Ausiàs March, el cuñado de Joanot Martorell, fuente de inspiración de Garcilaso, caballero menos noble que los de las novelas, recibe la visita de la muerte. Firma un pacto con ella: tiene cuatro meses para viajar al futuro y asegurarse de que su obra va a seguir viva; a cambio, tiene que escribirle un poema a la muerte. March se planta en nuestro tiempo como carpintero para darle la tabarra a Lucrecia, una cantante, a la que manda sus poemas. Esta los reinterpreta para hacer un disco y cantarlas en conciertos. A Ausiàs no le gusta eso de que le cambien sus versos, que los prosifiquen y se pone pesado, se convierte en un acosador. Interviene la policía y todo acaba en que Lucrecia… Lo dejamos aquí, no desvelamos más. El espectador es invitado a la trama, como en las novelas policiacas, in media res, cuando March es ya un acosador, y va conociendo, de la mano de los polis Juana y Alfonso, pareja profesional y sentimental, el increíble asesinato de Ausiàs March.
La obra no es un thriller hasta el final. Antes fue una comedia. Una con una estética muy particular, de dibujos animados tipo Lady Bug o de serie de adolescentes australianos de nuestra adolescencia, género que merece un estudio, pero eso es otra historia. Tiene un punto naïf que se hace simpático al espectador y que contribuye a generar una corriente de interés por March, entre otras cosas gracias a la reseñable actuación y los múltiples registros de Panchi Vivó. Esa es uno de los objetivos de la obra. Al menos, lo parece: popularizar, servir de puerta de entrada al universo March. Hablando de puertas, el escenario se articula en torno a ellas. Puertas que se mueven, que sirven de coreografía, para mostrar y ocultar. La puerta de la comisaría, la de Lucrecia, la de la carpintería, la de la catedral, la que sirve de acceso al pasado y al presente (hay un ministerio que se sirve de ellas, y no hablo de las giratorias)…
Y para redondear el espectáculo, Núria Martín, Lucrecia en la obra, canta bien los textos de Ausiàs March. La muerte es Rebeca Izquierdo, quien, al igual que Vivó, demuestra cómo se puede pasar de un tono de actuación a otro sin apenas transición.
Otra virtud de CRIT que ya vimos en Espill es su capacidad de concentrar contenido en poco tiempo. Un poco más de una hora duró El increíble asesinato de Ausiàs March, ideal para sus propósitos.