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Año VIIINúmero 381
05 DICIEMBRE 2024

Conejo blanco, conejo rojo: una experiencia teatral que no se ensaya ni se dirige, solo se representa

Antoine-Laurent Lavoisier, conocido como el padre de la química, expuso un axioma universal: la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma. Ese enunciado ha servido como principio de conservación de la energía y también como frase de repetición de estudiantes de todo el mundo. Ahora, unos pocos elegidos tenemos la oportunidad de crear una nueva proposición teatral que ni se ensaya ni se dirige, solo se representa, en el Teatro Marquina, y por supuesto, se disfruta.

Partamos del origen etimológico de la palabra teatro –proveniente del griego theatron = “lugar para ver” y este del sustantivo thea = visión– el sustrato primigenio donde se asienta todo este arte. Un lugar donde alguien, actor, actúa sobre un texto, libreto, y donde otro alguien, público, contempla. Un marco claro con un juego de roles establecido que llega a nuestros días. Estos conceptos son la base para entender este hecho teatral, que desde su simultáneo estreno en 2011 en el Summerworks Festival en Canadá y en el Fringe Festival en Edimburgo, ya ha sido traducido a más de 20 idiomas y ha tenido más de 1000 representaciones. Pues bien, estos conceptos son reformulados en esta representación donde ni el actor sabe si es actor, el texto si es libreto, y el público si solo es espectador. No tengan prisa, lo entenderán a su debido tiempo y  vivirán una experiencia única en teatro; y créanme, no es una licencia periodística.

En esta obra –representada en México desde 2016 con enorme éxito y producida por La Teatrería, de cuya mano nos llega el proyecto– tenemos poca o prácticamente nada de información previa y así debe seguir siendo, de ahí que se pida expresamente en el programa de mano que nada de lo ocurrido en los setenta minutos de duración pueda ser revelado y, menos aún en críticas como esta. La primera certeza es el autor del libreto, Nassim Soleimanpour, un productor independiente y multidisciplinario de teatro nacido en Teherán. Su obra más famosa es esta que nos ocupa, aunque también destacan otras como “Blind Hamlet”, en la cual el público decide cómo se desarrolla la acción o “Blank”, donde público y actor deben completar los espacios en blanco del guion. Estos textos pueden darnos una idea de su concepción particular del teatro que se aleja de prácticamente todas las propuestas de la cartelera actual.

Volviendo a la obra, sí conocemos por deseo explícito de su autor, uno de sus objetivos centrales: encontrar la manera de que su voz saliera de su país, a pesar de que él no podía. Su negativa a hacer el servicio militar obligatorio le supuso un arresto domiciliario y, lejos de deprimirse, decidió ocupar sus horas en una nueva forma de dramaturgia; en la que un actor/actriz diferente cada noche, canalizara su voz en una experiencia única para todos los que formen parte de ella. Aquí radica una de las esencias de esta obra, usar el texto como vehículo de transmisión, pertenencia y testimonio de libertad que, tras la pandemia, con el correspondiente confinamiento, cobra mayor fuerza y se convierte en un poderoso texto que nos “toca” a todos.  Su contexto era el de una generación nacida en medio de las penurias de la guerra Irán-Irak. Jóvenes bien informados que nunca han conocido un Irán que no sea el de la República Islámica. ¿Nuestro contexto? Una generación salida de una crisis sanitaria y condenada a trabajar para vivir de alquiler en una escenario de inflación, que cuando da la voz de alarma, algunos tienen la desvergüenza de referirse a ella de forma peyorativa como “de cristal”.

Con una precisión quirúrgica, para no desvelar ni dar a entender nada, el texto cuenta con un lenguaje accesible, simple y entendible con proposiciones imperativas que llevan a reflexiones existenciales de enorme profundidad y mayor calado, las cuales darán pie a debates posteriores una vez abandonado el teatro. Un texto que va de lo general a lo concreto y de lo concreto a lo general. Un texto rico en adjetivación, comparaciones y metáforas que lejos de ser meros recursos estilísticos, tienen consecuencias en la acción y apelan de forma directa al espectador. En resumen, un relato intrigante, persuasivo y cautivador, a la vez que corrosivo y de enorme implicación y exigencia, tanto para el actor, como para el resto de los presentes.

