Por la mañana, grabamos en Onda Almagro. Repaso a lo visto y a lo por ver. Me temo que hablamos demasiado. Ya de atardecida fui a Madrid, a recoger a mi hija del curso de escalada del que les hablé hace unos días (si se perdieron ese episodio y no tienen otra cosa que hacer, es este: https://www.masescena.es/index.php/noticias/opinion/6617-discrepancias-y-silencios). Harto de la radio, me puse la ficción sonora que se grabó el día anterior en el Corral de Comedias sobre los últimos años de Margarita Xirgu (si no la han oído, no tienen excusa porque la tienen aquí: https://www.rtve.es/play/audios/las-cunas-de-rne/punados-fuego-margarita-xirgu-ficcion-sonora/6640181/). No sé muy bien qué tiene que ver con el Festival Internacional de Teatro Clásico, pero me da igual, porque es un trabajo colosal, especialmente de los actores. De todos ellos, empezando por Víctor Clavijo, que en mi subconsciente tiene que luchar siempre contra la infumable Al salir de clase, en la voz del Lorca imaginado por Xirgu, siguiendo por José Luis García Pérez y terminando por Cayetana Guillén Cuervo. Es hora de que empecemos a verla y a tratarla como una gran dama de la actuación. Es el relevo de Nuria Espert en nuestro panteón y cuanto antes lo reconozcamos, mejor para ella y para nosotros. No tiene una voz bella y, sin embargo, cautiva con su plasticidad y su naturalidad. A Cayetana se le cree lo que diga, porque lo dice como lo diría a quien esté representando, encarnando más bien, enalmando quizás. Todo ello también luchando con mi subconsciente, porque mi primer recuerdo suyo es el de su hermano intentando meterle mano en un ascensor en Historias del Kronen, película regulera de una novela mala. José Ángel Mañas fue encumbrado en su tiempo como una especie de nuevo Zola español. Se supone que su escritura reflejaba cómo nos comportábamos los jóvenes de entonces, nuestra forma de hablar, blablabla. A los jóvenes de entonces nos daba un poco de vergüenza leer cómo se suponía que hablábamos. Con su segunda novela, Mensaka, de la que también se hizo una peli, se nos confirmaron los peores presagios y su estrella editorial se fue apagando. Tengo una anécdota del Mañas de hace cuatro años, pero me la guardo porque él, en realidad, no tenía la culpa de nada de lo que pasó en los noventa.
Por la noche fuimos a cenar al Orbayu, un bar asturiano de Leganés, a ver si completábamos el cooling break con un cazón en adobo y unas patatas con queso de cabra. No pudo ser, porque se sentó al lado una compañía entera de teatro aficionado cuyos miembros no pararon de hablar, entre cerveza y coca-cola, de cómo se sentían su personajes.