos un espacio que evoca un futuro deshumanizado, con una serie de estatuas inquietantes y un observador con prismáticos quien parece vigilar desde las alturas. Este nivel, con su ambientación de figuras fantasmagóricas y elementos arquitectónicos abstractos, sugiere una geografía de vacío, aparente libertad y desolación, simbolizando el peso de las promesas incumplidas y el trauma heredado. El nivel intermedio está ocupado por el búnker donde transcurre la acción principal. Este espacio está caracterizado por su diseño funcional y austero, con neones blancos y paredes de cemento que subrayan el aislamiento y la presión de la situación. Los paneles de botones iluminados y las pantallas de cristal transparente o cables extensibles añaden una capa de realismo tecnológico y actúan como metáforas de la complejidad y la interconexión de los problemas que enfrentan los personajes. La escenografía en este nivel es un reflejo de la tensión constante y la urgencia predominante en la trama.

En la planta inferior, los cubículos representan los espacios íntimos de los personajes, ofreciendo una visión más profunda de sus vidas personales y emocionales. Este nivel está diseñado para mostrar la vulnerabilidad y humanidad de los protagonistas, contrastando con la frialdad del búnker y la desolación del nivel superior. La fina tela que separa este espacio del público permite entender las proyecciones de Ezequiel Moreno utilizadas para simular tecnología avanzada, representar los estados emocionales de los personajes y reforzar la atmósfera opresiva. Por último, la iluminación fría y metálica diseñada por David Picazo es fundamental para establecer el tono y el ambiente de la obra. Esta iluminación crea una atmósfera distanciada y clínica que resuena con el entorno tecnológico y opresivo del búnker. Al utilizar luces blancas y frías, el también director de escena acentúa la sensación de aislamiento y tensión, resaltando la frialdad del entorno en el que los personajes se enfrentan a la crisis. La suma de todos los engranajes técnicos crea una experiencia sensorial completa que realza la carga dramática y filosófica de la representación.

Libreto: Wajdi Mouawad

Dirección: Sergio Peris-Mencheta

Reparto: Marta Belmonte, Patxi Freytez, Álvaro Monje, Pedro Rubio, Javier Tolosa, Sergio Lanza y Rodrigo Simón

Composición musical: Joan Miquel Pérez

Diseño de escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)

Diseño de iluminación: David Picazo (AAI)

Diseño de vestuario: Elda Noriega (AAPEE)

Diseño de sonido: Enrique Mingo

Diseño de atrezzo: Eva Ramón

Diseño de videoescena: Ezequiel Romero

Ayudante de dirección: Óscar Martínez-Gil

Adjunto dirección de producción: Fabián Ojeda Villafuerte

Jefa de producción y regiduría: Blanca Serrano

Gerente en gira y regiduría: Paco Flor

Asistente de producción: Miriam Pérez

Administración: Henar Hernández

Jefa de prensa: María Díaz

Dirección técnica: Manuel Fuster

Dirección de producción y producción ejecutiva: Nuria-Cruz Moreno

Coordinación técnica y técnico de luces: Alberto Hernández de las Heras

Técnico de maquinaria: Eduardo Martín y Rosa García

Técnico de sonido: Enrique Mingo

Construcción de escenografía: Mambo decorados y Sfumato

Transporte: FJS Transporte

Fotografía: Sergio Parra

Diseño gráfico de la compañía: Eva Ramón

Distribución: GG Producción Escénica

Agradecimientos: Teatro de La Abadia y Ventura Sarasa

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