Quizá no se hayan dado cuenta, pero ya hemos definido dos conceptos narrativos importantes en cualquier representación y esenciales en esta: el texto y el contexto. Nos falta un tercero que engarza con la puesta en escena: el subtexto. Categoría teatral entendida como todo aquello por debajo del personaje teatral, al significado profundo y dotador de sentido al papel interpretado y que, en definitiva, responde al “por qué”. En Román paladino, hablamos del proceso de interiorización del texto por parte del actor, el instante en el que intérprete y personaje se conocen para comprender sus acciones y poder dotarlas de emociones. Muy cercano también, a lo que Stanislavski llamaba “sistemas de atención”,  en el que el protagonista de la acción debe descubrir la base sensorial del trabajo y modular de este modo la forma de interpretar su papel. Esto lleva implícito un trabajo previo basado en la lectura del libreto, algo que no encontramos en esta representación, también por deseo expreso del autor. El proceso de trabajo debe ceñirse a las siguientes indicaciones: el intérprete recibe por mail una lista de instrucciones 48 horas antes de su función. Antes de comenzar, sobre el escenario y frente al público, se entrega el texto de la obra en un sobre cerrado.  Cada intérprete puede realizar el proyecto solo una vez y no haber visto ninguna función del mismo, ni investigar o preguntar al respecto. Sí queridos lectores, el actor o actriz que sale a representar el papel no conoce ni el libreto ni absolutamente nada de lo que va a acontecer en escena.

Sobre estos mimbres, el intérprete saldrá ante el auditorio, en este pase abarrotado y, una vez abierto el sobre, deberá comenzar la función, su función, y dejar su suerte en manos de la magia del teatro y, más importante aún, en la calidad y bagaje del propio representado. Puede sonar tópico destacar la enorme exigencia de dar vida a un texto ajeno sin conocerlo, pues salvando las distancias, es como si un estudiante se presentara a un examen sin conocer el temario o un enfermero ante un tratamiento sin conocer la dolencia del paciente. En definitiva, como destaca la jefa de prensa, una vuelta de tuerca al trabajo del actor. Una experiencia subyugante para el intérprete y el público, y, por ello, un reto para el artista que comparte esta ocasión única con el público. Un ejercicio interpretativo mayúsculo al que van a tener que hacer frente artistas de la talla de Anabel Alonso, Secun de la Rosa, Pepe Viyuela y al que ya se ha enfrentado Ana Milán, como la primera conejilla de indias.

Estoy convencido que prácticamente todas las generaciones de nuestro país conocen a esta actriz de teatro, cine y televisión. Desde sus primeras apariciones episódicas en series de gran éxito como Policías y Compañeros, pasando por su estelar personaje en Cámara café, hasta la imponente profesora de inglés del instituto Zurbarán, de la serie Física o química. Una actriz consagrada que afrontó este reto con la energía, garra, vitalidad y pasión que la caracterizan. Como ya he descrito, el intérprete lo es todo en la función, pues es el responsable de aportar el tono y prácticamente el subgénero narrativo. Con su inteligencia escénica, que ya pudo demostrar en la obra teatral monologada 5mujeres.com, Milán basculó entre el género monologal dramático y el cómico, haciendo hincapié en este último, aplaudido en incontables ocasiones por un público entregado.

El género dramático se caracteriza por un comienzo abrupto y súbito que sumerge al respetable en una crisis de la que nada sabe, ni llegará si quiera a saberlo todo. Un destinatario implícito, cuyas reacciones traspasan a través de las inflexiones del discurso monologado, que como antes afirmé, no solo será receptor. En este registro, la actriz nos dejó bellos parlamentos recitados con seguridad, contundencia y expresividad como si lo de enfrentarse a lo desconocido no fuera con ella. En su vertiente más cómica, Milán dio rienda suelta a sus dotes humorísticas y su capacidad de improvisación. Pues a pesar de seguir con atención y respeto los postulados del texto, introdujo matizaciones y apreciaciones personales pertinentes para enriquecer y amenizar la sesión, que los asistentes agradecieron y ovacionaron. De hecho, desde que salió a escena, se encargó de romper la pared imaginaria que separa el proscenio del patio de butacas.

Como buena comunicadora –como ha demostrado recientemente en su web-serie titulada ByAnaMilán, donde ¡oh casualidad! es ella la protagonista– jugó por un lado con las inflexiones de voz, pausas, silencios y cambios de ritmo, aunando espontaneidad, frescura y gracia y, por otro, con sus movimientos estilosos sobre el escenario que me recordaron a la glamurosa frase de Marilyn Monroe: «Dale a una mujer un buen par de zapatos y conquistará el mundo» o si prefieren lo castizo, el refrán castellano “para presumir hay que sufrir”. En definitiva, logró captar la atención en todo momento, haciéndose con el texto y el público, sin causar hastío ni letargo ni tener que sacar conejo alguno de la chistera, salvo los que dan título a esta representación.

En Conejo Blanco, conejo rojo asistirán a un acontecimiento teatral donde el intérprete debe enfrentarse a un texto que no conoce en una velada teatral, personal y única

 

Créditos: La Teatrería Producciones

Dirección Artística: José Manuel López Velarde

Intérprete: Ana Milán

Productor General: Oscar Carnicero

Enlace Cultural Internacional: Shoshana Polanco

Comunicación: Norma López

Administración: Fredi Verdugo

Marketing & Social Media: Krishna Castellanos, Berenice Ríos, Asael Gutiérrez, Fernanda Barrios y Miguel Nuño

Jefa de Prensa: Maria Diaz

Produccion ejecutiva: Georgina Rey

 

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