La música tiene el poder de trascender el mero entretenimiento para convertirse en una experiencia sensorial capaz de despertar emociones intensas y transformadoras. En el caso de DJ Symphonic & Royal Film Concert Orchestra, la fusión entre la majestuosidad de una orquesta sinfónica y la energía vibrante de un DJ crea un espectáculo que convierte el Teatro Coliseum en un auténtico templo de la diversión, la euforia y la felicidad. Para muchos, esta será la primera vez que descubran la versatilidad de la música orquestal en su faceta más lúdica, demostrando que los grandes éxitos del pop y la electrónica pueden alcanzar nuevas dimensiones cuando se visten con la riqueza instrumental de una formación sinfónica.
En primer lugar, es justo felicitar a la Fundación Excelentia por esta auténtica proeza artística: unir lo mejor del pop y la electrónica con la grandeza de una orquesta sinfónica. A priori, podría parecer una combinación antagónica, pero basta con presenciar el resultado para rendirse ante la evidencia: la música, en su esencia, no entiende de barreras, solo de emociones. La ovación del público es el mejor testimonio de ello. Esta iniciativa representa un ejercicio de innovación escénica y, además, encarna a la perfección los principios de Excelentia: contribuir a la promoción del patrimonio lírico-musical, impulsar la creación y representación de las artes en todas sus variantes y, sobre todo, garantizar que la música se cultive en libertad y en un proceso de perfeccionamiento continuo. Su labor en la difusión y divulgación musical, así como en el apoyo a nuevos valores, convierte cada uno de sus proyectos en una celebración del arte sonoro en su máxima expresión.
Como ya he mencionado, la música sinfónica suele asociarse instintivamente con el repertorio clásico, pero este espectáculo demuestra que su alcance es mucho mayor. DJ Symphonic & Royal Film Concert Orchestra es un ejemplo brillante de la inmensidad de la música y de su capacidad para reinventarse sin perder su esencia. En esta ocasión, la apuesta ha sido por una selección exquisita de grandes temas del pop electrónico, auténticos himnos atemporales que han trascendido generaciones y que, gracias a su solidez melódica, encuentran en la orquesta sinfónica un nuevo y sorprendente vehículo de expresión. Es fácil caer en el tópico, pero pocas verdades son tan evidentes: una buena base y una gran melodía son los pilares fundamentales de cualquier composición memorable; y aquí, la potencia de estas partituras es tal que ni siquiera necesitan letra para transmitir su mensaje con absoluta claridad.
Antes de entrar en el repertorio, es imprescindible destacar el impecable trabajo de la Royal Film Concert Orchestra para llevar a escena estas composiciones. Aunque lo demos por hecho, es justo reconocer su mérito, ya que muchas de estas piezas presentan una gran complejidad técnica y requieren una ejecución precisa y llena de matices. La orquesta estuvo en todo momento acertada, atenta y perfectamente acompasada, demostrando una sensibilidad especial para adaptarse a la esencia de cada tema. Mención aparte merece la pertinencia de algunos arreglos musicales, que lograron trasladar estos himnos electrónicos y pop al universo sinfónico y los transformaron, llevándolos desde momentos de puro éxtasis colectivo hasta instantes de absoluta intimidad. Como no podía ser de otra manera, el acompañamiento natural de la orquesta fueron las palmas y ovaciones de un público entregado, que convirtió cada interpretación en una celebración musical.
Al frente de la Royal Film Concert Orchestra se encuentra Fernando Furones, un director que no se limita a marcar el tempo o coordinar las entradas de los músicos, sino que se entrega por completo en cada gesto, logrando una compenetración absoluta con la música. Su batuta más allá de guiar, insufla emoción y vitalidad a cada interpretación, haciendo que cada partitura cobre vida con una intensidad arrolladora. Si en otras ocasiones ha demostrado su pasión por la música, en esta velada fue un paso más allá: saltó, vivió cada canción con una energía desbordante y contagió al público con su entusiasmo. Una licencia más que merecida para un director de su talla, especialmente en un espectáculo donde la fusión entre lo sinfónico y lo electrónico requiere además de precisión, una entrega absoluta. Por supuesto, otro de los grandes protagonistas de la noche fue el DJ Carlos de Castro, quien, lejos de ser un mero acompañante, supo integrarse con la orquesta con la naturalidad de quien se mueve en su propio terreno. Su presencia no desentonó en absoluto, añadió esa chispa electrónica esencial para que el espectáculo adquiriera la dimensión de un auténtico festival. Su habilidad para mantener la energía en su punto álgido y su complicidad con Furones hicieron que la sinergia entre ambos fuera clave en el éxito de la propuesta.
El repertorio seleccionado es una celebración de la música en su estado más puro. Temas como Wake Me Up de Avicii, Summer de Calvin Harris o Titanium de David Guetta encontraron en la orquesta una dimensión renovada, donde la energía original se transformó en una fuerza arrolladora sin perder su esencia festiva. Sandstorm (Darude) y Opus (Eric Prydz) fueron ejemplos perfectos de cómo la estructura repetitiva y ascendente de la música electrónica puede adquirir una riqueza instrumental espectacular cuando se traslada al formato sinfónico. El pop también tuvo momentos de gloria con Mamma Mia de ABBA y Viva la Vida de Coldplay, dos piezas donde la orquesta aportó matices emocionales aún más profundos. La majestuosidad de Queen, con We Are the Champions y, por supuesto, Bohemian Rhapsody, fue otro de los puntos álgidos de la noche, con arreglos que respetaron la grandiosidad original pero con una profundidad sonora que solo una orquesta puede ofrecer.
Mención especial merece la inclusión de The Bongo Song & Sambadagio de Safri Duo y Fly on the Wings of Love de XTM, donde la percusión cobró un protagonismo absoluto y convirtió el patio de butacas en una auténtica pista de baile sinfónica. El espectáculo alcanzó su clímax con We Will Rock You, un himno que, en su versión sinfónica, se convirtió en una auténtica apoteosis musical. Desde los primeros golpes rítmicos marcados por el público hasta la explosión instrumental final, la orquesta y el DJ lograron una comunión perfecta con los asistentes, quienes respondieron con una energía desbordante. Pero cuando parecía que la velada había llegado a su fin, llegó la gran sorpresa final: un bis inesperado que elevó aún más la emoción en el Teatro Coliseum.
El espectáculo no solo brilló en lo musical, también lo hizo en su propuesta visual. Los efectos de iluminación, perfectamente sincronizados con cada pieza, añadieron una capa extra de intensidad y dramatismo, transformando el escenario en un auténtico espectáculo sensorial. Las imágenes proyectadas en pantalla reforzaron la narrativa de cada canción, transportando al público a escenarios vibrantes, desde el frenesí de un concierto hasta la grandiosidad de una catedral sonora. Porque sí, la música sinfónica nunca fue tan divertida. Lo vivido en el Teatro Coliseum es difícilmente descriptible con palabras, pero sin duda será recordado con la misma emoción con la que se rememora un gran festival: como un estallido de energía, de conexión y de magia irrepetible.